Effie, ¿sabes lo que dijiste el otro día cuando Drey y yo regresamos, cuando nos reunimos fuera de la casa comunal? —Raif aguardó hasta que su hermana asintió—. ¿Recuerdas lo que dijiste?

—Sí; dije que sabía que tú y Drey regresaríais. —Effie Sevrance contempló a su hermano mayor con serios ojos azules—. Intenté decírselo a los otros, pero nadie quería escuchar.

Raif cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Estaba acuclillado a la sombra de la piedra-guía del clan, en la oscura estructura llena de humo de la casa-guía. Había una docena de bujías encendidas, pero la piedra-guía absorbía luz y calor como un negro conjunto de árboles en el centro de una zona en pleno deshielo. La superficie de granito de la piedra era tosca e inacabada, y tan sólo brillaban los bordes mellados, que, en ocasiones, tenían aspecto de orejas y, a veces, eran como pedacitos de hueso y dientes. Las vetas de grafito formaban cardenales alrededor de las marcas de cincel más recientes, forzando burbujas de tinta grasienta hacia la superficie. A ninguna piedra-guía le gustaba que le hicieran cortes.

No importaba a qué hora del día fuera a ver la piedra, Raif siempre pensaba que parecía como si fuera de noche; además, la casa-guía, construida al lado de la casa comunal, no se hallaba tan bien protegida o aislada del frío. Algunos clanes guardaban sus piedras-guía en el interior del edificio principal, temerosos de que unos asaltantes pudieran llevárselas protegidos por la oscuridad; pero contemplando la enorme losa de granito curvo que tenía el tamaño de una casa de una sola habitación, Raif no imaginaba cómo nadie que no fuera una banda de gigantes equipada con rodillos, polcas y palancas podía pensar en robarla en el espacio de una sola noche. Y la piedra de los Granizo Negro era sólo la mitad de grande que muchas otras.

Con todo, treinta y seis años antes, el clan Bludd había conseguido robar la piedra-guía de los Dhoone, lo que había obligado al más poderoso de los clanes a enviar a su guía al sur, a los campos de piedras de Trance Vor, en busca de una sustituta. El muchacho había oído a muchos de los hombres de su propio clan mencionar el incidente con el tono apagado que, por lo general, usaban cuando se hablaba de derramamiento de sangre. Todos ellos mantenían que el clan Dhoone no había vuelto a ser el mismo desde entonces.

El clan Bludd había roto la piedra de los Dhoone en pedazos y había construido un retrete con ella. Toda la operación —el ataque, el traslado de la piedra y su consiguiente rotura y reconstrucción— había sido planeada por lord Perro, Vaylo Bludd. En aquellos tiempos, Vaylo Bludd era un simple mesnadero, hijo bastardo del jefe del clan, Gullit Bludd; pero aquel mismo año Vaylo mató a sus dos hermanastros, se casó con su hermanastra y usurpó el puesto a su padre. Aún entonces se decía que se encargaba personalmente de utilizar el retrete cada noche antes de irse a dormir.

Raif frunció el entrecejo. A veces no sabía cómo tomar todas las historias que rodeaban a lord Perro. Maza Granizo Negro aparecía con otras nuevas cada día.

Sintiendo un ardiente aguijonazo de cólera en el pecho, el joven apartó de sí todo pensamiento sobre Maza Granizo Negro. No era hora de tales cosas, y Effie estaba sentada con las piernas cruzadas ante él, el pálido rostro envejecido por las sombras, el precioso pelo castaño enmarañado y la falda húmeda por haber estado sentada bajo el banco de piedra donde él la había encontrado. La niña tenía en sus manos, y desparramada sobre el regazo, su colección de rocas y piedras, y jugueteaba con las piezas mientras aguardaba a que él hablara, moviendo una y luego otra en continua sucesión. Sin saber por qué, Raif tuvo el deseo de arrojar lejos de allí toda la colección.

—¿Qué te hizo estar tan segura de que Drey y yo regresaríamos, Effie? —preguntó en voz baja—. ¿Percibiste algo malo… —dijo golpeándose en el estómago— aquí, en el interior?

La niña meditó la pregunta. Proyectó al exterior su labio inferior, fijó la mirada en la nada y luego sacudió la cabeza despacio.

—No, Raif.

El joven contempló a su hermana un buen rato y después dejó escapar un suspiro de alivio. Effie no había sentido nada parecido a lo que él había experimentado el día del ataque, y eso era bueno. Con un tipo raro en la familia había suficiente. Las palabras de la niña habían rondado por la cabeza de Raif durante días, y había querido hablar con ella al respecto desde el mismo instante en que regresó de las Tierras Yermas, pero la primera noche no había sido un buen momento, pues el clan quería escuchar la historia de lo que él y Drey habían hecho con los cadáveres de los suyos, y el día siguiente lo dedicaron a llorar a los muertos. Inigar Corcovado había partido un pedazo de piedra-guía del tamaño de un corazón, lo había roto en doce trozos uno por cada hombre que había muerto en el campamento, y luego los había colocado sobre el suelo en lugar de los cuerpos.

Había sido duro para todos. Corbie Méese y Shor Gormalin habían entonado cantos fúnebres con sus hermosas voces graves, y todas las mujeres que habían perdido esposos, incluidas Merritt Ganlow y Raina Granizo Negro, se habían abierto verdugones de viuda alrededor de las muñecas. Raif no había sido capaz de pensar en nadie que no fuera Tem. La única vez en que se rompió el silencio esa noche fue cuando Maza Granizo Negro juró venganza contra el clan Bludd.

