Me derrito, joder, ¡me derrito!, cuando me mira así. ¿Cómo voy a decirle que no? Tanto si se trata de dormir junto a un montón de mierda de vaca como si es debajo de un paso elevado junto a un borracho sin techo: dormiría en cualquier parte con ella.

Pero ése es el problema.

Creo que se convirtió en un problema desde el segundo en que decidió sentarse a mi lado en el coche. Porque ahí fue cuando Camryn cambió, cuando creo que empezó a pensar que quiere más de mí que sexo oral. Puede que le hiciera ese trabajito en Birmingham, pero no puedo permitir que quiera más. No puedo dejar que me toque y no puedo acostarme con ella.

Claro que me gusta, me gusta en todos los sentidos, pero no soportaría romperle el corazón… Ese cuerpo menudo suyo, eso es otra historia, podría soportar romperlo. Pero si deja que la haga mía, al final lo que pasará es que le romperé el corazón (el suyo y el mío).

Es más duro aún desde que me habló de su ex…

—Por favor —dice otra vez.

A pesar de que me estoy sometiendo al tercer grado, le paso el dedo por la cara y digo con mucha suavidad:

—Vale.

Nunca he sido de los que atienden a razones cuando estaba en juego algo que quería, pero con Camryn me sorprendo mandando a tomar viento a la razón mucho más de lo habitual.

Diez minutos más conduciendo y veo un campo que parece un mar de hierba liso, infinito. Aparco el coche a un lado de la carretera. Estamos literalmente en mitad de ninguna parte. Salimos y cerramos las puertas dejándolo todo en el coche. Abro el maletero y busco en la caja de primeros auxilios la manta enrollada, que huele a coche viejo y un poco a gasolina.

—Huele que apesta —confirmo al llevármela a la nariz.

Camryn se inclina y arruga la nariz al olerla.

—Bah, me da lo mismo.

A mí también me lo da. Estoy seguro de que ella hará que huela mejor.

Sin pensarlo siquiera, le cojo la mano y bajamos una pequeña loma, saltamos una acequia y subimos por el otro lado hasta llegar a la cerca baja que separa el campo de nosotros. Empiezo a buscar la manera más fácil de que ella la salve, pero un segundo después sus dedos dejan los míos y se pone a saltar la puñetera cosa.

—¡Date prisa! —insta al caer al otro lado en cuclillas.

No puedo borrar la sonrisa de mi cara.

Salto la cerca, aterrizo a su lado y echamos a correr por el campo: ella como una gacela elegante, yo como el león que la persigue. Oigo el golpeteo de sus chanclas contra los pies al correr y veo cómo se le iluminan los mechones de pelo rubio alrededor de la cabeza con la brisa. Llevo la manta en una mano mientras voy detrás de ella; dejo que vaya unos pasos por delante por si se cae: así podré reírme de ella primero y después ayudarla a levantarse. La oscuridad es absoluta, sólo la luz de la luna baña el paisaje. Pero hay suficiente luz para ver dónde ponemos los pies y no caer en un hoyo o tropezar con un árbol.

Y no veo ninguna vaca, lo que significa que éste podría ser un campo sin mierdas, y eso es un punto a su favor.

Nos alejamos tanto del coche que lo único que aún veo es el destello reflectante de las llantas plateadas.

—Creo que esto está bien —opina Camryn, y se detiene sin resuello.

Los árboles más próximos están a unos treinta metros en cualquier dirección.

Levanta los brazos y echa hacia atrás la cabeza, dejando que la brisa la acaricie. Tiene una sonrisa tan grande en la cara, los ojos cerrados, que tengo miedo de decir algo e interrumpir su momento con la naturaleza.

Desenrollo la manta y la extiendo en el suelo.

—Dime la verdad —pide, y me coge de la muñeca para que me siente en la manta con ella—, ¿nunca has pasado la noche con una chica bajo las estrellas?

Niego con la cabeza.

—Es la verdad.

Me da que le gusta. Veo que me sonríe mientras un airecillo se cuela entre ambos y hace que los mechones sueltos le den en la cara. Camryn se aparta algunos de los labios con la mano, deslizando el dedo tras ellos con cuidado.

—La verdad es que no soy de los que dejan pétalos de rosa en la cama.

—¿No? —pregunta, algo sorprendida—. Pues yo creo que probablemente seas un tío muy romántico.

Me encojo de hombros. ¿Está tanteando el terreno? Creo que sí.

