Acompañó a Soji a ver a amigos irisinos en el mercado. Tenía un proyecto ambicioso con los uáuás de arcilla que los irisinos fabricaban como parte de las leyendas y los himnos relacionados con sus clanes; quería comprarlos en grandes cantidades, venderlos en el Perímetro, si todo salía bien exportarlos Afuera. No se los encontraba en ninguna tienda porque eran parte de rituales privados, pero Soji confiaba en convencer a los irisinos de convertirlos en el símbolo público de su cultura.
La idea es promocionar el arte irisino, que los uáuás sean autenticados después de cada experiencia.
No que todo nellos es comunitario, dijo él. La idea del artista es muy individual.
Será comunitario dentro de lo individual. Que no sólo se valore lo que hacen, que se conozca.
Xavier aceptó el argumento y pidió una tarde de licencia porque lo intrigaba la posibilidad de conocer a los amigos irisinos de Soji.
Un olor nauseabundo rondaba en las afueras debido a la basura amontonada, pero apenas se ingresaba dominaban los aromas penetrantes de las especias: la raíz del dragón convocaba al queso curado, las hojas de anshù remitían a las almendras amargas y el linde a la miel. Los aromas dulzones le recordaban a Xavier los experimentos de química en el colegio, cuando jugaba con sus compañeros a crear perfumes a partir del licuado de flores. Tocó la parda raíz del dragón, pulverizada en una bolsa a la entrada de un puesto, y la vendedora lo regañó con la mirada. Mientras se iba, él contó los aros en su cuello, una costumbre adquirida los primeros días en Iris. Siete.
La gente se apiñaba en los pasillos del mercado. Los vendedores ofrecían rompecabezas electrónicos, agujas que se inyectaban en el bodi para aliviar dolores, hierbas alucinógenas de Megara, réplicas diminutas de Malacosa con un falo gigante. Parado sobre una caja de madera, un chûxie predicaba la llegada del Advenimiento. En la sección de comida había puestos que ofrecían corazones de lánsè y pedazos de cordero ensartados en un alambre, cabezas de goyot, patos bañados en jengibre, boxelders fritos y el trankapecho, un sándwich de carne de dragón de Megara. Todo acompañado de chairus; Xavier podía comerse cincuenta uno tras otro, la carne acidulce era blanda y se derretía al contacto con la lengua.
Irisinos tirados en el piso, su mirada perdida en la contemplación de sus pies o manos; Xavier recordó la vez que en una de sus rondas pasó por la antigua estación de buses y sus brodis y él se encontraron con una centena de irisinos echados sobre cartones en el suelo, recostados contra las paredes en medio de la basura, el dung, el vómito, la sangre, los boxelders. Estaban quienes reían solos, otros bebían alcohol de quemar e inhalaban un pegamento barato hecho a partir del wangni (lodo mineral), inmutables ante la presencia de los shanz; eran conocidos como los wangnipípol. Escoria, dijo un shan; dung, dijo otro. No saben manejar las drogas, pensó Xavier esa vez y volvió a pensarlo en el mercado, son manejados por ellas, aunque Soji decía que sí sabían pero que la vida llegaba a ser tan sórdida que algunos buscaban perderse en el exceso. Los que estaban en edad de trabajar vivían abusados en las minas; los que no, debían remitirse a la caridad de SaintRei, a programas de asistencia social.
En cambio nos sí. Sabemos manejarlas. Ja.
Caminaba de la mano de Soji, abriéndose paso a empujones. Llevaba puesto un pasamontañas de grafex. Se sentía desprotegido sin el uniforme antibalas y buscaba con la mirada, ansioso, la presencia de shanz. Los había, incesantes e intimidatorios en su intento por mantener el orden, revisando bolsones en las puertas de entrada, decomisando productos adulterados, obligando a los irisinos a hacerse a un lado cuando pasaban con sus riflarpones. Drons vigilantes flotaban entre el gentío enviando holos a la sala de monitoreo del Perímetro.
