CAPÍTULO 20

—Ya que vamos a tener un bebé, —dijo Molly, sentada en el sofá del salón— hay algo que quiero que hagas.

Pierre dejó el mando a distancia.

—¿Qué?

—Nunca he dejado que nadie estudie mi… don. Pero como vamos a tener un hijo, creo que deberíamos saber algo más. No sé si quiero que el niño sea telépata o no; una parte de mí lo desea, pero otra prefiere que no. Pero si resulta que también puede hacerlo, quiero poder avisarle antes de que desarrolle la capacidad. Lo pasé muy mal cuando empezó a ocurrirme a los trece años… Creía que me estaba volviendo loca.

Pierre asintió.

—La verdad es que me intriga, pero no quería fisgar.

—Y yo te quiero por ello. Pero deberíamos saberlo. Debe de haber algo distinto en mi ADN. ¿Podrías descubrirlo?

Él frunció el ceño.

—Es casi imposible encontrar la causa genética de algo con sólo un caso. Si supiésemos de un gran grupo de gente con tu capacidad, podríamos seguir el rastro del gen responsable. Así es como se descubrió el gen de Huntington: usaron muestras de sangre de setenta y cinco familias de todo el mundo con casos de Huntington. Pero como eres la única telépata de la que tenemos noticia, no creo que podamos hacer nada para encontrar el gen.

—Bien, si no podemos saberlo a partir del ADN, ¿qué hay de la ingeniería inversa? Supongo que debe de haber algo distinto en la química de mi cerebro… un neurotransmisor o algo así que no tenga nadie, algo químico que me permite usar mi red de neuronas como un receptor. Si pudiéramos aislarlo y establecer su secuencia de aminoácidos, ¿podrías buscar en mi ADN el código de esos aminoácidos?

—Supongo que podría hacerse, si es un neurotransmisor basado en una proteína. Pero ninguno de los dos tiene la suficiente experiencia para hacer ese tipo de trabajo. Deberíamos meter a alguien más para tomar muestras de los fluidos y separar los neurotransmisores. Y aun así, es sólo una corazonada. No obstante, —dijo con la voz un tanto ausente— si pudiéramos identificar el neurotransmisor, quizá lográsemos sintetizarlo algún día. Puede que lo único necesario para leer las mentes sean ciertos compuestos químicos en el cerebro.

Pero Molly negaba con la cabeza.

—No quiero parecer sexista, pero creo que la única razón por la que he sobrevivido tanto tiempo a esto es porque soy una mujer. Me estremezco al pensar lo que un machote loco de testosterona podría hacer al captar pensamientos ofensivos… seguramente mataría a todo el mundo. —Se volvió para mirar a Pierre—. No. Tal vez algún día, en el futuro lejano, la humanidad sea capaz de manejar algo así. Pero no ahora; no es el momento adecuado.

Pierre estaba preparando un gel de electrofóresis cuando sonó el teléfono por tercera vez aquella mañana. Suspiró e hizo rodar la silla a través de la habitación hasta llegar al auricular.

—Tardivel —contestó secamente.

—Hola, Pierre. Soy Jasmine Lucarelli, de endocrinología.

Él suavizó el tono de inmediato.

—Oh, hola, Jasmine. Gracias por llamar.

—Uh, uh. Escucha… ¿de dónde sale esa muestra de fluidos que nos enviaste?

Pierre vaciló.

—Ah, era… de una mujer.

—Nunca había visto nada igual. El espécimen contenía todos los neurotransmisores habituales: serotonina, acetilcolina, GABA, dopamina… Pero también una proteína que nunca había visto antes. Y muy compleja. Supongo que es un neurotransmisor por su estructura básica… la colina es uno de sus principales componentes.

—¿Has completado el análisis?

—No personalmente: lo hizo uno de mis estudiantes de grado.

—¿Puedes enviarme una copia?

—Por supuesto. Pero me gustaría saber de dónde has sacado esto.

Pierre suspiró.

—Es… una broma, me temo. Un estudiante de bioquímica lo preparó para poner en evidencia a su profe.

