Una hora y dos copas después, estoy en «la planta de Rob» del edificio con Blake. Sólo me noto algo achispada, camino y veo perfectamente, así que sé que no estoy borracha. Pero sí alegre de más, y eso me fastidia un poco. Cuando Blake sugirió «ir un rato a un sitio más tranquilo», las alarmas de mi cabeza se dispararon: «No te vayas sola de una discoteca después de haberte tomado unas copas con un tío al que no conoces. No lo hagas, Cam. No eres idiota, así que no dejes que el alcohol te vuelva idiota».
Eso era lo que oía. Y escuché hasta que, en un momento dado, la contagiosa sonrisa de Blake y el hecho de que me hiciera sentir tan a gusto acallaron las voces y las alarmas tanto que dejé de oírlas.
—¿A esto es a lo que llaman «la planta de Rob»? —pregunto mientras miro el paisaje urbano desde la azotea del almacén. Todos los edificios de la ciudad están vivamente iluminados con luces azules, blancas y verdes. Los cientos de farolas bañan las calles de un brillo anaranjado.
—¿Qué esperabas? —contesta él cogiéndome de la mano, un gesto que hace que me estremezca para mis adentros, pero lo acepto—. ¿Un picadero de lujo con espejos en el techo?
Un momento…, eso es exactamente lo que pensaba —bueno, por decirlo de alguna manera—, pero entonces, ¿por qué coño he subido aquí con él?
Vale, ahora me estoy poniendo un poco nerviosa.
Creo que después de todo quizá sí esté algo bebida, de lo contrario no me estaría yendo por los cerros de Úbeda. Y me da pavor y casi hace que se me pase del todo el pedo pensar que acabaría yendo a un «picadero», el que sea, aun estando borracha. ¿Me está idiotizando el alcohol o está sacando a la luz algo que llevo dentro y que no quiero creer que está ahí?
Echo un vistazo a la puerta metálica que se abre en el muro de ladrillo y reparo en que entra luz. Blake la ha dejado abierta: es una buena señal.
Se dirige conmigo hacia una mesa de merendero de madera y me siento encima a su lado, nerviosa. El viento me despeina y hace que se me metan en la boca unos mechones de pelo. Me los aparto con un dedo.
—Me alegro de haber sido yo —afirma Blake, que contempla la ciudad con las manos metidas entre las rodillas; tiene los pies apoyados en el banco.
Encojo las piernas y me siento a lo indio, las manos en el regazo. Lo miro con aire interrogativo.
Él sonríe.
—Me alegro de haber sido yo el que te trajera aquí —aclara—. Una chica guapa como tú ahí abajo, con todos esos tíos. —Vuelve la cabeza para mirarme, sus ojos marrones parecen un tanto luminiscentes en la oscuridad—. Si fuera otro, podrías haber sido la víctima de una violación en un telefilme para tías.
Ahora estoy completamente sobria. Así, en dos segundos, es como si no hubiera bebido nada. Me pongo tiesa de golpe y respiro profunda, nerviosamente.
«¡¿En qué coño estaba pensando?!».
—No te preocupes —añade él sonriendo con suavidad y levantando las dos manos con las palmas hacia afuera—, jamás le haría a una chica nada que ella no quisiera, ni tampoco a una que se ha tomado unas copas y cree que es lo que quiere.
Tengo la impresión de que acabo de esquivar una bala letal.
Relajo un tanto la espalda y noto que puedo volver a respirar. Me refiero a que por supuesto que podría estar comiéndome más la cabeza para lograr que confíe en él, pero el instinto me dice que es de lo más inofensivo. No bajaré la guardia y tendré cuidado mientras esté aquí a solas con él, pero al menos puedo relajarme. Creo que, si intentara aprovecharse de mí, no habría anunciado así el peligro de que se diera tal posibilidad.
Río un tanto sin aliento pensando en algo que ha dicho.
—¿Qué es eso que te hace tanta gracia? —Me mira, sonriente, expectante.
—Lo del telefilme para tías —contesto, y noto cómo a mi boca asoma una sonrisa leve, abochornada—. ¿Ves esa clase de pelis?
Él aparta la mirada, compartiendo mi vergüenza ajena.
—No —asegura—. Creo que tan sólo es una comparación de lo más normal.
—¿De veras? —lo pincho—. No sé. Eres el primer tío al que oigo meter lo de «telefilme para tías» en una frase.
