Effie Sevrance estaba sentada con las piernas cruzadas en su lugar especial bajo las escaleras, y observó el regreso del grupo de ataque. Gigantescos hombres del clan, con las hachas dejando caer trozos de sangre y barro congelados sobre el suelo de piedra, con los rostros serios y solemnes, cruzaron bajo la gran puerta y pasaron a la sala de acceso, trayendo con ellos la clase de silencio que la niña sabía que significaba muerte.
Intentó no sentirse asustada, y su mano apretó la piedra amuleto mientras miraba los rostros de cada hombre que cruzaba el umbral en busca de Drey.
Había tantos hombres, algunos arrastrando piernas ensangrentadas tras ellos, otros con terribles magulladuras en cuellos y rostros, y muchos con las heridas ocultas bajo las prendas de hule, aunque la lentitud de su andar y el tinte azulado de sus labios traicionaban las lesiones padecidas. Unos cuantos fueron conducidos al interior sobre trineos de arrastre, y los ojos de Effie escudriñaban sus ropas en busca del dibujo en zigzag del abrigo de alce de su padre, pues sabía que su hermano lo llevaba puesto cuando se marchó.
Raina, Anwyn Ave y las otras mujeres con rango dentro del clan se movían entre los heridos, ocupándose de heridas, trayendo cerveza negra y ropas calientes y apetitosa carne asada. Como siempre que Anwyn estaba al mando, no hubo ni alboroto ni gemidos por parte de las otras mujeres: Anwyn no lo habría permitido, pues no se habría conseguido más que trastornar a los hombres. Raina no hablaba, pero contaba, tomando cuidadosa nota de todo hombre que entraba, manteniendo el recuento de su número en su cabeza. Sus verdugones de viuda habían cicatrizado ya, y la piel pálida se veía levantada como hileras de maíz alrededor de las muñecas. Apenas hablaba a Effie en los últimos tiempos. Se preocupaba, asegurándose de que Effie fuera alimentada y vestida, y no permaneciera nunca sola demasiado tiempo, pero pocas veces le llevaba ella la comida o las mantas, o le hacía compañía. Effie sabía que compartían un secreto malo, y aquella cosa mala le dificultaba el sueño algunas noches, por lo que la pequeña se refugiaba cada vez más a menudo en la perrera pequeña. Los animales la querían casi tanto como Raina… y no la miraban con ojos sin vida.
Todo pensamiento desapareció de la cabeza de la niña en cuanto descubrió una enorme silueta en el umbral. Drey avanzaba despacio, un poco inclinado a la altura de la cintura para aliviar la presión sobre una herida, y su rostro era una máscara de suciedad y sangre, y también tenía una profunda cuchillada en el peto. Los ojos del hombre empezaron a buscar ya antes de que su pie pisara el suelo de piedra de la casa comunal.
Effie se puso en pie, con el corazón latiendo apresuradamente en su corazón. ¡Drey!
Él la vio en cuanto la pequeña salió del espacio situado bajo la escalera, y algo profundo y concentrado en su interior se relajó, y por un momento pareció joven, como el antiguo Drey, como había sido antes de que toda la maldad hubiera empezado y Raif se marchara. Sin una palabra, el joven abrió los brazos. Ni que toda su vida hubiera dependido de ello, Effie no podría haberse resistido a él, pues quería abrazarlo con tal desesperación que todo su interior le dolía.
No corrió; a Anwyn no le gustaba. En su lugar, avanzó con pasos lentos y deliberados, mientras su hermano aguardaba. Él no sonrió ninguno de los dos sonrió; sólo se limitó a tomarla en sus brazos y a apretarla allí durante mucho rato.
Se separaron sin decir palabra. Drey la tomó de la mano al mismo tiempo que volvía la cabeza un instante para dar una orden a un mesnadero que acababa de jurar respecto al estado y tratamiento de algunos hombres. El otro, un joven menudo con una espada que era casi tan alta como él atada a la espalda, se apresuró a obedecer las instrucciones recibidas. Corbie Méese, el de la muesca en la cabeza, se detuvo y preguntó algo a Drey, este lo meditó antes de responder, como siempre hacía, y Corbie asintió con la cabeza, marchándose a continuación.
