1

Los heliaviones dejaron la ciudad y sobrevolaron un territorio árido, una planicie rojiza donde soplaba el fengli y en la que Yaz descubrió, minucioso, diminuto, un convoy de jipus y camiones que avanzaba por una carretera angosta, flanqueado por desactibots. Después de la planicie fueron apareciendo las montañas que encajonaban el valle. Los heliaviones pasaron al lado de una de ellas. Se llamaba Zemin según el Instructor; roca dura, formaciones geológicas que se retrotraían a milenios. Imágenes de la creación alguna vez no hubo nada ki alguna vez el vacío.

Yaz tenía la sensación de que en cualquier momento aparecerían las tropas de Orlewen. Los oficiales decían a los shanz que no debían temer nada. Aún no estaban en los dominios de Orlewen.

De Malacosa sí den.

Si vamos a creer a los irisinos, todo Iris es dominio de Malacosa.

Y de Xlött.

Malacosa es Xlött.

Imaginaba a ese monstruo con el falo de fuego enroscado en torno a su cintura, un pedazo de roca viva que podía congelarte con su abrazo. O al menos eso decían. Todo era leyenda en Iris. Leyendas que había aprendido a respetar; a través de su alarde imaginativo llevaban la fuerza incontestable de la verdad. No conocía a Malacosa, pero sí a Xlött. Se había entregado a su doctrina y venía a Malhado para el trabajo definitivo. Estaba preparada. Su espíritu se había desprendido del bodi tantas veces que se sentía libre y leve, pero faltaba el paso definitivo para concluir un camino que entremezclaba angustias con una abrumadora experiencia de lo sublime. Todo se justificaba. En Megara había escuchado a sus brodis en la posta hablar de la dushe que devoraba a hombres corruptos y los escupía íntegros, y pensó en las fábulas de su infancia. Luego conoció a Mayn y a los qaradjün y una noche fue educada en sus artes y desde entonces no había sido la misma. Yo que insistía la dushe anaconda mas no la anaconda te escupe cadáver la dushe te devuelve la vida. La verga de Malacosa-Xlött: una dushe de roca sangrante.

Llevaba en su pack jün de Megara. Sólo para ella. Los swits los compartiría. Swits de todo tipo y potencia para distraer a los shanz.

Cuando le informaron de la misión, su primer impulso fue rebelarse. Meses duros de extrañar Megara, de hacer todo lo posible por acostumbrarse a Iris. Sus días iban adquiriendo cierto ritmo y textura en el Perímetro, y la volvían a desgajar. No era justo. Luego se acordó de las enseñanzas del qaradjün y pensó quién soy pa tener potestad sobre lo que me pasa. Era, podía ser el mejor lugar para llevar a cabo lo que buscaba. Se había abierto a lo desconocido en el momento en que firmó el contrato que la ligaba a SaintRei y aceptó venir a Iris. Una lucha sin cuartel, el impulso a la aventura junto al deseo de aceptar como suyo para siempre el territorio domesticado con esfuerzo. Las veces que deseó algo había perdido, y cuando no quiso nada comenzó a encontrar su lugar en el universo. Había nacido con curiosidad por lo nuevo, por lo extraño; el jün no había creado nada en ella, sólo radicalizó algo que estaba ahí (extraviar el yo qué maravilla). No debía quejarse. Otros podrían maldecir Malhado; ella estaría abierta al deslumbramiento que significaba un paraje desconocido.

Múltiples tonalidades del rojo se diseminaban en las montañas: óxido, magenta, bermellón, escarlata, irisino sangre. El sol derretía el paisaje, la luz argentina vibraba sobre plantas y árboles retorcidos a la vera del camino. Yaz hacía zoom con los gogles que le habían entregado antes de emprender el viaje, y gracias a los lenslets se enteraba de los nombres de algunas plantas: butichosen, maelaglaia, remaju, laikke, tomacini. Más zooming: flotaban en el aire enormes mariposas alas-depájaro, de colores anaranjados con marcas verdes. A los pies de árboles de troncos gruesos, legiones de diminutos hongos blancos con puntos negros en el sombrero. Los irisinos se los daban a los señalados por el verweder y a los enfermos terminales. Decían que ayudaban a no tener miedo a la muerte. A verla con otros ojos. A perder la ansiedad. A olvidarse de noches insomnes, días de dedos en la garganta. Estaba segura de que no los necesitaría. El jün serviría para eso. El jün servía para todo.