—Supongo que todo depende de lo que consideres romántico —aclaro—. Si una chica espera una cena con velas y música de Michael Bolton de fondo, obviamente se ha equivocado de tío.

Camryn suelta una risita.

—Es que eso es pasarse un poco —opina—, pero apuesto a que tienes tus gestos románticos.

—Supongo —contesto, aunque en este momento no se me ocurre ninguno, sinceramente.

Me mira con la cabeza ladeada.

—Eres uno de ésos —dice.

—Uno, ¿de quiénes?

—Uno de esos tíos a los que no les gusta hablar de sus ex.

—¿Quieres que te hable de mis ex?

—Claro.

Se tumba de espaldas, dejando dobladas las piernas desnudas, y da unos golpecitos en la manta a su lado.

Me tiendo junto a ella en la misma posición.

—Háblame de tu primer amor —pide.

Me da en la nariz desde ya que no deberíamos tener esta conversación, pero, si es de lo que quiere hablar, haré cuanto pueda para contarle lo que desea saber.

Supongo que es justo, ya que ella me ha contado lo suyo.

—Bueno —empiezo mirando al cielo cuajado de estrellas—, se llamaba Danielle.

—Y ¿la querías?

Camryn me mira volviendo la cabeza.

Yo sigo observando las estrellas.

—Sí, la quería, pero no podía ser.

—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?

Me pregunto por qué quiere saber esto; a la mayoría de las chicas que conozco les cambia el humor y les da un ataque de celos que hace que me entren ganas de taparme los huevos con las manos cuando la charla se centra en las ex.

—Dos años —respondo—. Lo dejamos los dos, empezamos a ver a otra gente y supongo que nos dimos cuenta de que no nos queríamos tanto como pensábamos.

—O puede que os desenamorarais.

—No, lo cierto es que nunca estuvimos enamorados.

La miro.

—¿Cómo supiste ver la diferencia? —quiere saber.

Me paro a pensarlo un momento mientras escudriño sus ojos, a unos treinta centímetros de los míos. Huelo la pasta de dientes de canela con la que se ha cepillado esta mañana cuando respira.

—No creo que uno llegue a desenamorarse realmente de alguien —asevero, y veo en sus ojos que está reflexionando al respecto—. Creo que, cuando te enamoras, cuando te enamoras de verdad, el amor es de por vida. El resto no es más que experiencia y desengaños.

—No sabía que fueras tan filosófico. —Sonríe—. Que sepas que eso se considera romántico.

Por regla general, es ella la que se ruboriza, pero esta vez me ha pillado. Procuro no mirarla, aunque no me resulta fácil.

—Entonces, ¿de quién has estado enamorado? —quiere saber.

Estiro las piernas, cruzando los pies, y entrelazo las manos sobre el estómago. Miro al cielo y veo con el rabillo del ojo que Camryn hace otro tanto.

—¿En serio?

—Claro —asegura—, siento curiosidad.

Clavo la vista en un grupo brillante de estrellas y replico:

—Pues de nadie.

Deja escapar un leve resoplido.

—Vamos, Andrew, pensaba que ibas a ser sincero.

—Y lo soy —digo, mirándola—. Varias veces creí estar enamorado, pero… De todas formas, ¿por qué estamos hablando de esto?

Camryn ladea la cabeza de nuevo, ya no sonríe. Parece algo triste.

—Supongo que estaba volviendo a usarte como psicoanalista.

Mi mirada se vuelve introspectiva.

—¿A qué te refieres?

Ella mira hacia otro lado, y la bonita trenza rubia le cae del hombro sobre la manta.

—Es que empiezo a pensar que quizá yo no lo estuviera… No, no debería decir eso.

Ya no es la Camryn feliz y risueña con la que llegué aquí corriendo.

Me incorporo, me apoyo en los codos y la miro con curiosidad.

—Deberías decir lo que sientes siempre que tengas la necesidad de hacerlo. Puede que decirlo sea exactamente lo que necesitas.

No me mira.

—Pero me siento culpable sólo de pensarlo.

—El sentimiento de culpa es un asco, pero ¿no crees que precisamente si lo estás pensando es porque podría ser verdad?

Ladea nuevamente la cabeza.

—Tú dilo. Si después de decirlo crees que no está bien, ya lo encararás, pero si te guardas esa mierda, la incertidumbre será peor que la culpa.

Contempla otra vez las estrellas. Yo también, sólo para darle más tiempo para que lo piense.