Anwyn Ave llamó su atención con una pregunta en su rostro caballuno. Como respuesta, Drey alzó tanto su mano como la de la niña. Effie no lo entendió, pero la mujer evidentemente sí, pues asintió con expresión cómplice. Luego cambió de ruta, llevando una bandeja de cerveza y tortillas de maíz que transportaba hacia un grupo de guerreros armados con mazos que estaban sentados en el suelo.
—Vamos.
Drey tiró de la mano de su hermana, y no dijo nada más mientras la conducía por entre el río de hombres y mujeres del clan en dirección a la casa-guía.
—El clan Croser ha sido amenazado por los Bludd.
—… un centenar de hombres de Dhoone muertos.
—Tuvimos que hablar de acuerdos antes de que los Estridor nos quisieran dejar pasar.
—Corbie lo arrastró lejos del cuerpo. No ha dicho ni palabra desde entonces. Su corazón está con su gemelo.
—No, Anwyn; ocúpate de Roy primero. Esta herida no es más que un rasguño.
Effie escuchó las voces apagadas de su clan mientras andaba junto a Drey. La guerra había caído de pleno sobre ellos, y grupos de ataque como el encabezado por Corbie Méese abandonaban la casa comunal cada día. Dos noches atrás, un pelotón de hombres de Bludd había conseguido adentrarse cerca del muro fortificado de las tierras bajas y había asesinado a una docena de colonos. La chiquilla había visto los cuerpos. Orwin Shank y sus hijos habían cabalgado hasta allí para traerlos de vuelta. Uno de sus perros había localizado a un bebé vivo en la nieve, y Orwin explicó que la madre de la criatura había envuelto al pequeño en pieles de oveja y lo había ocultado en un ventisquero, junto a su granja, mientras los Bludd se aproximaban sobre sus caballos de batalla. Jenna Trotamundos cuidada del bebé ahora. Orwin le había llevado el niño directamente a ella, diciendo que tenía un corazón tan resistente y unos puños tan fuertes que debía haber algo de Toady en él. Todas las madres lactantes del clan habían ofrecido leche.
Effie pensaba mucho en el pequeño, pensaba en él atrapado bajo la nieve, y quería preguntar a Orwin cuál de sus podencos lo había encontrado, pero el hombre era feroz e importante, y le faltaba valor para hacerlo.
Drey introdujo a su hermana en la humeante oscuridad de la casa-guía y le indicó que se sentara en uno de los bancos de piedra mientras él se acercaba a la piedra. Uno o dos hombres más del grupo de ataque estaban ya arrodillados ante la piedra-guía, con la frente rozando la dura y húmeda superficie. Todos permanecían en silencio. Drey encontró un espacio donde colocarse y se unió a ellos, y estuvo callado un largo rato: andando con los dioses, como siempre decía Inigar.
Effie conocía la piedra-guía bien, mejor que cualquier otro, excepto Inigar Corcovado, pues había pasado gran parte de su vida en su presencia, enroscada bajo el banco de desportillar de Inigar, mirando con fijeza la roca. Tenía un rostro, eso lo sabía. No un rostro humano, ya que tenía demasiados ojos para ello, pero podía ver, escuchar y sentir. Ese día la piedra-guía estaba triste y seria; los profundos hoyos recubiertos de sal que eran sus ojos brillaban con aceite derramado, las oscuras hendiduras que eran sus bocas estaban llenas de sombras grises, e incluso la nueva tara que discurría a lo largo de toda la piedra y que todos decían que era un mal augurio y señal de una guerra inminente parecía una profunda arruga de preocupación en la mejilla de un hombre sumamente anciano.
La niña apartó rápidamente la mirada. No podía mirar la grieta de la piedra sin pensar en Raif.