Se sentaron a esperar en un puesto de comida. Soji pidió un güt; el brebaje caliente olía a hierbabuena. Xavier se preguntó cuándo dejaría de comparar lo que encontraba en Iris con los colores y olores que había conocido Afuera. Cuándo dejaría de extrañarse de lo que lo rodeaba. Cuándo vería todo como algo natural. Ese día dejaría de ser un pieloscura, su identidad sería más de aquí que de allá. Se convertiría en un kreol sin necesidad de haber nacido en Iris (no era grato serlo: la identidad ambigua de los kreols hacía que fueran rechazados por irisinos y pieloscuras). De esas cosas no le hablaba el Instructor.
Agarró la mano de Soji. Nada era tan fácil como hubiera querido. Había demasiadas zonas de ella inaccesibles para él. Estaba seguro de que no lo quería y simplemente se apoyó en él para salir de una situación precaria. Él se había aferrado a ella porque la soledad en Iris apremiaba. Le tenía cariño, eso era suficiente para sostenerlo.
El irisino apareció al rato. Tenía los párpados salidos y las pupilas completamente blancas, lo que le hizo recordar la primera impresión que tuvo de algunos hombres irisinos: que eran albinos (las mujeres eran diferentes, había más vida en sus ojos). Le faltaba un brazo y a Xavier no le costó imaginar un accidente en la mina. Pero podía ser otra cosa. Muchos irisinos nacían con defectos congénitos.
Se sentó al lado de Soji sin saludar a Xavier. Soji se lo presentó; se llamaba Payo. Debía estarse preguntando qué hacía junto a ella; no lo vería jamás como un amigo ni tan siquiera como un conocido. Todo los separaba, era mejor asumirlo y no hacer tantos esfuerzos como Soji: ella tampoco sería aceptada.
Payo sacó uáuás de una bolsa y los puso sobre la mesa. Algunos eran pedazos amorfos, en otros parecía que el autor trataba de hacer un lánsè o un goyot y había cambiado de opinión a la mitad para dedicarse a construir un irisino. Había figuras que a duras penas podían pensarse como dragones de Megara o dushes. Tenían un aire de familia con el que Soji guardaba en el pod, aunque éstos eran más delirantes.
Qué tal, dijo Soji.
No sé si podrían pasar por arte, si se les podría encontrar algún valor.
Las ideas que tenemos del arte son muy precarias, Soji parecía molesta. Los irisinos que han creado estos muñecos estaban en trance. Como parte dun ritual, cuando escuchan el llamado del verweder, el qaradjün ordena interpretar en arcilla lo q’están viendo. Los uáuás se convierten en preciadas posesiones den. Lo ideal sería crear galerías darte irisino, que los uáuás se vendan acompañados dun certificado de autenticidad. Cuándo fueron hechos, parte de qué ritual. SaintRei dizque busca formas de ayudar a las comunidades irisinas. Esto sería algo concreto ko, el geld sería bum pa la comunidad.
Soji y Payo se pusieron a hablar en irisino. Las palabras salían rápidas, en frases punzantes, con onomatopeyas que explotaban a cada instante. Un abismo, ese lenguaje: el Instructor traducía, las frases aparecían en los lenslets, pero se trataba más de aproximaciones creativas que de un trabajo riguroso. Algo es mejor que nada, pensó Xavier, impresionado por Soji: manejaba esa sintaxis retorcida con la soltura de una irisina. Mejor que no la escucharan sus brodis. Tendrían más razones para insultar a la jirafa.
Xavier entendió que Payo consultaría con su comunidad. Tenían varios uáuás en el hogar, los guardaban bajo tierra pero a veces se les perdían. La propuesta de Soji era una forma de quedarse con uno y deshacerse de los demás. Payo abrazó a Soji y partió dejándole la bolsa con los uáuás. Ella tomó su güt sin apurarse. Xavier se alegró al verla entusiasmada por un proyecto; le parecía utópico, en el Perímetro no eran dados a apreciar la cultura irisina, pero no quería desilusionarla.
Entraban al pod cuando Soji agarró una bola de plástico y la apretó con todas sus fuerzas.