Al día siguiente, Raif había buscado a Effie, pero cuando la encontró ya era demasiado tarde para cualquier cosa que no fuera dormir. Entonces, por fin, la tenía ahí. Shor Gormalin le había contado que a menudo veía a Effie escabullirse para jugar en la casa-guía cuando esta no se utilizaba. Y efectivamente, ella estaba allí, sentada en una casi total oscuridad, escondida debajo del banco donde Inigar Corcovado acostumbraba a sentarse para triturar piedra, jugando con sus trozos de roca.

Raif miró a su hermana; había perdido una alarmante cantidad de peso mientras él y Drey estaban fuera, y sus ojos aparecían enormes y oscuros, y tan azules como lo habían sido los de su madre antes que ella. Era una criatura muy seria; como jamás sonreía ni jugaba nunca con otros niños, resultaba fácil olvidar que sólo tenía ocho años. Raif extendió los brazos.

—Ven aquí y dale a tu viejo hermano un abrazo.

—¿No querrás que te bese, verdad? —inquirió ella tras meditarlo unos instantes.

Era una pregunta hecha en serio, y él la trató como tal, recapacitando unos momentos.

—No. Un abrazo será suficiente.

—Muy bien. —Effie depositó su colección de rocas sobre el suelo de tierra batida con sumo cuidado y luego arrastró los pies hasta Raif—. Sin besos, recuerda —repitió mientras dejaba que la abrazaran.

Raif sonrió mientras la sostenía en sus brazos; la pequeña había alcanzado una edad en que no le gustaba ya que la besara ningún hombre, ni siquiera sus hermanos. Sin embargo, no hizo el menor movimiento para apartarse de él y se acurrucó contra su pecho, apoyando la cabeza en su hombro.

—Papá no regresará jamás —dijo—. Lo supe desde el principio.

La sonrisa desapareció del rostro de Raif. Effie lo dijo con tan tranquila certeza que Raif sintió un escalofrío, y de un modo inconsciente la estrechó con más fuerza. Al hacerlo, notó que algo duro se clavaba en sus costillas. Apartó con suavidad a la niña.

—¿Qué llevas ahí? —preguntó señalando con la cabeza en dirección al cuello de ella.

—Mi amuleto.

Effie bajó la mirada, y sus menudas manos se introdujeron por el cuello del vestido y sacaron una piedra del tamaño de una ciruela. Era gris, sin rasgos distintivos, con mucho la roca menos atractiva de toda su colección. Un agujero diminuto cerca del borde permitía el paso de un trozo de tosco bramante.

—Inigar le hizo un agujero la primavera pasada —manifestó— para que así pudiera llevarla junto a mi carne como todos los demás.

Raif tomó el amuleto de Effie de la mano de esta. No era anormalmente pesado ni frío al tacto, sino una simple piedra. Lo soltó con brusquedad; luego, bajó a la niña de su regazo y se puso en pie.

—Propongo que vayamos a buscarnos una buena cena. Anwyn Ave ha estado hirviendo tocino todo el día, y a menos que alguien la detenga pronto, jamás nos libraremos del olor.

Effie empezó a colocar las rocas de la colección en un montón. Los huesos de los brazos se le marcaron a través de la piel cuando los alargó para recoger un puñado de guijarros. Raif odió aquella visión. A partir de entonces se aseguraría de que Effie comiera bien.

Con las piedras en el interior de la pequeña bolsa de piel de conejo, la niña tomó la mano de su hermano y juntos abandonaron la casa-guía. Resultaba agradable hallarse lejos del humo. El corto túnel que conducía hasta la casa comunal estaba iluminado por una serie de rendijas en el techo, y a través de ellas vieron que el cielo en el exterior empezaba a tornarse oscuro. Apenas hacía dos horas que había quedado atrás el mediodía, sin embargo, eso no importaba gran cosa en invierno. Transcurrido un mes apenas si habría luz diurna, y todos los que vivían en el territorio del clan en pequeños caseríos, recintos amurallados, granjas o cabañas de leñadores vendrían a la casa comunal a pasar lo peor del invierno. La cifra ya había empezado a aumentar, aunque Raif no creía que tuviera mucho que ver con la estación del año.

En el mismo instante en que él y Effie penetraban en el vestíbulo de la entrada principal, Anwyn Ave daba la bienvenida a un grupo de agricultores. La matrona de orondo vientre no perdió tiempo en ordenar a los hombres que se despojaran de sus mullidas pieles y botas de fieltro, y Raif tomó nota de la nieve depositada en los hombros y las capuchas de los colonos. También observó que los tres hombres llevaban los arcos tensados y cargados. El de más edad, un gigantón de rojos cabellos, que, según Raif recordó, se llamaba Paille Trotón, llevaba un cuévano a la espalda repleto de astas de flecha y lanza, y un cubo de aceite de pata de vaca colgado de una soga alrededor del cuello. Era una cuestión de honor entre todos aquellos que estaban vinculados al clan no llegar nunca a la casa comunal con las manos vacías.

Repentinamente inquieto, Raif se llevó la mano al cuello y buscó la dura suavidad del amuleto de cuervo. Ese era el primer año que veía a un labriego traer armas, en lugar de comida con la que pagar su manutención durante el invierno.

—Ahora id a calentaros junto a la lumbre pequeña y enviaré a una muchacha con unos guisantes con tocino. No queda cecina, lo siento; sólo hay carne y manteca blanda. —El tono de Anwyn Ave desafiaba a cualquiera de los recién llegados a criticar la comida ofrecida, pero ninguno, incluido Paille Trotón, que doblaba en tamaño a Anwyn y tenía un rostro tan feroz que era capaz de asustar a los osos, tuvo el valor de hacerlo, por lo que la mujer asintió, muy acostumbrada a acobardar a todos los que se le ponían por delante—. Pasad, pues. Encontraréis un odre de buena cerveza calentándose junto al fuego.

