Molly era esta vez la encargada de hacer la cena. Pierre solía intentar ayudarla, pero había aprendido que era mejor para ella si se limitaba a quedarse al margen. Ella estaba haciendo spaghetti… unos diez minutos de trabajo cuando se ocupaba Pierre, pues recurría al ragú para la salsa y al queso preparado. Pero para Molly era una gran producción, con salsa hecha por ella misma y queso parmesano fresco rallado. Él estaba sentado en la sala de estar, haciendo zapping con los canales de televisión. Cuando Molly dijo que la cena estaba lista, Pierre se acercó. Tenían una mesa de mármol con sillas verdes de mimbre. Sin mirar, Pierre cogió el respaldo de la silla y fue a sentarse, pero se puso en pie casi de inmediato.
Había una gran abeja de peluche en su silla, con unos grandes ojos como los de Mickey Mouse y pelo negro y amarillo. Pierre la levantó de la silla.
—¿Qué es esto? —preguntó. Molly llegaba desde la cocina en aquel momento, con dos humeantes platos de spaghetti. Los puso en la mesa antes de hablar.
—Bueno, —dijo haciendo un gesto hacia la abeja— creo que ya es hora de fertilizar mis flores.
—¿Quieres seguir adelante con la fertilización in vitro?
Molly asintió.
—Si todavía te parece bien. —Alzó una mano—. Sé que cuesta un montón de dinero pero, francamente… estoy asustada por lo de Ingrid.
Ingrid Lagerkvist, la amiga de Molly, había dado a luz a un niño con el síndrome de Down; la probabilidad de tener un hijo así crecía con la edad.
—Encontraremos el dinero —dijo Pierre—. No te preocupes. —Mostró una amplia sonrisa—. ¡Vamos a tener un bebé! —Echó queso en los spaghetti, y después hizo algo que Molly siempre encontraba divertido: los cortó en trozos pequeños—. ¡Un bebé!
—Oui, monsieur.
El jefe de Pierre, el doctor Burian Klimus, alzó la mirada y les saludó asintiendo cortésmente a ambos.
—Tardivel, Molly.
—Gracias por recibirnos, señor. —Dijo Pierre, sentándose al extremo más alejado del amplio escritorio—. Sé lo ocupado que está. —Klimus no derrochaba energías confirmando lo obvio. Permaneció sentado en silencio tras el atestado escritorio, con una expresión ligeramente irritada en su ancha y avejentada cara, esperando que Pierre fuese al grano—. Necesitamos su consejo. Molly y yo quisiéramos tener un hijo.
—Las flores y el Chianti son un excelente comienzo —dijo Klimus secamente, sin ni siquiera parpadear.
Pierre rio, más por nerviosismo que por el chiste. Miró a su alrededor. Había una segunda puerta que daba a otra habitación. Tras el escritorio de Klimus había un anaquel con dos globos: uno era la Tierra, sin fronteras políticas, y el otro Marte, pensó Pierre por su color rojizo. Volvió la mirada a su jefe.
—Hemos decidido hacerlo por fertilización in vitro… y, bueno, como usted escribió aquel gran artículo de Science sobre las nuevas tecnologías reproductivas con el profesor Sousa, pues…
—¿Por qué la fertilización in vitro?
—Tengo bloqueadas las trompas de Falopio —dijo Molly.
—Ya veo. —Klimus se echó atrás en su silla, que crujió al hacerlo, y entrelazó los dedos tras la calva cabeza—. Supongo que conocen los rudimentos del procedimiento. Los óvulos serán extraídos de Molly y mezclados con el esperma de Pierre en un recipiente de Petri. Una vez formados los embriones, se implantan y a esperar lo mejor.
—En realidad, no pensamos usar mi esperma. —Se removió un poco en su asiento—. Yo… no estoy en disposición de ser el padre biológico.
—¿Es impotente?
La pregunta sorprendió a Pierre.
—No.
—¿Tiene un bajo nivel de esperma? Hay procedimientos…
—No tengo idea de cuál es mi nivel de esperma. Supongo que el normal.
—¿Entonces por qué? Tiene usted una mente adecuada.