Se ha puesto rojo, y me siento mal por alegrarme tanto de verlo.
—Pues no se lo digas a nadie, ¿vale?
Me mira haciendo un mohín.
Le sonrío y después miro las luces de la ciudad, confiando en truncar las posibles ilusiones que pueda haberse hecho en el transcurso de nuestra breve y juguetona conversación. Me da lo mismo lo majo o lo encantador o lo guapo que sea, no voy a caer rendida a sus pies. Es sólo que no estoy lista para nada que no sea lo que estamos haciendo ahora mismo: mantener una conversación inocente y cordial sin connotaciones sexuales ni compromisos. Es muy difícil tener eso con un tío, porque da la impresión de que siempre piensan que una simple sonrisa implica más de lo que es.
—Y, dime, ¿por qué estás sola? —pregunta.
—Ah, no… —sacudo la cabeza risueña y muevo un dedo—, mejor no entrar ahí.
—Venga, dame algo. Sólo estamos charlando. —Se vuelve por completo para mirarme y apoya un pie en la mesa—. De verdad que quiero saberlo. No es una táctica.
—¿Una táctica?
—Sí, como hurgar en tus problemas para dar con algo que finja interesarme y poder bajarte las bragas. Si quisiera bajarte las bragas, te lo diría directamente.
—Ya, así que no quieres bajarme las bragas. —Lo miro de reojo, con una media sonrisa.
Un tanto derrotado pero sin que desista por ello, suaviza la expresión y dice:
—En un momento dado, claro que querría. Estaría mal de la cabeza si no quisiera acostarme contigo. Pero si eso fuera todo lo que quisiera de ti y te hubiera traído aquí para eso, te lo habría dicho antes de que accedieras a subir.
Agradezco la sinceridad, y desde luego mi respeto hacia él aumenta, pero la sonrisa con que se me heló cuando dijo lo de «si eso fuera todo» lo que quisiera de mí. ¿Qué otra cosa podría querer de mí? ¿Una cita, que podría acabar en una relación? Eh…, no.
—Mira —contesto reculando un tanto y haciéndoselo saber—, no me interesa ninguna de las dos cosas, sólo quiero que lo sepas.
—Cualquiera, ¿de qué dos cosas? —Cae en la cuenta un segundo después. Sonríe y sacude la cabeza—. No pasa nada. En eso estoy contigo: de verdad que sólo te he traído aquí para charlar, por mucho que te cueste creerlo.
Algo me dice que si yo quisiera una de esas dos cosas, sexo o una cita, o las dos, Blake me lo concedería, pero se está echando atrás elegantemente, sin que parezca que ha sido rechazado.
—Respondiendo a tu pregunta —digo cediendo en beneficio de la conversación—, estoy sola porque he tenido unas cuantas malas experiencias y en este momento no quiero tropezar con la misma piedra.
Él asiente.
—Ya. —Deja de mirarme a los ojos y la brisa le revuelve el pelo rubio, apartándole el largo flequillo de la frente—. Por regla general, los tropezones son una mierda, al menos al principio. El proceso de aprendizaje en sí es una pesadilla. —Me mira de nuevo para ahondar en el tema—. Cuando llevas con alguien tanto tiempo, te acostumbras a esa persona, ¿sabes? Es cómodo. Y una vez que nos instalamos en la comodidad, intentar dejarla aunque todo en ella sea horrible y enfermizo es como intentar que un gordo que no mueve el culo del sofá salga del salón lo bastante para que haga otra cosa.
Al darse cuenta de que quizá se esté poniendo muy profundo conmigo demasiado pronto, Blake añade para quitarle hierro al asunto:
—A los tres meses de estar con Jen, ya me sentía cómodo y cagaba cuando estaba ella en casa.
Suelto una risotada, y cuando reúno el valor suficiente para volver a mirarlo, veo que sonríe.
Empiezo a pensar que no ha superado lo de su novia, por mucho que intente convencerse de ello, así que procuro hacerle un favor centrando el doloroso tema en mí antes de que sea consciente de ello y su mundo se derrumbe de nuevo a su alrededor.
—Mi novio murió —cuento, principalmente por él—. En un accidente de coche.
Blake se queda de piedra y me mira, los ojos rebosantes de remordimiento.
—Lo siento, no quería…
Levanto la mano.