Los colonos, con expresión ligeramente turbada bajo las pieles y las botas de fieltro, se apresuraron a obedecer.

Anwyn Ave, gran matrona de la casa comunal, cocinera y cervecera jefe, experta en todas las cosas, incluidos partos y construcción de arcos, volvió la considerable fuerza de su atención hacia Raif y Effie.

—¿Y dónde se supone que habéis estado vosotros dos?

Puesto que raras veces hacía una pregunta que no estuviera dispuesta a responder por sí misma, Anwyn Ave no les dio la oportunidad de hablar.

—Holgazaneando en la casa-guía, ¡lo juraría! —dijo, y señaló con la cabeza a Effie—. Tú, jovencita, te vienes conmigo. Todos los de por aquí pueden mostrarse muy nerviosos respecto a ti, temerosos de que vuelvas a huir y no te encuentren nunca, pero yo pienso ocuparme de que tomes una buena cena, con unas cuantas tortas de avena y una sopa llena de mantequilla. Si adelgazas un poco más, te juro que Cabezaluenga te confundirá con un arbolillo y te plantará en el pastizal.

—Cabezaluenga planta los árboles jóvenes en el cerro, no en el pastizal —respondió Effie en tono práctico—. Y además, ahora tampoco es época de hacerlo.

La fláccida piel de debajo de la barbilla de Anwyn Ave se bamboleó de indignación.

Raif se mordió el labio para no sonreír. Raina Granizo Negro y Effie Sevrance eran las dos únicas personas en la casa comunal que podían dejar a la mujer sin habla.

Farfullando para sí sobre las jovencitas de entonces, Anwyn Ave agarró a la niña por el cuello del vestido y se la llevó a la cocina. Las piedras de la colección de Effie golpeaban unas con otras mientras marchaba, y justo antes de que la mujer quedara fuera del alcance de su oído, Raif pudo captar algunas frases como «cuánta tontería» y «cuánto jaleo por unas viejas piedras» surgiendo, como en un jadeo, de sus labios.

Contento de que su hermana hubiera caído en manos de alguien que le daría de comer, el muchacho soltó un suspiro de alivio. Al menos por esa noche no debería preocuparse por ello.

Girando en redondo, dedicó un momento a pensar dónde podría hallarse Maza Granizo Negro en ese momento. No obstante los once días de luto decretados por Inigar Corcovado, las cosas se movían deprisa: los colonos llegaban temprano a la casa comunal y traían armas y grasa para arcos, las ventanas de la casa-guía se habían tapiado con maderos y habían sido obstruidas con piedras levadizas, y justo esa mañana a Raif lo había despertado el ruido metálico y las vibraciones de la herrería del clan cuando ni siquiera había amanecido aún. El clan se preparaba para la guerra, y lo hacía bajo las órdenes y la supervisión de Maza Granizo Negro.

El joven apretó los labios hasta convertirlos en una línea blanca. Aquel hombre era peor que un asesino. Había cabalgado de vuelta a casa desde el escenario de una matanza con la boca llena de mentiras. Incluso antes de haber tomado una decisión sobre adónde ir, Raif abandonó el vestíbulo de entrada; tenía que localizar a Maza Granizo Negro para ver por sí mismo lo que el hombre que quería ser jefe del clan planeaba en ese momento.

El interior de la casa comunal era un enorme laberinto de piedra, con túneles, rampas y peldaños excavados que descendían hasta estancias sin ventanas, celdas de grano, sótanos de tubérculos, depósitos de armas y criptas donde, en el pasado, se habían colocado de cara al norte los huesos de los enemigos para que se pudrieran. Más abajo, dos pisos bajo tierra, Cabezaluenga tenía una celda húmeda en la que cultivaba champiñones durante todo el año. Todas las estancias tenían las paredes de piedra, y el techo, sostenido por enormes puntales de madera de secuoya sellados con brea, era de forma cilíndrica.

No había nada cerrado con llave, ni siquiera el lugar donde se guardaban los bienes del clan. Un miembro que robaba a los suyos era considerado igual que un traidor, y empalado y colgado por la piel sin dilación. Raif sólo había visto algo así en una ocasión, en un afable hachero llamado Wennil Drook. La tarea de Wennil como hachero era mantener todas las antorchas encendidas en la casa comunal, y por lo tanto tenía acceso a cualquier habitación; podía ir adonde se le antojara sin llamar la atención ni tener que responder por ello. Cuando el excelente cuchillo de plata de Corbie Méese desapareció una noche después de la cena, toda la casa comunal fue registrada sin éxito, hasta que Maza Granizo Negro lo encontró una semana más tarde envuelto en hojas de acedera en el fondo del morral del hachero.

Raif apretó los dientes con fuerza mientras descendía corriendo una serie de cortas rampas. A primeras horas del día siguiente, Wennil Drook fue sacado al patio y colocado boca abajo sobre la arcilla; le insertaron una afilada estaca bajo la piel de hombro a hombro, y una segunda, de cadera a cadera. A continuación, lo levantaron por las estacas y lo suspendieron entre dos caballos, que luego los jinetes hicieron cabalgar por los brezales y hasta la Cuña. Wennil Drook sólo llegó a la mitad. La piel de la espalda se le desgarró en una única pieza, y cayó al suelo, donde murió antes de que oscureciera.

A Corbie Méese le entregaron la piel de la espalda de Wennil Drook, y este la usó una vez para limpiar su mazo; luego, la tiró.

