7

Reynolds movía su dedo cerca del Qï, que iba creando holos como respuesta. Hacía círculos lentamente y luego dibujaba diagonales. Venía la calma, y el dedo fabricaba colinas. La luz que ingresaba por una ventana resplandecía en sus piernas; el resto del bodi se escondía en la sombra. La cara de Reynolds: una fascinada concentración. Está molesto y me ignora, dedujo Xavier, rodeado de holomapas en las paredes. En uno podía ver los límites naturales de la ciudad marcados por el Gran Lago hacia el norte, las montañas Rojas al sudeste, el valle de Malhado en el oeste. En otro destacaban las ciudades más importantes del protectorado. Nova Isa estaba cerca del mar y era el destino soñado por los shanz, que a veces, en el encierro de la capital en el centro de la isla, imaginaban que una brisa marina los despertaba por la mañana. En Malhado se daba el jün, Megara era el centro de acopio y comercialización. El jün podía conseguirse en Iris, pero lo ideal era visitar Megara. O Malhado, decían que el del valle era potente, el problema era llegar allá. Luann se hubiera puesto muy feliz.

Sí, molesto: hubo un tiempo en que los artificiales no podían demostrar emociones. Ni pensar por su cuenta, decidir, hacer distinciones morales. Ahora todo eso estaba programado en su sistema de forma tan sofisticada que no había modo de distinguirlos de los seres humanos. Si los resultados eran los mismos, no importaba. Su cerebro no estaba construido como el de los robots; pese a los rumores, no eran máquinas lógicas en las que incluso demostrar emociones apuntara a un fin. No todo era fuerza y velocidad. Su cerebro replicaba los complejos procesos cognitivos del de los seres humanos.

Conoce este juego, dijo Reynolds.

Xavier observó el holo de un niño azul persiguiendo puntos fosforescentes.

Prefiero los de estrategia.

Metidos en un creepshow y sólo juegan wargames. Prefiero algo que no tenga na que ver con lo que pasa ki. Mas todo puede ser interpretado como que tiene relación. Esos puntos azules pueden ser los seguidores de Orlewen, el niño azul uno de nos.

Estoy jarto desto y quisiera matar dung, continuó. Hasta que desaparezcan. Mas eso no es una opción, igual quedarían secuelas.

Reynolds dejó el Qï sobre la mesa y observó a Xavier con detenimiento. Xavier bajó la mirada.

Los shanz que lo acompañaban lo sacaron a rastras del getogeter. Tuvo suerte, los dung no le hicieron nada, parecían más sorprendidos. Sus brodis dispararon al aire pa despejar el salón. Lo trajeron al jipu, debieron esperar hasta que se recuperara. Hablaba incoherencias, repetía sin cansarse Xlött… Xlött Xlött. Ardía, tuvieron que desuniformarlo. Le pusieron paños húmedos en la cara, nel pecho.

Qué podía decir Xavier. El abrazo de ese ser de piedra le había parecido real; lo había convertido en una película transparente, capaz de sentir a la vez lo sublime y lo atroz que se escondía detrás de la máscara de la realidad. Soji lo había sugestionado. Tanto hablar de Xlött resultó en eso. Funcionaba el polvodestrellas. Se persignó con su mano temblorosa.

Por qué se persigna, es un hombre serio. Mas nostá mal. Algunos shanz rezan en secreto a Xlött. Mejor creer nel noso. Si no es así lo sabremos ya.

Reynolds tenía razón: acaso creía. Era contradictorio pero en Munro se persignaba todas las tardes antes de dirigirse a su trabajo de guardia de seguridad en uno de los Hologramones, esperando que le tocara un día escaso en novedades, que le permitiera incluso sentarse en una de las filas más cercanas a la puerta de salida para ver los minutos finales de una peli (ansiaba la llegada del viernes, cuando debía disfrazarse de canguro para lidiar con niños festejando un cumpleaños). Se persignó la noche del casamiento con Luann, impaciente por iniciar esa nueva etapa en su vida, y la madrugada en que nació Fer, antes de ir al hospital, bajo la lluvia de ese cielo tan azul que auguraba la promesa de un mundo nuevo y cristalino.

Tenemos informes muy duros. Lo hemos estado excusando porque sabemos de su problema. Lo ayudamos con su pareja mas eso no puede servirle todo el tiempo ko. Usted y otros pueden hacer que SaintRei concluya que los que quieran venir a Iris sean obligados a borrarse la memoria.

Xavier quiso decir algo, pero Reynolds continuó.

Le sigue temblando el brazo. Está en observación. Es su última oportunidad.

