39

No podría comer aunque me fuera la vida en ello. Le dije a Andrew que lo haría sólo para complacerlo. Lo que hago, en cambio, es salir afuera a sentarme delante del hospital un rato. No quiero alejarme mientras él esté dentro. Me costó lo que no está escrito dejar que la enfermera lo alejara de mí.

Recibo un mensaje de Natalie:

Acabo de aterrizar. Voy a coger un taxi. Llego dentro de nada. Te quiero.

Cuando veo llegar el taxi al hospital, tardo un segundo en ponerme de pie. Hace bastante que no la veo, desde lo de Damon.

Pero nada de eso me importa ya. Hace algún tiempo que no me importa. Tu mejor amigo es tu mejor amigo, haga lo que haga o por mucho daño que te haga, y si duele tanto es porque es tu mejor amigo. Y nadie es perfecto. Los errores se hicieron para que los amigos de verdad se perdonen, es lo que convierte en oficial a un amigo de verdad. En cierto modo, igual que con Andrew, no concibo mi vida sin Natalie. Y ahora mismo la necesito como no la he necesitado nunca.

Echa a correr por el cemento nada más verme, el largo pelo color chocolate ondeando libremente al viento.

—Dios mío, te he echado tanto de menos, Cam.

Me da un abrazo que casi me mata.

No ha hecho más que llegar y ya me estoy aprovechando de su abrazo y sollozando en su pecho. No he podido contener las lágrimas. En mi vida he llorado tanto como en las últimas veinticuatro horas.

—Dios, Cam, ¿qué pasa? —Noto que me peina con las manos mientras lloro suavemente contra su camiseta—. Vamos a sentarnos.

Natalie me lleva hasta un banco de piedra que hay bajo un roble y nos sentamos juntas.

Se lo cuento todo. Desde la razón por la que me fui de Carolina del Norte hasta cuando conocí a Andrew en el autobús de Kansas y todo lo demás hasta llegar al punto en el que me encuentro, sentada con ella en este banco. Ella ha llorado y ha sonreído y se ha reído conmigo cuando le he hablado del tiempo que he pasado con Andrew, y rara vez la he visto más seria. Sólo cuando metieron a mi hermano Cole en la cárcel y después de que mis padres se divorciaran. Y después de que Ian muriera. Puede que Natalie sea una chica alocada, franca, fiestera, que por regla general no sabe cuándo mantener la boca cerrada, pero sabe que hay un momento y un lugar para todo, y en un momento así me entrega su corazón.

—No puedo creer que estés pasando por esto después de lo que pasaste con Ian. Joder, es como si el destino te gastara una broma cruel.

En cierto modo es eso, pero con Andrew parece algo mucho peor que una broma cruel.

—A ver —me dice al tiempo que me pone la mano en la pierna—, piénsalo: ¿qué probabilidades hay de que todo lo que ha pasado como pasó sea una simple coincidencia? —Me mira y sacude la cabeza—. Lo siento, Cam, pero es demasiada coincidencia: vosotros dos estabais destinados a estar juntos. Es como una historia de amor de un puto cuento siniestro que no se puede inventar, ¿sabes?

No digo nada, tan sólo me limito a considerarlo. Por lo general diría algo de su dramático uso de las palabras, pero esta vez no puedo. Sencillamente, no me sale.

Me obliga a mirarla.

—En serio, ¿crees que alguien te haría pasar por todo esto sólo para ver cómo se muere?

Duele oír esa palabra, pero me trago el dolor.

—No lo sé. —Observo los árboles del jardín, pero sin verlos. Sólo veo la cara de Andrew.

—Verás como se pone bien. —Natalie me coge la cara entre las manos y me mira a los ojos—. Saldrá de ésta, sólo tienes que decirle a la muerte que se vaya a la mierda, que a éste te lo quedas tú, ¿vale?

A veces Nat me sorprende. Y ésta es una de esas veces.

Sonrío un tanto y ella me seca las lágrimas de las mejillas.

—Vamos a buscar un Starbucks.

Natalie se levanta, el enorme bolso de piel negro colgando de un brazo, y me tiende la mano.

Vacilo.

—Es que…, Natalie, es que prefiero quedarme aquí.

—No, tienes que alejarte de tanta mala energía un rato, los hospitales le chupan la esperanza a todo. Vuelve cuando ese puto queso de Kellan por el que estoy tan celosa de ti esté ya en la habitación y puedas presentármelo. —Esboza una ancha sonrisa que deja a la vista sus dientes.

Ella siempre me hace sonreír también.

Le doy la mano.

—Muy bien —cedo.