—No, no pasa nada, de verdad; tú no has hecho nada. —Después de que él asienta débilmente y espere a que continúe, prosigo—: Fue una semana antes de que termináramos el instituto.
Me pone la mano en la rodilla, pero sé que sólo lo hace para consolarme.
Empiezo a contarle lo que sucedió cuando oigo un fuerte golpe y Blake se cae de la mesa y se da contra el suelo. Ha sucedido tan de prisa que no he visto que Damon se le acercaba desde el lateral ni tampoco lo he oído cuando ha abierto la puerta metálica, a varios metros.
—¡Damon! —chillo mientras placa a Blake antes de que pueda levantarse y empieza a darle puñetazos en la cara—. ¡BASTA! ¡DAMON! ¡POR FAVOR!
A Blake le llueve otra tanda de puñetazos antes de que yo reaccione, me acerque a ellos e intente quitarle a Damon de encima. Me lanzo sobre su espalda y le agarro los brazos en movimiento por las muñecas, pero Damon está tan concentrado sacudiéndole que es como si me hallara a lomos de uno de esos toros mecánicos. Salgo despedida y aterrizo con fuerza en el hormigón con el culo y las manos.
Finalmente Blake se levanta, tras encajarle a Damon un buen puñetazo en la mejilla.
—¡¿Qué coño te pasa, tío?! —pregunta Blake mientras se pone en pie a duras penas. Se lleva una mano a la mandíbula, que se frota continuamente, como si intentara devolverla a su sitio. Le sale sangre de la nariz y tiene el labio superior roto e hinchado. La sangre parece negra en la oscuridad.
—¡Sabes perfectamente qué coño me pasa! —gruñe Damon, y pretende embestirlo de nuevo, pero corro hacia él y hago cuanto puedo para impedírselo. Me planto delante de él y le pongo las manos en ese pecho suyo duro como una roca.
—¡Para ya, Damon! Sólo estábamos hablando. ¿Se puede saber qué coño te pasa? —grito de tal modo que estoy forzando la voz.
Vuelvo la cabeza, las manos aún apoyadas con firmeza en el pecho de Damon, y miro a Blake.
—Lo siento mucho, Blake, lo… lo…
—No te preocupes —asegura con una expresión dura, de rechazo—. Me largo.
Da media vuelta y sale por la puerta metálica. Da un portazo y en el aire resuena un estruendo. Me vuelvo sobre mis talones con los ojos echando chispas y le doy un empujón en el pecho a Damon con todas mis fuerzas.
—¡Eres un capullo! No me puedo creer que hayas hecho eso —le chillo a cinco centímetros de la cara.
Él frunce los labios, la respiración aún agitada debido a la pelea. Tiene los ojos oscuros muy abiertos, la mirada descarada y un tanto feroz. Parte de mí recela de él, pero la parte que lo conoce desde hace doce años borra ese recelo.
—¿Cómo te vas con una mierda de tipo al que acabas de conocer? Creía que eras más lista, Cam, aunque estuvieras pedo.
Me aparto de él y cruzo los brazos enfadada.
—¿Me estás llamando idiota? ¡Sólo estábamos hablando! —exclamo, y el pelo rubio me cae sobre los ojos—. Soy perfectamente capaz de distinguir a un capullo de un tío legal, y en este momento lo que tengo delante es un puto capullo.
Parece que aprieta los dientes tras los tensos labios.
—Me puedes llamar lo que te dé la gana, pero sólo te estaba protegiendo.
Lo dice con una calma asombrosa.
—¿De qué? —le grito—. ¿De una mala conversación? ¿De un tío que sólo quería hablar?
Damon esboza una sonrisa de suficiencia.
—Ningún tío quiere hablar solamente —asegura como si fuera un experto—. Ningún tío lleva a una chica como tú a la azotea de un puto almacén para hablar. Diez minutos más y te habría subido a esa mesa y se lo habría montado contigo. Aquí nadie te oiría gritar, Cam.
Trago el nudo que tengo en la garganta, pero de inmediato otro ocupa su lugar. Puede que Damon tenga razón. Puede que la personalidad sincera y herida de Blake me cegara de tal modo que me tragué una táctica con la que no contaba. Sí, claro que he imaginado esta clase de situaciones y he visto las típicas en televisión, pero puede que Blake probara algo nuevo conmigo… No, no lo creo. Me habría tumbado en la mesa si se lo hubiera pedido, pero el corazón me dice que, de lo contrario, no lo habría hecho.