—Mierda. Son como críos, ¿verdad?

—Sí. De todas formas, gracias por echarle un vistazo. Pero mándame tus notas sobre su estructura química, por favor… quiero poner una copia en el expediente del estudiante por si intenta repetir el numerito.

—Cuenta con ello.

—Muchas gracias, Jasmine.

—No hay problema.

Pierre colgó el teléfono, con el corazón a todo gas.

Había pasado los últimos catorce días estudiando el inusual neurotransmisor del cerebro de Molly. No sabía si era el origen de la telepatía o un producto de la misma. Pero la sustancia, a pesar de su complejidad, no era sino una proteína y, como todas las proteínas, estaba formada por aminoácidos. Pierre estudió las diversas secuencias de ADN que podían ser el código de la cadena de aminoácidos más característica de la molécula. Había muchas combinaciones posibles a causa de los sinónimos de los codones, pero las desarrolló todas. Después construyó segmentos de ARN que pudieran complementar las diversas secuencias de ADN que buscaba.

Pierre tomó un tubo de ensayo lleno de sangre de Molly y utilizó hidrógeno líquido para congelarlo a setenta grados bajo cero. Eso rompió las membranas celulares de los glóbulos rojos, pero dejó intactos a los glóbulos blancos, más resistentes. Después descongeló la muestra y los glóbulos rojos rotos se disolvieron en diminutos fragmentos.

A continuación, puso el tubo de ensayo en la centrifugadora a 1600 rpm. Los millones de glóbulos blancos, los únicos objetos grandes que quedaban en la muestra de sangre, quedaron apiñados en el fondo del tubo, formando una costra sólida blanca. La extrajo y la dejó durante un par de horas en una solución de proteinasa K, que digirió las membranas celulares de los glóbulos blancos y otras proteínas. Después añadió fenol y cloroformo, limpiando los restos de proteínas en veinte minutos. Acto seguido añadió etanol, que a lo largo de las dos horas siguientes precipitó las delicadas fibras del ADN purificado de Molly.

Pierre unió sus segmentos especiales de ARN al ADN de Molly para ver si se fijaban en alguna parte. Necesitó más de cien intentos, pero por fin resultó que la secuencia que codificaba la producción del neurotransmisor relacionado con la telepatía estaba en el brazo corto del cromosoma 13.

Pierre usó su terminal para conectar con la base de datos de secuencias del genoma, que contenía todas las secuencias genéticas transcritas por los cientos de laboratorios y universidades de todo el mundo que se afanaban en descodificar el genoma humano. Quería ver cómo era esa parte del cromosoma 13 en las personas normales. Por suerte, el gen ya había sido secuenciado en detalle por el equipo de Leeds. El valor normal era CAT CAG GGT GTC CAT, pero el espécimen de Molly empezaba por TCA TCA GGG TGT CCA, algo del todo distinto, así que…

No.

No, no era del todo distinto. Simplemente estaba desplazado un lugar a la derecha. Se había añadido accidentalmente un nucleótido (una T en este caso), al duplicar el ADN de Molly.

Una mutación por desplazamiento, un cambio de esquema. Al quitar o poner un nucleótido, todas las palabras genéticas quedaban alteradas a partir de aquel punto. El TCA TCA GGG TGT CCA de Molly codificaba los aminoácidos serina, serina, glicina, cisteína y prolina, mientras que la secuencia estándar CAT CAG GGT GTC CAT era el código de histiclina, glutamina, glicina, valina y arginina. Ambas cadenas tenían glicina en el centro, pues GGG y GGT eran sinónimos.

Habitualmente los desplazamientos lo estropeaban todo, convirtiendo el código genético en una jerigonza sin sentido. Muchos embriones humanos sufrían un aborto espontáneo temprano, antes incluso de que las madres se percatasen del embarazo. Esos cambios de esquema eran una causa probable de tales abortos. Pero en aquel caso…

Una mutación por desplazamiento que podía causar la telepatía.

Pierre se recostó en su silla, aturdido.