Con el entrecejo fruncido, Raif descendió los peldaños que conducían al redil, la enorme sala que se hallaba justo debajo de la entrada, donde se guardaban todos los caballos y el ganado durante las fuertes heladas y los asedios. Estaba vacío. No había ningún hombre del clan entrenando a los perros en el centro, ni ninguna mujer se apoyaba en el cercado mientras sus hijos corrían y jugaban en el interior. El muchacho se detuvo en la entrada. El redil era el lugar despejado más amplio de la casa comunal, y en días fríos como ese era muy utilizado.

Golpeó la piedra con la palma de la mano y decidió que era hora de visitar la Gran Lumbre. ¿Cuánto tiempo había estado en la casa-guía con Effie? ¿Menos de una hora?

Los túneles y las rampas de la casa comunal habían sido construidos estrechos y sinuosos para que pudieran ser defendidos con facilidad si el enemigo conseguía atravesar la puerta principal, y Raif empezó a maldecir cada recodo y curva mientras corría. Allí no se podía Negar a ninguna parte deprisa. Al pasar junto a la pared de la cocina, escuchó risas de niños que provenían del otro lado, y el sonido no sirvió precisamente para tranquilizarlo. ¿Niños jugando en la cocina de Anwyn Ave? ¿No se había dicho siempre que antes se congelaría la zona más profunda del infierno que permitir tal cosa?

La Gran Lumbre era la principal de las estancias de la casa comunal situadas en la superficie. Mesnaderos, visitantes y todas las criaturas de sexo masculino lo bastante mayores como para conseguir comida y hacerse un lecho por sí mismas dormían allí cada noche alrededor del fuego, y la mayoría de los miembros del clan cenaban en los curvos bancos de piedra que bordeaban la pared este de la sala. Por las tardes, todo el mundo se reunía alrededor del fuego para mantenerse caliente, contar historias, probar la cerveza casera de cada cual, fumar pipas llenas de brezo seco, cortejar, cantar, jugar a los dados y hacer danzar las espadas. Era el Corazón del Clan; todas las decisiones importantes se tomaban allí.

En cuanto dobló el último tramo de escalones, Raif supo que algo no iba bien. Las puertas de roble de la Gran Lumbre estaban cerradas. Sin detenerse a alisarse los cabellos o a quitarse el polvo del abrigo, empujó las tablas de roble y entró.

Quinientos rostros se volvieron hacia él. Corbie Méese, Shor Gormalin, Will Halcón, Orwin Shank y docenas de otros hombres del clan estaban reunidos alrededor del enorme hogar de arenisca. Raina Granizo Negro, Merritt Ganlow y una veintena de otras mujeres merecedoras de respeto ocupaban también lugares cerca del fuego. Sentados en los extremos de la estancia sobre bancos curvos estaban los mesnaderos: los dos hermanos Shank medianos, los Lye, Granmazo, Craw Bannering, Rob Ure, que había sido enviado por el clan Dregg para servir allí, y docenas de otros.

Raif sintió un tremendo nudo en la garganta. Drey también estaba allí, sentado junto a Rory Cleet, con las manos apoyadas en el mazo recién martilleado, que descansaba sobre su regazo. El joven miró y miró, pero su hermano se negó a devolverle la mirada.

—No se te llamó a esta reunión, muchacho. —Maza Granizo Negro se adelantó desde detrás de un puntal de madera de secuoya y dio cinco pasos antes de detenerse—. No te convertirás en mesnadero hasta la próxima primavera.

A Raif no le gustó el tono de voz del otro, ni tampoco que luciera la espada del clan de su padre adoptivo. De acero puro, tan negra como la noche y con empuñadura de hueso humano relleno de plomo, permanecía siempre guardada en la casa comunal y sólo la lucía el jefe del clan cuando se le pedía que pronunciara sentencias de muerte o declaraciones de guerra.

Paseando la mirada por la Gran Lumbre, el joven realizó el recuento del grupo; allí había más hombres del clan de los que había visto juntos en un mismo lugar desde la reunión celebrada en primavera con motivo del festival de los dioses. Incluso a algunos coaligados del clan —colonos, criadores de cerdos y leñadores— se les había dado un puesto cerca de la puerta. Los únicos miembros del clan de pleno derecho que no estaban presentes eran aquellos que custodiaban los recintos amurallados y los territorios de la frontera, los cien aproximadamente que montaban guardia por la noche y aquellos que estaban fuera en largas cacerías por los lejanos territorios septentrionales del clan.

—Si os habéis reunido para hablar de guerra —dijo Raif, y sus ojos se entrecerraron, paseando de rostro en rostro y sin prestar la menor atención a Maza Granizo Negro—, entonces exijo estar presente. Antes de que se celebre la primera batalla, Inigar Corcovado escuchará mi juramento.

La alargada cabeza de Corbie Méese, con la marca del mazo, la cicatriz y el trozo sin pelo, fue la primera en asentir.

—Tiene razón, sabéis. Vamos a tener que comprometer a tantos mesnaderos como podamos, tan pronto como nos sea posible. Y de eso no hay la menor duda.

Ballic el Rojo y varios otros asintieron junto con él.

Maza Granizo Negro cortó en seco los asentimientos antes de que tuvieran la posibilidad de extenderse.

—Debemos decidir sobre un jefe de clan antes de hablar de guerra.

Raif dirigió a Drey una dura mirada, que taladró el cráneo de su hermano hasta que este se vio forzado a levantar los ojos. Maza Granizo Negro había convocado una reunión para decidir quién sería el siguiente jefe del clan, y su propio hermano ni siquiera se lo había dicho. El joven dirigió una ceñuda mirada a Drey. ¿No se daba cuenta de que le estaba haciendo el juego al otro?

