29

—¿Andrew? ¿Te encuentras bien?

Lo miro cruzando los brazos cuando la puerta de la habitación se cierra suavemente con un clic.

Me ha tenido tan preocupada…, preocupada porque tenía miedo de que se hubiera ido sin decir adiós, pero más preocupada por cómo estaba cuando se fue. Porque su padre acababa de morir.

Contengo la respiración y él pasa por delante para ir hacia las bolsas, en el extremo de la cama.

¿Por qué no me mira?

Reparo de nuevo en las bolsas y me doy cuenta en el acto de lo que está haciendo. Bajo los brazos y me aproximo a él.

—Por favor, háblame —pido en voz queda—. Andrew, me has dado un susto de muerte… —Mete el cepillo de dientes en la bolsa de deporte, dándome la espalda—. Si tienes que ir al funeral, me parece bien. Puedo volver a casa. Podríamos hablar…

Andrew vuelve sobre sus talones.

—Esto no tiene nada que ver con el funeral ni con mi padre, Camryn —espeta.

Y sus palabras me hieren sin tan siquiera saber lo que significan.

—Entonces ¿de qué se trata?

Se da la vuelta de nuevo, fingiendo buscar algo en una de las bolsas, aunque sé que no es más que una distracción. Veo que de su bolsillo trasero asoma un sobre. Pone «RYN»; la primera mitad de lo que supongo es mi nombre está oculta en el bolsillo.

Lo cojo.

Andrew se vuelve y se demuda.

—Camryn… —Suspira entristecido, y mira un instante al suelo.

—¿Qué es esto? —pregunto al ver mi nombre.

Ya estoy levantando la solapa con el dedo.

Él no responde, se queda pasmado esperando a que lea lo que dice la nota, ya que sabe que voy a hacerlo de todas formas.

Quiere que lo haga.

Veo el dinero y lo dejo sin tocarlo en el sobre, que aparto en el extremo de la cama. Lo único que me importa es la nota que tengo en las manos y que me está rompiendo el corazón sin tan siquiera haberla leído aún. Lo miro y miro la nota unas cuantas veces antes de desdoblarla.

Las manos me tiemblan.

¿Por qué me tiemblan las manos?

Y, a medida que leo, se me hace un nudo abrasador en la garganta. Los ojos me arden de rabia, pena y lágrimas.

—Nena, sabías que este viaje tenía que acabar en algún momento.

—No me llames nena —suelto, la nota bien agarrada en una mano que ahora he bajado—. Si te vas, ya no tienes derecho a hacerlo.

—Muy bien.

Lo fulmino con la mirada, mi cara llena de dolor, preguntas y confusión. ¿Por qué estoy tan cabreada, tan dolida? Andrew tiene razón: tenía que acabar en algún momento, pero ¿por qué permito que me afecte así?

Las lágrimas empiezan a caer. No puedo contenerlas, pero desde luego no pienso echarme a berrear como si fuera una niña pequeña. Me limito a mirarlo, la cara tensa y consumida por el dolor y la ira. Tengo los puños apretados, la nota de Andrew medio estrujada en la mano.

—Si te fueras así por tu padre, porque necesitaras tiempo para estar solo y lo del final de la nota fuera tu número en lugar del de la reserva de un billete, podría entenderlo. —Levanto el papel espachurrado y lo dejo caer—. Pero que te marches por mí y finjas que no ha pasado nada entre nosotros… Andrew, eso duele. Duele mucho, joder.

Veo que se le crispa la mandíbula.

—¿Quién coño ha dicho que podría fingir que no ha pasado? —escupe, a todas luces dolido con mis palabras. Suelta el asa de la bolsa y se aparta de la cama para acercarse a mí—. Nunca podré olvidar nada de esto, Camryn. Por eso no podía verte.

Corta el aire entre nosotros con las manos.

Retrocedo y me alejo de él. No puedo con esto. El corazón me duele demasiado. Y me cabrea no poder parar de llorar. Miro la nota que tengo en la mano, lo miro a él y por último me acerco a la cama y la dejo junto al sobre y el dinero.

—Muy bien, vete. Pero me pagaré yo sola la vuelta a casa. —Me seco los ojos y voy hacia la puerta.

—Sigues teniendo miedo —me dice.

Me vuelvo.

—¡Tú no sabes una mierda!

Abro la puerta, tiro su llave al suelo y regreso a mi habitación.

Doy vueltas. Y vueltas. Y vueltas. Me dan ganas de darle un puñetazo a la pared o de romper algo, pero al final acabo berreando como una niña pequeña.

Andrew irrumpe en mi habitación, la puerta golpea la pared al hacerlo. Me coge por los brazos, clavándome los dedos en los músculos.

—¡¿Por qué sigues teniendo miedo?! —Las lágrimas se agolpan a sus ojos, unas lágrimas airadas, dolorosas. Me sacude—. ¡DI LO QUE SIENTES!

Su voz atronadora hace que el cuerpo se me ponga rígido un instante, pero le aparto las manos. Estoy muy confundida. Sé lo que quiero decir. No quiero que se vaya, pero…

—¡Camryn! —Su expresión es colérica y desesperada—. Di lo que sientes, sea lo que sea. No me importa lo peligroso, estúpido, hiriente o divertido que pueda ser… ¡DIME QUÉ SIENTES!