Mañana renunciaré, no debí haber vuelto, tiró la bola al piso. Estoy cansada de luchar. Es como si quisiera forzar algo que nostá ahí, obligar a tanto imbécil a valorar lo q’es tan obvio.
A Xavier le temblaron las aletas de la nariz. Se le acercó, buscó alguna señal de complicidad que le permitiera abrazarla.
Renunciar y qué.
No quiero seguir viviendo ki.
Debía ser capaz de decirle que no quería perderla. De eso se trataba. Si ella se iba la perdía. No la seguiría. Le provocaba terror la idea de vivir fuera del Perímetro.
Nunca llegaremos a nada, SaintRei hace lo que quiere. En Yakarta se valoraba el arte primitivo. El arte irisino podría ser valorado allí ko, mas SaintRei nos ha hecho creer que nada de lo irisino interesa Afuera y estamos bloqueados.
Xavier sacó chairus de una fuente y se puso a pelarlos. Tiraba la cáscara sobre la mesa, se metía la carne blanca y jugosa a la boca. Gestos nerviosos de alguien que quería que transcurrieran los minutos y de paso se lo llevaran consigo. Sí, eso: irse camuflado a algún lugar del espacio, de la mano del tiempo.
Entendía que SaintRei hubiera sido tan desdeñosa con los irisinos, pero uno no debía vivir relamiéndose las heridas. Había que concentrarse en lo positivo, en la mejoría en las relaciones.
Creer o no creer. Tener fe en lo ocurrido la tarde del incidente con Rudi. Pero si ese getogeter era sólo una proyección de sus recuerdos, eso significaba que el abrazo de ese ser poderoso había sido también una ilusión. Un bodi heladocompacto-macizo. Tan vívido, tan real. Una versión de Xlött. Podían estar ya en el tiempo del Advenimiento.
Las creencias de Soji eran tan radicales como parecían. De nada había servido tratar de minimizarlas. Para ella SaintRei sólo continuaba una serie de injusticias iniciada hacía mucho, incluso antes de las pruebas nucleares, con la llegada de los pieloscuras a la isla. No se trataba de que, obligada por Munro, SaintRei mejorara su trato con los irisinos. Lo que buscaban Soji y todos los que pensaban como ella era que SaintRei no existiera, que los pieloscuras no existieran, que él no existiera.
Si fuera todo tan simple. Por qué aceptaste volver den.
Pensé que algunas cosas podían haber cambiado. Lo han hecho mas pa peor.
Por qué aceptaste vivir conmigo.
Algunas cosas tienen que ocurrir, son necesarias.
Quizás había sentido el desdén de los pieloscuras hacia los irisinos, el desprecio indisimulado. O en el fondo ella siempre había sido así y nada había cambiado.
Crees que ocurrirá el Advenimiento.
Está ocurriendo.
No había más de que hablar.
Al caer la tarde, Reynolds lo llamó para informarle que su presencia era requerida. Xavier pensó que se trataba de algo relacionado con la muerte de Song, pero la dirección que recibió era de la clínica adonde acudía cada tanto para que revisaran su estado de ánimo.
Al salir, Soji le hizo una mueca que él entendió como una sonrisa y se la devolvió. Hubiera querido quedarse. La visita al mercado y la discusión posterior habían sido cuando menos extrañas. Notaba la tensión de Soji. Podía verlo: la implosión del irisino a las puertas del templo había provocado una fisura entre ellos. Había ignorado todos sus comentarios con respecto a Xlött, sospechado que su fe era parte de una relación distorsionada con la realidad en la que predominaban las ficciones paranoicas, pese a que él mismo sentía que después de la explosión había recibido la visita de Xlött. Había incluso ignorado sus relatos de las minas, los recuerdos de las cicatrices en el bodi de los irisinos, del amigo cazado como animal en el desierto de Kondra. No había querido darle argumentos a su favor, pero reconocía que comenzaba a tener dudas sobre las virtudes, la naturaleza misma de la ocupación. Alguna vez había pensado que era benéfica, que sin ella los irisinos no podrían subsistir; hoy sospechaba que quizás la insurgencia hacía lo correcto al reclamar Iris para su gente.
