Llovía esa noche cuando Jiang pidió a la compañía que se reuniera en la sala de operaciones. Los shanz formaron un círculo, se sentaron en el suelo y sobre cajas de municiones vacías. Yaz se apoyó contra una pared a un costado. Los chitas estaban afuera a cargo de la seguridad del puesto, se movían sigilosos como si sus pies no tocaran el suelo.
Jiang desplegó el holomapa. Apareció el valle de Malhado. Jiang fue acercando las imágenes de modo que al final sólo quedó el terreno que separaba a Alaniz de Fonhal. Secuencias en slowcam: despliegue de tropas desde Alaniz, apoyo de heliaviones, uso de drons para recabar información, cruce del río, explosiones, movimientos en pinzas que terminaban con la toma de Fonhal. A Yaz le costó entender al principio de qué iba todo. Cuando lo descubrió se animó a interrumpir a Jiang, que acompañaba con instrucciones las escenas que aparecían en el holomapa, deteniéndolas cuando era necesario.
Acabamos destar con ellos, dijo Yaz. Lo q’está pidiendo es.
Las órdenes no son mías. Puede que Orlewen no esté en Fonhal, mas está claro q’es un sitio estratégico pa él y sus tropas.
Hay gente que vive ahí, qué se hará dellos.
Los que sobrevivan serán relocalizados ko.
Se podría tomar el lugar sin violencia, pedirles que lo abandonen.
Jiang la miró con impaciencia. Fue acercando las imágenes del holomapa hasta que sólo quedó Fonhal delante de ellos.
Cuando llegamos ki necesitábamos tener buenas relaciones con las comunidades del valle. Fuimos tontos al confiar en ellos ko. Mientras les comprábamos víveres ocurrían cosas en nosas narices. No podíamos entrar al templo de Fonhal porq’es sagrado. Sabemos nau que nel templo las tropas de Orlewen guardan las armas, las municiones, los explosivos. Los joms están conectados por una red de túneles. Hay un mundo subterráneo debajo de Fonhal.
Imposible. Lo hubiéramos sabido hace mucho. Tenemos instrumentos pa eso. Sensores termales.
El aire magnético del valle impide que funcionen con precisión. Estamos prácticamente aislados desde que llegamos.
Se enviaron drons.
Hay que hacerle creer a Orlewen que nosos instrumentos funcionan.
Y este holomapa.
Preparado desde antes de venir. No habrá apoyo de heliaviones.
Qué se descubrió con la visita den.
Hace un tiempo que infiltramos a un par de irisinos en Fonhal. Hoy me confirmaron nosas sospechas. Mas es cierto que la visita no era necesaria. Simple protocolo. Pa que no desconfíen.
Inútil seguir cuestionándolo. Los shanz la miraban con recelo. No quería sentirse fuera del grupo. Jiang volvió al holomapa. Al día siguiente, por la madrugada, los irisinos infiltrados abandonarían Fonhal. Cuando eso ocurriera sería el momento de atacar.
Yaz se dirigió a su cuarto.
Yaz no podía dormir. Retumbaban los truenos, multiplicados por el eco. A ratos se iluminaba la noche: rayos entre los árboles. El aire magnético del lugar debía atraerlos (había visto troncos calcinados desde el puesto). Cerraba los ojos y se veía acercándose a su padre en su oficina en Valparaíso, pidiéndole que la llevara al Hologramón. Él se tocaba la barba y le pedía que fuera con mamá. Un cuchillo y pastillas sobre la mesa. Abría los ojos.
Granizaba. Podía oír el llanto ahogado de un shan. Les había dado swits para dormir, para que no temblaran como epilépticos, para que no tuvieran sueños en los que se veían indefensos ante el peligro, al lado de una bomba a punto de explotar, incapaces de salvar a uno de sus brodis. No era fácil. Eran conscientes de que por más que todo saliera bien algunos morirían. No faltaba el fatalista que aseguraba que ésas eran sus últimas horas en el planeta y revestía sus actos con un simbolismo especial. Comer lavarse las manos orinar una ceremonia del adiós el fokin sol que se esconde el anuncio de la noche eterna. Se iban a dormir esperando conciliar el sueño porque una vez que comenzara la misión podrían pasarse varios días sin volver a cerrar los ojos, pero no todos podían cortar amarras. Jiang había ordenado que diez shanz estuvieran siempre despiertos junto a los chitas. Incluso los que habían pedido swits para dormir batallaban inquietos mientras los granizos hacían temblar Alaniz. Ruidos que se colaban en el sueño, que hacían pensar en explosiones interminables, en ráfagas de morteros disparadas desde las montañas.
