Probablemente no debiera haber traído aquí a Camryn, porque es lista, y sabía que pillaría el más mínimo cambio en la conversación. No es que mi madre se lo pusiera difícil a Camryn, no, pero éste es un encuentro importante entre ellas, e hice lo que tenía que hacer.
Enfilo el pasillo en dirección al dormitorio de mi madre. Ella está allí, esperándome. Llorando.
—Mamá, no hagas esto, por favor. —La abrazo, poniéndole una mano en la cabeza.
Ella se sorbe la nariz, se atraganta e intenta parar de llorar.
—Andrew, por favor, ve a la cita y…
—Mamá, no. Escucha. —La aparto de mí con delicadeza y la miro, las manos en sus hombros—. Ha pasado demasiado tiempo. Esperé demasiado, y lo sabes. Reconozco que debería haber ido hace ocho meses, pero no lo hice, y ahora es demasiado tarde.
—Eso no lo sabes. —Las lágrimas le corren por la cara.
Suavizo la expresión, pero sé que no me va a escuchar, por muy convincente que suene.
—Ha empeorado —afirmo—. Mira, lo único que quiero es que la conozcas. Es muy importante para mí. Las dos sois muy importantes para mí, y creo que deberíais conoceros…
Mi madre me pone delante una mano y la mueve.
—No puedo hablar de esto —se atraganta de nuevo—, no puedo. Haré lo que quieras que haga, e, hijo, ya me gusta. Se ve que es una chica estupenda. Se ve que es muy distinta de todas las chicas con las que has estado. Y es importante para mí no sólo porque lo es para ti, sino por todo lo que te ha dado.
—Gracias —contesto, procurando no llorar yo también.
Le quito las manos de los hombros.
Me meto una mano en el bolsillo trasero y saco un sobre doblado que pongo en la mano reacia de mi madre. Luego la beso en la frente.
Mi madre se niega a mirarlo. Para ella es algo definitivo. En lo que a mí respecta, dice todas las cosas que yo no podré decir.
Mi madre asiente y le brotan más lágrimas de los ojos. Deja el sobre en la cómoda y coge un pañuelo de papel de una caja que hay junto a la cama. Tras secarse las lágrimas de las mejillas y sorberse el resto, procura recuperar la compostura antes de volver al salón con Camryn.
—¿Por qué no se lo dices sin más, Andrew? —sugiere, volviéndose para mirarme en la puerta del dormitorio—. Deberías contárselo para que podáis hacer lo que queráis antes de que…
—No puedo —aseguro, y esas palabras me abren un agujero en el pecho—. Quiero que todo siga el curso que debería seguir y no que lo forcemos para que pase antes por culpa de otra cosa.
No le hace gracia mi respuesta, pero la entiende.
Salimos juntos y ella sonríe como puede por Camryn cuando entramos de nuevo en el salón.
Camryn también sigue sonriente, pero su cara dice bien claro que sabe que mi madre ha estado llorando.
Mi madre se acerca a ella, que se levanta instintivamente.
—Siento tener que poner fin a esta visita tan pronto —se disculpa mi madre al tiempo que abraza a Camryn—, pero acabo de recibir una mala noticia de un miembro de la familia cuando estaba hablando con Asher. Espero que lo entiendas.
—Claro —afirma Camryn, su expresión endurecida por la preocupación. Me mira un instante de soslayo—. Lo siento. Espero que todo vaya bien.
Mi madre hace un gesto afirmativo y se obliga a sonreír a pesar de los ojos llorosos.
—Gracias, cielo. Que Andrew te traiga en cualquier otro momento, siempre serás bienvenida en esta casa.
—Gracias —contesta Camryn con un hilo de voz, y abraza a mi madre por propia iniciativa.
—Andrew, ¿de qué va todo esto? —pregunta Camryn antes incluso de que cierre la puerta del coche.
Profiero un suspiro e introduzco la llave en el contacto.
—Rivalidad entre hermanos, nada más —explico procurando no mirarla. Arranco el coche y meto la marcha atrás—. Mi madre se disgusta cuando Aidan y yo discutimos.
—Estás mintiendo.
Pues sí, y lo seguiré haciendo.
La miro un instante y salgo a la calle marcha atrás.
—La pobre no quería meterte en esto —empiezo, y el resto de la mentira empieza a tomar forma—. Pero tiene que ver con el funeral de mi padre. Ya viste que no sacó el tema delante de ti. Me llevó a su habitación para contármelo y que no tuvieras que oírlo.
Sigue sin creerme del todo, pero sé que empieza a tragárselo.
—Entonces, ¿qué fue lo de la mala noticia esa del familiar?
—No hay ninguna mala noticia —respondo—. Sólo quería hablar conmigo, le conté que discutí con Aidan por teléfono antes de que saliéramos de mi casa y eso la disgustó.