—Así pues —siguió Maza Granizo Negro, recorriendo el corto trecho que faltaba hasta llegar a la puerta y deteniéndose antes de abrirla—, puesto que la guerra no es nuestro principal propósito aquí, propongo que dejemos marchar a este chico. —Sonrió casi con dulzura—. Lo más probable es que cuestiones delicadas como estas lo aburran.

Raif miró con fijeza la cabeza gacha de Drey, pero en esa ocasión su hermano se negó a mirarlo.

Maza mantuvo la puerta abierta, y con la espalda vuelta al clan, dedicó al otro una mirada llena de malicia. «Márchate», articuló en silencio, mientras sus ojos se cerraban para convertirse en dos rendijas negras y amarillas.

—Yo digo que se quede. —Raina Granizo Negro se incorporó mientras hablaba—. A pesar de lo que dices, Maza Granizo Negro, Raif Sevrance no es precisamente un niño. Si desea dar su opinión junto con el resto, yo desde luego no se lo impediré. —Miró a su hijo adoptivo directamente a los ojos—. ¿Lo harás tú?

En los segundos que usó la mujer para hablar, el rostro del otro cambió dos veces, y cuando se volvió de nuevo hacia el clan, el único rastro de la cólera que las palabras de la mujer habían provocado en él era la veloz disminución de las arrugas alrededor de su boca. Dejó que la puerta se cerrara.

—Muy bien —respondió—. Que el muchacho se instale en el fondo.

Raif mantuvo su posición un instante más; luego, se desplazó lateralmente para unirse a un grupo de agricultores detrás de la puerta. Su mirada no abandonó a Maza Granizo Negro ni un instante.

—Te lo advierto, muchacho —indicó ese con suavidad, sopesando sus palabras—. No estamos aquí para censurar lo sucedido en el campamento de los páramos. Te sientes trastornado por la pérdida de tu padre; todos nos dimos cuenta el otro día. Pero estamos de luto por otros además de por Tem Sevrance, y harás bien en recordarlo. No fuiste el único que perdió un pariente. —Maza hizo como si tragara saliva—. Otros también los perdieron. Y cada vez que hablas a la ligera sin pensar, dañas su memoria y hieres a los que los lloran.

Sus palabras aplacaron al clan, y muchos bajaron la vista al suelo, a las manos, a los regazos. Varios de los miembros de más edad del clan, incluidos Orwin Shank y Will Halcón, asintieron. El miembro coaligado del clan situado junto a Raif, un criador de cerdos llamado Hissip Gluff, se apartó un poco.

—Regresemos a la cuestión que tenemos entre manos —manifestó Shor Gormalin en tono sereno.

Estaba de pie junto al hogar, con los rubios cabellos y la barba bien cortados y peinados, y el brazo con el que empuñaba la espalda descansando sobre la repisa.

—Me atrevo a decir que el muchacho sabe bien cuándo es correcto y adecuado hablar.

Como sucedía siempre que el menudo espadachín hablaba, los allí presentes estuvieron de acuerdo. Y todos aquellos hombres y mujeres que, segundos antes, habían dedicado a Raif miradas penetrantes encontraron entonces otras cosas que mirar. El joven no dijo nada. Empezaba a darse cuenta de lo listo que era Maza Granizo Negro utilizando las palabras.

—Bien —dijo Ballic el Rojo, adelantándose hasta la zona despejada situada en el centro de la habitación—. Maza tiene razón. Debemos decidir sobre un jefe de clan y deprisa. El clan Dhoone es débil, y los clanes que le han jurado lealtad sufren por falta de protección. Todos sabemos que lord Perro ha estado olfateando alrededor de la casa Dhoone como el podenco que es; tiene siete hijos, y cada uno ansia tener un clan propio. Sin embargo, ahora me parece que el jefe Bludd anhela más. Creo que nos tiene a todos y a cada uno de nosotros en su punto de mira. Opino que tiene el capricho de llamarse a sí mismo «señor de los Clanes». Y si permanecemos sentados y no hacemos nada, será sólo cuestión de tiempo antes de que sus hombres nos hagan una visita con sus espadas.

Gritos de «¡sí!» resonaron por la Gran Lumbre. Corbie Méese tomó el mazo que llevaba a la espalda y golpeó el suelo con el extremo de madera. Algunos mesnaderos, incluido Drey, empezaron a aporrear el banco con los puños, mientras que muchos hombres del clan picaban con los pies o martilleaban con las jarras de cerveza las paredes. Maza Granizo Negro aguardó a que el ruido llegara a su punto más álgido para hablar.

—¡Sí! —gritó por encima del clamor, alzando una mano abierta—. ¡Ballic tiene razón! Lord Perro se adueñara de nuestra tierra, nuestras mujeres y nuestra casa comunal. Y cuando lo haya hecho, se dará la vuelta y convertirá en polvo nuestra piedra-guía. Asesinó a nuestro caudillo a sangre fría en la tierra de nadie que era el campamento. ¿Qué cosas peores no hará cuando venga al oeste a atacar a nuestro clan?

Maza Granizo Negro cerró la mano con energía. El ruido se había apagado, y la única persona que se movía era la hachera Nellie Verdín, que estaba ocupada pasando fragmentos de corteza de abeto de antorcha en antorcha. El fuego en la Gran Lumbre rugía como viento del norte, y alrededor de la estancia las vigas de madera roja crujían y se estremecían como árboles en una tormenta.