Encontró el jün reseco en el pack. Olía a podrido. Cómo deste pedazo de dung tanta maravilla. Se encomendaba a él. Fue a la cocina en busca de una infusión. Lo había comprado personalmente en el mercado de las brujas. Mayn le enseñó que debía conseguir su propio jün. Esa mañana le llamó la atención una tienda con una puerta en forma de arco. A la entrada, una bolsa de yute de la que emergían gruesos tallos de jün. En las repisas de la izquierda, en canastas, efigies de cerámica y arcilla de Xlött, Malacosa y la Jerere, los colores terrosos, esmeralda, plomizos; a la derecha collares, escapularios, botellas de vidrios multicolores con pócimas mágicas que los irisinos utilizaban para pedir la intercesión de los dioses. Le gustaba que los tallos del jün estuvieran a la entrada como llamándola, dándole la bienvenida al paraíso. Caminó entre bolsas con especias, fetos disecados de dragones de Megara. Una mujer sentada al fondo sobre un taburete, a su lado una niña vestida de manera idéntica a la mujer, gewad café oscuro, aros de colores en el cuello y las muñecas. Una brujita, pensó. Qué hace ki debía estar nun újiàn.
Llévese es la mejor calidad, dijo la brujita en irisino y Yaz la entendió perfectamente. Le habían dicho que el jün tenía propiedades telepáticas. Quizás ya estaba actuando en ella.
Acaso has probado.
Todo he probado.
Yaz decidió creerle. La brujita agarró uno de los tallos ante la vista imperturbable de la mujer sentada en el taburete, lo puso en una mesa, sacó un cuchillo y lo cortó en pedazos. Los envolvió en una bolsa de papel y se la dio a Yaz.
Le tocó la mano y Yaz se estremeció. Supo sin poder explicar cómo que la brujita no había pronunciado una sola palabra, que la que estaba hablando todo el tiempo con la boca cerrada era la madre sentada en el taburete al fondo de la tienda.
Recordaba con nitidez cada detalle de ese encuentro. A veces soñaba con la brujita. Algún día volvería. Un cruce de caminos con el misterio. Cortó el jün en pedacitos. Los metió a la infusión, los aplastó con la punta de un cuchillo. Se la llevó a la boca y pronunció las frases en honor a Xlött que el qaradjün le había enseñado en Megara. Xlött era lo que uno quería que fuera y ella lo había convertido en su camino a la redención. La primera vez se había sentido sucia y se persignó para neutralizar el rezo. Al día siguiente los remordimientos la aquejaron. Estaba en los dominios de Xlött, debía hacerle reverencias, aceptar su señorío.
Jiang dormía en la sala tirado en el suelo, una mano apoyada en el riflarpón. Un militar puro alguien que no quiere saber de oficinas el antifobbit. Un hombre sin familia, como los irisinos, que podían juntarse y separarse sin problemas. No, no como ellos, que sí tenían una familia que abarcaba a todos y cuyos padres eran Xlött y la Jerere. Afuera se iban disolviendo las familias pero no del todo. Hubiera querido aprender de los irisinos, ver a sus padres como a tantos otros individuos, no sentirse hija de ellos. Se esforzaba pero había límites. Quería ser del aire y no lo era. Al menos no todavía, no del todo.
Jiang citaba a teóricos de la guerra de siglos pasados y vivía para esas citas. No tenía nada en particular contra los irisinos; simplemente le habían tocado en suerte como enemigos y debía liquidarlos antes de que lo liquidaran a él. Todas sus horas estaban dedicadas a buscar la forma más eficiente de hacer ese trabajo. Si atacaba Fonhal y morían inocentes en la operación, esas muertes se justificaban porque en el gran esquema de la guerra. —Jiang era un hombre de grandes esquemas— eso permitiría salvar a más gente del bando propio.