Salió del edificio. Sus pensamientos lo habían puesto nervioso: a veces creía que SaintRei era capaz de leer lo que pasaba por su cabeza. Trató de pensar en cosas positivas. Se le vino una imagen de Fer y tuvo que detenerse y respirar hondo.
Quiso continuar su camino pero no pudo. Una fuerza plena, avasalladora, ante la que sólo cabía rendirse, lo inundó. Le dijo que Xlött existía, por más que él no fuera partícipe de su fe, y que el Advenimiento tenía razón de ser. El pánico lo estremeció. Debía ponerse a gritarles a todos en el Perímetro, rogarles que se fueran de Iris.
Estuvo parado un buen rato en medio de la calle.
Las paredes en la clínica eran blancas y estaban recién pintadas. La pintura fresca relucía. Xavier se sentó en un banco. La posta sanitaria por la que pasaba en sus rondas próxima al anillo exterior tenía las ventanas rotas; cerca de la puerta había boxelders, insectos de coloración rojinegra y alas aplastadas sobre el bodi; a medida que se acercaba la noche, los boxelders iban llegando de los árboles vecinos en busca de grietas en donde esconderse, y a veces cubrían toda la fachada de la posta. Una enfermera lo paró una vez, le pidió que los ayudara, necesitaban medicamentos, las autoridades no habían cumplido su promesa de enviarles analgésicos y jeringas. Xavier trató de no asustarse ante los boxelders que zumbaban en torno suyo, dijo que se haría cargo, habló con uno de sus superiores, lo vio anotar algo en su Qï y se desentendió del asunto.
Tres shanz esperaban junto a él; uno de ellos tenía tatuado en el cuello el rostro de Nova, la estrella artificial del Hologramón. Imaginó que se sentían solos y rechazados, percibían el odio en todas partes, extrañaban y no podían dormir. Habían visto la muerte de cerca, tenían ideas suicidas, en sus pesadillas se les aparecía gente que habían dejado Afuera, padres y hermanos, novias e hijos. Buscaban excusas médicas para que se los evacuara de Iris. Algunos se fracturaban piernas, otros se cortaban los dedos de las manos; sabía de alguien que se había sacado los ojos con un riflarpón, de un shan que se había inyectado X503 líquido en la sangre para que la infección lo volviera inútil (sufrió una enfermedad que impedía que controlara sus músculos y fue recluido en un monasterio en las afueras de Kondra). Lo ideal sería volver Afuera; al menos habría por un tiempo la fantasía de comenzar de nuevo, reinventarse. Pronto aprenderían que todo era en vano. Los doctores no estaban capacitados para contravenir las reglas estrictas de SaintRei sobre el respeto a los contratos.
Uno de los shanz había hablado. Una doctora le dijo que sospechaban que su episodio alucinatorio se debía a algún swit. Le preguntó cuáles usaba. Sentado en una silla reclinable, Xavier recitó todos los que le habían sido recetados.
No quiero saber de los legales, dígame de los otros.
De nada servía mentir. Escanearían su bodi y no tardarían en descubrir la verdad.
PDS. Mas no es ilegal.
La doctora salió del cuarto. Al rato volvió con otro doctor. La forma en que su cara resplandecía bajo la luz le hizo pensar en los artificiales. Nuevamente, proyectaba. Lo cierto era que los artificiales no envejecían. Pero a los humanos les fascinaban los facelifts.
Ilegal indid, dijo el doctor. Sensaciones incontroladas de euforia. Ingresan nel cerebro a partir dalgún recuerdo intenso, crean una realidad pal que la usa. Como meterse al Hologramón, ser parte dalgo que sestá proyectando nese instante. Como actuar nuna película ya filmada, revivir un recuerdo como si jamás hubiera ocurrido.