Camryn suspira y mira por la ventana.
—A mi madre le caes muy bien.
Vuelve la cabeza hacia mí. Al principio me da que quiere seguir hablando de lo de Aidan, pero lo deja estar.
—La verdad es que es una mujer encantadora —opina Camryn—. Quizá Aidan y tú debierais intentar llevaros mejor y así no darle tantos disgustos.
Pone énfasis en el nombre, como si no se creyera mi mentira del todo.
Aunque no viene al caso, es un buen consejo.
—Nena, escucha, lo siento. Quizá no debiera haberte traído tan pronto para que la conocieras.
—No pasa nada —asegura, y se escurre en su asiento para acercarse a mí—. Me alegro de que lo hayas hecho. Me hizo sentir… especial.
Creo que ahora me cree, o tal vez sólo intente apartar la corazonada que tiene, porque es consciente de que por el momento no voy a soltar la verdad.
Le paso un brazo por los hombros.
—Es que eres especial.
Apoya la cabeza en mi pecho.
—No le contaste que nos vamos mañana.
—Lo sé, pero lo haré. Puede que la llame esta noche y se lo diga. —La estrecho con delicadeza—. Ahora que te ha conocido y que está claro que le gustas, creo que no se preocupará tanto por que vaya a hacer algo tan poco normal.
Camryn me mete la mano entre los muslos y me sonríe.
—Ya, ahora sólo tengo que decírselo yo a mi madre. —Se yergue de pronto, como si se le ocurriera algo—. Podría esperar a contárselo cuando pasemos por Carolina del Norte, vamos a verla y así la conoces.
Esa preciosa sonrisa suya de ojos azules es radiante.
Sonrío a mi vez y asiento.
—¿Quieres llevar a alguien como yo a tu casa para que conozca a tu madre? ¿Y si les echa un vistazo a mis tatus y me aleja de ti? —bromeo.
—Ni de coña —niega ella, riendo con ligereza—. Lo que pasará es que se enamorará de ti.
—Vaya, vaya, así que quieres liarme con una madurita.
Los ojos se le salen de las órbitas, y yo echo la cabeza hacia atrás y me río.
—Nena, es broma.
Suelta un bufido y respira hondo, con aire de exasperación, pero tampoco es capaz de ocultar que le hace gracia.
—Por cierto, ¿alguna vez has estado…? Ya sabes…
Es incapaz de decirlo en voz alta, lo que me resulta sumamente divertido.
—¿Con una mujer mayor? —la ayudo, risueño.
Es evidente que el tema la incomoda, pero ha sido ella la que ha preguntado, así que puedo atormentarla con ello lo que me dé la gana.
—Sí, claro.
Vuelve la cabeza bruscamente, los ojos más abiertos si cabe que antes.
—No es verdad.
Río y le digo:
—Que sí.
—Y ¿cuántos años tenía? O… ¿tenían…? —Ladea la cabeza, pero sin mover los ojos.
La versión en plural de pronto parece territorio peligroso, pero quiero ser completamente sincero con ella. Bueno, al menos en lo que a esto se refiere…
Le pongo la mano en la pierna.
—Un par de veces. Una tendría sólo unos treinta y ocho, que a mi modo de ver tampoco es que sea tan distinto de veintiocho, pero también me acosté con una mujer que tenía unos cuarenta y tres.
Camryn tiene la cara al rojo, pero no está celosa ni cabreada, aunque creo que quizá esté un poco… preocupada.
—Y ¿qué te gusta más? —pregunta con tino.
Procuro no reírme.
—Nena, no es cuestión de edad —reconozco—. Me refiero a que no me van las abuelitas ni nada por el estilo, y creo que cualquier mujer, tenga la edad que tenga, que se cuide y siga estando buena es follable.
—Anda que… —Camryn se ríe—. Y luego dices que la que habla mal soy yo.
Se sacude el pasmo que le han provocado mis palabras y espeta:
—No has contestado a mi pregunta.
—Técnicamente, sí —le tomo el pelo un poco más—. Me has preguntado qué me gusta más, y en realidad no hay una respuesta concreta a tu pregunta, sólo puedo responder en general.
Sé exactamente lo que quería preguntar en realidad, y estoy seguro de que ella también, pero nunca dejo escapar la oportunidad de chincharla.
Amusga los ojos.
Me río y al final aflojo.
—Nena, tú eres el mejor sexo que he tenido en mi vida —aseguro, y ella frunce la boca como si dijera: «Sí, claro, sólo lo dices porque ahora mismo no eres objetivo»—. Lo digo en serio, Camryn. No te estoy llenando la cabeza de mierda porque te tenga al lado y porque les tenga aprecio a mis huevos.