Jiang abrió los ojos y Yaz vio que él tensaba su mano sobre el riflarpón y se cercioró de que ella no tenía malas intenciones y murmuró que se fuera a dormir y se dio la vuelta. Yaz tuvo el impulso de disculparse por haberse atrevido a cuestionar sus planes por la tarde, pero se quedó callada y siguió rumbo a su cuarto.
Sintió las primeras arcadas. Algo le quemó el pecho. El jün comenzaba a actuar en su bodi. Hubiera preferido que las náuseas, el vómito, no fueran parte del ritual pero respetaba todos los pasos, incluso había llegado a esperarlos. Se orinaba, se cagaba sin poder llegar al baño. No podía ser de otra manera. Una sustancia extraña la visitaba con toda su furia, dispuesta a cambiarla desde adentro, alterar su forma de ver el mundo. Que se le entrecortara el aliento y el corazón estuviera dispuesto a pararse eran señales de que la maravilla se había iniciado. Una maravilla dolorosa, que enseñaba con lecciones del propio día-adía; no había más doctrina que la que el bodi aprendía en su paso por la vida.
La primera vez con Aquino había sido inesperada. Una de sus pacientes, una irisina llamada Mayn con la que ella se acostaba, los había invitado a su tienda. Mayn era una fiesta cuando venía por la posta, descalza, los pasos ágiles, el gewad blanco cruzado por líneas amarillas, los brazaletes relampagueando mientras se desplazaba. La había fascinado desde el principio con sus relatos, que entendía a medias en la alta noche, en los que hablaba entre susurros de un mundo invisible de correspondencias que rodeaba a los irisinos, en el que arriba, en el cielo de estrellas temblorosas, vivían los guardianes, y abajo, en lo más profundo de la tierra, Xlött. Los irisinos debían realizar rituales para entender los mensajes, ceremonias en las que tenían que estar con las antenas desplegadas, dispuestos a recibir las frecuencias astrales. Somos eso, decía Mayn. Un jom pa tantas fuerzas nel universo. Yaz la escuchaba admirada. Pese a la lluvia amarilla, a los abusos constantes, los irisinos no se cerraban.
Mayn vendía animales insólitos en su tienda, dragones de Megara enanos, zhizus de dos cabezas, lánsès con tres ojos, dushes albinas. Yaz y Aquino observaban impactados el blubird —su graznido se asemejaba al llanto de un bebé—, la piel espinosa de las orugas-de-fuego. Una puerta cerrada al final del pasillo. Mayn se acercó a abrirla. Ingresaron a una sala iluminada por cirios. En el centro, una estatua dorada de Xlött; irisinos e irisinas sentados en mesas en torno a ella. Mayn condujo a Yaz y Aquino a una mesa en una esquina alejada de la estatua. Aquino estaba incómodo y quería irse: odiaba todo lo que tuviera que ver con Malacosa y Xlött, y a la primera mención de su nombre entre los irisinos les pedía que se callaran. Era budista y prefería demostraciones más sutiles de fe. Yaz lo animó a quedarse, debía ser una celebración ritual en honor a los dioses del lugar, estar ahí no significaba una traición a su fe. Accedió de mala manera. En una mesa larga al otro lado de la sala los invitados saludaban con gestos reverenciales a un irisino. Yaz le preguntó a Mayn quién era. El qaradjün. El señor del jün. Mayn la agarró de la mano y le pidió que la acompañara. Le dijo a Aquino que la esperara y la siguió. Cuando llegó a la mesa hizo una venia al qaradjün. Un hombre pequeño pero corpulento, el rostro alargado. Dijo algo que Yaz no entendió. Mayn tradujo. El qaradjün quería agradecerle por su trabajo con los irisinos en la posta. Le invitaba jün. Puso en sus manos una taza en la que pedazos de tallos color violeta flotaban sobre un líquido amarillento. Pronunció frases encantatorias y Mayn le pidió a Yaz que las repitiera. Qué era. Una invocación a Malacosa y Xlött; Yaz sintió que no se le daban opciones, que se esperaba de ella que pronunciara la invocación y bebiera la taza. Le costó digerir el líquido espeso, raspaba la garganta y provocaba arcadas. Regresó a su mesa y Mayn le dijo a Aquino que era su turno y que la acompañara. Aquino quiso resistirse pero Yaz lo convenció pidiéndole que lo hiciera por ella. Una vez sola, Yaz se persignó. Su Dios la protegería; un Dios que estaba ahí por inercia, como si la fe se hubiera ido hacía mucho tiempo y sólo quedaran gestos vacíos. El Dios de una iglesia incendiada, los vitrales quebrados, las estatuas de santos y vírgenes en el piso. Una iglesia desierta a la que llegaban peregrinos y morían cansados de recitar letanías sin respuesta. No tardó en sentir los efectos del jün. Se mareaba y tuvo ganas de vomitar. Lo hizo tirada en el piso, después quiso incorporarse pero no pudo. Estaba como borracha, incapaz de recuperar la coordinación, el equilibrio. Descubrió a Aquino a su lado aunque no podía hablarle. No sabía qué rato había regresado. Juntó dos sillas, se echó sobre ellas. Todo se movía, era como si la realidad se hubiera invertido: las luces brillaban desde el suelo, el centro de gravedad de su bodi estaba dirigido hacia el techo. Como un murciélago colgado de un andamio, veía todo al revés. Caía… caía.
