El corazón termina imponiéndose siempre a la cabeza. El corazón, a pesar de ser temerario, suicida y masoquista, siempre se sale con la suya. Puede que lo mejor sea utilizar la cabeza, pero ahora mismo me importa una mierda lo que me dice ésta. Ahora mismo lo único que quiero es vivir el momento.
—Levanta, nena —digo mientras le doy unas palmaditas en el culo a Camryn.
Volvió a quedarse dormida entre mis brazos después de que nos despertáramos esta mañana. Puede que yo también acabara cayendo, pero desde anoche en lo único en que pienso es en ella, y nunca sabré si llegué a dormirme.
Protesta y se vuelve para mirarme, el cuerpo enredado en la sábana blanca, el pelo rubio una maraña, pero, así y todo, guapa a rabiar.
—Anda, amor —responde, y el corazón me late con fuerza unas cuantas veces al oír eso—, ¿por qué no dormimos todo el día?
Me pongo la camiseta y los pantalones y me siento en la cama a su lado, apoyando un brazo al otro lado de su cuerpo.
Me inclino y le beso la frente.
—Quiero hacerlo todo contigo —afirmo, la sonrisa tan ancha que soy consciente de lo raro que parece, pero me da lo mismo—. Podemos ir a donde queramos, hacer lo que nos dé la gana.
Nunca he sido tan feliz. No sabía que existía una felicidad así.
Camryn me sonríe con dulzura, en los ojos azules, aún ese brillo inocente de recién despertada. Es como si me estudiara, como si tratase de entenderme, pero disfrutando del proceso.
Extiende los dos brazos.
—Me temo que vas a tener que cargar conmigo a donde vayamos —dice.
La cojo por los brazos y ella se incorpora en la cama.
—No me importa lo más mínimo —me río—. Cargaré contigo lo que haga falta; dará que hablar a la gente, pero me da lo mismo. Aunque, ¿por qué tengo que hacerlo?
Camryn me besa en la nariz.
—Porque no creo que pueda andar.
Al ser consciente de lo que me dice, mi sonrisa se torna oscura.
Se decide a salir de la cama, bajando las piernas, y le veo la incomodidad escrita en la cara.
—Mierda, nena, lo siento mucho.
Lo siento de verdad, pero no puedo dejar de sonreír.
Y lo cierto es que ella tampoco.
—No lo digo para subirte ese ego sexual tuyo —puntualiza—, pero es que nunca me habían follado así.
Lanzo una carcajada echando la cabeza hacia atrás.
—Las barbaridades que puedes soltar por esa boquita… —contesto.
—Oye —me señala—, que es todo culpa tuya. Has sido tú el que me ha convertido en una ninfómana malhablada y pervertida que por lo visto va a estar un día o dos andando raro.
Asiente para recalcar esos datos.
La cojo en brazos con cuidado, con las dos piernas sobre un brazo en lugar de a horcajadas, en vista de cómo se encuentra.
—Lo siento, nena, pero yo diría que ya eras una malhablada cuando te conocí —discrepo, y me río al ver que me mira con el labio superior adelantado—. ¿Pervertida? Puede. Pero ya lo eras, yo sólo contribuí a que lo demostraras. Y ¿ninfómana? Eso significaría que quieres hacerlo a todas horas, aunque te pases un par de días andando raro.
Abre más y más los ojos.
—No, no, no, estoy fuera de servicio, por lo menos hasta mañana por la mañana.
La beso en la frente y la llevo al cuarto de baño.
—Me parece bien —apruebo, y me dejo de bromas y suavizo la expresión—. De todas formas, no te lo permitiría. Hoy, Camryn Bennett, te voy a mimar. Y empezaremos con un largo baño de agua caliente.
—¿Con espuma? —inquiere con ojos de Bambi.
Le sonrío.
—Sí, con espuma.
