22

A la mañana siguiente Camryn me despierta al mover la cabeza, que tiene apoyada en mi regazo en el asiento delantero del coche.

—¿Dónde estamos? —pregunta, levantándose.

El sol entra por las ventanillas del vehículo y se remansa en el interior de su puerta.

—A una media hora de Nueva Orleans —respondo, y me llevo una mano a la espalda para masajearme un músculo tenso.

La noche anterior nos pusimos en carretera de nuevo después de salir del campo, y teníamos pensado llegar a Nueva Orleans, pero estaba tan cansado que casi me quedé dormido al volante. Ella ya se había dormido. Así que aparqué a un lado de la carretera, eché la cabeza hacia atrás y me quedé frito. Podría haber dormido más cómodo solo en el asiento trasero, pero preferí estar agarrotado por la mañana si eso significaba encontrarme a su lado cuando me despertase.

Hablando de agarrotamientos…

Me restriego los ojos y me muevo un poco para ejercitar algunos músculos. Y para asegurarme de que tengo los calzoncillos lo bastante sueltos por delante para que mi evidente erección no sea un tema de conversación.

Camryn se estira y bosteza, luego levanta las piernas y apoya los pies descalzos en el salpicadero, haciendo que los pantaloncitos se le suban por los muslos.

No es una idea muy buena a primera hora de la mañana.

—Debías de estar muy cansado —afirma mientras se deshace la trenza con los dedos.

—Sí, si hubiera intentado conducir más, tal vez hubiésemos acabado empotrados en un árbol.

—Vas a tener que dejarme conducir, Andrew, o…

—¿O qué? —le sonrío—. ¿Te pondrás a lloriquear y apoyarás la cabeza en mi regazo y me dirás «por favor»?

—Anoche funcionó, ¿no?

Touché.

—A ver, no me importa que conduzcas. —La miro de reojo y arranco—. Prometo que después de Nueva Orleans, vayamos a donde vayamos, te dejaré coger el volante un rato, ¿vale?

Una sonrisa dulce, comprensiva, le ilumina la cara.

Me incorporo a la carretera después de que un monovolumen pase a toda velocidad, y Camryn vuelve a pasarse los dedos por el pelo. Luego empieza a hacerse una trenza a la espalda como es debido, tan de prisa y sin tener que mirar que no acabo de entender cómo puede hacer algo así.

No obstante, mis ojos no paran de volver a sus piernas desnudas.

Tengo que dejar de hacer esto como sea.

Ladeo la cabeza y miro por mi ventana, de la ventana al parabrisas y así sucesivamente.

—También tenemos que encontrar una lavandería, y pronto —advierte, y se enrolla la goma en el extremo del pelo—. Ya no tengo ropa limpia.

He estado esperando una oportunidad para colocarme bien el paquete y, cuando empieza a buscar algo en el bolso, la aprovecho.

—¿Es verdad… —pregunta mientras me mira con una mano metida en el bolso. Aparto mi mano de la entrepierna pensando que voy a lograr que parezca que sólo me estoy estirando los pantalones para estar más cómodo cuando añade—: que a todos los tíos se les pone dura por la mañana?

Los ojos se me salen de las órbitas. Me limito a mirar por el parabrisas.

—No todas las mañanas —respondo, aún tratando de no mirarla.

—¿Algo así como los martes y los viernes, entonces?

Sé que sonríe, pero me niego a confirmarlo.

—¿Hoy es martes o viernes? —añade, chinchándome.

Al final, la miro de reojo.

—Es viernes —digo sin más.

Camryn suelta un bufido.

—No soy un zorrón —asegura, bajando las piernas del salpicadero—, y estoy segura de que tú tampoco lo crees, dado que eres el que me ha animado a ser más abierta con mi sexualidad y con lo que quiero…

Deja la frase a medias. Es como si esperara que confirme lo que acaba de decir, como si siguiera preocupándole lo que pueda pensar de ella.

La miro a los ojos.

—No, no pensaría nunca que eres un zorrón a menos que fueras por ahí tirándote a un montón de tíos, claro que en ese caso yo estaría en la cárcel porque tendría que partirles la puta cara a todos. Pero no, ¿por qué lo dices?

Se ruboriza, y juro que los hombros casi le llegan a las mejillas.

—Es que pensaba…

Sigue sin estar segura de si quiere decirlo, sea lo que sea.

—¿Qué te he dicho, nena? Di lo que se te pase por la cabeza.

Camryn ladea la barbilla y me mira con ternura.

—Pues que como tú hiciste algo por mí, pensé que quizá yo pudiera hacer algo por ti. —Casi al instante cambia de parecer, como si siguiera preocupándole lo que yo pueda pensar—. Sin compromiso, claro. Será como si no hubiera pasado nunca.

«¡Mierda! ¿Cómo es que no lo he visto venir?».

—No —espeto en el acto.

Ella se estremece.

Suavizo la expresión y la voz.

—No puedo permitir que hagas algo así por mí, ¿vale?

—Mierda, y ¿por qué no?

—Es que no puedo… Dios, claro que quiero, no sabes cómo, pero es que no puedo.

—Eso es una estupidez.

Se está mosqueando de verdad.

—Un momento…

Me dirige una mirada inquisitiva e inclina la cara.

—¿Te pasa algo ahí abajo?

Me quedo boquiabierto.

—Ehhh…, ¿no? —respondo con los ojos muy abiertos—. Mierda, aparco y te lo enseño.

Camryn echa la cabeza hacia atrás, se ríe y luego se pone seria otra vez.

—Así que no te vas a acostar conmigo, no vas a dejar que te haga una paja y tuve que obligarte a que me besaras.

—No me obligaste.

—Tienes razón —admite—. Te seduje para que lo hicieras.

—Te besé porque quise —aseguro—. Quiero hacer de todo contigo, Camryn, ¡créeme! En unos pocos días he imaginado más posturas contigo de las que aparecen en el Kamasutra. Quiero… —Me doy cuenta de la fuerza con la que estoy agarrando el volante.

Ella parece dolida, pero esta vez no me ablando.

—Te lo dije —pruebo con tacto—, no puedo hacer eso contigo o…

—O tendré que dejar que sea tuya —termina la frase enfadada—, sí, me acuerdo de lo que dijiste, pero ¿qué significa exactamente eso de que «sea tuya»?

Creo que Camryn sabe exactamente lo que quiere decir, pero desea estar segura.

Un momento…, está jugando conmigo; o es eso, o aún no sabe lo que quiere, sexualmente o en general, y se muestra tan confundida y reacia como yo.