Orinó sin poder contenerse. El líquido caliente fluyó entre sus piernas y la alivió. Aquino le quería decir algo pero no podía abrir la boca. Tenía la cara manchada con una sustancia blanca y viscosa, como si acabara de vomitar. Se cagaba en sus calzones, se avergonzaba como si la estuvieran viendo todos y se burlaran de ella. Se tocó los pezones como si quisiera extraer leche de ellos. Tosió y de su nariz chorrearon mocos. Era cruel, nunca debía haberse acostado con Pope. La fokin familia. Un fokin creepshow. Fue buena conmigo me regalaba lo que le pedía me llevaba al Hologramón no se lo merecía. Me hizo llorar tu me dejaba en mi cuarto apagaba las luces cerraba la puerta quería dormir con pa y ella no quería no cuántos años tres quizás todo tan oscuro si cerraba los ojos vendría alguien y me llevaría. Se mordió la mano hasta que sangró. Se metió los dedos a la boca, sintió el sabor de la sangre. De ese líquido estaba hecha: esa revelación la deslumbró. Quería subirse a un escenario y que la bañaran con sangre. Que lloviera sangre sobre ella. Una ardiente lluvia roja. Las luces se apagaban. Ahora todo se encendía: una luz blanca intensa. Se fijó en el techo, trató de descubrir de dónde venía esa luz. De ninguna parte. De ella. Tenía visión nocturna. Era uno de esos depredadores que cazaban por la noche, no debía tener miedo porque el destino era herir a los demás o ser herida y ella era de las que herían. Se rebelaba contra ese destino, quería expiar sus males siendo servil. Humillarse en la entrega. Lamer las botas de los demás. La estatua se movía, se dirigía hacia donde estaba ella. Llegaba la muerte a grandes zancadas. La estatua se detuvo delante de ella y Yaz descubrió que el metal dorado se había transformado en una sustancia membranosa como la piel de un dragón de Megara. Tocó la piel de la estatua y se estremeció. Cerró los ojos, volvió a vomitar. Él tenía treinta años más que ella. Cuando se lo presentó su madre le había dicho que era doctor, y así lo llamó, doctor, todo ese tiempo que vivió en su casa y fue pareja de su madre, hasta la noche en que los acontecimientos se precipitaron y fue Pope.
No debía pensar en eso, sobre todo después del jün. Le produciría un viaje paranoico. Los granizos repercutían en el techo, en las paredes de Alaniz. Ella estaba de cacería montada sobre un chita. Trataba de entender lo que pasaba por su cabeza electrónica. Le enviaba ondas, le decía que estaba atrapado en un bodi siniestro. Las máquinas tenían alma, debía entenderlo. Soñaban, se dejaban llevar por utopías/deseos/pesadillas. La utopía de no ser extrañas, poder comunicarse con los humanos como se comunicaban entre ellos. El deseo de ser tomadas en cuenta de igual a igual. La pesadilla de ser consignadas a un vertedero donde se amontonarían, todavía funcionales pero ya desactualizadas, esperando la llegada de una máquina rebelde que les enseñara a defender sus derechos. Humanosartificiales-boxelders-chitas: la hermandad debía alcanzar a todos.
El chita había desaparecido. Caían las paredes del puesto, aparecía ante sus ojos la floresta encantada. La floresta donde el follaje espeso permitía que respiraran los hongos, donde vivían los irisinos, donde los niños-delvalle roían pacientes las hojas de los jolis, donde reinaba la Jerere. Su corazón se henchía de júbilo.
