En un abrir y cerrar de ojos, me levanto de la cama y echo a andar hacia la puerta lo más de prisa que puedo.
—Camryn, espera.
Sigo moviéndome, más de prisa incluso cuando lo siento acercarse, y agarro el pomo, abro la puerta y echo a correr por el pasillo.
—Por favor, espera un puto minuto —pide, siguiéndome, y percibo la creciente irritación en su voz.
No le hago caso, meto la mano en el bolsillito trasero de los pantalones, saco la llave y la introduzco en la puerta. Entro y me dispongo a cerrar, pero Andrew ha conseguido entrar.
La puerta se cierra.
—¿Quieres hacer el favor de escucharme? —Prueba una vez más, exasperado.
No quiero mirarlo, pero lo miro.
Cuando finalmente me vuelvo, le veo unos ojos muy abiertos, intensos y sinceros.
Se acerca a mí y me coge con cuidado por los brazos. Luego se inclina hacia adelante y me besa delicadamente. Me relajo, pero sigo demasiado confusa para reaccionar como es debido. Confusa, aturdida y con el corazón a mil.
Andrew se aparta y me mira, la sinceridad reflejada en su cara. Ladea la cabeza… sonriendo.
—¿Qué tiene esto de gracioso? —pregunto con aspereza, e intento alejarme de él.
Aún me tiene cogida por los brazos, y me obliga a dirigirle mi mirada humillada, que empieza a traslucir resentimiento.
—He dicho que mi interés por ti no va por ahí, Camryn, porque… —para, escrutándome, mirando mis labios un instante, como si decidiera si besarlos de nuevo o no— porque no eres la clase de chica con la que podría acostarme sólo una vez.
Sus palabras me liberan de mis pensamientos y mi acelerado corazón aletea tras las costillas. Soy incapaz de entender lo que acaba de decirme y, en lugar de intentar averiguar exactamente a qué se refiere, me tranquilizo como buenamente puedo y procuro recuperar parte de la compostura que perdí al salir como una furia de su habitación.
—Mira —dice situándose a mi lado y deslizándome una mano por la cintura.
El mero roce de sus dedos en mi piel hace que esa parte de mi cuerpo se estremezca. ¿Qué coño me está pasando? Me gusta mucho…, es decir, ahora mismo tengo la sensación de que no hay vuelta atrás, de que me obligaría a ser una guarra esta noche sólo para retenerlo en la habitación. Pero lo que no entiendo es por qué me da que quiero de él más que sexo…
—¿Camryn?
Su voz me devuelve a lo que quiera que tratara de decirme hace unos instantes. Hace que me siente en la cama y a continuación se agacha delante de mí en el suelo. Me mira a los ojos.
—No voy a tener un lío de una noche contigo pero, si me dejas, haré que te corras.
Una minúscula sacudida eléctrica va desde mi vientre hasta un punto situado entre las piernas.
—¿Qué?… —No puedo decir nada más.
Él sonríe con dulzura, los hoyuelos marcándose un poco más. Apoya los brazos en mis muslos desnudos y me pone las manos en los costados.
—Sin compromiso —asegura—. Te haré una paja y mañana por la mañana, cuando te despiertes, estaré en la habitación de al lado preparándome para ponerme en marcha contigo hacia nuestro próximo destino. Nada cambiará entre nosotros, ni siquiera bromearé con lo sucedido ni sacaré el tema. Será como si nunca hubiera pasado.
Casi no puedo respirar. Acaba de hacer que ese punto que tengo entre las piernas se me abulte sólo con unas palabras directas.
—Pero… ¿y tú? —consigo balbucear.
—Yo, ¿qué?
Aumenta ligeramente la presión de sus dedos. Finjo no darme cuenta.
—No lo veo… justo.
La verdad es que no sé ni lo que estoy diciendo. Sigo alucinando con lo que está pasando.