Raif sintió que el calor desaparecía de su rostro. El mundo se movía bajo los pies de todos siguiendo las palabras de un único hombre, y él no podía creer con qué rapidez sucedía. Era como contemplar a un perro reuniendo el rebaño.

—Mi padre murió a manos de Vaylo Bludd —declaró Maza Granizo Negro, dejando que su voz temblara junto con su puño—, asesinado por una espada infernal; lo dejaron pudriéndose sobre la tierra helada. Yo digo que lord Perro debe pagar muy caro por lo que hizo. Nosotros no somos el clan Dhoone y no nos quedaremos sin hacer nada, dejando que nos roben la piedra-guía mientras yacemos en la cama con nuestras mujeres encima de nosotros. Somos el clan Granizo Negro, el primero de todos los clanes. No nos ocultamos y no nos acobardarnos. Y nos vengaremos.

El clan empezó a vociferar. Todos se pusieron en pie. Los que empuñaban hachas y los que usaban mazos aporrearon el suelo de piedra con sus armas, y los mesnaderos empezaron a salmodiar: «¡Matemos a los Bludd! ¡Matemos a los Bludd!». Los que se hallaban junto a las mesas sacaron las espadas y clavaron las hojas en la madera. Las mujeres se desgarraron las mangas de los vestidos y dejaron al descubierto los verdugones de viudas para que todos los vieran. Corbie Méese alzó un odre de fuerte licor por encima de la cabeza y lo arrojó al fuego. Entonces el odre estalló, y una bola de llamas blancas chamuscó los cabellos de todos los que se hallaban cerca y proyectó una oleada de calor que azotó a todos los presentes.

Mientras el humo brotaba del hogar en forma de negros nubarrones, Ballic el Rojo apuntó su arma. Tallado de un único trozo de médula de tejo, reforzado con placas de asta y luego curvado con tendones y puesto a secar, el arco se tensaba con la misma facilidad con que el sol se ponía. Ballic sostuvo la cuerda contra su mejilla, besó las plumas de la flecha y la soltó; el proyectil partió el humo como un cuchillo abriendo gargantas, y se introdujo en el rojo corazón del fuego, cercenando la parte superior de las llamas y haciendo pedazos las relucientes ascuas como una roca arrojada contra el hielo. Brasas ardientes cayeron sobre la piedra del hogar, oscuras y cenicientas, con centelleantes ojos rojos.

—Eso es para lord Perro —gritó Ballic el Rojo por encima del alboroto, mientras sacudía una imaginaria mota de polvo del arco.

Al mismo tiempo que Raif envidiaba la terrible fuerza del disparo de Ballic, la mirada del joven se vio atraída hacia el extremo opuesto de la estancia, donde Drey estaba de pie cantando a voz en grito. El y el barbilampiño Rory Cleet estaban hombro con hombro y se empujaban mutuamente para ver quién podía cantar más fuerte. Drey tenía el mazo en la mano y no dejaba de volverse para golpear el banco situado tras él, y cuando sus ojos se encontraron por un instante con los de Raif, los desvió rápidamente. El muchacho sintió un calambre en el estómago. Aquel no era Drey. Su rostro estaba tan rojo que ni siquiera parecía él.

—¡Matemos a los Bludd! ¡Matemos a los Bludd!

Retrocediendo despacio hacia el quicio de la puerta para sostenerse, Raif desvió la mirada. Se sentía físicamente enfermo, y los ruidos le golpeaban el rostro como puñetazos. «No sabemos si lo hizo el clan Bludd», quiso gritar pero Maza Granizo Negro se había asegurado de que cualquier cosa que dijera fuera desestimada y tildada de desvaríos inmaduros de un muchacho que había perdido a su padre. Golpeó con el puño el marco de la puerta, desafiando a las astillas a hacerlo sangrar. ¿Cómo podía ser que nadie viera en Maza Granizo Negro el lobo que era?

Mientras alzaba los nudillos de la madera, percibió la mirada de alguien puesta sobre su espalda y, asumiendo que se trataba de Maza, giró en redondo para devolverla. Pero no era él; era su madre adoptiva, Raina. Raif dejó caer el puño a su costado. En una habitación llena de gente en tensión, que chillaba y aullaba para hacerse oír, la mujer era una isla de tranquilidad. Las vendas que rodeaban sus verdugones de viuda habían sido arrancadas para dejar al descubierto la carne roja de heridas recientes. No se permitiría que se hicieran costras sobre los cortes a medida que cicatrizaban; en su lugar, la carne se mantendría unida por tendones fuertemente atados, hasta que fajas de carne endurecida crecieran alrededor de las muñecas. Estas la acompañarían hasta el día de su muerte.

Por vez primera, Raif se dio cuenta de lo que Raina llevaba sobre los hombros: la piel de oso negro que estaba raspando Dagro Granizo Negro cuando murió. Sin embargo, la piel aparecía limpia y recién lavada, y el lado de la carne se veía cremoso y sin sangre. El joven sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies una vez más. Drey debía haberla traído con él; sin duda, la había introducido en el morral, la había traído a casa desde los páramos, luego había acabado de raspar la carne, la había lavado con cal y había ablandado la parte interior. Todo lo había realizado en silencio y sin alborotos, para que Raina Granizo Negro pudiera tener el último regalo de su esposo.

Tranquilizado, el joven abrió el puño. En ocasiones, apenas conocía a su hermano.

Como si percibiera los pensamientos del otro, la mujer se arrebujó más en la piel de oso. Brillaban lágrimas en sus ojos, pero no hizo ningún ademán de hablar, ni gestos con la mano o la cabeza; se limitó a sostener la mirada de Raif con la misma firmeza con que le sujetaría el brazo. Su esposo estaba muerto y quería que él lo recordara.