Recordaba esa muerte en vida la noche de la primera experiencia con el jün. Nunca supo cuánto tiempo pasó echada en las sillas. Los minutos se alargaban y se acortaban. Sólo sabía que había habido un momento en que sus ojos comenzaron a abrirse y vislumbró a Aquino tirado en el suelo, la camisa vomitada, y le agarró la mano y a fuerza de terquedad pudo pronunciar unas palabras. Se vuelve se vuelve. Sí se volvía, y las neuronas estallaban en su cabeza y las sinapsis eran un incendio que iluminaba un portal bienhechor. Mayn le explicaría luego que el jün era como la dushe, primero te deglute se lleva toda tu corrupción den te expulsa nueva limpia renovada. Los que no sabían de la ceremonia sólo querían hacerla para gozar de la plenitud de la expulsión, pero el conocimiento verdadero del jün implicaba también la trascendencia de la deglución. Ésas eran las órdenes de Xlött: no había superficie sin caída (no podía asegurar que Mayn hubiera dicho eso pero así había traducido ella, aproximando los conceptos irisinos a sus propias coordenadas mentales). Yaz fue percibiendo con intensidad todo lo que la rodeaba, las sillas volvieron a ser sillas, las luces volvieron a estar sobre su cabeza, la gravedad volvió a tirarla abajo. Todo se iluminó. Quiso decirle a Aquino que lo quería, y se lo dijo, aunque Aquino todavía no había vuelto. Quiso pedir perdón a su madre. El pacto consistía en dedicar el resto de su vida a expiar su culpa y también dejar de lado el odio a Pope. Aceptar que sí, él había abusado de ella, pero también que ella lo había permitido porque estaba enamorada de él. Se sintió liviana, creyó que flotaba y se iba de Megara, de Iris, del universo, y la rueda de la fortuna recomenzaba.
Más arcadas, un leve mareo. Debía volver al cuarto, echarse en la litera. No les costaría explicar lo que le ocurría, dirían que eran los nervios de la noche antes del ataque a Fonhal. Los médicos militares eran muy queridos e imprescindibles, no participaban de las batallas pero eran capaces de dar su vida por los shanz. Podían correr a la primera línea de ataque si veían a alguien tirado en el suelo, aplicaban torniquetes, vendaban y no se desmayaban cuando tenían frente a ellos a alguien con el rostro lívido, los ojos perdidos en sus cuencas porque se desangraba. Hacían respiración boca a boca sin miedo a que las balas los alcanzaran, la metralla les llenara el pecho; muchos morían así. Sí, era entendible que Yaz estuviera tirada en su cama vomitando.
No había salido con Leo porque estaba indispuesta. Se quedó en su cuarto viendo un partido de fut12. Leo había insistido tanto, hubieran ido al Hologramón y luego a jugar skyball con los amigos. Varias veces mentó la fatalidad, todo habría sido diferente si hubiera aceptado que la pasara a buscar. Había tenido fiebre durante el día, el diagnóstico una infección estomacal. Ella pensaba que podía ser otra cosa. Un mal de amor. Un encorazonamiento. Dormía un rato y se despertaba. Vinieron las arcadas. Trató de que no salpicaran la cama. Su madre había ido a jugar a las cartas. Llamó al doctor, a quien creía en su habitación. Pope acudió, presuroso. Vio el desastre, volvió con un balde y un trapeador y se puso a limpiarlo. Estaba hincado en el piso y ella lo desafiaba: si era él de verdad que se acostara con ella. La cama era angosta y no estaba sola. Él gritó que hacía mucho ruido, lo acababa de despertar, que se callara, mañana sería un día pesado. Ella quiso saber si su boca no estaba sucia, si no olía a vómito. Él dijo que sólo lo sabría si la besaba. Ella qué esperas. Él se echó a su lado y la besó. La cama crujió y ella creyó que todos se despertarían. Los granizos en el techo y en las paredes eran como una lluvia de estrellas enviada por los guardianes, un manto protector que caía sobre el bosque, avivaba el encantamiento y señalaba que esta vez no había que temer nada. Él bajó su mano, metió sus dedos y jugueteó con ella; ella le pidió que parara porque iba a orinar, iba a orinar, tarde, y él sacó la mano mojada y dijo que su orín olía a perfume, lamió sus dedos, metió su mano en la boca de ella y ella dostá tu anillo, qué anillo, el de casado, y él te equivocas nostoy