5. La promesa de los amantes
Y sucedió que el amor dio su fruto.
En el vientre de la joven germinó la semilla del verdugo, y este tuvo miedo.
Tuvo miedo del viento que llevaba hasta el bosque los ladridos de los perros, de las hojas del roble que le susurraban a su amada el desasosiego de los sauces, los serbales y los eucaliptos que poblaban la floresta cuando los soldados se internaban en ella buscando a los amantes. Al Verdugo y su bruja.
Y el Verdugo tomó una decisión.
Abandonaría el bosque, obligaría a los soldados a seguir su rastro por la llanura, alejándolos de su amada, dándole la libertad a su familia.
Antes de abandonar su refugio, pidió ayuda al roble. Le rogó protección para su esposa y su hijo no nato.
Y el roble aceptó, pero antes le advirtió: en el mismo momento en que acogiera a la mujer en su interior, roble y humana serían uno. La sangre de la joven se mezclaría con la savia del árbol, y la vida que anidaba en su vientre dejaría de ser solo humana… Y si el vástago que naciera de la unión entre la sangre de la mujer y la savia del roble fuera hembra, las hijas que tuviera heredarían esa maldición… Todas las descendientes del Verdugo serían también herederas del roble.
El verdugo inclinó la cabeza y asintió. «No existe mejor destino que sellar nuestra amistad convirtiéndonos en familia».
Morag Dair (An finscéal)