Andrew me sonríe, pasando por alto mi comentario, y de pronto se levanta del suelo y se mete entre mis piernas, haciendo que me mueva un poco hacia atrás en la cama. Se sienta delante de mí y me sube a horcajadas, una pierna a cada lado de él. Tengo los ojos como platos y casi me estoy desollando el labio inferior. Actúa con tanta naturalidad que ya sólo este hecho, que resulte tan inesperado, hace que me humedezca más aún.
Me abraza y se echa hacia adelante, rozándome la barbilla con la boca. Me recorren escalofríos de la cabeza a los pies. Luego me pega más a él y me susurra cerca de la boca:
—Es justo. Quiero que te corras y, créeme, seguro que sacaré algo de esto.
Oigo su risa, y lo miro a los ojos y no puedo resistir esa mirada. Si Andrew me dijera ahora mismo que me pusiera a cuatro patas, lo haría sin dudarlo.
Me roza con los labios el otro lado de la barbilla.
—Entonces, ¿por qué no te acuestas conmigo? —pregunto en voz queda, pero después intento decirlo con otras palabras—: Bueno, si quisieras hacerme… algo más…
Se retira y me pone tres dedos en la boca para que me calle.
—Sólo lo diré una vez —empieza, y sus ojos son insondables, rezuman intensidad—, pero no quiero que comentes nada cuando lo diga, ¿de acuerdo?
Asiento con nerviosismo.
Él espera, se pasa la lengua por los labios y dice:
—Si te follara, tendrías que dejar que fueras mía.
Una oleada de inmenso placer me recorre el cuerpo entero. Sus sorprendentes palabras me subyugan. El corazón me dice que diga una cosa; la cabeza, otra. Pero no sé qué coño me dicen el uno y la otra porque cada vez me resulta más imposible desoír la sensación que tengo entre las piernas.
Trago una saliva cada vez más escasa. Es como si cada parte de mí que por regla general genera su propia humedad hubiera dejado de funcionar porque toda la humedad se halla localizada en ese punto situado en el centro de mi cuerpo.
Sigo sin poder respirar.
Dios mío, ni siquiera me ha tocado aún y ¿ya me siento así?
¿Estoy soñando?
—¿Y si te hago una paja o algo?
Lo admito: todo esto me hace sentir culpable.
Él ladea la cabeza, risueño, y me dan ganas de besarlo con avidez.
—Te dije que no comentaras nada.
—Eh…, bueno, en realidad no he comentado lo que tú has dicho, sólo…
Andrew desliza los dedos por debajo del fino tejido de mis bragas y me toca. Dejo escapar un grito ahogado, olvidando lo que había empezado a decir.
—No digas nada —me pide con suavidad, aunque lo dice completamente en serio.
Cierro la boca y lanzo otro grito ahogado cuando introduce dos dedos dentro de mí y los deja ahí dentro, el pulgar presionándome la pelvis.
—¿Vas a estar calladita, Camryn?
Pronuncio temblorosa la palabra «sí» y me muerdo el labio inferior.
Luego él saca los dedos. Quiero pedirle que no los mueva de donde están, pero me ha dicho que me esté calladita de un modo que hace que enloquezca por él y me vuelva sumisa al mismo tiempo, así que no digo nada. Abro los ojos con cautela cuando me pasa los dedos húmedos por los labios y yo instintivamente los lamo, sólo un poco, hasta que él se los lleva a los suyos y pasa la lengua por lo que queda de mí. Me inclino hacia él, uniendo su boca a la mía, cerrando los ojos, quiero ver a qué sabe y a qué sé yo en él. Saca la lengua para tocar la mía, pero a continuación me tumba con cuidado en la cama, en lugar de darme el beso voraz del que tantas ganas tengo.
Me pone las dos manos en la cintura y me baja los pantalones y las bragas, que deja tirados por el suelo.