Pierre tragó saliva.
—Tengo algunos… genes defectuosos.
—Eugenesia voluntaria. Lo apruebo. Pero ya sabe que cuando el embrión tiene ocho células de tamaño, podemos hacer pruebas genéticas y…
Pierre no veía motivo para debatir con el viejo.
—Usaremos esperma de un donante —dijo con firmeza.
—Es su decisión —Klimus se encogió de hombros.
—Pero estamos buscando una buena clínica. Usted visitó varias al escribir aquel artículo. ¿Hay alguna que pueda recomendarnos?
—Hay unas cuantas bastante buenas en la Bahía.
—¿Cuál sería la más barata? —preguntó Pierre. Klimus le miró inexpresivamente—. Bueno, sabemos que cuesta unos diez mil dólares.
—Por intento. Y la fertilización in vitro sólo tiene un porcentaje de éxito del veinte por ciento. En realidad, el coste medio de un bebé por ese procedimiento es de unos cuarenta mil dólares.
Pierre se quedó boquiabierto. ¿Cuarenta mil? Era muchísimo dinero, y la hipoteca les estaba matando. No podrían pagarlo.
Pero Molly siguió adelante.
—¿Elige la clínica al donante de esperma?
—A veces. Lo más frecuente es que la mujer elija en un catálogo que indica las potenciales características físicas, mentales y étnicas del padre, y… —Se detuvo en mitad de la frase, en blanco, como si su mente estuviera a millones de kilómetros de allí.
Al fin, Pierre se inclinó un poco hacia él.
—¿Sí?
—¿Y por qué no yo? —preguntó Klimus.
—¿Cómo dice?
—Yo. Como donante.
Molly abrió la boca. Klimus se dio cuenta de su sorpresa y extendió la mano.
—Podemos hacerlo aquí, en el LLB. Yo me encargaré de la fertilización y Gwendolyn Bacon, una especialista en fertilización in vitro que me debe un favor, puedo conseguir que haga la extracción del óvulo y la implantación del embrión.
—No sé… —dijo Pierre.
—Les propongo un trato: acéptenme como donante y pagaré todos los gastos del procedimiento, no importa cuántos intentos hagan falta. He invertido bien el dinero de mi premio Nobel, y tengo algunos contratos de consultaría muy lucrativos.
—Pero… —empezó Molly. Se calló, sin saber qué decir. Deseó que no hubiera aquel amplio escritorio entre ambos para poder leer la mente de Klimus. Todo lo que captaba era una batería de francés de Pierre.
—Soy viejo, ya sé —dijo Klimus sin rastro de humor—. Pero eso importa poco en cuanto a mi esperma. Soy muy capaz de servir como padre biológico… y aportaré documentación completa para demostrar que no soy portador del HIV.
Pierre tragó aire.
—¿No sería irregular conocer al donante?
—Oh, será nuestro secreto —dijo Klimus, alzando la mano otra vez—. Quieren buen ADN, ¿no? Tengo el premio Nobel y un CI de 163. Mi longevidad está demostrada, y mi vista y reflejos son excelentes. No tengo los genes del Alzheimer ni de la diabetes, o cualquier otra enfermedad seria. —Sonrió un poco—. Lo peor de mi ADN es la calvicie, y debo confesar que fue bastante precoz.
Durante la propuesta de Klimus, Molly había empezado a sacudir la cabeza adelante y atrás, adelante y atrás, pero había dejado de hacerlo cuando Klimus calló. Miraba a Pierre, como si pretendiese medir su reacción.
Klimus también miraba a Pierre.
—Vamos, joven —dijo con una sonrisa seca y fría—. Más vale malo conocido…
—¿Pero por qué? —preguntó Pierre—. ¿Por qué quiere usted hacerlo?
—Tengo ochenta y cuatro años, y no tengo hijos. Simplemente no quiero que los genes Klimus desaparezcan de la reserva genética —miró a ambos sucesivamente—. Son una pareja joven, que acaba de empezar. Sé cuánto gana usted, Tardivel, y puedo suponer lo que gana Molly. Decenas de miles de dólares es mucho dinero para ustedes.
