24

Jugamos otra partida, que él gana limpiamente, y después decido volver a nuestra mesa a sentarme antes de que los zapatos nuevos me hagan ampollas. Voy por la segunda Heineken y casi ni la siento aún. Me tomaré otra para ponerme a tono.

—¿Juegas una, tío? —pregunta un chico que se acerca a Andrew justo cuando va a sentarse conmigo.

Él me mira y le indico que adelante.

—Ve, estoy bien. Voy a ver los mensajes y a descansar un poco.

—Vale, nena —responde—, pero, si quieres que nos vayamos antes de que termine, dímelo y nos vamos.

—No te preocupes —le aseguro, animándolo—, ve a jugar.

Me sonríe y vuelve al billar, que está a menos de cinco metros. Cojo el bolso de debajo de la mesa, lo planto delante y busco el móvil.

Lo que sospechaba: Natalie me ha llenado el teléfono de mensajes, dieciséis en total, pero por lo menos no me ha llamado. Mi madre tampoco ha llamado, pero recuerdo que se iba al crucero ese con su nuevo novio este fin de semana. Espero que se lo esté pasando bien. Espero que se lo esté pasando tan bien como yo.

Empieza a sonar otra canción por los altavoces del techo y me doy cuenta de que ahora hay el triple de gente en el bar que cuando entramos. Aunque Andrew no está tan lejos, sólo lo veo mover los labios cuando le dice algo al tío con el que está jugando al billar. La camarera vuelve y le pido otra cerveza. Se va a buscarla, dejándome con la reina de los mensajes. Natalie y yo chateamos un poco: qué ha hecho hoy y adónde va a ir esta noche, pero sé que sólo es hablar por hablar, que en realidad se muere de ganas de saber más de lo que estoy haciendo en Nueva Orleans con este «tío misterioso», a quién se parece (no qué aspecto tiene, porque ella siempre compara a los tíos con famosos), y si ya me he «bajado al pilón». Lo dejo todo en vaguedades para atormentarla. Después de todo, se lo merece. Además, todavía no estoy lista para hablar de Andrew con ella. A decir verdad, ni con ella ni con nadie. Es como que, si hablo de él, aunque sea sólo para confirmar que existe y que estoy con él, toda esta experiencia se desvanecerá en la nada. La gafaré. O despertaré y me daré cuenta de que Blake me echó algo en una de las copas que me sirvió aquella noche antes de que subiera a la azotea con él y todo este viaje con Andrew no es más que una alucinación.

—Soy Mitchell —dice una voz acompañada de un fuerte olor a whisky y colonia de hombre barata.

El tío es de complexión media, musculoso, pero no demasiado. Tiene los ojos inyectados en sangre, igual que el rubio que está a su lado.

Sonrío por sonreír y miro de reojo a Andrew, que viene hacia mí.

—No estoy sola —digo amablemente.

El musculoso mira la otra silla y luego de nuevo a mí como para hacer ver que no hay nadie.

—¿Camryn? —dice Andrew, tras ellos—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —contesto.

El musculoso se vuelve y lo ve.

—Ha dicho que está bien —suelta, y percibo su tono desafiante.

No he querido decir: «Estoy bien, déjame, Andrew», y él lo sabe, pero por lo visto estos tíos no.

—Está conmigo —aclara él procurando no alterarse, aunque probablemente sólo lo haga por mí: ya tiene en los ojos esa inconfundible mirada agresiva.

El rubio se ríe.

El musculoso me mira otra vez; en una mano, una botella de Budweiser.

—¿Es tu novio o algo?

—No, pero somos…

El musculoso me dirige una sonrisa burlona y mira de nuevo a Andrew, cortándome.

—No eres su novio, así que lárgate, tío.

De agresiva acaba de pasar a furia asesina. Andrew no va a aguantar mucho más.

Me levanto.

—Puede que la chica quiera hablar con nosotros —aventura el musculoso, y bebe otro trago de cerveza. No parece borracho, sino sólo achispado.

Andrew se acerca más y ladea la cabeza mirando al tío. Luego me mira a mí.

—Camryn, ¿quieres hablar con ellos?

Sabe que no quiero, pero ésta es su forma de echar vinagre a la herida que está a punto de infligirle a ese tío.

—No.

Andrew redondea la barbilla, y veo que está que bufa cuando se encara con el musculoso y le espeta:

—Lárgate de una puta vez o te rompo los dientes.

El grupito que rodeaba las mesas de billar se está reuniendo a cierta distancia.

El rubio, el más listo de los dos, le pone una mano en el hombro.

—Venga, tío, vámonos.

Y señala hacia donde se supone que estaban sentados antes.

El musculoso le aparta la mano y se aproxima más a Andrew.

Y ya está liada.

Andrew retrocede con el taco y se lo estampa al tío en el pecho, levantándolo y cortándole la respiración. El tío da un traspié hacia atrás, está a punto de darse con mi mesa, pero intenta agarrarse al borde para no caerse. Pego un grito y cojo el bolso justo antes de que caiga con él. Mi cerveza se estrella contra el suelo. Antes de que el tío pueda levantarse, Andrew está encima, descargando una lluvia de puñetazos sobre su cara.

Me aparto más y me acerco al extremo de la escalera, pero más gente se arrima para mirar, creando una barrera detrás de mí.