Su amuleto le había dicho que su hermano se marcharía; había introducido la información en su interior a través de la piel de las palmas de sus manos. «Tiene que marcharse», había dicho el amuleto, e incluso antes de que el muchacho regresara de la calzada de Bludd ella había sabido que sería así. A veces, deseaba decírselo a Drey, tranquilizar su mente, pero carecía de las palabras para ello. Su hermano no estaba enojado tan sólo con Raif; también estaba enfadado con Angus por llevárselo. Ni siquiera llamaba ya tío a Angus, sino «ese Angus Lok». Effie frunció el entrecejo. Una semana atrás había encontrado a Drey de pie fuera de la gran puerta, mirando al sur, y aunque en un principio creyó que comprobaba si la última tormenta había pasado, luego vio la expresión de su rostro, y comprendió que esperaba a Raif…, a pesar de que Raina le había dicho que no regresaría.
Aquel pensamiento produjo a la pequeña un nudo en el estómago, y su mano se alzó despacio por su vestido en dirección al amuleto. La piedra estaba dormida en aquel instante, fría e inerte como un ratón invernando, y era mejor así, pues jamás contaba cosas buenas. Temía que le dijera que Drey se marcharía.
—Vamos, pequeña.
Su hermano se puso en pie con un esfuerzo y con torpeza, sin tocar en ningún momento la piedra-guía para apoyarse. Andar con los dioses le había arrebatado algo, y parecía cansado y viejo, y más preocupado que antes.
Effie fue directa hacia él, localizándolo con la mano entre el humo.
—Drey.
Tanto Effie como su hermano giraron a la vez, encontrándose con Inigar Corcovado, que emergía de las sombras del extremo más apartado de la casa-guía. El rostro del guía aparecía gris por las cenizas de la madera, y los puños y repulgo de sus ropas estaban chamuscados de negro en señal de guerra. Sus oscuros ojos contemplaron apenas por un instante a Effie; sin embargo, esta supo que lo sabía todo sobre ella. El guía lo sabía todo sobre los Sevrance.
—Inigar. —Drey cerró los ojos y se tocó ambos párpados.
—Corbie dice que combatiste duro y bien, y tomaste el mando cuando Culi Byce cayó.
Drey no hizo ademán de responder. Effie sabía que le incomodaban las alabanzas, pero ello no justificaba la dureza de su expresión cuando miró al guía, y la chiquilla se preguntó cómo se las había arreglado Inigar para hablar tan pronto con Corbie Méese; la última vez que había visto al guerrero, este batallaba con Anwyn para conseguir más cerveza.
—Debes dejar el pasado a tu espalda —indicó Inigar—. Todo él. El clan necesita a hombres buenos como tú. No permitas que la amargura te robe las fuerzas. Las cosas están como están. Insiste en lo que podría haber sido, y los fantasmas del pasado te devorarán. Esos espectros poseen dientes afilados; no sentirás su mordisco hasta que empiecen a desgarrar el tuétano de tus huesos. Debes dejarlos atrás. Los osos no miran atrás.
—No sabes de lo que hablas.
Effie aspiró con rapidez; nadie hablaba al guía de ese modo. Nadie.
Inigar meneó la cabeza, arrojando lejos las palabras como si fueran gotas de lluvia sobre una prenda de hule.
—Mi amuleto es el halcón, Drey Sevrance. Veo muchas cosas que un oso no puede. No creas que no sé nada de lo que sucedió en la calzada de Bludd. No supongas que te declaro libre de culpa. Pero debes saber esto: lo que está hecho está hecho, es lo que venga después lo que me preocupa ahora.
Drey se frotó el rostro con la mano, y cuando volvió a hablar sonaba cansado.
—Debo irme, Inigar. No tienes que preocuparte por mí. Conozco mi lugar en el clan.
—¿Has tirado la piedra de jura? —inquirió el otro, asintiendo.
—Sí. —El joven le había dado la espalda al guía antes de responder.
Effie sintió la mirada del anciano fija en ella y en Drey mientras abandonaban la casa-guía. Su hermano permaneció en silencio mientras se encaminaban a las cocinas, y allí recogió pan y carne para los dos, y la niña vio cómo hacía una mueca cuando tensó un músculo que no se debería haber estirado, sintió cómo su cuerpo temblaba por un instante mientras luchaba con el dolor.
—Busquemos un lugar tranquilo para comer —sugirió él.
—Podríamos ir al huerto de berzas. Allí se está tranquilo, y las paredes son altas, de modo que apenas sopla el viento.
Effie se sintió complacida y un poco ansiosa cuando Drey asintió, pues deseaba fervientemente que le gustara el lugar que había elegido.