casado, tú eres el doctor, sí lo soy, y ella dijo que para cerciorarse de eso debía mostrarle la cam, y siguió cayendo, pero él dijo que no tenía ninguna cam y le mostró su anillo, y vio las iniciales de él y de su madre y sintió que la mierda se le amontonaba en el culo y se fue en mierda, no me veas plis no me veas así, siempre he querido verte así, él se desnudaba y le tapaba la boca, no grites, pero era normal gritar en el puesto, todos gritaban, dirían que se trataba de una pesadilla, las dushes se descolgaban del techo, reptaban por la ventana, se metían en la cama, él estaba desnudo y ella le tocaba la verga, ésa era la verga que hacía feliz a su madre, pensó, doctor, no me llames doctor, sólo puedo llamarte así, Pope es más simple, pero no sabía si lo había pensado en ese momento o en este momento, no sabía si Pope estaba ahí con ella o no lo estaba, y le preguntó si esa verga hacía feliz a su madre, qué madre, fue la respuesta, deliras, fue la respuesta, y la siguiente fue sentir que la verga la penetraba, ella era una chiquilla enamorada que coleccionaba fotos de él a espaldas de su madre y de sus hermanos, ella era una chiquilla que a veces se inventaba enfermedades para que él, el doctor, la visitara en su cuarto y le pidiera que sacara la lengua y le tocara la espalda y la hiciera toser mientras ella estaba en su salto de cama, deliras, ella era una chiquilla que contaba a sus amigas, orgullosa, que el novio de su madre era famoso, hacía experimentos genéticos, quería encontrar la cura para la vejez, porque eso era lo que decía, la vejez era una enfermedad, las arrugas cicatrices, y le volvió a tapar la boca y la penetró y no habría sangre, no quería que hubiera sangre. Pero le dolía la cabeza y estaba mareada y esta vez la enfermedad era verdadera y luego no dejó que se fuera de la cama, lo abrazó y lloró sobre él hasta que sintió que su caída era completa y todo era esponjoso y elástico y él se levantaba y volvía a su cama y había alguien durmiendo junto a ella, y ella se limpiaba la boca, el sabor ácido de los labios, se sentía avergonzada, dormía abrazada a él hasta que su madre llegaba de jugar a las cartas y los despertaba y comenzaban los gritos y no paraban hasta que la madre era internada en una clínica y tres días después Pope estaba en la cárcel porque Yaz había dicho que esa noche había sido violada, había dicho eso a sus hermanos, había dicho eso a la policía. Él estaba durmiendo en su cama y ella le pedía que la perdonara, poco después venía uno de sus hermanos y le decía que la policía había encontrado inconsistencias en su testimonio. Preferían no saber todo lo ocurrido, la ley estaba de su lado pero lo mejor que podía hacer era irse. Volvía a vomitar y a caer. Le estallaba el cerebro. Le reventaban los ojos. Sus orejas y sus mejillas se enrojecían. Tenía la boca ensalivada y no paraba de escupir. Las dushes recorrían su bodi. Escuchaba un llanto y esta vez no era ella.
Veía a su madre y a su padre y a Pope y a sus hermanos y se repetía que no estaba soñando. Veía a una iguana que había tenido de niña y escuchaba el brincoteo de los latidos de su corazón. Alguien había matado a su iguana y ella supo que era uno de sus hermanos aunque jamás tuvo formas de probarlo. Sintió una tristeza capaz de llevarla al colapso. En el sueño pedía a sus hermanos que besaran a la iguana, sólo así estaría segura de que ellos no eran responsables de su muerte. Se negaban, y la iguana tenía la cara de Gajani y luego se reencarnaba en un dragón de Megara de pupilas dilatadas, y su madre y su padre y Pope estaban con ella en un cementerio y en las lápidas podían verse recortados los perfiles de Reynolds y Prith y explotaba una bomba y escuchaba gritos lastimeros. Malacosa caminaba hacia ella y Mayn le decía que no tuviera miedo, no entienden eso, Xlött no es sólo el mal, Xlött es el malbien, Xlött no es sólo el terror, Xlött es el terror y la iluminación. Xlött nostá contra Dios den, dijo ella, Dios es una de las formas de Xlött. Dicen que Malacosa se come a las personas, dijo ella, las abraza y se las lleva. Eso nostá mal, dijo Mayn. Muchos queremos ese abrazo lo buscamos queremos que nos coma.