El rubio se lanza contra Andrew por detrás y lo coge del cuello para separarlo de su amigo. Entonces yo me tiro encima de él, dándole en la cara con mi endeble puño, el bolso enredándoseme en el hombro e impidiendo que le acierte, ya que no deja de moverse. Pero Andrew se zafa del rubio con facilidad, se revuelve y le encaja una patada justo en mitad de la espalda que lo tira al suelo de bruces.

Entonces me coge de la muñeca.

—Quítate de en medio, nena.

Me empuja hacia la masa y se centra otra vez en los dos tíos en un abrir y cerrar de ojos.

El musculoso ha conseguido levantarse, pero no por mucho tiempo, ya que Andrew le da dos puñetazos rápidos en ambos lados del mentón y un gancho que lo hace sangrar. Veo caer al suelo un diente ensangrentado. Me asusto. El tipo cae de espaldas sobre otra mesita, que también se lleva consigo arrancándola de su base de metal. Y cuando el rubio vuelve por Andrew, el tío con el que antes estuvo jugando al billar interviene y se encarga de él, dejándole el musculoso a Andrew.

Cuando los porteros logran abrirse paso entre el gentío para poner fin a la pelea, Andrew ya le ha puesto los dos ojos morados al musculoso, que además sangra por la nariz. El tipo tropieza y se lleva la mano a la nariz cuando el portero lo coge por el hombro y tira de él hacia la gente.

Andrew aparta la mano del otro portero, que viene detrás.

—Ya lo he pillado —amenaza, y levanta una mano para decirle que lo deje en paz. Con la otra se seca un hilo de sangre de la nariz—. Ya me voy, no hace falta que nadie me eche.

Corro hacia él y me agarra de la mano.

—Camryn, ¿estás bien? ¿Te han dado?

Me mira por todas partes, los ojos feroces y descontrolados.

—No, estoy bien. Vámonos.

Me aprieta la mano, me arrima a él y nos abrimos paso entre la gente, que se aparta al vernos pasar.

Cuando salimos al aire nocturno, la música que sale del bar cesa una vez que la puerta se cierra. Los dos idiotas de la pelea ya están fuera, bajando por la calle, el musculoso aún con la mano en la ensangrentada cara. Estoy segura de que Andrew le ha partido la nariz.

Él me para en la acera y me coge por los brazos.

—No me mientas, nena, ¿te han hecho daño? Juro por Dios que si te han hecho algo, voy a por ellos.

Me está derritiendo, llamándome «nena». Y esa mirada preocupada, feroz en los ojos… Sólo quiero besarlo.

—De veras —aseguro—, estoy bien. Incluso le di a uno unas cuantas veces cuando se te echó encima por detrás.

Me quita las manos de los brazos y me coge la cara, mirándome de arriba abajo como si no me creyera.

—No me han hecho nada —digo por última vez.

Me besa con fuerza en la frente.

A continuación me agarra la mano.

—Vamos al hotel.

—No —objeto—, nos lo estábamos pasando bien, y por culpa de esta mierda se me ha bajado el pedo.

Ladea la cabeza y suaviza la mirada.

—Entonces, ¿adónde quieres ir?

—Vayamos a otro bar —sugiero—. No sé, a uno más tranquilo quizá.

Andrew profiere un hondo suspiro y me aprieta la mano. Luego vuelve a mirarme de arriba abajo: primero los pies, las uñas pintadas asomando de la punta de los zapatos, y luego el resto del cuerpo hasta llegar al ceñido top negro sin tirantes, que no estaría de más que me colocara bien.

Libero la mano y me lo subo un poco para que vuelva a su sitio.

—Me encanta verte así —afirma—, pero reconoce que es un imán para gañanes.

—Es que no me apetece volver al hotel sólo para cambiarme el top.

—No, no tienes que hacerlo —responde, y me coge de nuevo la mano—. Pero si quieres que vayamos a otro sitio, vas a tener que hacerme un favor, ¿vale?

—¿Qué?

—Fingir que eres mi novia —dice, y una sonrisilla aflora a mis labios—. Al menos así nadie se meterá contigo, o será menos probable que lo haga. —Tras una pausa, me mira y añade—: A menos que quieras que te entren los tíos.

No tardo ni un segundo en negar con la cabeza.

—No. No quiero que me entre ningún tío. Si es un flirteo inocente, vale (hace milagros con mi autoestima), pero nada de gañanes.

—Bueno, entonces, hecho. Esta noche eres mi atractiva novia, lo que significa que más tarde te llevaré a la habitación y te haré chillar un poco.

Ahí está otra vez esa sonrisa juvenil suya que tanto me gusta.

Ahora noto un hormigueo entre las piernas. Trago saliva y disimulo entornando los ojos con aire juguetón.

Me alegro de volver a verle los hoyuelos en lugar de esa expresión iracunda —aunque tremendamente sexy— que le consumía los rasgos hace un momento.

—Por mucho que me guste (y gustar es quedarse corto), no volveré a dejar que me hagas eso.

Parece dolido y algo asombrado.

—¿Por qué no?

—Porque, Andrew, es que…, bueno, que prefiero que no lo hagas. Ven aquí.

Le pongo las manos en el cuello y lo acerco a mí. Luego lo beso con ternura, dejando que después mis labios se detengan en los suyos.

—¿Qué haces? —inquiere mirándome a los ojos.

Le sonrío con dulzura.

—Estoy metiéndome en el personaje.

Sonríe. Luego me obliga a volverme y me pasa el brazo por la cintura mientras vamos hacia Bourbon Street.