Reynolds salió de la oficina. Xavier se quedó observando los holomapas, preguntándose en qué parte de ese territorio hostil podría volver a encontrarse con Xlött.

A veces tomaba PDS antes de irse a dormir, y tenía pesadillas de espanto en las que Fer aparecía con un revólver y le disparaba a quemarropa y le volaba el rostro. En otras ocasiones no era necesario cerrar los ojos para tener visiones capaces de asustarlo. En la oscuridad, el cuarto se llenaba de dushes que se le acercaban con los colmillos dispuestos a morderlo. Tiburones prehistóricos a punto de atacarlo a dentelladas. Tótems de dioses extraños, templos vacíos de luces parpadeantes que lo invitaban a entrar. Se consolaba repitiéndose que al menos esas veces no eran como la primera, en la que había perdido el principio de la realidad. Ahora estaba seguro de que esas dushes y tiburones eran productos caprichosos del ácido y no debía hacerles caso.

Cuando tenía sexo con Soji se ponía agresivo, quería fundirse con ella, la golpeaba y rasguñaba. Una vez ella se encerró en el baño hasta que a él se le pasara el efecto del PDS. Xavier le pidió que lo hicieran juntos y se negó. Al menos uno de los dos debía estar lúcido.

A ratos veía a Luann caminando sin cabeza por el pod. A su padre tirándolo de un auto en movimiento y gritando Quién te ha enseñado a vestirte así, el diablo.

Seguía sin oír bien por uno de sus oídos.

Soji proseguía su trabajo de acumulación de leyendas irisinas. La veía concentrada grabando holos en el pod. Su compilación sería una sorpresa cuando la tuviera lista.

Xavier se acercaba a darle un beso por atrás y ella ni se inmutaba. Fokin chûxie, decía Xavier, pero luego recordaba el abrazo de Xlött y se refrenaba. Admitía que se le iba despertando la curiosidad por ver qué palpitaba en ese mundo más allá del Perímetro.

No debía bajar la guardia. Salía de patrullaje con Rudi y disimulaba su miedo pidiéndole ir al anillo exterior. Trataba de asustar a los irisinos que veía por el camino, apuntándoles con el riflarpón. Sentía que se había puesto la máscara de canguro de su trabajo en el Hologramón y estaba en un parque de diversiones a punto de disparar a unos muñecos móviles para ganar un premio. Rudi le pedía que no lo hiciera, se quejarían a las autoridades, y Xavier se reía con una risa nerviosa. El fengli le golpeaba la cara, la sha se pegaba a sus labios, y él sentía un sabor mineral en la boca.

Rudi le señalaba los perros y goyots en las puertas de las casas y Xavier movía la cabeza pensando en su ingenuidad. Una ocupación absurda, Iris había sido tomada pero había que guardar las formas. En esas casas con toda seguridad había en ese momento terroristas preparando bombas, y ellos debían ser corteses. Con drons se podía diezmar a la insurgencia, con los chitas sueltos en las ciudades el enfrentamiento sería desigual. Se acordaba de Song y se ponía a disparar a los lánsès que hurgaban entre la basura acumulada en las esquinas. Rudi le decía que no lo hiciera y él le pedía que se callara.

Dónde estaba la empatía que había sentido por los irisinos al ver el afiche con la lluvia amarilla y los aviones. Para eso necesitaba swits y polvodestrellas. Él era un pobre humanito si no podía sentir lo mismo por ellos sin drogas. Pero lo cierto era que sin ellas prevalecía el deseo de vengarse por lo de Song; la furia ante el miedo que le producían los irisinos. Los que creían en Xlött y los que no. Los más recalcitrantes a las seducciones del Perímetro y los que trabajaban allá, divididos entre los débiles que se adherían a los principios de SaintRei y los que fingían que se adherían como una forma de supervivencia. Entre los irisinos había múltiples desacuerdos y creencias, pero era más cómodo juntarlos a todos en una sola categoría.

Se mareaba: quería dispararles porque sabía que ellos lo odiaban visceralmente y con razón. Pero aun así soñaba con volver a encontrarse con el Dios de ellos, por más que sólo hubiera sido una invención del PDS. Una invención tan real que se estremecía al recordarla.

Soji no le contaba mucho de esas reuniones a las que asistía dentro del Perímetro; sabía que tenían que ver con ceremonias dedicadas a Xlött, y que Xlött estaba conectado con la insurgencia de Orlewen. Alguna vez ella también le había mencionado el jün. Debía sugerirle que lo invitara a una de sus reuniones. El último pensamiento lo amedrentó: Reynolds lo estaría vigilando, y si iba con Soji podía terminar haciendo que todos fueran arrestados. Sintió que alguien metía una mano en su pecho y sacaba su corazón intacto y lo dejaba en una playa vacía para que se lo comiera el mar.