—¡Matemos a los Bludd! ¡Matemos a los Bludd!

—¡Contened vuestros gritos! —exclamó Maza Granizo Negro, alzando la espada del clan por encima de la cabeza al mismo tiempo que se subía a una mesa situada cerca del centro de la habitación.

Llevaba los pantalones de piel de perro y la túnica acuchillados por su propia mano, y su amuleto de lobo descansaba en la parte exterior para que todos lo vieran. Con sus negros cabellos, ropas oscuras y el amarillo diente de lobo brillando sobre la piel, parecía feroz y lleno de cólera, y la espada del clan encajaba en su mano a la perfección, pues ya había evaluado su peso y equilibrio.

El clan calló. Gracias a la flecha de Ballic el Rojo, el fuego despedía entonces una luz parpadeante y desigual, y un humo oscuro brotaba de las ascuas, que se enfriaban en forma de finos penachos. Alrededor de los muros de la Gran Lumbre, las antorchas ardían con el chisporroteo de algo que se acaba de encender.

Maza Granizo Negro aguardó hasta que se hizo un perfecto silencio, y cuando habló, la espada del clan relució como hielo negro.

—Hemos de atacar y declarar la guerra, ahora lo sabemos. Nuestros guerreros deben cabalgar al este y enfrentarse cara a cara con los hombres de Bludd. Ahora más que nunca necesitamos a un hombre fuerte que nos guíe. La guerra no se limita nunca sólo a las batallas. Debemos realizar alianzas, agruparnos, conocer nuestros puntos débiles y usar todo aquello que tengamos a nuestro favor. Jamás podremos reemplazar a Dagro Granizo Negro, y yo, por mi parte, me enfrentaré a cualquiera que aquí y ahora afirme lo contrario.

Maza bajó la espada del clan y describió con ella un semicírculo alrededor de su pecho. Por una fracción de segundo, su mirada se posó en Raif; luego sus labios se crisparon en una cuidadosa sonrisa y apartó los ojos.

—Sin embargo, debemos elegir a un caudillo —continuó al no encontrar a nadie dispuesto a hablar mal del difunto—. Todos aquí tenemos derecho a empuñar la espada del clan y a reclamar el nombre de Granizo Negro. Como Granizo Negro por crianza, tengo más derecho que algunos, pero no es para decir eso que os he convocado. Lo que deseo afirmar es que juraré lealtad a cualquiera que sea nombrado jefe del clan y lo seguiré hasta la muerte.

Las palabras de Maza Granizo Negro dejaron estupefacto al clan. Las bocas se abrieron, sorprendidas, y se contuvieron las respiraciones. Al viejo Turby Flapp se le escapó la lanza de las manos, y esta fue a estrellarse con estrépito contra el suelo. El agricultor que Raif tenía al lado alzó la barbilla y musitó a su compañero que Maza Granizo Negro había hablado muy correctamente. Raif aguardó. Como todos los demás, se sentía sorprendido por las palabras de Maza, pero sabía que allí no acababa todo, pues en el mismo instante en que el guerrero bajó la voz, empezó a escucharse un coro de voces.

—Un Granizo Negro es el que actúa como un Granizo Negro.

Corbie Méese se colocó en el centro de la habitación, con el cuero curtido de su peto adornado tan sólo por sus cadenas de esgrimidor de mazo.

—Maza ha demostrado ser un auténtico hombre del clan, al igual que su padre antes que él, y me sentiría orgulloso de seguir sus proclamas de guerra. —Con estas palabras, el guerrero depositó su enorme mazo de cabeza de hierro en el suelo, a los pies de Maza Granizo Negro.

—Yo lo secundo. —Era Ballic el Rojo, que se adelantó con su arco de madera de tejo tensado—. Nada más tener lugar el ataque en las Tierras Yermas, los primeros pensamientos de Maza Granizo Negro fueron para con los que habían quedado en casa. Con eso no quiero hablar mal de los muchachos Sevrance; todos los aquí presentes estamos de acuerdo en que lo que hicieron fue correcto y apropiado, pero desde mi punto de vista Maza Granizo Negro actuó como un jefe de clan desde el principio.

Raif cerró los ojos mientras gritos de «¡sí!» daban vueltas a la habitación. Escuchó cómo Ballic el Rojo depositaba su arco junto al mazo de Corbie Méese, y cuando los volvió a abrir, Orwin Shank y Will Halcón hacían lo mismo con sus hachas y espadas. A lo largo de la pared este, los mesnaderos se removían inquietos contra los bancos, pues no podían moverse antes que los hombres del clan por derecho y las mujeres merecedoras de respeto.

Otros miembros del clan se acercaron y dejaron sus armas junto a los pies de Maza Granizo Negro. Los gemelos Culi y Arlec Byce cruzaron sus hachas de madera de tilo auténticas encima de la creciente pila. No obstante, algunos hombres se abstuvieron. Shor Gormalin fue el más notable; de pie, cerca de Raina Granizo Negro, observaba los acontecimientos con ojos relucientes, sin que se moviera un músculo de su rostro enjuto. Otros, muchos de los miembros del clan de más edad, como Gat Murdock y el feroz y menudo arquero a quien todos llamaban Tirobajo, imitaron su ejemplo e hicieron lo mismo. Raif observó que varios de los hombres del clan y la mayoría de las mujeres miraban a Raina Granizo Negro.

Cuando resultó evidente que todos los miembros por derecho del clan que estaban dispuestos a presentarse lo habían hecho, Maza Granizo Negro apretó la hoja plana de la espada del clan contra su corazón. Su negra cabellera y barba recortada hacían que su rostro pareciera pálido como el hielo que se forma alrededor de una ventana durante la noche; sus dientes eran fuertes y blancos, y unos cuantos tenían el afilado aspecto de colmillos.

