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Los shanz marchaban en dos grupos de quince, uno que avanzaba y era cubierto por el otro hasta detenerse y luego éste avanzaba y era cubierto por el otro. Un par de chitas a la vanguardia, otro a la retaguardia. La oscuridad aún escondía el valle pero con los gogles Yaz podía ver, suspendidos en el horizonte, fragmentos de las laderas de las montañas, arropadas de árboles. En el mapa Jiang había señalado un segundo arroyo medio kilómetro después de las Aguas del Fin y había ordenado marchar hasta allí para luego dar la vuelta y atacar Fonhal por atrás.

A Marteen le temblaban los brazos, apenas podía sostener su riflarpón. Yaz le tuvo pena. Que no hubiera confesado para librarse de las torturas no significaba que fuera cómplice del atentado. Luego recordó a los dieciséis muertos y dejó de tener pena. No conocía a ninguno, suficiente con imaginarlos similares a los shanz con los que trataba todos los días. Una competencia, a ver cuál más fokin idiota, pero eso no justificaba su muerte. Aunque no sabía. Prith, Lazarte, Gibson no eran parecidos a los demás. Tampoco Reynolds. O el contexto era culpable de la situación. Todos potencialmente capaces de hacer lo que ellos habían hecho. Nadie con las manos limpias. En una ceremonia futura debía consultar con el jün. La inquietaba su incapacidad para darse cuenta de lo que estaban haciendo mientras conversaba con ellos, les proveía de swits, aceptaba sus bromas acerca de la doctora Torci. La abyección de haberse acostado con Prith la misma noche en que mató a cuatro irisinos. Y Reynolds ni que decir.

El jün todavía actuaba en ella. Durante los días siguientes volvería a encontrarse con pedazos de su pasado que creía debían ser corregidos. Reaparecerían hechos de su infancia, de semanas anteriores, a los que necesitaba enfrentarse. Un trabajo interminable. Siempre algo que podía mejorar. Estaba en paz con su madre, con Pope. Le tocaban Reynolds y Prith. No sería fácil.

Colás dijo que tenía un mal presentimiento, las nubes están como teñidas de sangre, y Jiang dijo es el reflejo de la luz. Colás insistió: estamos rodeados de aves agoreras de muerte y desolación, con sus graznidos q’estremecen el corazón, y Jiang: son unos cuantos pájaros, la culpa la tiene el eco, las montañas que nos rodean. Colás continuó: es una selva oscura, una selva que desalma, nos han traído a estas tinieblas y no hay forma de salir dellas.

Takeshi le gritó a Colás que se callara, no era momento para el pesimismo. Colás: puedo decir lo que me dé la gana. Takeshi saltó sobre él y rodaron al suelo. Los tuvieron que separar. Jiang amenazó con castigarlos. Yaz observó la boca de Jiang cuando gritaba: una caverna húmeda por la que reptaban dushes coloradas. En el suelo pedregoso de la caverna yacían huevos prehistóricos. Le ardían las mejillas, sentía latigazos de calor en su pecho, en la espalda. La caverna la atraía y se agarró de Marteen para no ser succionada. Marteen no dijo nada. Cuando todo pasó, todavía estremecida, Yaz se dijo que era hora de buscar ayuda. Lo haría apenas volviera al Perímetro.

Cruzaron las Aguas del Fin con la ayuda de dos irisinos que los esperaban en una embarcación a las orillas. Yaz conocía a esos irisinos serviciales con los pieloscuras, algunos tanto que parecía que no se trataba sólo de una estrategia para salvar la vida sino de la convicción de que la jerarquía establecida por los pieloscuras en Iris era la correcta. Los irisinos que eran capataces en las minas de Megara eran temibles por ser los más duros a la hora de castigar a sus brodis. Y qué sé dellos qué puedo decir me juzgan por lo que hago y si consistente yo nostaría ki todos en lo mismo haciendo cosas que no aceptandodiando la ocupación aceptandodiando todo a la vez acep… acep acep.

Yaz se sentó en los tablones de la embarcación. Le pesaba el pack, la atacaban los márìws. Las Aguas del Fin restallaban de tanto en tanto golpeadas por un sol que luchaba con las nubes. Hubiera querido descansar, pero al poco rato ya estaban al otro lado del río y volvían a emprender la marcha.

Cada paso le costaba. Quizás eran los nervios. El calor había desaparecido de su bodi. Estaba en el segundo grupo, escuchaba los murmullos quejosos de los shanz. Debían ser como los chitas, no molestarse nunca. No podían distraerse mucho. Los alarmaba cualquier movimiento entre el follaje, cualquier chillido animal. Sienten que vamos camino al matadero que beyondearán en las próximas horas mas ellos mismos se creen protegidos la magia logrará que los disparos se desvíen no rompan la barrera del grafex.