Le doy la espalda a Damon, no quiero que me vea en la cara nada que pueda dejar traslucir que lo he creído durante un segundo. Estoy más que rebotada por cómo ha llevado el asunto pero no puedo odiarlo eternamente, porque lo cierto es que estaba cuidando de mí. Con la testosterona de macho alfa saliéndole por las orejas, sin duda, pero cuidando de mí, así y todo.
—Cam, mírame, por favor.
Espero unos segundos en plan rebelde antes de volverme con los brazos aún cruzados.
Damon me escruta con una mirada más dulcificada que antes.
—Lo siento, yo sólo… —Suspira y mira hacia un lado, como si lo que va a decir no pudiera decirlo mirándome de frente—. Camryn, no soporto la idea de que estés con otro tío.
Es como si acabaran de darme un puñetazo en el estómago. Incluso se me escapa un grito raro y abro los ojos de par en par.
Miro de reojo con nerviosismo hacia la puerta de metal y luego lo miro a él.
—¿Dónde está Natalie?
Tengo que borrar este tema de esta azotea. ¿Qué coño acaba de decir? No, no puede ser lo que ha parecido que era. Seguro que he oído mal. Sí, estoy achispada otra vez y no puedo pensar con claridad.
Damon se acerca a mí y me agarra de los codos. Siento la necesidad de apartarme de él de inmediato pero me quedo paralizada, apenas capaz de mover nada que no sean los ojos.
—Lo digo en serio —afirma bajando la voz hasta convertirse en un susurro desesperado—. Me gustas desde séptimo.
Otra vez el puñetazo en las tripas.
Al final consigo alejarme de él.
—No, no… —Sacudo la cabeza intentando entenderlo—. ¿Estás borracho, Damon? ¿O colocado? Algo te pasa. —Descruzo los brazos y levanto las manos—. Tenemos que ir a buscar a Natalie. No le diré nada de lo que me has dicho porque no te acordarás por la mañana, pero ahora tenemos que irnos, en serio. Ya.
Echo a andar hacia la puerta metálica, que ahora está cerrada, pero noto que la mano de Damon me rodea el bíceps y me obliga a volverme. Me quedo helada, y el recelo que me asaltó antes vuelve con toda su fuerza, anulando por completo los años que hace que lo conozco y confío en él. Me lanza una mirada más salvaje que la de antes, pero a la vez consigue mantener un inquietante aire de dulzura en los ojos.
—No estoy borracho, y no me he metido nada de coca desde la semana pasada.
El hecho de que se meta coca es más que suficiente para que sea imposible que me sienta atraída por él, pero siempre ha sido uno de mis mejores amigos, de modo que siempre he pasado por alto que se drogara. Sin embargo, ahora mismo está diciendo la verdad, y lo sé precisamente porque es muy amigo mío desde hace mucho tiempo.
Por primera vez me gustaría que estuviera colocado, ya que entonces podríamos olvidar que esto ha pasado.
Miro sus dedos apresándome el brazo y finalmente me doy cuenta de la fuerza con que me tiene agarrada y me asusto.
—Suéltame, Damon, por favor.
En lugar de aflojar la presión, noto que sus dedos me aprietan e intento zafarme. Él tira de mí y, antes de que pueda reaccionar, pega su boca a la mía, la mano libre instalándose en mi nuca e impidiéndome mover la cabeza. Trata de meterme la lengua en la boca, pero logro echar atrás la cabeza lo bastante como para propinarle un cabezazo. Se queda aturdido —igual que yo—, e instintivamente me suelta.
—¡Cam! ¡Espera! —oigo que me grita cuando salgo corriendo y abro de golpe la puerta de metal.
Oigo sus pasos furibundos tras los míos cuando baja a todo correr la ruidosa escalera metálica, pero me lo quito de encima cuando consigo meterme en el ascensor, cierro de golpe la reja y hundo el dedo con fuerza en el botón en el que pone «PRINCIPAL». El mismo matón que nos dejó entrar en la disco está en la puerta cuando salgo corriendo y lo medio empujo para que se aparte y pueda salir.
—Tranquilita, nena —me chilla mientras enfilo la acera y me alejo del almacén.
Llego hasta la estación de servicio Shell y llamo a un taxi.