El huerto de berzas era un pequeño terreno cuadrado situado en la parte posterior de la casa comunal que había sido destinado a cultivar hierbas. Unas altas paredes mantenían a raya todo el año a los vientos helados, y a alguien se le había ocurrido hacía bastante tiempo construir un par de bancos de ladrillos, de modo que dos o tres personas se pudieran sentar y aprovechar el cercado refugio. El huerto era entonces territorio de Anwyn, cada copo de nieve que osaba aterrizar allí era retirado antes de que tuviera tiempo de asentarse. La mujer no tenía más que mirar a Cabezaluenga para que este empezara a sacar nieve. Effie había observado que Anwyn tenía ese efecto sobre gran cantidad de hombres.
La berza, que Effie identificaba mentalmente con una col dura, ya no se cultivaba en el huerto de berzas, pues Dagro Granizo Negro lo había prohibido; llamaba a la planta «ese repollo asqueroso». A Effie no le desagradaba, si bien reconocía que hacía falta masticarla bastante; pero entonces Anwyn cultivaba hierbas en su lugar, gran cantidad de ellas, como puerros, salvia negra y mostaza blanca, y todo era arrancado al llegar el invierno, de modo que en esos momentos no quedaba otra cosa que tierra cubierta con paja y estiércol.
La niña sintió que el corazón le latía aceleradamente al rodear el exterior de la casa comunal, e intentó mantener los ojos fijos en los pies y no mirar a lo alto a los espacios abiertos, pero lo olvidaba de vez en cuando, y se encontraba mirando con atención hacia los páramos y la Gran Penuria…, lugares que no tenían fin. Sólo cuando la verja del huerto de berzas se cerró y se pasó el cerrojo, y su mundo quedó reducido a un tamaño que podía recorrer en menos de un minuto empezó a sentirse segura.
Drey se acomodó en el banco más próximo, y Effie, todavía un poco jadeante por la caminata, eligió sentarse en el segundo banco, frente a él. Observó mientras su hermano tomaba nota de todos los detalles del huerto de berzas, intentando descifrar la expresión de su rostro. Un sauce plantado en el extremo más alejado del patio chasqueó como una contraventana suelta mecida por el viento.
—La última vez que estuve aquí recibí una paliza de Anwyn Ave —explicó Drey al cabo de un rato—. Yo estaba en el exterior arrojando lanzas detrás de los establos, y el viento atrapó una de ellas y la envió justo por encima de esa pared. Arrancó las cabezas de al menos una docena de coles. Desde luego, Raif intentó arreglarlas. Volvió a clavar las coles en su sitio, ya lo creo; las cubrió con barro para que se aguantaran… —La voz de Drey se apagó, y la expresión dura regresó a su rostro—. Sea como sea, han pasado muchos años desde entonces.
La niña asintió, pues no se le ocurrió nada que decir.
—Effie —dijo Drey, que se inclinó al frente de improviso—, ahora estamos tú y yo solos, y debemos cuidar el uno del otro. Debemos permanecer unidos. Mientras cabalgaba de vuelta con el grupo, tuve tiempo de pensar. Arlec perdió a su gemelo. Granmazo se quedó sin su hermano adoptivo… —Sacudió la cabeza—. No soy muy bueno con las palabras, no creo que nadie de nuestra familia lo fuera nunca, pero veo cosas, y yo te he visto cerrarte más y más en ti misma. He sabido que algo no iba bien, pero no dejaba de decirme: «Effie estará bien. Effie es una buena chica, no le sucederá ningún mal». Ahora creo que debes decirme qué es lo que pasa. Cada vez que te veo hay menos de ti que la vez anterior. Raina me dice que coges comida, pero no sabe si te la comes. Anwyn me ha contado que desde la noche en que Raina se comprometió con Maza, sólo abandonas tu celda para visitar a los perros. ¿De qué tienes miedo? ¿Te ha dicho alguien algo? ¿Te han asustado? Por favor, Effie, necesito saberlo.
La chiquilla, que había estado mirando a los ojos castaños de su hermano desde el momento en que este había empezado a hablar, miró al suelo cuando el joven pronunció aquellas últimas palabras. Era el discurso más largo que jamás había escuchado de Drey, y la entristeció, aunque no respondió.