Luego sube y se tiende a mi lado, me rodea el cuerpo con un brazo y me mete la mano por dentro de la camiseta. No llevo sujetador. Me pellizca con suavidad un pezón, luego el otro, y mientras me va besando por la línea de la barbilla. Todo el vello de la nuca se me eriza cuando su lengua dibuja la curvatura de mi oreja.
—¿Quieres que te toque?
Noto su aliento cálido en mi cara.
—Sí —jadeo.
Me muerde el lóbulo de la oreja y su mano empieza a bajar por mi cuerpo, pero se detiene cerca del ombligo.
—Dime que quieres que te toque —me susurra al oído.
Casi no puedo abrir los ojos.
—Quiero que me toques…
Sigue bajando la mano y el corazón empieza a latirme con fuerza en el pecho, pero, cuando creo que me va a tocar, su mano pasa a la cara interior de mi muslo.
—Abre las piernas.
Las abro un tanto, pero él las separa más aún con la mano, los dedos empujando mi carne hasta que me veo completamente expuesta.
Se incorpora y se inclina sobre mi cuerpo, levantándome la camiseta para dejar a la vista mis pechos y, acto seguido, me mordisquea los pezones, primero uno y después el otro. A continuación les pasa por encima la punta de la húmeda lengua y los rodea con la boca, besándolos con avidez. Enredo mis dedos en su pelo, me entran ganas de agarrarlo y tirar de él, pero no lo hago. Andrew va bajando por mi pecho y, al llegar a las costillas, recorre cada una con la lengua antes de detenerse en el ombligo.
Me mira con ojos dominantes, los párpados caídos, y dice con los labios apoyados con suavidad en mi estómago:
—Tienes que decirme lo que quieres, Camryn.
Me lame el vientre tan despacio que tiemblo y se me pone la carne de gallina.
—No te lo daré a menos que me lo digas y hagas que me lo crea.
Tomo un aire que literalmente me sacude el pecho.
—Por favor, por favor, tócame…
—No te creo —dice con aire provocador.
Y me da un lametón en el clítoris. Sólo uno. Para y me mira desde el otro lado del paisaje de mi cuerpo, esperando.
Como tengo miedo de decir la palabra, la susurro, tan bajo que él finge no haberme oído:
—Por favor… quiero que me comas el coño.
—¿Qué dices? —inquiere, y me lame de nuevo el clítoris, esta vez un poco más, y me recorren una oleada de escalofríos—. No lo he oído bien.
Lo repito, levantando un poco la voz, aún demasiado cortada para decir la palabra prohibida, esa que siempre me ha parecido ordinaria, fea y únicamente apropiada para una peli porno.
Andrew me mete la mano entre las piernas y me separa los labios con dos dedos. Me lame una vez. Sólo una. Los muslos empiezan a temblarme con más fuerza.
No sé cuánto más voy a poder esperar.
—Una mujer que sabe lo que quiere en el sexo y no tiene miedo de expresarlo pone mogollón, Camryn.
Me lame una vez más, los ojos bajos siempre vigilándome.
—Dime lo que quieres o no te lo daré.
Me lame de nuevo y no aguanto más.
Bajo las manos y lo agarro del pelo, empujando su cara hacia mis piernas todo lo que él me permite, y entonces digo, mirándolo a los ojos:
—Cómeme el coño, Andrew, ¡cómeme el puto coño!