Se fijó con detenimiento en unas flores blancas de corola amarilla que proliferaban entre los arbustos. El amarillo en el paisaje: pequeños soles refulgentes. Un bosque calcinado. Había visto bosques con el jün. Florestas encantadas donde moraban un Dios luminoso y una reina acogedora. Xlött y la Jerere tenían mala fama entre los pieloscuras pero ella, que había visto su lado aterrador, también estaba enterada de sus versiones más amables. Xlött sólo quería proteger a su gente. Había que creer en él para recibir su luz. Entregarse a su misterio, no tener miedo. La Jerere era la entraña misma de la tierra, dispuesta a mostrarte su cara amorosa y maternal una vez que la recibieras y aceptaras que no había que negar el abismo. En ella hubo zozobra, negación del abismo, y así le fue. Pero no ahora.

Los tallos de las flores se estiraban. Crecieron hasta golpearle el rostro; la corola de una de ellas se abrió, los pétalos se cerraron en torno a Yaz; sintió que su cabeza era devorada. De las hojas salía una sustancia pastosa, de color cremoso, que olía a miel y le embadurnó el rostro. Un rocío-delsol que movía sus tentáculos como pinzas para ahogarla.

Sacudió la cabeza tratando de escaparse de la flor, se sacó los gogles y estuvo a punto de tirarlos al suelo. No podía ver nada; se asfixiaba, y los latidos de su corazón se desbocaban. Gritó, pero de su boca no salió ningún ruido. Los ojos se le humedecían. Se vio en una habitación luminosa, pero la luz se fue apagando y se quedó a oscuras. Dos seres de ojos enormes y manos de seis dedos ingresaron a la habitación. No supo decir si eran humanos. Se vio en una camilla y no podía moverse y los seres tenían instrumental quirúrgico y uno de ellos le inyectaba una aguja en el brazo.

Las flores desaparecieron. Se tocó el pecho, trató de calmarse. Los shanz en el heliavión actuaban con naturalidad, como si no hubiera sucedido nada. No se animó a volver a ponerse los gogles.

Qué hacía de enfermera si no había estudiado. Cómo había ascendido hasta ser considerada capaz de estar a cargo de una posta sanitaria. Debía estar lejos de doctores/hospitales/salas de operación. No lo buscaba, podía jurar, ese destino la había encontrado. Una burla. De eso también debía liberarse.

Le decían la doctora Torci y tenían razón. Estaba torcida, sólo buscaba ayudar a los shanz. Aliviarlos del espanto. Impulsarlos a buscar la exaltación. Que se acordaran de Yaz en sus peores horas. No importaban las burlas mientras la supieran vital para sus días en la isla.

Se sentía débil, como si alguien le estrujara el pecho con manos de hierro. La respiración se le desalentaba, el aire que discurría por la laringe se hacía notar y lo ideal era no sentirlo. El corazón trabajaba a destajo. Medía sus latidos con el Qï, más arriba de lo normal. Qué era. Qué acababa de ver. Se había puesto a buscar en el Instructor y al principio pensó que se trataba de alucinaciones hipnagógicas. Era cierto que en la noche, antes de dormir, podía oír ruidos como los de la frecuencia de una radio que transmitiera desde otro planeta, ondas perdidas que llegaban a sus oídos con nitidez. También era cierto que, en la oscuridad más plena, las paredes y el techo de cualquier lugar donde se encontrara adquirían vida, y aparecían figuras monstruosas que no la dejaban dormir. Tiburones con las fauces abiertas, peces que se comían a otros peces, dragones en bosques desolados, cubiertos por la niebla que avanzaba sin descanso. Había leído de esas alucinaciones en el Instructor y se convenció de que se trataba de eso. Al poco tiempo descartó esa hipótesis porque sólo ocurría en los momentos previos al sueño y no durante el día, como a ella. La doctora Torci albergaba multitudes.

No había tomado nada antes de partir. Quizás el efecto acumulado: algo debía quedar en su sistema después de tantas cosas que se metía en el bodi. Algún tipo de trastorno persistente de la percepción. O quizás estaba sufriendo de interacciones peligrosas. Plantas psicotrópicas y químicos. No había estudios de cómo se llevaba el jün con los swits. Una irresponsable. Trató de dejar los swits pero no pudo. Era más fácil dejar el jün, no producía adicción. No quería. Nadie quería una vez que lo probaba.

No se trataba de que hubiera droga en Iris. Eso era una forma fácil de verlo. Todo Iris era una droga. Una alucinación consensual. Había que adecuar el cerebro; el bodi debía aprender a respirar de otra manera. El polvo del jün que se molía era llevado por el fengli a las ciudades, y los valles estaban pletóricos de plantas psicotrópicas.

Respirar: drogarse. Hizo una media sonrisa ante esa idea.