—Fuiste a los bosques aquel día con Raina, ¿no es cierto? Aquel día en que ella y Maza… —El joven se interrumpió—. El día en que se prometieron.
Una leve sacudida fue todo lo que Effie pudo hacer. No quería pensar en aquel día. No podía.
Drey se levantó del banco con grandes dificultades, sujetándose con la mano la parte baja del abdomen al moverse, y fue a sentarse junto a ella.
—Tienes miedo de algo, Effie. Lo veo. Te vi escondiéndote bajo las escaleras en la sala de entrada. No querías que te vieran. Sé que estos últimos meses han sido duros, y sé que echas de menos a nuestro padre… y a Raif. Pero creo que hay algo diferente aquí. Un secreto.
La niña alzó los ojos ante la palabra secreto.
—Por favor, Effie. Si algo no va bien, debo saberlo.
—Los secretos hay que guardarlos.
—No, los malos. Jamás los que son malos.
La mano de Effie se cerró sobre su amuleto.
—Los secretos malos pierden su poder cuando se cuentan. Su maldad se comparte.
—¿Comparte?
—Sí; entre tú y yo.
—¿Tú y yo?
Drey asintió. Parecía tan viejo como un auténtico miembro del clan con su peto de cuero hervido y los refuerzos de acero. Y estaba tan malherido, la niña se daba cuenta de ello por el reborde de sudor que perlaba el nacimiento del pelo y el ritmo irregular de su respiración. No quería decepcionarlo ni mentirle; ni tampoco quería perderlo como había perdido a su padre y a Raif.
Un veloz apretón a su amuleto la tranquilizó, y entonces habló. Contó a su hermano todo lo sucedido aquel día en el Bosque Viejo: cómo Raina la había despertado y rogado que la acompañara a comprobar las trampas; cómo Maza Granizo Negro había aparecido ante ellas, con el caballo cubierto de sudor y barro, y había dicho a Effie que se fuera, pues quería hablar a solas con Raina; cómo ella había trepado al risco situado por encima de donde estaban ellos y lo que había visto y oído. Le habló sobre la amenaza de Maza, y la expresión sin vida de los ojos de la mujer. Effie no era muy buena con las palabras, y en ocasiones no había palabras para describir lo sucedido entre Maza y Raina, pero se lo contó todo lo mejor que pudo, animada por el silencio de Drey y su paciencia, y la expresión inmutable de su rostro.
Cuando hubo terminado, él asintió una vez. No puso en duda su relato en ningún momento ni le preguntó si estaba segura. Tomó su mano en la suya y se quedó sentado y pensando. Effie había empezado a temblar en algún punto de su relato y continuó temblando mientras aguardaba para ver qué haría su hermano. Observó que el cielo estaba casi oscuro. Hacía mucho frío, pero sólo su parte exterior lo notaba; interiormente estaba ardiendo y tiesa.
—Vamos, pequeña —indicó Drey, alzándose al cabo de un buen rato—. Vayamos dentro.
Effie se levantó con él, odiando lo cansada que sonaba la voz de su hermano. Odiaba no poder saber lo que sentía.
El trayecto de vuelta a la casa comunal pareció eterno, y Effie mantuvo la mirada puesta en sus pies, triturando maleza congelada a cada paso. Encontraron la sala de entrada muy cambiada respecto a cómo la habían dejado. Ardían las antorchas, y los hombres del clan estaban reunidos en pequeños grupos, hablando en murmullos y bebiendo cerveza. Había cuatro muchachos jóvenes sentados alrededor de un montón de armas cubiertas de barro y cabellos, limpiando cabezas de mazos y hachas con silenciosa admiración. El macizo y pelirrojo Paille Trotter entonaba una canción sobre la reina Moira del Clan Dhoone y el miembro de los hombres lisiados que había amado y perdido. Todos los heridos habían sido retirados.