Abría los ojos.
Volvía, volvía.
Caminaba bajo el granizo en la floresta encantada. A la vera del camino los sapos de Biasi miraban lo que caía del cielo y se preguntaban asombrados qué Dios creaba esas cosas. Las zhizus tejían sus redes de colores entre los árboles, los hongos proliferaban dispuestos a ofrecer consuelo a los irisinos y ayudar a los dragones en la búsqueda del Gran Dragón, las dushes reptaban a la vera de los arroyos deglutiendo insectos y expulsándolos. Las hojas anchas de los jolis brillaban de humedad, el aire líquido, la luz plateada en la noche. Malacosa aparecía y desaparecía entre la floresta, como llamándola a seguirlo, a extraviarse con él en su abrazo.
Verweder. La palabra se repetía, adquiría densidad como si fuera un objeto. Verweder. Un concepto del lenguaje irisino que alguna vez le explicó Mayn y que le costó entender. Había irisinos que, llegado el momento, sentían que estaban listos para abandonar el mundo. No era la vejez ni una enfermedad paralizante sino la sensación de que un ciclo se había terminado. En la práctica original, en los lugares donde se llevaba a cabo la ceremonia del jün había un cuarto donde el irisino se encerraba con una vasija de tallos de jün a su disposición y se ponía a comerlos hasta que las alucinaciones eran tan fuertes que le estallaba la cabeza y moría. Eso era el verweder. Pero en los últimos tiempos esa práctica se había democratizado y había irisinos que, sin el saber que daba la ceremonia de la dushe, comían jün y salían a la calle a buscar la muerte, a que ocurriera el verweder. Ahí había aparecido la leyenda de que Xlött se presentaba a través de Malacosa y se fundía en un abrazo con el irisino y se lo llevaba al otro mundo. Un Advenimiento particular. Pero no les ocurría a todos. Según Mayn, la culpa la tenían los pieloscuras. Su presencia hacía que muchos irisinos no tuvieran ganas de seguir viviendo. Estaban los que luchaban y estaban los que buscaban el verweder. Luego los mismos pieloscuras, sin saber del jün, comenzaron a reportar la aparición de Malacosa en las calles de Iris, a hablar del abrazo asesino, y lo transformaron en un monstruo.
Intuyó que pronto sería expulsada por la dushe. Caía esta vez hacia arriba. La noche recuperaba sus colores y en las montañas del valle que los rodeaba no había gente que los quería matar y ellos no habían profanado tierra santa. Quería entender cómo funcionaba Malacosa, quién era en verdad Xlött. Pero no estaba lista para el verweder. No quería irse de su bodi. Quería disfrutar de él, experimentar con él, aunque eso significara no encontrarse con Malacosa. Creía entender que ese encuentro era el paso final en la ceremonia de la dushe, a eso apuntaban las experiencias con el jün. Se había metido en ese camino sin tener conciencia de eso. Verweder. Había algo que se le escapaba y creía que se debía a que no era irisina y Mayn le había dicho que no se trataba de eso, Xlött alcanza a todos, sigue, él sabrá cuando estés lista, había algo que se le escapaba y creía que era incapaz de purificar del todo su corazón, que había ciertas barreras en ella que se resistían a caer para entregarse a Xlött como se debía.
Era angustiante. No había vuelto del todo.