—Puede que ni siquiera estuviera enamorada de Ian —se plantea—. Sí que lo quería, y mucho, pero si estaba enamorada de él…, creo que quizá ahora seguiría estándolo.

—Ésa es una buena observación —afirmo, y esbozo una sonrisa tenue con la esperanza de que ella también lo haga. No me gusta nada verla ceñuda.

Tiene la mirada inexpresiva, contemplativa.

—Y ¿qué te hace pensar que nunca estuviste enamorada de él?

Ella me mira, escudriñando mi rostro, y contesta:

—Que cuando estoy contigo ya no pienso mucho en él.

Me tumbo de inmediato y clavo la vista en el negro cielo. Probablemente pudiera contar todas esas estrellas si lo intentara, solamente como distracción, pero tengo a mi lado una distracción mucho mayor de lo que podrían serlo todas las estrellas del universo.

Debo parar esto, y pronto.

—Es que soy una compañía muy buena —bromeo, risueño—. Y vi ese culito tuyo meneándose en la cama la otra noche, así que, sí, comprendo que tiendas más a pensar en mi cabeza entre tus piernas que en cualquier otra cosa.

Sólo intento que cambie de humor, que vuelva a estar alegre, aunque eso signifique que me dé un cachete y me acuse de romper la promesa de como si nunca hubiera pasado.

Y me da, justo después de levantarse y apoyarse como yo en los codos.

Se ríe.

—¡Qué asqueroso!

Me río con ganas; echaría la cabeza hacia atrás si no la tuviera apoyada en el suelo.

Luego se me acerca más, apoyada en un codo mientras me mira. Noto la suavidad de su pelo en el brazo.

—¿Por qué no quisiste besarme? —pregunta, y me sorprende—. Cuando me lo hiciste anoche no me besaste, ¿por qué?

—Sí que te besé.

—No fue un beso propiamente dicho —puntualiza.

Y está tan cerca de mis labios que me entran ganas de besarla ahora, pero no lo hago.

—No sé cómo me siento al respecto… No me gusta cómo me siento, pero no estoy segura de cómo debería sentirme.

—Pues no deberías sentirte mal, hasta ahí llego —digo, siendo todo lo vago que puedo.

—Pero ¿por qué? —insiste, y su expresión empieza a endurecerse.

Me doy por vencido y digo:

—Porque besar es algo muy íntimo.

Camryn ladea la cabeza.

—Así que no me vas a besar por el mismo motivo por el que no me vas a follar, ¿es eso?

Se me pone dura en el acto. Espero de verdad que no se dé cuenta.

—Sí —respondo, y antes de que pueda decir nada más se me sienta encima a horcajadas.

Mierda, si no sabía que se me ha puesto dura como una roca, está claro que ahora ya lo sabe. Tiene las rodillas desnudas apoyadas en ambos lados de la manta y se echa hacia adelante, los brazos sosteniendo el peso de su cuerpo, y me da algo cuando roza mis labios con los suyos. Me mira a los ojos y me suelta:

—No intentaré hacer que te acuestes conmigo, pero quiero que me beses. Sólo un beso.

—¿Por qué? —inquiero.

Es necesario, y mucho, que se me quite de encima. Mierda…, no ayuda mucho que ahora mismo tenga la polla entre los cachetes de su culo. «Si se mueve hacia atrás unos centímetros…»

—Porque quiero saber lo que se siente —me susurra en la boca.

Subo las manos por sus piernas y las dejo en la cintura, donde la rodeo con los dedos. Huele tan puñeteramente bien… Tenerla así es genial, y eso que sólo está sentada encima. Ni siquiera atisbo a entender cómo sería sentirla dentro de mí; la idea me vuelve loco.

Entonces la noto apoyarse en mí a través de la ropa, las menudas caderas moviéndose con suavidad, sólo una vez, para convencerme, y luego para y se queda donde está. La tengo a punto de estallar, y es doloroso. Sus ojos estudian mi cara y mis labios, y lo único que me apetece es arrancarle la ropa y metérsela.

Ella se inclina y apoya sus labios en los míos, deslizando la cálida lengua en mi reacia boca. Mi lengua se mueve contra la suya despacio, saboreándola primero, sintiendo su humedad tibia cuando empieza a enredarse con la mía. Respiramos hondo en la boca del otro e, incapaz de resistirme a ella o negarle ese beso que me pide, le cojo la cara entre las manos y la aprieto con fuerza contra mí, fundiendo mis labios con los suyos con voracidad. Camryn gime en mi boca, y la beso con más intensidad, pasándole un brazo por la espalda y acercando a mí el resto de su cuerpo.