Effie pensó que Drey la llevaría a las cocinas, o a la Gran Lumbre, o incluso a su propia celda, pero él dobló a la izquierda, cruzando la sala, en dirección a la pequeña escalera curva que descendía hasta los aposentos del caudillo. Comprendiendo al instante lo que su hermano quería hacer, Effie se echó hacia atrás, pero él la sujetó con firmeza y no la soltó. Se encontraron con la masculina Nellie Verdín en las escaleras, que sostenía una tea que llameaba con fuerza, y que no hizo el menor esfuerzo por apartar cuando pasaron, por lo que la chiquilla notó cómo las llamas le chamuscaban los cabellos.
El clan Granizo Negro no tenía un trono como el clan Dhoone, y ningún caudillo del clan se había llamado nunca a sí mismo rey, aunque a través de los años muchos habían reunido objetos de regio poder. La Espada del Clan era una de tales cosas, conocida como el símbolo del poder de los Granizo Negro. El clan Bludd poseía el Hacha Roja, que no era realmente roja y se decía que era más antigua que los mismos clanes. Los Ganmiddich tenían una enorme placa de mármol verde, conocida como la Veta del Cangrejo, ya que tenía un enorme cangrejo fosilizado en el centro y había sido extraída a miles de leguas del mar más cercano. Effie podía recitar todos los tesoros y emblemas de los clanes, y su favorito era el del clan Orrl; estos no eran famosos por alguna magnífica arma o piedra pulida, sino por un simple bastón de madera de roble, conocido como el Cayado.
A Effie le gustaba la idea de la existencia de esos tesoros. Le parecían hermosos, preciosos. En una ocasión, cuando había estado recitando los emblemas de cada clan a Raina ante la chimenea de las damas, Dagro Granizo Negro había entrado, y ella se había detenido al instante, pero él le había pedido que continuase, y la chiquilla había recorrido todos los clanes, desde los Bannen a los Withy, deteniéndose sólo una vez para mostrar respeto por el clan Desaparecido. Cuando hubo terminado, Dagro había reído de buena gana pero no de un modo vulgar, le había alborotado los cabellos y había dicho que nadie en el clan, ni siquiera Gat Murdock, podía recordar todas aquellas cosas. El hombre le había tendido entonces la mano.
—Será mejor que vengas conmigo, joven miembro del clan —le había dicho—, y te mostraré nuestros tesoros de primera mano. De ese modo, si alguien se larga con ellos alguna vez en plena noche, podemos enviarte directamente a la herrería. Entre tu memoria y las manos de Brog, tendríamos otros nuevos forjados en un día.
A Effie le había encantado que la llamaran «miembro del clan», y le había gustado aún más ir a la habitación del caudillo con Dagro Granizo Negro. El hombre había hablado durante horas sobre los tesoros del clan, sosteniéndolos bajo la luz de las antorchas y abrillantándolos con el puño de la manga antes de dejar que ella los mirara. Era la última vez que la niña había estado en los aposentos del jefe, un año antes de la muerte de este.
Estos pensamientos y otros pasaron por la mente de Effie mientras ella y Drey bajaban los peldaños. Parecía como si hubiera transcurrido mucho tiempo desde que Dagro había sido caudillo.
Una vez ante la reluciente puerta ennegrecida con brea de la habitación del jefe, Drey se detuvo para pasarse una mano por los cabellos. Tomó aire, luego empujó la puerta con el hombro y se abrió paso al interior de la estancia. Maza Granizo Negro, que había estado sentado sobre un taburete de cuero detrás de la mesa cuadrada de piedra que todos llamaban «el túmulo del jefe», se puso en pie. Estaba solo, y sus ojos centellearon amarillos y negros bajo la luz de las antorchas. Al mismo tiempo que paseaba la mirada de Drey a Effie, su mano descendió, sigilosa, para descansar sobre el talabarte.
—¿Qué significa esto?
Drey apretó con más fuerza la mano de su hermana y aspiró.
—Effie me ha contado lo sucedido en el Bosque Viejo —dijo—. No eres digno de mi respeto, Maza Granizo Negro. Te convoco al patio, aquí y ahora, para resolver esta cuestión con las espadas.