Su voz me atraviesa.

No para:

—Sé sincera conmigo. Sé sincera contigo misma.

Sus manos me señalan.

CAMR

—¡No quiero que te vayas, joder! —le grito—. ¡La idea de que te marches y no vuelva a verte me parte el corazón! —Tengo la garganta al rojo vivo—. ¡Sin ti no puedo respirar, joder!

—¡DILO! Maldita sea —exclama, exasperado—, ¡dilo!

—¡Quiero ser tuya! —Ya casi no puedo mantenerme en pie, los sollozos me sacuden el cuerpo entero. Los ojos me escuecen y el corazón me duele como nunca me ha dolido.

Andrew me agarra, uniéndome las muñecas a la espalda con una mano, y a continuación tira de mí y me pega la espalda a su pecho.

—Dilo otra vez, Camryn —exige.

Siento el calor de su aliento en el cuello, me produce escalofríos. Noto que sus dientes me rozan la piel bajo la oreja.

—Dilo de una puta vez, nena.

Su mano me aprieta con fuerza, dolorosamente, las muñecas.

—Te pertenezco, Andrew Parrish. Andrew Parrish…, quiero ser tuya…

Los dedos de su otra mano se enroscan con furia en mi pelo, me echan la cabeza hacia atrás y dejan mi garganta a su merced. Andrew me muerde la barbilla y después el cuello entero. Su polla se me clava por detrás, a través de la ropa.

—Por favor… —susurro—, no me dejes…

Con la espalda aún pegada a su duro cuerpo y mis muñecas inmovilizadas en su mano, me quita sin contemplaciones los pantaloncitos y las bragas. Me obliga a ir hacia la cama, las rodillas contra el colchón, y me levanta los brazos para quitarme la camiseta.

No vuelvo la cabeza cuando oigo que se quita las zapatillas y la ropa. Sólo me moveré cuando me deje.

Sus abdominales, duros como una roca, se me hunden en la espalda. Sus brazos calientes me rodean la cintura desnuda; una mano sube para estrujarme un pecho, la otra baja y se cuela entre mis piernas. Echo atrás la cabeza contra su pecho cuando introduce un dedo entre mis labios palpitantes y me atormenta con él. Jadeo y ladeo la cabeza para poder besarlo. Su lengua sale al encuentro de la mía, y su humedad tibia, carnosa, me hace enloquecer. Nuestros labios se unen y me besa con voracidad, hasta el punto de que ninguno de los dos puede respirar. A continuación me tumba boca abajo en la cama. Mis manos arañan las sábanas, los dedos arrugando la tela hasta que todo su peso cae sobre mi espalda y mis brazos son incapaces de sostener mi cuerpo. Me agarra las muñecas de nuevo y me las lleva a la espalda, apretándose contra mí.

—Mierda, Andrew, fóllame, por favor…, por favor —suplico, la voz temblorosa. Esta vez digo lo que siento sin necesidad de que él me provoque.

Y me hace sentir muy bien.

Andrew se echa encima de mí por completo, su dureza enérgica y persistente. Lo quiero dentro de mí desesperadamente, pero él me priva de ello a propósito, me hace sentir que me la va a meter de un momento a otro, pero nada.

Vuelvo a notar escalofríos cuando me recorre la nuca con la punta de la lengua. Tengo un lado de la cara contra el colchón, la mole del cuerpo de Andrew sobre mí no deja moverme. Me muerdo el labio cuando sus dientes se van clavando en mi espalda, lo bastante para causarme dolor, pero no para rasgar la piel. Y después de morderme, me besa y me lame por todas partes para aliviar el dulce dolor.

Como si fuese ligera como una pluma, Andrew hace que me dé la vuelta con una sola mano, poniéndome de espaldas, y me sube hasta el centro de la cama. Luego se me mete entre las piernas, que separa con las rodillas de manera que quedo completamente expuesta ante él, y acto seguido me agarra los muslos, obligándome a seguir con las piernas abiertas.

Sus ojos verdes me miran una vez y después la vista baja hasta donde me muestro por completo a él. Me explora con aire juguetón, deslizando todo un dedo entre mis labios y después alrededor del clítoris. Jadeo y me estremezco, cada vez que me toca noto que algo se remueve por dentro. Me mira otra vez con unos ojos peligrosamente bajos y me introduce por completo sus dedos. Bajo una mano para unirme a la suya y deja que me toque un instante antes de impedírmelo. Ahora sus dedos son furiosos, palpan cualquier lugar sensible al tacto, y empiezo a retorcerme despacio, la cabeza hundida en la almohada. Y, como si supiera que estoy a punto de correrme, aparta la mano para negármelo.

Va subiendo por mi cuerpo, besándome, lamiéndome y mordiéndome la piel desde los muslos hasta el cuello, y me sujeta los brazos por encima de la cabeza para que no pueda tocarlo. Sus ojos lobunos me escrutan la boca y después los ojos, y me dice:

—Te voy a follar como nunca… Vas a ver lo que es bueno.