Y entonces el beso se interrumpe. Nuestros labios descansan juntos un largo instante hasta que ella se aparta y me mira con una expresión enigmática que no he visto nunca, una que le hace a mi corazón algo que nunca he sentido antes.

Luego se demuda y la expresión se desvanece en la negrura, sustituida por algo confuso y herido, pero ella intenta ocultarlo sonriéndome.

—Con un beso así probablemente no tengas que acostarte nunca conmigo —asegura con una sonrisa juguetona como para ocultar algo más profundo.

No puedo evitar reírme; es un poco ridículo, pero dejaré que crea lo que quiera.

Se aparta y se tumba de nuevo a mi lado, descansando la cabeza en sus manos entrelazadas.

—Son bonitas, ¿no?

Miro las estrellas con ella, pero en realidad no las veo; sólo puedo pensar en ella y en ese beso.

—Sí, son bonitas.

«Como tú…»

—¿Andrew?

—¿Sí?

Mantenemos la vista fija en el cielo.

—Quería darte las gracias.

—¿Por qué?

Tras una pausa, Camryn contesta:

—Por todo: por hacerme meter tu ropa en la bolsa de cualquier manera en lugar de doblarla y por bajar la música en el coche para que no me despertara o por cantar canciones de pasas. —Ladea la cabeza y yo hago lo mismo. Entonces me mira a los ojos y añade—: Y por hacerme sentir viva.

Una sonrisa me alegra la cara, aparto la mirada y replico:

—Bueno, todo el mundo necesita que alguien lo ayude a volver a sentirse vivo de vez en cuando.

—No —niega ella con gravedad, y la miro de nuevo—, no he dicho «volver», Andrew; por hacerme sentir viva por primera vez.

Mi corazón reacciona al oír sus palabras, y no puedo responder. Pero tampoco puedo dejar de mirarla. La razón me dice otra vez a gritos que pare esto antes de que sea demasiado tarde, pero no puedo. Soy demasiado egoísta.

Camryn sonríe con dulzura y yo sonrío a mi vez. Después los dos miramos nuevamente las estrellas. La calurosa noche de julio es perfecta, con una ligera brisa que recorre el vasto espacio y ni una sola nube en el cielo. Hay miles de grillos y ranas y algunos chotacabras cantando en la noche. Siempre me ha gustado escuchar a esos pájaros.

El silencio se ve roto de pronto por la voz estridente de Camryn, y ella sale de la manta más de prisa que un gato de una bañera.

—¡Una serpiente! —señala con una mano mientras se tapa la boca con la otra—. ¡Andrew! ¡Está ahí! ¡Mátala!

Pego un salto cuando veo algo negro que se desliza por el extremo de la manta. Retrocedo de prisa para mantenerme a distancia y luego me dispongo a darle un pisotón.

—¡No-no-no-no! —chilla Camryn, moviendo las manos—. ¡No la mates!

La miro confuso.

—Pero si acabas de pedirme que la mate.

—No lo decía literalmente.

Sigue flipando, la espalda ligeramente arqueada como para proteger el resto de su cuerpo de la serpiente, lo cual es para partirse.

Levanto las manos con las palmas hacia arriba.

—Entonces, ¿quieres que haga como que la mato? —me río y sacudo la cabeza, es muy graciosa.

—No, es sólo que… ya no voy a poder dormir ahí. —Me coge del brazo—. Vámonos, anda.

Tiembla como una hoja, e intenta no reírse y llorar a la vez.

—Vale —accedo, y me agacho para coger la manta ahora que la serpiente ya no está. La sacudo con una mano, puesto que Camryn me agarra el otro brazo como si le fuera la vida en ello. Le doy la mano y echamos a andar en dirección al coche.

—Odio las serpientes, Andrew.

—Ya lo veo, nena.

Hago un gran esfuerzo para no reírme.

Mientras cruzamos el campo, empieza a tirar de mí un poco, cogiendo ritmo. Suelta un grito cuando un pie casi descalzo pisa un inofensivo montículo de tierra blanda, y veo que podría desmayarse antes de que lleguemos al coche.

—Ven aquí —le digo deteniéndola en mitad de la carrera.

La sitúo detrás y la ayudo a subir a mi espalda, me rodea la cintura con las piernas y yo le agarro los muslos.