Vamos hasta el Starbucks más próximo en el Chevelle. Natalie pone el coche perdido de babas por el camino.

—Joder, Cam, con éste sí que te ha tocado la lotería. —Se sienta frente a mí dando sorbos a su caffé latte con hielo—. Los tíos así de perfectos no abundan.

—Bueno, perfecto no es —matizo, moviendo la pajita en el vaso—. Habla fatal, es cabezota, me obliga a hacer mierdas que no quiero hacer, y siempre se sale con la suya.

Natalie sonríe y sorbe por la pajita.

Luego me señala brevemente.

—¿Lo ves?, lo que yo decía: perfecto. —Se ríe y después revuelve los ojos castaños—. Y por-fa-vor, te hace hacer mierdas que no quieres hacer, ¡y una mierda! Algo me dice que te encanta que te diga lo que tienes que hacer. —Da una palmada en la mesa y abre unos ojos como platos—. Nooo, es una fiera en la cama, ¿a que sí? ¡¿A que sí?! —Casi no puede contenerse.

Sí que le dije que hubo sexo, pero no le di lo que se dice los detalles jugosos.

Bajo la vista a la mesa.

Natalie da otro golpe y un tío que está sentado detrás de ella nos mira.

—Madre mía, ¡eso es que sí!

—Sí, sí —silbo intentando no reírme—. Y ahora, ¡¿te importaría bajar la voz?!

—Venga, tienes que darme algún detallito de nada —junta el pulgar y el índice para demostrar lo poco con lo que se conforma y entorna un ojo.

Bah, ¿qué coño? Me encojo de hombros, me inclino sobre la mesa y miro a ambos lados para ver si hay alguien poniendo la oreja.

—La primera vez —empiezo, y es como si su cabeza se quedara congelada en el tiempo, los ojos muy fuera de las órbitas, la boca abierta— casi me lo hizo a la fuerza…, ya sabes lo que quiero decir… Claro que quería que lo hiciera, ya sabes…

Mueve la cabeza como si fuera uno de esos perritos de los coches, pero no dice nada porque quiere que continúe.

—Sé que es dominante por naturaleza y que no lo hizo sólo porque le dije que era lo que me gustaba. También sé que así y todo puso cuidado en ello, que no fue demasiado lejos porque quería asegurarse de que estuviera bien.

—¿Alguna vez fue más allá?

—No, pero sé que lo hará.

Natalie sonríe.

—Eres una friki viciosa del sexo —deduce, y me ruborizo de tal forma que por un instante soy incapaz de alzar la vista—. Parece que ese tal Andrew es exactamente lo que necesitabas en todos los sentidos. Te sacó una mierda que ni Ian ni Christian pudieron sacarte. —Levanta la vista, como si mirara al cielo, y se apresura a añadir—: Sabes que te adoro, Ian. —Y se besa dos dedos y señala con ellos hacia arriba. Después se apresura a mirarme a mí.

—Pero no es por eso por lo que lo quiero —replico.

Natalie cierra la boca. Y yo la mía. Creo que acaba de agotarse todo el aire que había en este sitio. Ni siquiera era consciente de lo que decía.

¿Por qué he tenido que decirlo en voz alta?

—¿Estás enamorada de él? —pregunta Nat, aunque no parece realmente sorprendida.

No digo nada. Me limito a tragarme cualquier otra palabra que estuviera dispuesta a soltar.

—Si no estuvieras enamorada de él después de todo lo que has vivido con él, pensaría que eres tú la que tiene el tumor cerebral.

Aunque no me gusta nada que haya utilizado esas dos palabras crueles y terribles, sé que no lo dice con mala intención.

Pero con independencia de su broma desenfadada y su facilidad para hacerme olvidar que las cosas no son tan buenas ahora mismo, ya he agotado mi capacidad para seguirle el juego. Le agradezco que me haya ayudado a no pensar en la depresión y el miedo por Andrew, aunque sólo haya sido durante unos minutos en los que he hablado de sexo con ella y hemos sido como éramos antes.

Sin embargo, ya no puedo más.

Sólo quiero volver al hospital y estar con él.

Natalie y yo volvemos cuando ya es de noche, cruzamos juntas las puertas principales y subimos en el ascensor.

—Espero que ya haya terminado —digo, nerviosa, mirando de nuevo el reflejo borroso de la puerta del ascensor.

Noto que Natalie me da la mano. La miro y veo que me sonríe con dulzura.

El ascensor se abre y enfilamos el pasillo.

Asher y Marna vienen hacia nosotras.

Su expresión hace que el corazón se me caiga a los pies. Aprieto la mano de Natalie con tanta fuerza que probablemente se la esté aplastando.