Cobarde. El miedo no eran ni Soji ni Reynolds ni Xlött. El miedo era el jün. Cumplir el ultimate high de Luann significaba acabar con el único sentido que tenía su presencia suicida en Iris. Porque podía decir que a él no le interesaba, pero también sabía que no era capaz de fallarle a Luann.

Debía hacer todo lo posible para retrasar el cumplimiento de ese deseo. Estaba seguro de que apenas lo hiciera se esfumaría la estela de sus pasos en Iris, no habría Luann y él cesaría de existir en el siguiente segundo, como fulminado por las ondas expansivas de una promesa.

Dijo que quería ir a Malhado y Rudi contestó que debía ser una broma. No se podía llegar con un simple jipu. Además, era territorio prohibido. A los puestos de observación diseminados en el valle se iba en heliaviones. Había caminos precarios por los que se decía que no se podía llegar lejos: estaban tan sembrados de minas que ni los desactibots que acompañaban a los convoyes podían con ellas.

Mentiras, dijo Xavier. Decían que un campo magnético impedía el paso tu.

Cuál es la razón, di.

Eso, di. Cuál. Mas por si acaso, bromeaba. No quiero ir al valle.

Lo sabía, di.

No estaba de turno y se dirigió al parque Central. El cielo rojizo parecía a punto de deshacerse en una tormenta; las nubes se agitaban sobre las montañas y los truenos estallaban como en medio de una conflagración. Bandadas de pájaros cruzaban el cielo con el apuro de llegar a un escondrijo que sólo el líder conocía. Los irisinos iban de un lado a otro cargando máquinas, oficiando de traductores, llevando comida a los superiores; lo ponían nervioso y se apartaba de ellos. Cualquiera podía ser un infiltrado, llevar una bomba entre sus ropas, por más que todos hubieran sido revisados antes de ingresar al Perímetro.

Se sentó en un banco desde el cual se observaba la entrada principal del Palacio. Los centinelas lo miraron sin inmutarse, entrenados para calibrar a cada persona que se acercara y tomar decisiones inmediatas. En el salón principal debía encontrarse el Supremo, reunido con sus asesores, considerando en silencio la conmutación de una pena de muerte o hablando con su familia allá Afuera, privilegiado, sus canales de comunicación siempre abiertos, las señales que enviaba capaces de trasladarse sin problemas, codificadas para luego ser decodificadas, dondequiera que él imaginara, casi. Xavier lo había visto una vez, cuando llegó a hacerse cargo de Iris, tiempo atrás, en la recepción oficial después de la investidura. Una nariz recta como sólo había visto en bustos de la antigüedad en los museos. La frente cruzada por arrugas, los ojos diminutos y movedizos. Los modales lentos y ceremoniosos; a los hombres los saludaba con un blando apretón de manos, como si no quisiera intimidar, a las mujeres con una venia excesiva. Entonces era cierto que SaintRei había decidido profundizar los cambios. Incluso se hablaba de un posible gobierno de transición, de un futuro en que el poder sería compartido con representantes irisinos. No lo creía. Sí sentía que el Supremo seguiría ampliando las libertades. Un poder suave, que ya no reprimiría con fuerza a la insurgencia, que sería más tolerante con sus súbditos. El nuevo Supremo encarnaba ese poder por más que Soji no creyera en él.

Luann se sentó a su lado. No había tomado PDS. Qué le ocurría.

Qué pasó aquella noche, dijo ella. Era la voz susurrante y pegajosa de alguien que hablaba en sueños.

Debo ir al médico, pensó Xavier tratando de contener las lágrimas.

Qué pasó, volvió a repetir.

No lo sé, no recuerdo nada.

No me dejes sola.

Cálmate, cálmate, cálmate.

Eso se decía él esos días después de los disparos. Se echaba en el piso y se escondía bajo un cobertor y lloraba, inconsolable, y decía que él tampoco estaba vivo. Imaginaba que rodeaba con un brazo la cintura de Luann y le besaba los labios como tratando de alcanzar el alma. Qué pasó, qué pasó. Cómo contestar esa pregunta sin que reventara su pecho. Cómo decirle que esa noche, después de que ella castigara una vez más a Fer, Fer se había encerrado en su habitación y luego, a la medianoche, salió con un revólver y le descerrajó cuatro tiros a Luann mientras dormía. Él se había echado sobre ella tratando de atajar la sangre, como si su bodi fuera capaz de cerrar orificios. Pero eso sólo le había servido para bañarse en sangre y para que los paramédicos creyeran al llegar al piso que las víctimas eran dos y no sólo una. En cierto modo lo eran.