Había dormido poco y estaba agotada. Tenía la sensación de haberse acostado con alguien. Cuando despertó había descubierto vómito en su pecho y en la cama. El jün era así, ocurría como si alguien se posesionara de ella, le hiciera hacer y decir cosas, ver el mundo de manera más intensa, más lúcida. De algunos momentos no recordaba nada; de otros, imágenes de las que no quedaba claro si se trataba del sueño o la vigilia. Poco después se cruzó con Biasi y éste le hizo una cara extraña. Qué tal la noche, dijo, bien, espero. Es que es que.

Mejor no pensarlo.

La luz se abría paso entre las ramas; los shanz que marchaban delante de ella parecían seres elegidos caminando resplandecientes hacia su destino. No hay que desalmarse con Xlött no sólo es protector de los irisinos está del lado de todos los que le abren su corazón como yo como yo… yo yo y… y.

El primer grupo no había llegado al segundo arroyo cuando se escucharon disparos. Yaz tardó en darse cuenta de que no provenían de ninguno de los dos grupos, de que estaban siendo atacados. Jiang gritaba órdenes; los dos grupos quedaron separados por la cuña que los disparos habían interpuesto entre ellos. Yaz se encontró al lado de Marteen, tirada sobre piedras filosas y maleza detrás de un arbusto. No se movió hasta que callaron los silbidos de las balas.

Alguien yacía en medio del sendero; creyó que podía ser Takeshi. Vio a dos hombres del bando de Orlewen y se quedó inmóvil: aparecían en el sendero, el rostro pintado de rojo, y agarraban al shan tirado en el suelo, sí, era Takeshi, y lo arrastraban hacia el otro lado. Uno de los irisinos recibió un impacto en el hombro y soltó a Takeshi y buscó refugio detrás de un árbol. Las balas despellejaron la corteza del tronco. Otro irisino arrastró a Takeshi unos metros y se vio obligado a soltarlo. Marteen alcanzó a Takeshi y se puso a jalarlo hacia donde estaba un grupo de shanz. Zumbaban los disparos. Marteen seguía arrastrando a Takeshi. Uno de los irisinos aparecía de improviso y se tiraba sobre Marteen y éste soltaba a Takeshi y utilizaba el riflarpón como si fuera una espada y quería clavarlo en el irisino y el riflarpón caía y el irisino le hundía un cuchillo en el hombro. El irisino se disponía a rematarlo cuando un disparo encontraba su pecho. Marteen se cubría la herida con una mano, jalaba a Takeshi con el brazo libre. Llegaba a los arbustos y se perdía en ellos.

Yaz se preguntó si el Xavier traidor se enteraría alguna vez de la existencia del shanzombi, el Marteen heroico. Arrastrándose, se acercó a Takeshi y vio el balazo a la altura del abdomen, un orificio negro en el chaleco apretado; abrió el cierre del chaleco, sacó unas pinzas del pack, hurgó en la herida hasta encontrar la bala. La extrajo y se apresuró a cerrar la herida para evitar el desangramiento. Takeshi tenía la cara pálida. No moriría. La bala entre unas pinzas: no podía dejar de mirarla. La puso en una de sus palmas, sintió que pesaba, que su mano se hundía, que la tierra la tragaba. Soltó el pedazo de metal y se estabilizó.

El grupo se había repuesto del ataque y devolvía el fuego. A los disparos se sucedieron las explosiones. Las fuerzas de Orlewen retrocedieron y el primer grupo avanzó unos metros. Uno de los chitas se perdió entre los árboles y reapareció con un irisino aprisionado entre sus brazos. El irisino hizo detonar una bomba que llevaba en su bodi y explotó junto al chita. Yaz observó cómo se convertían en carne chamuscada y metal incinerado. Sólo una máquina mas no. No un individuo mas sí.

Una pausa en el combate, aprovechada por el segundo grupo para juntarse al primero. En el sendero y entre los árboles y al borde del arroyo yacían bodis de irisinos y shanz, pedazos retorcidos de dos chitas. Colás no estaba y Jiang ordenó buscarlo; encontraron su bodi aplastado contra el tronco de un joli; las piernas deshechas, la mitad de la cara destrozada. La explosión lo había hecho volar hasta el árbol. Yaz refrenaba el deseo de escapar. Xlött Malacosa llévenme do sea quiero volver a Megara.

Jiang dijo que se había perdido el factor sorpresa pero no quedaba más que continuar. Cuando avanzaba por el sendero en torno al cual llovían las ramas de jolis de follaje exuberante Yaz se preguntó si era de verdad que SaintRei los necesitaba ahí. Si ese valle era tan estratégico como ellos decían. Si un pedazo de planeta podía valer la pena de ser peleado hasta la muerte. No continuó con esas ideas porque si iniciaba el cuestionamiento no había manera de detenerse y pronto toda la empresa sería puesta en duda. Decían que eran las minas, pero ella lo veía de otra forma después del jün. No sabemos hacer otra cosa que ir hacia adelante no basta el jom que nos tocó hay que buscar otro recomenzar y que nos lleve el diablo si aplastamos lo que antes había ahí.

Querían no dejar de querer.

Avanzar era necesario. Todo lo demás no era necesario.

Se reanudaron los disparos. Yaz se tiró al suelo. La refriega duró varios minutos.