Sus palabras abren un sendero de placer desde mi oreja hasta la humedad palpitante de mi entrepierna. Me muerde la lengua y después me besa con furia, y respiramos con fuerza en la boca del otro, gemimos contra los labios del otro.

Sin dejar de besarme, su mano derecha baja hasta su polla y me encuentra, me la mete lo justo, volviéndome loca. Adelanto la cadera hacia él intentando que me penetre más, lo beso con más ímpetu y finalmente consigo rodearle el cuello con una mano. Le cojo el pelo con tanta fuerza que es como si se lo arrancara. No le importa. Ni a mí. Disfruta del dolor tanto como yo.

Y luego, muy despacio, tanto que noto cada sensación dolorosamente abrasadora recorriéndome el cuerpo, entra dentro de mí. Arqueo el cuello en la almohada, abro los labios. Jadeo, gimo y gimoteo. Los ojos me escuecen tanto que los siento pesados, y casi no puedo mantener abiertos los párpados. Es como si su polla se abultara dentro de mí, y los muslos me tiemblan contra su cuerpo.

Me folla despacio al principio, obligándome a abrir los ojos para ver los suyos. Me muerde el labio inferior y tira de él y lo recorre por entero con la punta de la lengua.

Pego mi boca a la suya mientras lo embisto con la cadera y lo obligo a hundirse más en mí.

Ahora me tiemblan descontroladamente las piernas. Andrew empieza a follarme con más fuerza y no puedo seguir besándolo. Mi cuello vuelve a separarse de la almohada, mi espalda se eleva, ofreciéndole los pechos, y él me lame con avidez los pezones. Le rodeo el cuerpo con los brazos y las piernas, clavándole las uñas en la espalda, que se perla de sudor. Le rasgo la piel, y eso sólo hace que me folle con más dureza.

—Córrete conmigo —me susurra acaloradamente al oído, y me besa de nuevo.

Segundos después, me corro. Mi cuerpo tiembla y se estremece mientras me aprieto contra él.

—No te salgas —musito mientras nos corremos juntos, y no lo hace.

Un gemido hondo, estremecedor, le sube por el pecho, y siento su calor derramándose dentro de mí. Aprisiono su cintura con las piernas hasta que no puedo más y poco a poco voy aflojando la presión. Él no para de dar embestidas hasta que su cuerpo empieza a relajarse.

Se tumba a mi lado, la cara en mi corazón, mi pierna enroscada a su cintura, y así permanecemos un rato, aovillados, dejando que nuestra respiración se normalice y nuestros cuerpos se calmen. Pero a los veinte minutos ya estamos otra vez. Y antes de que la noche termine y nos quedemos dormidos abrazados, me lo ha hecho de más formas distintas que en toda mi vida.

A la mañana siguiente, cuando entra un sol radiante a través de las cortinas, me demuestra que no siempre es rudo y agresivo despertándome con dulces besos. Me besa cada una de las costillas y me masajea la espalda y los muslos antes de hacerme el amor tiernamente.

Podría morir en esta cama con él ahora mismo, entre sus brazos, y no sabría que había muerto.

Andrew me estruja de nuevo entre sus brazos y me da besos por la barbilla.

—Ya no te vas a ninguna parte —susurro.

—Nunca quise hacerlo.

Me vuelvo para tumbarme de cara a él, enredando las desnudas piernas en las suyas. Él apoya la frente en la mía.

—Pero ibas a hacerlo —digo en voz baja.

Asiente.

—Sí, iba a hacerlo porque… —deja la frase a medias.

—¿Por qué? —pregunto—. ¿Porque tenías demasiado miedo de lo que era obvio?

Sé que ésa debe de ser la razón. Creo. Espero…

Andrew baja la vista, y yo le recorro la ceja con un dedo y luego el caballete de la nariz. Me echo un tanto hacia adelante y lo beso con suavidad en los labios.

—¿Andrew? ¿Es ésa la razón?

El corazón me dice que no.

Sus ojos comienzan a sonreír y me estrecha con más fuerza entre sus brazos, besándome con furia.

—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? —pregunta, como si no creyera que pudiese gustarme así, lo que me resulta de lo más absurdo.

Me esfuerzo por saber cómo piensa, pero no lo consigo.

—¿Por qué no iba a estarlo? —contesto—. Andrew, lo que te dije lo dije en serio: sin ti no puedo respirar. Anoche, después de que desaparecieras el día entero, me senté en el borde de esta cama y estaba literalmente sin aliento. Pensé que te habías ido y empecé a pensar que ni siquiera tenía tu número de teléfono y que ya no podría localizarte…

Me pone un dedo en los labios para tranquilizarme.

—Ahora estoy aquí, y no me iré a ninguna parte.

Sonrío con anhelo y apoyo la cabeza en su pecho. Su barbilla descansa en mi cabeza. Oigo el latido de su corazón y su respiración regular, pausada. Nos quedamos así durante horas, sin apenas decir una palabra. Me doy cuenta de que así es exactamente como he querido estar desde que hablé con él en aquel autobús aquel día.

He roto todas las reglas. Todas y cada una de ellas.