Cálmate, cálmate, cálmate.

Luann había desaparecido. Se incorporó lentamente. Estiraba los músculos; un dolor en la ingle. Fer había sido un niño frágil, nacido prematuramente por culpa de una eclampsia casi fatal. Esas circunstancias habían reforzado la obsesiva dedicación de Luann. Xavier se sintió apartado, pero creía que no era justo quejarse. Fer parecía normal, quizás un poco tenso: cuando le venían cólicos cerraba los puños hasta que se ponían morados. Debían haber hecho caso a esa tensión contenida, desbordada al poco tiempo. A los cuatro años era un azuzador de peleas en los parques y andaba envuelto en líos con niños mayores que él. A los siete dijo que no quería volver al colegio y comenzó la larga batalla entre Luann y él. Xavier se mantenía al margen y dejaba que ella lo castigara cuando no hacía las tareas o les robaba geld a sus brodis. A los ocho ella le descubrió un cuchillo y unos apuntes en los que Fer escribía del odio a sus padres y del deseo de matarlos. De nada sirvieron los psicólogos, las amenazas de reformatorios. Fer se escapaba del piso y volvía tres días después. Vivo mejor bajo un puente, decía, el rostro desafiante, allí tengo amigos de verdad. A los nueve, tres semanas antes de los disparos, la policía lo arrestó por robar relojes de una tienda de antigüedades. Lo dejaron libre después de los ruegos de Xavier, pero Luann decidió que había que ser más agresiva con él. Vinieron semanas de insultos y portazos, hasta que ocurrió lo que ocurrió.

El pelo largo, de mechones ensortijados que apuntaban a todas partes, con un cerquillo indócil que le cubría la frente. La mirada desafiante, la unánime tensión en los músculos del rostro. Las pocas palabras, pronunciadas entre dientes. En qué pensaba. A los cuatro años se despertaba llorando y decía azorado que había visto al diablo y se echaba entre los dos; Xavier se cansaba de que eso ocurriera todas las noches y lo devolvía a su cama, pero a la mañana siguiente lo encontraba durmiendo en el suelo, al lado de la cama de ellos. Se orinaba y se cagaba y decía que era de miedo. Xavier le decía que no existía el diablo pero no servía de nada. Qué veía cuando decía que veía al diablo. Qué qué… qué. Un psiquiatra concluyó que Fer tenía algún tipo de esquizofrenia y le recetó un antipsicótico capaz de tumbar caballos, y durante algunas semanas el diablo desapareció. Luego se hicieron presentes espectros que tenían largas charlas con él, sentados en la cama o apoyados en la pared, sus voces como atravesadas por una hoja metálica golpeada por el fengli. Hubo discusiones de ataques psicóticos y bipolaridades complejas, y más medicamentos que apagaban sus energías durante el día. Semanas tranquilas y luego el retorno del diablo y los espectros. Xavier veía todo sin intentar comprender a su hijo. Sin querer acercársele. Le tenía miedo. Seguía siendo un enigma para él. No lo había conocido, y llevaba para siempre la culpa de haber dejado que Luann tratara de solucionar por su cuenta un problema que la superaba. Que quizás también lo superaba a él (por eso el desentenderse del asunto).

Intuía que su pasividad con Fer era el resultado directo del intento de alejarse del ejemplo de su padre. Hubo un momento en la adolescencia tardía de Xavier en que quedaron atrás los deseos de imitar a su padre; las golpizas imprevisibles que recibía de él lo convirtieron en un modelo negativo. Sus refranes arbitrarios que alguna vez le hicieron reír se transformaron en el colmo de la estupidez, y sus bíceps hinchados, los mofletes rojos y el pelo cortado al ras, en una caricatura. Cuando pretendía dominarlo todo a base de gritos y fuerza bruta Xavier, convertido en padre, trataba de no intervenir, no alzar la voz, mucho menos tocar a su hijo. Podía haber sacado otras conclusiones de la vida que le había tocado en suerte con un ser que sólo sabía de golpes y bravuconadas para relacionarse con el mundo. Las que sacó eran las más elementales, las menos capaces de ayudarlo a enfrentarse con un corazón emperrado.