Hermanada a todos esos shanz de uniformes sucios. Asco de sentir ese espíritu fraterno. Ellos no luchaban por lo que ella. Mas cómo saberlo. Muchos como ella en todas partes. Luchando por SaintRei sin creer en SaintRei. Patético, daba para la risa si no fuera porque provocaba tanta sangre. Esperaba que Xlött la perdonara y que la revuelta de Orlewen acelerara la llegada del Advenimiento.

La cabeza de uno de los shanz explotó.

Una bomba abrió un cráter detrás de Yaz y volaron dos shanz. Yaz quiso saber sus nombres. Los rostros estaban desfigurados. Se desesperó intentando precisar quiénes eran los que faltaban. Un pedazo de pierna, de la rodilla para abajo, tirado en el sendero. Una cabeza con la piel abierta dejando ver los huesos de la mandíbula y el cráneo. Un charco de sangre.

Dos irisinos levantaban los brazos y se rendían.

Habían cesado los disparos y las explosiones.

Con la calma llegó el descubrimiento de que estaban en una hondonada del valle a las puertas de Fonhal. Yaz se enteró de que la compañía había sufrido nueve bajas, entre las que no se contaban los dos chitas, pero que entre los árboles y arbustos había muchos más irisinos muertos. Escuchó gritos exaltados. Retumbaron los truenos a lo lejos. Pronto volvería a llover.

No hubo tiempo para relajarse. Jiang no quería dar a los hombres de Orlewen la oportunidad de reagruparse y después de una breve pausa ordenó el ataque a Fonhal. Los shanz escucharon la orden con más felicidad que temor; se sentían a gusto en el combate y no en las pausas. En el caos de la lucha creían controlar la situación, mientras que en los paréntesis hasta el zumbido de un insecto se convertía en acechanza de la muerte.

El grupo volvió a dividirse en dos e ingresó al villorrio por los costados en un movimiento envolvente. Las mujeres y los ancianos que Yaz había visto el día anterior habían sido reemplazados por irisinos jóvenes con el rostro pintado de rojo. Era como si el Fonhal apacible hubiera sido intercambiado durante la noche por un Fonhal combativo dispuesto a defender su territorio.

Gritos, imprecaciones, tableteo de riflarpones, una explosión seguida de otra. Desde la retaguardia, junto a Biasi, mientras atendía a los heridos, Yaz vio sombras fugaces corriendo de un lado a otro. Como si los bodis hubiesen perdido precisión, como si una penumbra se hubiera abalanzado sobre Fonhal, convirtiendo a todos en siluetas, figuras sin sustancia.

Jiang se multiplicaba. A ratos lo veía junto a ella preguntando por las bajas, luego estaba luchando bodi a bodi con los irisinos. Estoy ki me desencarné ocurre no. Cuántas veces podía desencarnarse una. Se vio a sí misma tirada a un costado del arroyo, devorada por boxelders con mandíbulas de pinzas metálicas. Un grito la despertó. Atendió a Sven, que tenía una pierna desencajada; curó un balazo en el muslo de Rakitic; no pudo hacer nada por Chalmers, a quien le habían descerrajado los sesos. La impotencia estuvo a punto de ganarla, pero no podía permitirse esa posibilidad. Debía dejar la desesperación para cuando todo concluyera.

Pájaros negros sobrevolaban Fonhal. Huelen la sangre somos carroña qué esperan qué plis esperen. Las fuerzas de Orlewen se batían en retirada. Los shanz encontraron a insurgentes escondidos en los pasillos subterráneos y en el templo de Fonhal; les intimaron rendición y al no recibir respuesta dispararon.

Jiang ordenó a uno de los oficiales que se hiciera cargo de los prisioneros. Un grupo de shanz recorrió Fonhal con lanzallamas y quemó sistemáticamente todas las chozas. El humo despedía un olor acre, se metía en la garganta y raspaba, ascendía al cielo en columnas temblorosas, abrazaba a los pájaros carroñeros.

Todo un pueblo desaparecía delante de Yaz. El incendio del libro del Apocalipsis. El profeta había visto lo que les ocurriría a ellos. El profeta había visto todos los Apocalipsis en la tierra. Esto no se quedaría así. Sonarían las trompetas, abrirían los sellos, llegaría el juicio. Era culpable sin ser culpable. Reynolds sin ser Reynolds. Prith sin ser Prith. Inconsolable. Quiso que las lenguas de fuego se la llevaran también a ella. Quizás ya lo habían hecho y lo que quedaba era una proyección. Una artificial construida con las partes orgánicas intactas que habían podido rescatarse de su bodi.

Jiang se desesperaba por pedir refuerzos para asegurar Fonhal. Pero el Qï no funcionaba.

Yaz estaba abrumada de atender a los heridos. Sus manos manchadas de sangre se estremecían nerviosas por el esfuerzo; tenía las pupilas rojas y no podía dejar de toser.

Antes de iniciar el retorno se recostó en el suelo y cerró los ojos. Jiang había dado un momento de descanso a los shanz.