Abro el grifo de la bañera mientras ella se queda donde la dejo, sentada en la encimera, desnuda.
—Lo de la espuma será complicado, nena —observo mientras estrujo lo que queda de champú del botecito que proporciona el hotel.
—¿Sabes qué? —inquiere balanceando los pies con las manos apoyadas en el borde de la encimera—. Se me está terminando casi todo: la pasta de dientes está seca, y no me vendría mal un poco de gel o algo. —Se inclina y se toca las piernas—. Me van a salir escamas. —Hace una mueca.
Me muerdo un carrillo y me ofrezco:
—Iré a comprar. —Dejo que se llene la bañera y me vuelvo hacia ella para ver lo que tiene en la encimera. Luego salgo a la habitación y vuelvo con un lápiz minúsculo del hotel y un bloc de notas cuadrado del tamaño de mi mano—. ¿Qué necesitas? —Mientras lo piensa, voy apuntando lo que ya ha dicho—. Pasta de dientes, gel… —La miro—. Eso es jabón líquido, ¿no?
—No exactamente —replica, e intento no mirarle las tetas—. No es jabón de manos, es…, no importa, ya lo verás.
Anoto: «NO es jabón de manos».
La miro de nuevo.
—Vale, ¿qué más se te ocurre?
Camryn frunce los labios con aire meditabundo.
—Champú y suavizante, a poder ser de L’Oréal, es un envase rosa, pero la verdad es que da lo mismo, eso sí, no me traigas champú y acondicionador en uno: dejé los que compré hace nada en el último motel. Ah, y tráeme también un bote pequeño de aceite para niños.
Sumamente interesado, enarco una ceja.
—¿Aceite para niños? ¿Tienes algo en mente?
—¡No! —Me da de broma en el brazo con los dedos, pero yo sólo me fijo en cómo se le mueve la teta al hacerlo—. ¡Nada de eso! Es sólo que me gusta usarlo en la ducha.
Apunto: «Bote grande de aceite para niños» (por si acaso).
—Y quizá algo para picotear y un pack de seis botellitas de agua o té que no sea de limón, nada de refrescos. Y, ah —levanta un dedo—, unas tiras de cecina.
Sonrío y lo apunto también.
—¿Es todo?
—Sí, ahora mismo no se me ocurren más cosas.
—Bueno, pues si te acuerdas de algo más, me llamas y me lo dices —propongo mientras me saco el móvil del bolsillo de los cargo—. ¿Cuál es tu número?
Ella sonríe y me lo dice alegremente mientras la llamo desde mi teléfono. Salta el buzón de voz, y digo:
—Hola, nena, soy yo. Vuelvo dentro de nada. Ahora mismo estoy algo atontado mirando a una rubia cañón que está sentada desnuda en una encimera.
Camryn sonríe y se ruboriza, tira de mí hasta meterme entre sus piernas y me besa apasionadamente.
—¡Mierda! —exclama al ver que el agua de la bañera está a punto de salirse.
Cierro el grifo a toda prisa.
Luego dejo el teléfono y la lista de la compra en la encimera y la cojo en brazos.
—Andrew, no soy una inválida —asegura, pero tampoco discute conmigo.
La ayudo a meterse en la bañera y se abandona al agua caliente, dejando que el pelo le caiga por los hombros y se le moje.
—Vuelvo ahora mismo —aseguro cuando me dispongo a marcharme.
—Esta vez, ¿me lo prometes?
La pregunta me hace frenar en seco. Vuelvo la cabeza para mirarla y veo que no bromea. Me hace sentir mal que me lo tenga que preguntar, no porque me ofenda, sino porque le di motivos para que lo pregunte.
La miro con gran seriedad.
—Sí, te lo prometo, nena. Estamos juntos en esto, lo sabes, ¿no?
Camryn me sonríe con dulzura, aunque también con cierta picardía.
—Anda, que me meto en cada una…
Le guiño un ojo y me voy.