Viajaban a Malhado con la misión de capturar a Orlewen. Sus tropas cercaban Megara, pero los informes habían confirmado que se escondía en Fonhal, un villorrio cerca del puesto de observación al que se dirigían. Aparentarían que el único objetivo consistía en reemplazar a los miembros de una compañía que terminaba su período de servicio. SaintRei esperaba que el arresto de Orlewen terminara con la insurrección.

Eran cuarenta entre oficiales y shanz y dos médicos. Venía con ellos un grupo de chitas; provocaban temor por su bodi de metal relumbrante y su cabeza de felinos. Los habían diseñado así para que no pudieran confundirse ni con los humanos ni con los artificiales: el solo hecho de verlos era suficiente para entender que no se lidiaba con un individuo (los primeros modelos de artificiales eran así, pensó Yaz al ver a los chitas subir al heliavión, recordando holos de sus rostros de piel sintética y ojos sin pupilas; luego comenzó la confusión).

Yaz no sabía por qué la habían escogido. El oficial que le informó de la misión dijo que tendría que actuar como un shan más. Entendía a qué se refería. En situaciones extremas era necesario tomar el riflarpón y salir a enfrentarse al enemigo. Cómo hacer si no veía a los irisinos como enemigos. Megara le había abierto los ojos. Si por ella hubiera sido, se habría quedado allí el resto de su vida (una vez más ese impulso que debía desterrar). Pero SaintRei prefería rotar a sus trabajadores. Una manera de asegurarse de que no se encariñaran con la gente o el lugar.

Gajani observaba el paisaje ensimismado, señalando uno de los ríos que cruzaba el valle, de extensión superior a la de otros ríos que habían visto antes —más bien arroyos—. Yaz leyó en los lenslets que eran las legendarias Aguas del Fin, uno de los lugares privilegiados donde los irisinos ordenaban que, una vez desencarnados, se esparcieran sus cenizas, y por eso mismo según algunas versiones otra posible ubicación para el nacimiento de la leyenda de Malacosa. En una de las veras del río podía verse una aldea irisina. Quizás Fonhal. Si era así entonces estaban cerca.

Gajani tenía ojos soñadores o tal vez sólo somnolientos. Un adolescente sensible, el chiquillo que quizás había crecido en un pueblito del hinterland de Munro y al que se le había cruzado estudiar arte, pero que al final no lo hizo porque el talento no estaba acompañado por la pasión, el entusiasmo. Era hindú, aunque se esforzaba por no demostrarlo. Qué lo habría llevado a Iris. Quizás un amor despechado. En una de las ceremonias del jün había conocido a un oficial de SaintRei que decidió dejar el mundo porque su hombre se fue con otro. Iris es el mundo tu, dijo ella. Lo sé, dijo él, mas antes no.

Zazzu imitaba el graznido de los lánsès, la voz meliflua del Instructor, incluso las órdenes monótonas de Jiang, ese tono similar tanto para lanzarse a la batalla como para apurar a los shanz en la ducha. Colás y Takeshi reían mientras consultaban el Qï. Se miraban como si se profesaran amor. Cada vez les costaba disimular más. Quizás ni siquiera lo intentaban ya, por más que se supieran destinados a insultos medio en broma medio en serio.

Durante el viaje no había dejado de pensar en Reynolds. Lo imaginaba mascando con furia un pedazo de kütt, como solía hacer. Hubo rumores de que formaría parte del grupo como un shan más, ya perdido su puesto de capitán. Un saico, un artificial con delirios de grandeza. No ocurrió, hubiera sido demasiado desafío a Munro. Todos sabían de lo sucedido con la unidad que había formado dentro de la companía, precisamente aquellos shanz que gracias a Reynolds Yaz conocía más. Se hablaba de que habría corte marcial, aunque los más cínicos decían que SaintRei esperaría a que el escándalo se acallara y luego dejaría a un par de shanz en la cárcel y enviaría a Reynolds a un nuevo destino. SaintRei no podía permitirse perder sus máquinas más letales. Reynolds era una de ellas, debía volver al combate tan pronto como pudiera. Orlewen se iba haciendo fuerte, según los rumores recibía armamento y apoyo logístico de Sangaì, con esa ayuda la lucha se ponía difícil.

Cuando Reynolds dormía a su lado la inquietaba que casi nunca cerrara los párpados del todo, como si fuera incapaz de bajar la guardia, y ella debía masajearle la espalda para relajarlo. Gestos tiernos de los que se arrepentía. Durante el tiempo en que se acostaron llegó a quererlo, a conmoverse por su desesperada búsqueda de sentido, a reír ante las historias exageradas y contradictorias de su pasado. De todo eso también se arrepentía. Nunca toleró sus celos y quizás por eso, como gesto liberador, se acostó con Prith. Temido infierno. Una irresponsable. De un saico a otro saico.

