Había soñado con Fer. Tenía cuatro años y lo llevaba de la mano a la escuela, a quince minutos del piso. Fer se detenía cada vez que veía un perro y se acercaba a acariciarlo. Decía que quería ir al parque de los perros, que era un salchicha, un chihuahua, se llamaba Lucas y se hincaba en el suelo y sacaba la lengua. Xavier era paciente con él. En el camino había una panadería en la que compraba pan integral fresco; también pasaban por una tienda donde Xavier adquiría un sobre con holos de las estrellas de fut12. Era su forma de interesar a Fer en los deportes. No era fácil; a Fer sólo le llamaban la atención los juegos electrónicos. Vivía inmerso en ellos, era de reflejos ágiles y ganaba a sus padres. Luann reía al ver la cara preocupada de Xavier, relájate, le pedía, quizás ha encontrado su vocación y nos hará millonarios. Los grandes jugadores de holojuegos se llenaban de geld y podían ser tan célebres como las estrellas de fut12 o del Hologramón. Pero eso a Xavier no le convencía del todo.
Abría los ojos y se topaba con la oscuridad y quería volver a cerrarlos, perderse de nuevo en algún sueño, rogar que no le tocara una pesadilla. No podía. Estaba desnudo, moretes como archipiélagos en los muslos, en el abdomen, en la espalda. Se preguntaba cuántos días habían transcurrido y en qué lugar se hallaba. Al comienzo había intentado explorar su entorno. Caminó unos cuantos pasos y sintió un golpe; el impacto lo tiró al suelo. Estaba rodeado por una valla eléctrica invisible. El bodi le dolió durante horas.
No le habían dado un camastro ni una silla. Cuando quería descansar se echaba en el suelo. A veces escuchaba pasos y se materializaba a su lado una bandeja con comida; quien se la traía se iba sin dirigirle la palabra. Xavier gritaba preguntas que se perdían en ese lugar sin eco.
A lo lejos se escuchaban ruidos, voces desesperadas, aullidos de dolor. Hubiera querido caminar hasta toparse con alguien. La valla eléctrica lo intimidaba.
Lo habían arrestado la noche de la explosión. Soji había hecho detonar una bomba en el café de los franceses dentro del Perímetro; había muerto junto a dieciséis shanz. Era la primera vez que la insurgencia lograba incursionar con éxito detrás de las paredes amuralladas de la base. Los minutos después de la explosión habían sido un caos; Xavier salió corriendo del pod a investigar lo ocurrido. Se topó con shanz, ambulancias, carros de bomberos dirigiéndose al café. Gritos por todas partes, órdenes y contraórdenes. La gente salía de los edificios, de getogeters y restaurantes. Los reflectores de luz blanca iluminaban el cielo, las sirenas ululaban desacompasadas.
Los shanz bloqueaban las calles en torno al café de los franceses. Xavier preguntó a uno de ellos si debía presentarse a ayudar. Todo está controlado, regresen a sus pods, gritó un artificial con la cara y las manos llenas de un polvillo gris. Nadie le hizo caso.
La bomba había destrozado el café. Antes de que se confirmara que había sido Soji, algunos rumores decían que la llevaba en su bodi un camarero irisino y otros un shan. Un reporte afirmaba que una persona había entrado al café, se acercó a la barra y gritó algo acerca de Xlött y el Advenimiento.
Xavier quiso comunicarse con Soji por su Qï. No hubo respuesta. En las noticias apareció el Supremo con un mensaje agresivo a los terroristas. Xavier regresó por calles atestadas de gente, percibió la ansiedad, el miedo. Un hombre lloraba preguntando por su hermano, estaba seguro de que se encontraba en el café en el momento de la explosión. Intentó comunicarse con él, pero no hubo respuesta.
La vida no volvería a ser lo que había sido en el Perímetro. El único lugar de Iris seguro para los pieloscuras acababa de desaparecer.
Se preocupó por la ausencia de Soji. No quería pensar en lo peor. Debía ahuyentar esos pensamientos, tranquilizarse. Abrió la cajita de metal que colgaba de su cuello, tomó un swit y esperó a que hiciera efecto. Cuando lo hizo, algunas cosas no cambiaron.
Ingresó a su pod y se quedó viendo las noticias en el Qï. Poco después llegaron los shanz. Lo redujeron al suelo con un electrolápiz. Terrorista, traidor, le gritó uno de ellos, que blandía desaforado el instrumento y lo usó en la piel de Xavier hasta que hubo olor a quemado. Lo sacaron a rastras, se lo llevaron en un jipu.
Soji, gritó. Dostá.
Sus pedazos querrás decir, respondió uno de ellos. Se los daremos a los lánsès.
Antes de que lo confinaran a ese lugar rodeado por una valla eléctrica alcanzó a ver el rostro de Reynolds cuando lo bajaron del jipu. Dirigía las operaciones, que parecían de envergadura: varios camiones llegaban con prisioneros a un galpón. Xavier lo miró, pero él aparentó no reconocerlo.
Creyó que todavía se encontraban dentro de la base pero no estaba seguro. Lo llevaron al galpón con las manos atadas, en fila india junto a otros prisioneros. Apareció en su mente la imagen de los uáuás que un irisino le había entregado a Soji en el mercado. Soji había vuelto al Perímetro con una bolsa llena de esos muñecos. Podía ser que dentro de ellos hubiera estado la bomba, que los insurgentes hubieran encontrado al fin la manera de burlar los sofisticados controles de SaintRei.
Si es que ella había sido la responsable, entonces era verdad que su vida giraba en torno a las ficciones, pero no a las que él había sospechado como tales. Ni Xlött ni Timur eran ficciones; la única ficción era él. Soji había estado interesada en él desde el principio sólo como una forma de ingresar al Perímetro. Todo esto había sido planeado mucho antes de que la conociera y él había sido apenas un instrumento para un fin.
Lo desnudaron y no tardó en perder el sentido. Cuando despertó quiso con todas sus fuerzas que todo no fuera más que un mal sueño. Pero lo recibió la noche y se sumió en la desolación.