Estaba convencido de que Fer había nacido así y de que nada hubiera podido cambiar las cosas. Pero había momentos inconsolables en que creía que podía haber hecho algo para evitar la tragedia, los disparos. Su exilio era bien merecido.

Quiso que apareciera Xlött y lo volviera a abrazar y se lo llevara consigo.

Avanzaba en Yuefei: había conquistado Iris. Comenzó ÁcidoTóxico. Song le había hablado maravillas de ÁcidoTóxico; requería de paciencia pero era ideal para jugarlo colocado con polvodestrellas. No mentía. Los diseñadores de ÁcidoTóxico abusaban de rojos y amarillos estridentes que parecían palpitar y salir del holo. Xavier era un explorador encargado de investigar las formas de vida en una región desconocida. Aunque ya no lo asombraban las casas con escaleras a ninguna parte, en el juego podía recuperar la sensación de verlas por primera vez. Le encantaban los goyots —esos domesticados coyotes enanos—, los lánsès de ojos desorbitados, las gallinas con caparazones de tortuga, los dragones de Megara con su piel coriácea y lengua bífida. Lo sorprendían las plantas que derramaban líquidos blancos y espesos, las flores que cambiaban de color a medida que avanzaba el día, el delicioso chairu que se caía del árbol apenas maduraba y llenaba los campos con su color naranja.

El objetivo consistía en colonizar la región y vivir en paz con los nativos. Cuando llegó a los niveles superiores tuvo la sensación de que los diseñadores del juego sabían más de lo que se esperaba que supieran. Lo había tomado por sorpresa la apabullante fidelidad histórica al tema religioso. En el primer nivel los colonizadores se deslumbraban ante la enorme cantidad de templos en las ciudades de Iris, uno al lado de otro hasta que quedaba la sensación de que la única actividad de los irisinos era orar a sus dioses. Templos cargados de ornamentaciones, abiertos al cielo y con puertas que no conducían a ninguna habitación, con salas hexagonales y también de un solo recinto circular, con pasillos arenosos donde se postraban los irisinos a rezar a las estatuas que los rodeaban, las imágenes que contaban su cosmogonía.

En el segundo nivel, los colonizadores tomaban los templos y ordenaban edificar sobre ellos. Se imponía el cristianismo; en el tercero aparecían los cultos de Iris, que seducían incluso a los colonizadores, y los irisinos recibían permiso para construir nuevos templos; en el cuarto se hacía presente Orlewen, que llamaba a su gente a la rebelión. En el quinto descubría partes de la región que estaban bloqueadas. Eso era normal en cualquier juego; era cuestión de superar ciertas metas, lograr objetivos para que esas áreas se desbloquearan. Sin embargo, seguían cerradas en ÁcidoTóxico. En el mapa se hallaban más allá de la región del Gran Lago.

Qué había ahí, cómo desbloquear el mapa.

Xavier se echaba en el piso, mareado y con dolor de cabeza, hasta que pasaba el efecto. Extrañaba lo que había sentido la primera vez con PDS: el abrazo de ese ser poderoso. Seguía dudando: había ocurrido de verdad o era un efecto de la droga. Para creer era necesaria la gracia, una gracia que permitía la fe en un ser superior por más que éste fuera invisible o producto de una alucinación. Y él no la tenía. O al menos creía que no.

Esa noche lo tentó contarle de su experiencia a Soji pero se mantuvo callado: no quería darle argumentos para justificar su cada vez mayor entrega a los cultos, a la religión de Iris. Ella lo sorprendió hablándole de Timur antes de que se fueran a dormir.

Me siguen sombras furtivas. Escucho pasos inquietos detrás de mí todo el tiempo.

Quería recurrir a sus amigas irisinas en la ciudad para llevar a cabo un ritual de limpieza, colocar en la puerta del pod un talismán protector. Xavier la escuchó sin decir nada. Soji necesitaba ayuda y él se había descuidado. Los problemas mentales desaparecían y uno pensaba que todo estaba solucionado, luego volvían con más fuerza que antes.

Debía hablar con los médicos. Que ella no se enterara.

No había olvidado a Timur. Necesitaba revisar su teoría original acerca de que Xlött era la ficción que Soji había encontrado para combatir la ficción amenazante en que había convertido a Timur. No se trataba de que Xlött y Timur fueran complementarios; en la mente de Soji, Xlött era una versión de Timur.

El experto informático había crecido tanto que se había convertido en Xlött. Aunque quizás no lo supiera conscientemente, ella seguía enamorada de Timur.

No debía dolerle, porque su corazón le seguía perteneciendo a Luann. Pero le dolía.