—¿Qué dices tú, madre adoptiva? —dijo volviéndose para dirigir sus palabras sólo a Raina—. No pedí esto, y lo cierto es que no estoy seguro de quererlo. Y no importa lo mucho que el apoyo de mis camaradas conmueva mi corazón; lo que tú pienses importa más.

Raif rechinó los dientes para no lanzar un grito. ¡Maza Granizo Negro ni siquiera era un miembro del clan por derecho! Era un mesnadero, como Drey, y debía jurar su lealtad al clan de año en año, hasta que se casara o se instalara, y estuviera listo para comprometerse por completo y de por vida. La mayoría de mesnaderos juraban lealtad a sus clanes de origen, pero algunos se casaban o criaban en otro, o descubrían que eran más necesarios o mejor valorados en una casa comunal ajena, lejos de su hogar.

Raif aspiró con fuerza, y su mirada es movió hacia Raina Granizo Negro, que permanecía inmóvil en su propio espacio, ligeramente distanciada de las otras mujeres. Maza la había colocado en una posición difícil; hablar contra los de su misma sangre o contra familiares adoptados frente al clan resultaba impensable, y en especial contra un hijo adoptivo que acababa de dedicar a su madre un cumplido mucho más importante que el respeto debido.

El aire retenido ardía al abandonar los pulmones del muchacho. Aquel hombre maniobraba como el lobo que era: aislando a su presa, para luego forzarla a huir sola.

Pero Raina no era la clase de mujer a la que se puede dar prisas, y con un lento encogimiento de hombros dejó que la piel de oso negro cayera al suelo. Todos los presentes en la Gran Lumbre observaron con atención cómo se colocaba deliberadamente sobre ella. Los labios y las mejillas de la mujer aparecían pálidos; su vestido de lana tejida por ella misma estaba teñido en un delicado tono gris, y los únicos puntos de color de todo su cuerpo eran la sangre que rezumaba de sus heridas de viuda y la película de lágrimas no derramadas que cubría sus ojos.

—Hijo adoptivo —replicó colocando un leve pero inconfundible énfasis en la palabra adoptivo—. Al igual que mi esposo antes que yo, soy una persona que no acostumbra a emitir juicios precipitados. Has hablado bien y con humildad, y te has ganado el apoyo de muchos de los hombres del clan que se hallan por encima de ti en rango.

Siguió una pausa, durante la que Raina dejó que todos recordaran por sí mismos que su hijo adoptivo no era más que un mesnadero. Por vez primera desde que entró en la estancia, Raif sintió un destello de esperanza. Nadie en el clan era tan respetado como Raina.

—Creo que eres un hombre con energía, Maza Granizo Negro —continuó ella—, con una gran voluntad y un brazo fuerte, y la habilidad para hacer que otros sigan tus órdenes. Te he visto en el patio de adiestramiento y sé que empuñas tanto el hacha como el espadón con destreza. Eres hábil con las palabras, como a menudo sucede con los hombres del clan Scarpe, y sospecho que también serás muy hábil en combate. Sin embargo, yo soy la viuda de Dagro Granizo Negro y debo respetar su memoria y, como tal, pido que no se tome ninguna decisión esta noche.

Mientras las últimas palabras abandonaban los labios de Raina Granizo Negro y el clan respondía al temple de su voz, Raif escuchó el repicar de pisadas en las escaleras exteriores. Al mismo tiempo que daba gracias en silencio por la cautela de la mujer y veía por sí mismo que ningún hombre o mujer presentes se atrevería a desafiarla en esa cuestión, las dobles puertas de la Gran Lumbre se abrieron de golpe.

Un hombre del clan, con la frente y las mejillas rojas por la repentina exposición al calor, con la nariz y los ojos goteando, y sus ropas de hule chorreando agua, entró tan precipitadamente en la habitación que dio un traspié al frente. Sin aliento, con los cabellos mojados por el sudor y los rebordes de las botas cubiertos de lodo, permaneció inmóvil un instante, aspirando grandes bocanadas de aire para calmarse. Raif lo reconoció al cabo de un instante como el hijo de Will Halcón, Bron, un mesnadero enviado a vivir con los Dhoone.

Raif sintió que su piel se enfriaba igual que si el recién llegado hubiera traído el frío del exterior con él. Notó un nudo en el estómago, y bajo su túnica de piel de ante y camisa de lana, su amuleto de cuervo le quemó como si fuera hielo.

Todos los reunidos contuvieron la respiración mientras aguardaban a que el joven hablara. Maza Granizo Negro y el montón de armas depositadas a sus pies quedaron en el olvido, y las palabras de Raina y el último regalo de su esposo extendido bajo sus pies desaparecieron de las mentes del clan como aguas vertidas ladera abajo. Quinientos pares de ojos se concentraron con ciega expectación en la puerta.

Bron Halcón se apartó los cabellos del rostro y, tras una breve ojeada por la estancia, su mirada fue a posarse finalmente en Raina Granizo Negro y en Shor Gormalin, el menudo espadachín que se hallaba al lado de la mujer.

—El clan Bludd ha tomado la casa Dhoone —declaró—. Hace cinco noches. Asesinaron a trescientos Dhoone con armas que no derramaban sangre.

Un único siseo de conmoción y cólera unió todos los que estaban en la sala, y Raif sintió que el nudo de su estómago se deshacía con líquida lentitud. Nadie volvería a poner en duda jamás la historia de Maza Granizo Negro sobre el ataque en las Tierras Yermas.