Ella sonríe y levanta la vista al techo, pero ahora se cree mis palabras. La estrecho de nuevo contra mí y ella se muestra encantada de apoyar la cabeza otra vez en mi pecho.
—Eres el mejor sexo que he tenido en mi vida porque contigo conseguí algo que no había conseguido con ninguna otra chica.
Ladea y levanta la cabeza para mirarme, a la espera de oír de qué se trata exactamente.
Sonrío y le aclaro:
—Desvirgué tu inocencia, te hice sentir más cómoda con tu sexualidad. Y eso me pone un montón.
Camryn se inclina y me da besos por el mentón.
—Sólo te gusto por esa mamada que te hice en la carretera.
Miro hacia arriba y sonrío.
—Es verdad que eso me gustó mucho, mucho, mucho, sí, pero no, nena, no es por eso por lo que me gustas.
Creo que por fin se siente segura otra vez. Hunde la cabeza en mi pecho y apoya con fuerza el brazo derecho sobre el estómago.
Hacemos el resto del camino a casa sin decir nada. Presiento que su silencio es menos sombrío que el mío. Sin embargo, no quiero preocuparla ni romperle el corazón. Ni ahora ni nunca. Es inevitable, pero quiero retrasarlo todo lo posible.
Pasamos cuatro horas viendo películas en el salón, los dos tumbados en el sofá. La abrazo y la beso cuando intenta prestar atención a una escena importante, y le meto la lengua en la oreja sólo para que me diga a gritos que es asqueroso. Está tan mona cuando le da asco algo…, así que es culpa suya que me guste tanto hacerlo. Nos tiramos palomitas a la boca el uno al otro y puntuamos los tiros. Ganó ella, seis a cuatro, y luego lo dejamos y empezamos a comernos las palomitas en lugar de jugar con ellas. Y le presenté a mi planta, Georgia, que no murió mientras estuve fuera. Camryn me habló de un perro mestizo al que adoptó en un refugio y llamó BeeBop, y yo le dije la pena que me daba que le hubiera puesto semejante nombre al animalito. Da la casualidad de que BeeBop murió de una insuficiencia cardíaca congestiva, como mi perro y mejor amigo Maximus. Le enseñé fotos suyas y casualmente ella también tenía una de BeeBop. De puro feo, era mono.
Hablamos horas y horas, hasta que se me sube encima a horcajadas. Se apoya contra mí y dice con una voz tan melosa que me hace estremecer por dentro:
—Vámonos a la cama…
Me levanto con ella enroscada a la cintura, cogiéndole el culo, y la llevo a la habitación. Me quito la ropa, toda, y me tumbo en mitad de la cama. Antes de traerla aquí ya la tenía dura como el acero. Y la observo cuando se desviste despacio delante de mí, despojándose no sólo de la ropa, sino de su habitual timidez. Avanza hacia mí desde el extremo de la cama y se me echa encima de manera que me noto poniéndosela entre los cálidos labios. No deja de mirarme en ningún momento cuando se coloca de forma que su boca se acerca a la mía, besándome el pecho y rodeándome los pezones con la punta de la lengua. Mis manos retienen el calor de sus muslos hasta que me besa y le cubro los pechos con ellas.
—Me gusta tanto estar así contigo… —susurro contra su boca justo antes de que me deje sin respiración con un beso.
La penetro un poco con suavidad y ella aumenta la intensidad, calentándome y haciendo que quiera metérsela hasta dentro. Pero ahora mismo es ella la que tiene el control, y estaré encantado de que así sea.
Deja de besarme en la boca para besarme un lado del cuello y luego el otro, siempre moviendo las caderas tan despacio que hace que la desee mucho más.
—Deja que antes te ponga cachonda —le susurro, las manos en las pequeñas caderas. Ya está húmeda, pero ésa no es la cuestión—. Ven aquí, nena —pido levantando la barbilla para indicar mi cara.
Ella me lame los labios primero y luego, cuando empieza a subir, bajo un poco más en la cama para dejarle sitio.
No pierdo el tiempo cuando sus muslos envuelven mi cabeza, y empiezo a lamerla con furia, chupándole el clítoris de tal modo que ella empieza a frotarse contra mi cara, las manos agarrando el cabecero de la cama. Está empapada. Cuando empieza a gemir y a gimotear, me detengo. Y sabe por qué. Sabe que quiero que se corra conmigo.
Vuelve a bajar por mi cuerpo y se me sienta encima, restregándose contra mi polla antes de bajar la mano y cogerla.
Cuando se me sube encima, despacio, ambos soltamos un grito ahogado y nos estremecemos.
Después de pasarnos la noche haciendo el amor, se queda frita en mis brazos, y permanecemos así. No quiero soltarla. Lloro en silencio en la suavidad de su pelo hasta que al final también yo me quedo dormido.