La niña dejó escapar un grito ahogado. No, Drey no podía pelear con Maza Granizo Negro. No, entonces, estando herido. Nunca. La espada era el arma preferida de Maza, la de Drey era el mazo. ¿Por qué lo había contado? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Maza Granizo Negro miró a Effie, y sus finos labios se curvaron en algo entre una mueca burlona y una sonrisa. Un dedo fue a posarse sobre el túmulo del jefe, con indiferencia, como si comprobara si había polvo en la superficie.
—¿De modo que estarías dispuesto a cruzar acero conmigo, Drey Sevrance? ¿Tanto significa para ti el honor de Raina?
Drey no respondió. Su cuerpo se estremecía cada vez que respiraba.
—Ahora que lo pienso, fuiste tú quien pensó en traer el último regalo de mi padre de vuelta desde los páramos. Tú quien curtió la piel, ablandándola para la espalda de Raina.
Drey torció violentamente el cuello. Effie no comprendía qué pretendía Maza Granizo Negro; claro que a Drey le importaba Raina…, a todos les importaba. La estancia del jefe, que era pequeña y abovedada a la manera de una cueva de oso, pareció de improviso calurosa y peligrosa como una fogata cebada con grasa.
Maza Granizo Negro hizo un gesto negligente con la mano. Iba vestido con pieles de lobo teñidas de negro.
—No importa, Sevrance. Tú no eres el único mesnadero que siente deseos de… proteger a mi esposa. Sé lo bien considerada que está. Y si bien tu preocupación por su honor es conmovedora, tu impetuosidad es un grave error…
—No se trata del honor de Raina, Maza. Se trata del tuyo, de tu falta de él.
Effie tragó saliva. Una parte de ella quería aclamar las palabras de Drey; la otra parte sentía un profundo temor por su hermano. Maza Granizo Negro era peligroso de un modo distinto de los otros hombres del clan; no era apasionado como Ballic el Rojo, ni feroz como Corbie Méese. Era tan frío y agudo como las púas de hielo que se formaban en el fondo de los estanques derretidos en primavera, y que atravesaban a osos y perros por la simple acción de existir.
—Drey Sevrance, yo no sería tan estúpido de poner en duda el honor de mi caudillo sólo por lo que ha dicho una chica que aún no ha crecido del todo.
—Mi hermana no es una mentirosa. Apostaría mi vida en ello.
—No dije que fuera una mentirosa, Drey. Vio algunas cosas y escuchó otras, pero sólo a través de los ojos de una criatura. No comprende lo que sucede entre un hombre y una mujer cuando están solos y en privado. Tem vivía como un ermitaño. Ella jamás lo encontró haciendo el amor, eso es seguro. Ni siquiera sabe qué es eso. Piensa, Drey. Cuando Effie nos espió a mí y a Raina en el Bosque Viejo, ¿qué vio? Vio a Raina haciéndose la remilgada y abofeteándome… ¿Qué mujer no haría eso? Ya sabes cómo son. Peleamos sobre la nieve, no mentiré al respecto, y me atrevería a decir que la inmovilicé allí, y ella me golpeó a cambio. Una mujer como Raina necesita que el cortejo amoroso sea violento…
—¡Para! —Drey azotó el espacio que lo separaba del otro, con el rostro contraído por la cólera—. No pienso escuchar toda esa inmundicia respecto a Raina.
—No. Y yo no habría tenido que mencionarla de no haber sido por tu hermanita, aquí presente. No es culpa suya. Claro que lo que vio la alteró… Toda relación sexual parece violenta a los ojos de un niño.
—La amenazaste.
—Sí, lo hice, y por una buena razón. No quería que la verdad de lo sucedido saliera de otra boca que no fuera la mía o la de Raina. La chiquilla no tenía ningún derecho a contarlo. No era asunto suyo.
—Mientes. No tienes honor.
—¿No lo tengo? Tal vez deberíamos llamar a Raina y preguntarle a ella sobre la verdad de lo sucedido. Fue ella quien aceptó ser mi esposa.
Effie vio que algo en el interior de Drey titubeaba. No era que retrocediera exactamente, pero soltó un suspiro, y parte de él se retiró al hacerlo. Effie se sintió enferma de alivio. No le importaban las mentiras de Maza Granizo Negro, y sabía que eran mentiras. Maza Granizo Negro mataría a Drey en un combate.