Cuando Asher y Marna están delante de nosotros, veo que a ella le ruedan las lágrimas sin tregua por las mejillas. Me da un abrazo y dice con voz trémula:

—Andrew ha entrado en coma… No creen que vaya a salir de él.

Me aparto de ella.

Cada pequeño sonido, desde el aire que entra por los respiraderos del techo hasta la gente que pasa por delante de nosotros en el pasillo, cesa de pronto. Noto que Natalie quiere cogerme la mano, pero la rechazo distraídamente y reculo llevándome las manos al corazón. No puedo respirar…, no puedo respirar. Veo los ojos de Asher, brillantes debido a las lágrimas cuando me mira, pero rehúyo su mirada. Rehúyo la mirada porque tiene los ojos de Andrew y no puedo soportarlo.

Marna mete la mano en el bolso y saca un sobre. Se acerca a mí con cuidado y me coge ambas manos para ponerme en ellas el sobre.

—Andrew quería que te diera esto si le pasaba algo. —Me dobla los dedos en torno al sobre con los suyos. No lo miro; la miro sólo a ella; las lágrimas, cayéndome por la cara.

No puedo respirar…

—Lo siento —dice Marna, la voz temblorosa—. Tengo que irme. —Me da unos golpecitos en las manos con aire maternal—. Siempre serás bienvenida en mi casa y en mi familia. Quiero que lo sepas.

Está a punto de caer, y Asher le pasa el brazo por la cintura y la guía por el pasillo.

Me quedo plantada allí en medio. Pasan algunas enfermeras, pero me rodean. Noto que el aire me roza la cara al pasar. Tardo una eternidad en reunir el valor suficiente para mirar el sobre que tengo en las manos. Estoy temblando. Mis dedos toquetean torpemente la solapa.

—Deja que te ayude —oigo decir a Natalie, y estoy demasiado ida para protestar.

Me coge el sobre con delicadeza, me lo abre y abre despacio la carta que hay dentro.

—¿Quieres que te la lea?

La miro, los labios me tiemblan de manera incontrolable, y sacudo la cabeza cuando por fin entiendo su pregunta.

—No…, dame…

Me da la carta y termino de abrirla, las lágrimas cayendo en el papel mientras leo:

Querida Camryn:

Nunca quise que las cosas fueran así. Quería contarte yo mismo todo esto, pero tenía miedo. Tenía miedo de que, si te decía en voz alta que te quería, lo que teníamos moriría conmigo. Lo cierto es que supe en Kansas que tú eras mi alma gemela. Te he querido desde el primer día que te miré a los ojos cuando me lanzaste aquella mirada asesina arrodillada en el asiento. Puede que entonces no fuera del todo consciente de ello, pero supe que algo me había sucedido en ese momento y que ya no podría separarme de ti.

Nunca he vivido como lo hice durante el breve espacio de tiempo que pasé contigo. Por primera vez en mi vida me sentí completo, vivo, libre. Eras la parte del alma que me faltaba, el aire de mis pulmones, la sangre de mis venas. Creo que si existen las vidas anteriores, hemos sido amantes en todas y cada una de ellas. Te conozco desde hace poco, pero es como si te conociera de toda la vida.

Quiero que sepas que te recordaré siempre, hasta en la muerte. Siempre te querré. Ojalá todo hubiera sido distinto. Pensé en ti muchas noches en la carretera. Clavaba la vista en el techo de los moteles e imaginaba cómo sería nuestra vida en común si hubiese vivido. Incluso me puse sentimental y te vi con un vestido de novia, e incluso con un mini yo en el vientre. Ya sabes, he oído que el sexo es genial cuando la mujer está embarazada. ;-)

Pero siento haber tenido que dejarte, Camryn. Lo siento mucho… Ojalá la historia de Orfeo y Eurídice fuese real, porque entonces podrías bajar al inframundo y cantar para que volviera a tu vida. No miraría atrás. No la cagaría como hizo Orfeo.

Lo siento mucho, nena…

Quiero que me prometas que seguirás siendo fuerte, bella, dulce y buena. Quiero que seas feliz y encuentres a alguien que te quiera tanto como te he querido yo. Quiero que te cases, tengas hijos y vivas tu vida. No olvides nunca ser siempre tú misma, y no tengas miedo de decir lo que piensas ni de soñar en voz alta.

Espero que no me olvides nunca.

Una cosa más: no te sientas mal por no haberme dicho que me querías. No hacía falta. He sabido todo este tiempo que era así.

Te querré siempre,

ANDREW PARRISH

Caigo de rodillas en medio del pasillo, la carta de Andrew en la mano.

Y es lo último que recuerdo de ese día.