En efecto, lo que había vivido esa tarde de patrulla con Rudi era el recuerdo de una de las primeras noches con Luann. La acababa de conocer, había aceptado salir con él; el getogeter al que fueron estaba en un segundo piso, se llegaba a él después de pasar la entrada en el primer piso, donde dos gemelas caprichosas hacían guardia. La decoración tenía tintes psicodélicos, anaranjados y amarillos que resplandecían a los ojos de los clientes. Esa noche Xavier y Luann se habían acostado por primera vez y él había descubierto que cuando quería hablar las palabras se conjuraban para decir necedades. Era un recuerdo importante y volvía a él con nitidez; sin embargo, parecía haberse desvanecido de su memoria desde que llegó a Iris. Quedaban otros, pero no ése. La memoria funcionaba así, eso era todo. O era que pese a su negativa de alguna manera le habían dado en Munro o durante el viaje una droga capaz de borrar recuerdos. Pero entonces por qué ése y no otros más dolorosos, como todos los que tenían que ver con Fer tras el asesinato de Luann. La forma en que la policía lo había arrestado después de escaparse por una ventana, el revólver todavía en sus manos. El juicio, en el que su hijo no había mostrado remordimiento alguno. El día en que Xavier, después de visitar a Fer en la correccional —una visita en la que su hijo sólo había pronunciado una frase: A ti también te debía haber matado—, se presentó a una oficina de reclutamiento de SaintRei y firmó los papeles en los que aceptaba ser enviado a Iris.
La doctora le dijo que no iban a escribir nada en su informe para evitar que sus superiores le llamaran la atención. Entendían que no debía ser fácil después de lo ocurrido. Sabían que era muy cercano al shan que había muerto…
Song, dijo Xavier. Se llamaba Song.
Le pidieron que evitara el polvodestrellas. Le recetaron los mismos swits que usaba. Xavier evitó decirles que los swits para dormir habían dejado de funcionar incluso antes de la muerte de Song. Lo único que quería era que la reunión terminara pronto.
Antes de salir creyó que era oportuno hablarles de sus problemas. Les mostró el temblor del brazo, la forma en que las fibras musculares se movían por cuenta propia. Confesó que salir de patrullaje lo desalmaba, que a veces le daban ganas incontrolables de llorar, que la bomba que había matado a Song explotaba constantemente a su alrededor, que todo eso había activado recuerdos dolorosos de su vida Afuera.
El doctor le pidió que se calmara.
A todos los shanz los desalma algo, es parte de la naturaleza del trabajo. Lo extraño sería no desalmarse ko. Mas recuerde que si se niega a salir, otro tendrá que hacerlo por usted. Lo que le pueda pasar a otro shan sería responsabilidad suya.
Esta isla pertenece a Xlött, quiero irme de ki. No sólo yo, todos, SaintRei, debemos irnos, debemos irnos.
El doctor dijo que había que aumentar la dosis de los swits que estaba tomando.
No es la solución, dijo Xavier.
No anotaré nada desto, si se enteran sus superiores tendrá problemas. Descanse, hable antes conmigo. Tenemos formas.
Más swits.
Le dieron la espalda y lo dejaron solo.
Soji no estaba en el pod. Se recostó en la cama y trató de tranquilizarse. El Instructor le dio el parte meteorológico. Puso un show de Nova en el Qï; hacía rato que no la seguía.
Le llamó la atención que Nova hablara en un idioma que no entendía. Era sangaì. Qué hacía hablando así. A veces había interferencias en el Qï y los canales sangaìs se imponían a los locales, pero esto parecía premeditado. Como si Nova hubiera sido jakeada.
Nova dejó de hablar en sangaì. Se tranquilizó. Al rato pensó que quizás lo había imaginado. Las luces blancas del cuarto contrastaban con la oscuridad de la noche allá afuera. En una repisa el goyot de cerámica no dejaba de mover la cola. Y si la detenía… Quizás era cierto que así todo se pararía. Tendría la oportunidad de reorganizarse, pensar bien qué hacer.
Debía hablar con Soji, contarle de su experiencia con Xlött. Decirle que si quería podían irse a vivir fuera del Perímetro. Nada fácil, pero tampoco serían los primeros. Quizás junto a ella hasta podría ser capaz de animarse a probar el ultimate high de Luann.
Estiró la mano, detuvo la cola del goyot.
Fue en ese preciso momento cuando se escuchó la detonación.