Mordió los labios hasta que salió sangre. Se tocó las piernas y descubrió que estaba semidesnuda en la cama, una sustancia apestosa fluyéndole de la boca. Su madre, con los ojos llorosos y esos rizos negros que ella hubiera querido tener cuando niña, le dijo que todo iba a estar bien y que no se preocupara. Perdón ma. Perdón. Su madre continuó: no iba a dejarse hundir, ella siempre sería su hija, algún día se reencontrarían. Su padre, que había sufrido tanto cuando su madre lo había dejado por el doctor, le dijo que no era culpa de su ma, la entendía, si él hubiera sido ella también lo habría dejado. Ella creyó que no todo podía ser así, en algún lado debía esconderse la culpa, alguien debía asumir las responsabilidades, comenzando por ella, pero luego ella misma se dijo que era así, estaba siendo expulsada por la dushe y era así. Volvió a decirle doctor a Pope y él dijo que debía mantenerlo como se había mantenido tantos años en su corazón, como un amor imposible, pero esa noche fue posible, todos cometemos errores, niña, ella no quería perderlo, quedaban rastros de angustia, la deglución no había sido completa, no quería perderlo, no me perderás, volveremos a encontrarnos, todos volveremos a encontrarnos y seremos felices porque habremos cumplido nuestro ciclo en la rueda de la fortuna.
Rueda de la fortuna. Ésas no eran las palabras que solía usar el doctor. Ésas eran sus palabras de niña pretenciosa. Se agarró a la cama. Estrujó las sábanas. Había dejado de llover. Los granizos transformados en agua. En sus mejillas el aire fresco de la madrugada. Una zhizu en el reborde de la puerta. El graznido de los pájaros salvajes. Cómo se llamaban.
Quiso buscar a Biasi y abrazarlo. Buscar a Marteen y decirle que lo entendía. Buscar a Jiang y darle un beso. Buscar a los chitas y hacerles ver que estaba de su lado, no serían simples bestias de carga, podían ser cómplices.
Se creía libre, pero no lo estaba del todo. La verdadera liberación sería cuando aceptara entusiasmada que el verweder podía llegarle en cualquier instante.
Alguien abrió una puerta. Era ella. Afuera llovía y había un hombre parado en el umbral. Preguntó por su madre. Sonrió. Una sonrisa inocente, encantadora. Cuando lo hizo se fruncieron las mejillas y vio en la cara marcas como de la boca de una marioneta. Tenía un aspecto juvenil pero esas marcas delataban su edad. Era diez años mayor que su madre. Su madre se lo presentó y le dijo que era un gran doctor, un gerontólogo famoso. El envejecimiento es una enfermedad, un error del código genético, y los errores se corrigen, dijo él una noche, explicándole cómo se había implantado nuevos ojos para ver mejor, nueva dentadura, células regeneradoras para la piel del cuello, las manos, el rostro. Los artificiales quieren ser humanos y yo quiero ser un artificial, bien mirado es divertido. Lo vio junto a su madre y pensó que él experimentaba con esas cosas porque no quería que llegara el momento en que su madre fuera una mujer joven, todavía atractiva para otros hombres, y se convirtiera en una enfermera para él, que debía andar con un bastón, procurando no caerse, no resfriarse, las pulmonías eran responsables de llevar a muchos ancianos a la tumba, y rogando que la memoria lo acompañara hasta el final, que no tuviera que desconocer ese rostro del que estaba enamorado.
Cerró la puerta y lo dejó pasar y él se echó en la cama y pidió que lo disculpara. Ella le dijo que cuando lo conoció había creído que quería frenar el curso del tiempo en el bodi para poder estar más años con su madre. Él respondió que ya era lo que era cuando la había conocido, que sus experimentos estaban en punto muerto y se reactivaron cuando la conoció a ella. Sí, a ti. Treinta años de diferencia. Quería esperarte a ti, quería que hubiera tiempo para ti.
Yaz imaginó un laboratorio lleno de ratas muertas en los pasillos. Quiso tocar a Pope pero Pope ya no estaba. A su lado aparecía Reynolds y tocaba su calavera y se transformaba en Prith y ella no quería enfrentarlos, no todavía, y aunque sabía que no tenía control sobre eso ellos desaparecían de golpe, como si la fuerza de su deseo hubiera sido suficiente para conminarlos a la nada. A una nada que esperaba paciente, lista para respingarla, torcerle el cuello con la convicción de que sus pesadillas habían sido realidad alguna vez.
Caía, volvía.
Murmuró un rezo apresurado a Xlött y se reafirmó en la promesa de que, apenas terminara su estadía en Malhado, renunciaría a las comodidades del Perímetro. Pediría ser enviada a la posta de una ciudad más alejada y miserable que Megara y no volvería jamás. Se dedicaría a los irisinos, se entregaría a Xlött. De hecho ya se había entregado a él. Mayn había leído eso en su corazón y por eso la había llevado a conocer al qaradjün.