—Drey presta atención a esto. Soy tu jefe. No pienso quedarme sin hacer nada y contemplar como sigues el mismo camino que tu hermano. Eres demasiado valioso para mí y para este clan. Veo cómo los mesnaderos te respetan. Corbie y Orwin no hacen más que elogiarte. Hace sólo un cuarto de hora, Corbie estuvo aquí contándome cómo salvaste la vida de Arlec al final de la batalla. Necesito hombres como tú a mi lado, hombres buenos, en cuya honestidad y lealtad pueda confiar.
»Lo que ha sucedido en esta estancia no tiene por qué ir más allá. Oíste algo y actuaste siguiendo tu corazón; no puedo criticarte por eso. Respeto tu reto para luchar contra mí en el patio, y espero que si alguna vez llega el momento en que necesite la justicia de un miembro del clan, tú te colocarás justo donde estás ahora y volverás a repetir tu desafío.
Drey siguió contemplando a Maza Granizo Negro hasta mucho después de que este hubiera dejado de hablar. La expresión de este no varió, pero se irguió en toda su estatura y pasó una mano por la pared donde la espada del clan estaba fijada sobre unas clavijas de madera. Sus ojos eran todo oscuridad entonces; no había ni un ápice del tono amarillo de los ojos del lobo en ellos.
Tras lo que parecieron horas, Drey se volvió para mirar a Effie. Arrodillándose sobre una rodilla, tomó sus dos manos en la suya. Estaba pálido, y ella pudo ver la incertidumbre en sus ojos.
—¿Crees que tal vez te confundiste sobre lo que viste, pequeña? ¿Realmente viste a Maza golpear a Raina de verdad, como yo golpearía a un hombre en una pelea?
El pecho de la niña estaba embargado por el amor y la tristeza. Ella lo había metido en ese embrollo, y él había hecho lo que era correcto y justo, y absolutamente bueno. Incluso entonces lucharía. Incluso entonces, sólo con que ella hablara, y la idea era casi demasiado terrible para soportarla. Hiciera lo que hiciera, lo lastimaría. Si mentía, se convertía en una conspiradora junto con Maza Granizo Negro, apartando a Drey de lo que era correcto y cierto; pero si se aferraba a la verdad, él acabaría muerto o se iría…, como su padre y Raif.
Aquello no podía suceder, y ella lo sabía en lo más profundo de su ser, aunque no impidió que se odiara a sí misma cuando abrió la boca para mentir.
—Ya no estoy segura, Drey. No estoy segura. Pensé…, pero luego lo que Maza dijo…
—Calla, pequeña. Calla.
Su hermano la abrazó contra él, envolviéndola con sus enormes brazos como si fueran una capa, y la niña se estremeció llena de alivio y de una terrible especie de vergüenza. Era como si lo hubiera traicionado.
—Estoy contento en mi corazón de que el asunto se haya resuelto —manifestó Maza Granizo Negro, saliendo de detrás del túmulo del jefe y ofreciendo su mano a Drey—. Esto ha quedado atrás ahora, y no volveremos a mencionarlo.
Drey soltó a Effie y se puso en pie. Avanzó hacia Maza, y los dos se estrecharon los antebrazos sin intercambiar otra palabra. Sus miradas se cruzaron durante un instante, y la niña casi pudo sentir cómo la voluntad de Maza ejercía su poder sobre su hermano, como cuando Brog Widdie cogía metal al rojo vivo de su horno y le daba la forma que necesitaba. El caudillo dio una palmada a Drey en el hombro cuando se separaron.
—Ve a ver a Laida Luna. Haz que eche un vistazo a esa herida que estás ocultando bajo el peto. Te necesito en forma. Oí el rumor de que lord Perro está decidido a marchar sobre Bannen, y nosotros cabalgaremos al sur mañana para adelantarnos a ellos.
Maza Granizo Negro acompañó a Drey hasta la puerta, y Effie los siguió. Mientras Drey fijaba su atención en el primero de los peldaños, la niña sintió cómo los dedos de Maza Granizo Negro se deslizaban por su garganta.
—¿Qué te dije que sucedería si andabas contando cuentos? —Su voz fue apenas un susurro, más apagado que el sonido de las botas de Drey sobre la piedra.