Reynolds y Prith no podían saber la enormidad de su decepción cuando se enteró de las cosas que hacían. Con Reynolds era peor, Prith no hubiera hecho nada sin la anuencia de su jefe. Estaba acostumbrada a escuchar entre los oficiales y shanz comentarios racistas sobre los irisinos, por eso no detenía a Reynolds cuando despotricaba contra ellos; desde que la destinaron al Perímetro que había aprendido a no decir lo que pensaba, asumiendo el costo de la frustración, de la rabia contra ella misma por quedarse callada. Se había equivocado con Reynolds; pensó que los insultos, las frases despectivas, eran parte de lo acostumbrado: el casual racismo cotidiano con el que había aprendido a vivir. No podía sospechar que entre las palabras y los hechos de Reynolds no había distancia. Que él trataba todos los días de convertir sus frases hirientes en realidad y hacía tiempo, incluso antes de conocerla, que había iniciado su campaña particular de exterminio. Se enfurecía de sólo recordarlo. Se creía buen juez del comportamiento humano, pero se había equivocado como nunca.

La ceremonia del jün en Malhado estaría dedicada a su madre y a Pope. Necesitaba limpiarse definitivamente de esa historia. Había dado pasos positivos en esa dirección, y sentía que estaba preparada para el salto liberador. Cuando se le aparecieron las imágenes de Reynolds y Prith en una ceremonia, todo se le nubló. Todavía no estaba lista para procesar esa experiencia negativa, ese trauma. Esquirlas de metralla vivas en su pecho. Su relación con ellos no fue negativa ni traumática, eso era lo peor; igual debía conciliar esa experiencia con lo que sabía de ellos ahora. Con lo que había estado ocurriendo mientras se acostaban. Con lo que ellos habían estado haciendo. Lo pensaba, lo imaginaba, y le dolía. Algo se le atoraba en la garganta, se revolvía en el estómago. No estaba lista todavía. Un pozo negro un cráter el horror.

Decían que el jün ayudaba a conocer a las personas, pero no siempre era así.

Entre los shanz en el heliavión también había reconocido a Xavier, pareja de la responsable de la bomba dentro del Perímetro. Un oficial explicó a todos que se le había borrado la memoria y no recordaba nada de su vida anterior. Las torturas le habían afectado el cerebro, escuchaba órdenes y las cumplía pero era incapaz de iniciativa propia. Un shan ideal. Debían tratarlo como una persona, porque lo era; se llamaba Marteen y no tenía nada que ver con Xavier.

Yaz había visto casos como el de Xavier en el Perímetro. Los llamaban los shanzombis. A SaintRei le gustaba reciclar shanz: a aquellos que estaban demasiado afectados por la ansiedad y la tensión de la lucha, por lo que veían en sueños y pesadillas, les borraba la memoria y les injertaba otra. SaintRei necesitaba bodis frescos para el combate. Algunos doctores se oponían con el argumento de que no era tan fácil borrar e injertar: por más que la memoria fuera otra quedaban huellas del pasado en el bodi, y éste podía recordar. Cuando ocurría la desconexión entre lo que el bodi recordaba y lo que decía la memoria era como un enfrentamiento entre identidades capaz de colapsar al individuo. Los doctores recomendaban que se utilizaran artificiales para el combate: ésa era su función original. Pero los artificiales habían ido ascendiendo en los puestos jerárquicos de SaintRei y sabían defenderse con argumentos: precisamente, les sobraba inteligencia. Se los valoraba tanto que sus jefes solían mantenerlos dentro del área protegida del Perímetro. Incluso varios de esos jefes eran artificiales. Los rumores decían que el Supremo era un artificial. Semuandalegenda.

Xavier iba con ella a Malhado. Cómo entender eso. Los descartes, los residuos, los castigados. Los bodis que eran otros. Una misión fantasma, de espectros a los que SaintRei no le importaba que murieran porque de alguna forma estaban muertos. Yaz se preguntó si no sería una de las afectadas por una bomba en Iris. Su pasado como ser humano Afuera había sido inventado. En realidad había nacido en Iris. Todo lo anterior servía sólo para convertirse en una sofisticada máquina de apoyo en la guerra. Me desencarné hace tiempo quinta vez que me reinventan neste mismo bodi hubo otras personas otros sueños otras pesadillas voy desapareciendo volveré a hacerlo.

No se le daba bien la paranoia. Sus memorias eran las suyas. Nadie le había implantado nada. Ella se llamaba Yaz.

O no.