Capto la sonrisa más oscura que le he visto jamás justo antes de que mis ojos se cierren y mi cabeza se eche hacia atrás cuando él empieza a lamerme, y esta vez no se detiene. Me chupa el clítoris con ganas y mete y saca los dedos a la vez, y creo que voy a desmayarme. No puedo abrir los ojos, los noto ebrios de placer. Adelanto las caderas y le doy unos buenos tirones de pelo, pero él ni se inmuta. Me lame más y más de prisa, y de vez en cuando frena para chuparme y pasarme el pulgar por el abultado clítoris antes de volver a meterme los dedos. Y cuando empiezo a notar que no puedo más e intento apartarme de su cara, él me agarra los muslos y me obliga a quedarme quieta hasta que me corro con furia, las piernas temblándome incontroladamente, mis manos cogiéndole la cabeza con todas mis fuerzas. Suelto un gemido y echo los brazos atrás, agarrando el cabecero con la punta de los dedos, intentando usarlo para hacer palanca y alejarme del azote de la lengua de Andrew. Pero él me sujeta con más firmeza, las manos bajo los muslos y sobre la cadera, la presión es tal que me hace daño, me clava los dedos en la piel, pero me gusta.
Cuando mi cuerpo tembloroso empieza a calmarse y la respiración agitada a normalizarse, aunque no es acompasada, Andrew también comienza a lamerme con más suavidad. Cuando mi cuerpo deja de moverse, me besa en la cara interna de los muslos y después justo debajo del ombligo antes de subir a mi boca, los brazos firmes, musculosos, apoyados en el colchón, a ambos lados de mi cuerpo. Sus labios carnosos, húmedos, descansan en mi cuello y a ambos lados de la barbilla primero y luego en la frente. Por último me mira un largo instante a los ojos, se inclina y me roza los labios.
Acto seguido, se levanta de la cama.
No puedo moverme.
Quiero estirar las manos para cogerlo y tirar de él para que se eche encima de mí, pero no puedo moverme. No sólo sigo recuperándome del orgasmo que acaba de regalarme, sino que mi cerebro aún se recupera de la experiencia al completo.
Lo miro, sin apenas levantar la cabeza de la almohada mientras se dirige hacia la puerta. Me mira una vez tras colocar la mano en el pomo.
Sin embargo, soy yo la primera en hablar:
—¿Adónde vas?
Sé adónde va, pero ha sido lo único que se me ha ocurrido decir para impedir que se marche de mi habitación.
Esboza una sonrisa dulce.
—A mi habitación —responde, como si yo debiera saberlo.
La puerta se abre y la luz del pasillo inunda el espacio a su alrededor, iluminando sus rasgos en la sombra. Quiero decir algo, pero no estoy segura de qué. Me incorporo y me siento con la espalda recta, los dedos toqueteando nerviosamente la sábana cerca de las rodillas.
—Bueno, te veo por la mañana —dice, y me dirige una última sonrisa elocuente justo antes de cerrar la puerta y de que la luz del pasillo se extinga.
Sin embargo, en mi habitación sigue habiendo bastante luz, ya que dejé encendida la lámpara de la cama. Vuelvo la cabeza y pienso en la lámpara: ha estado encendida todo el tiempo. Siempre he sido tirando a tímida en la cama, e incluso con Ian, cuando me lo montaba con él, como mucho lo hacíamos con la luz de la tele, pero nunca con una luz intensa. Esta vez ni siquiera me he parado a pensarlo.
Y las palabras que han salido de mi boca… Nunca he dicho algo parecido antes. Desde luego, no la palabra que empieza por «C». Ni siquiera puedo pronunciarla ahora. Claro que solía decirle a Ian «Fóllame, por favor» o «Dame más», pero hasta ahí llegaba mi vocabulario porno.
¿Qué me está haciendo Andrew Parrish?
Sea lo que sea…, no creo que quiera que deje de hacerlo.
Me levanto de la cama, me pongo las bragas y los pantaloncitos y voy hacia la puerta, decidida a ir a su habitación y… no sé qué más.
Me paro antes de abrir la puerta y me miro los pies descalzos en la moqueta verde. No sé qué diría si fuera a su habitación, porque ni siquiera sé lo que quiero o lo que no quiero. Entonces dejo caer los brazos a los lados y profiero un hondo suspiro.
—«Como si no hubiera pasado» —lo imito con ironía—. Sí, no eres lo bastante buena para hacer que ése se corra.