Pierre miró a Molly y se encogió de hombros.
—Yo… supongo que no hay problema —dijo lentamente, como si no estuviera seguro de sí mismo.
Klimus juntó las manos en una palmada que sonó como un disparo.
—¡Maravilloso! Molly, le prepararé una cita con la doctora Bacon, que le prescribirá un tratamiento con hormonas para que desarrolle varios óvulos. —Se puso en pie, desechando toda discusión—. Felicidades, Madre —dijo a Molly, y después, en un inesperado gesto de campechanía, puso un huesudo brazo sobre los hombros de Pierre—. Y felicidades a usted, también, Padre.
—Tenemos problemas —dijo Shari, entrando en el laboratorio con una fotocopia—. He encontrado esta nota en un número atrasado de Physical Review Letters. —Parecía disgustada.
Pierre estaba trabajando con su centrifugadora. Dejó que siguiese girando por la inercia y miró a su ayudante.
—¿Qué dice?
—Algunos investigadores de Boston sostienen que aunque el ADN que codifica la síntesis proteínica está estructurada como un código (una palabra mal y el mensaje se desvirtúa) el ADN basura o intrónico está estructurado como un idioma, con suficientes redundancias como para que los pequeños errores no importen.
—¿Como un idioma? ¿Qué quieren decir?
—En las partes activas del ADN, descubrieron que la distribución de los diversos codones de tres letras es aleatoria. Pero en el ADN basura, si atiendes a la distribución de «palabras» de tres, cuatro, cinco, seis, siete, y ocho pares de bases, ves que es como un lenguaje humano. Si la palabra más común aparece diez mil veces, la décima más común aparece sólo mil veces, y la centésima más común sólo cien… muy parecido a la distribución relativa del inglés. La palabra «el» es un orden de magnitud más común que «su», y a la vez «su» es un orden de magnitud más común que, por ejemplo, «ve». Estadísticamente, es un esquema muy propio de un idioma real.
—¡Excelente!
Pero la frente de porcelana de Shari estaba marcada por las arrugas.
—Es terrible. Significa que hay otros haciendo progresos en esto. Esta nota fue publicada en el número de diciembre de 1994.
Pierre se encogió de hombros.
—¿Recuerdas a Watson y Crick, buscando la estructura del ADN? ¿Quién más trabajaba en el mismo problema?
—Linus Pauling, entre otros.
—Pauling, exacto, que ya había ganado un Nobel por su trabajo sobre los enlaces químicos. —Miró a Shari—. Pero ni siquiera el viejo Linus pudo ver la verdad: propuso un modelo triple de Rube Goldberg. —Pierre lo había aprendido todo sobre Goldberg desde su llegada a Berkeley: había sido alumno de la UCB y sus dibujos se exhibían en el campus—. Sí, hay otros trabajando en nuestro campo. Pero prefiero que vengas y me digas que hay buenas razones para pensar que hay algo importante codificado en el ADN que no procesa proteínas a que me digas que todos los que lo han mirado antes coinciden en que no es más que basura. Sé que estamos sobre la pista, Shari. Lo sé. —Hizo una pausa—. Buen trabajo. Ve a casa y duerme un poco.
—Tú también deberías irte a casa.
Pierre sonrió.
—En realidad esta noche los papeles han cambiado. Estoy esperando a Molly. Tenía una reunión del departamento, y voy a quedarme aquí hasta que llame.
—Muy bien, hasta mañana.
—Buenas noches, Shari. Y ve con cuidado: se ha hecho muy tarde.
Shari salió del laboratorio y empezó a andar por el corredor. Al salir, esperó a que llegase el autobús. Pero quería dar un paseo por el campus antes de irse a casa, y pasó cerca del edificio de Psicología, donde estaba la esposa de Pierre. En el exterior, Shari se sobresaltó al toparse con un joven de aspecto rudo que paseaba impaciente como si esperase a alguien. Iba vestido con una cazadora de cuero y vaqueros desgastados, llevaba el pelo rubio muy corto, y su extraña barbilla hacía pensar en dos puños protuberantes.
Un cliente desagradable, pensó Shari mientras se alejaba en la oscuridad…