Le dieron licencia de quince días cuando salió del hospital. Puso el goyot de cerámica en una repisa cerca de su cama, al lado de otro de arcilla que Soji cuidaba como un talismán, más pequeño, las orejas aplastadas, la cola larga y el bodi redondo. Soji se acercaba al goyot de cerámica a tocarle la cola, y cuando lo lograba se reía con una risa que ponía nervioso a Xavier. Como si en cualquier momento fuera a darle un ataque epiléptico.
Vieron en el Qï una serie de moda, sobre un condominio de artificiales millonarios en Sangaì; comieron cestas enteras de chairu, esa fruta carnosa de delicada piel naranja que a Xavier le parecía una de las mejores contribuciones de Iris a la humanidad; escucharon la música que le gustaba a ella, beats repetitivos, extensos feedback loops de un solo instrumento que sonaban como un tambor mecanizado. Cuando Xavier cabeceó por el cansancio, Soji lo entretuvo contándole historias de su trabajo. Le habló con frialdad sorprendente de cómo había ayudado a cortar la espalda de unos lánsès para extraerles la espina dorsal. Sin espina la mayoría había muerto o se había quedado cuadrapléjica: era el resultado natural. De vez en cuando uno de los que sobrevivían adquiría algún tipo de motricidad; el objetivo del experimento era estudiar esa motricidad. Ayudaría a enfrentarse a casos extremos de shanz paralizados después de una bomba. Cómo cambiaban las cosas. Xavier recordaba que tan sólo hacía unos meses, los primeros días de trabajo en uno de los laboratorios de investigación de SaintRei, Soji debió inyectar anestesia a tres lánsès y casi se desvaneció al ver burbujas de sangre en la boca de uno de los animales.
Estaba contento de tenerla a su lado durante la convalecencia, a pesar de sus largos silencios, los ojos verdes vueltos hacia dentro, que le hacían sospechar que estaba orando a los dioses de Iris en quienes creía, que las frases de Orlewen que habían llegado a sus oídos repercutían en ella y le volaban la cabeza: el protectorado debía conseguir su independencia. Su educación sentimental provenía de las minas de Megara y Kondra, lugares donde había visto la explotación sistemática de irisinos. Allí decía haber descubierto su empatía por los irisinos y concluido que no creía más en el Dios de los humanos sino en Xlött. Xavier quiso saber una vez cómo era entonces que se acostaba con un oficial cuya misión principal era liquidar a Orlewen. Soji escurrió la mirada y le dijo que no todo debía tener coherencia.
Mejor hablemos de la espina de los lánsès.
Y de la sangre en la boca y su cuadriplejia.
En los ratos libres, Soji recopilaba leyendas irisinas. Soñaba con una colección exhaustiva que no dejara una al margen. Ése debía ser el verdadero Palacio de la Memoria, no ese tonto museo con que pieloscuras de mala conciencia habían querido honrar el pasado irisino. No había montaña o arroyo, claro en el bosque o árbol en el valle que no remitieran a una leyenda. Hay que respetar lo que no se entiende, decía Soji. Interpretar lo interpretable, cubrir los silencios mas no forzar las cosas. Nosa historia está llena de huecos, vivimos bien con ellos. No vivían bien, pensó Xavier, pero no lo dijo.
La mayor parte de las historias de Soji provenía de las minas. Quería diversificarse, conseguir más leyendas de Malhado, hacerse con relatos que permitieran entender con claridad qué era el verweder. Los irisinos pertenecían a diferentes clanes —el del lánsè, el de la dushe, el de los goyots—; en algún momento de sus vidas recibían un llamado que los obligaba a dejar todo lo que tenían. Ese llamado era conocido como el verweder: según la tradición, los irisinos debían caminar hasta toparse con su muerte a través del abrazo de Xlött. A Soji le intrigaba cómo era que recibían ese llamado y si el verweder existía desde antes o se había desarrollado después de las pruebas nucleares; el Instructor no daba ninguna conclusión definitiva. Algo inexplicable den, dijo alguna vez Xavier; hace pensar que no son tan atrasados como parece. Soji replicó con rabia: son más avanzados que nos. Indid, sonrió Xavier: me haré del clan de la dushe nau.
Me lo explicarás mil veces y jamás entenderé el verweder, continuó Xavier. Cómo deciden q’es hora de morirse aun en la plenitud de la edad. Pura barbarie.
Ellos no deciden cuándo desencarnarse. Xlött sí. Viven en comunión con su Dios y se entregan a él el rato menos pensado. Tiene su lógica. Xlött te puede reclamar anytime.
Un Dios sanguinario.
Soji miró a Xavier como si con sus ojos verdes fuera capaz de conminar a todos los fenglis a aparecer y borrarlo a él de un soplido. Se levantó y se fue. No volvió en un par de días. Su reacción airada le hizo ver a Xavier que su fe en Xlött era más verdadera de lo que creía. Se preguntaba cuándo había comenzado todo, si podría seguir con ella si continuaba así. Sentía que traicionaba el ideario de SaintRei, por más que existiera libertad de cultos. Poco después trataba de imaginar su vida sin ella en Iris y no podía. Su fuerza se transformaba en debilidad, y preparaba las frases de disculpa que le permitieran recuperarla.
Una mañana Soji salió temprano rumbo al lab. Xavier buscó en el Qï Yuefei, su juego de estrategia favorito. Se conectó con el juego y en el holo vio el terreno desde el punto de vista del general Yuefei; ordenó que sus batallones se dispusieran a ejecutar un envolvente movimiento de pinzas. Aparecía información estratégica en sus retinas, un mapa que proyectaba el avance de sus tropas. Como buen militar sangaì, terminaría ganando la guerra.
La lección era que no había que luchar contra el gran imperio. Eso era lo que hacía Munro: trataba de pasar desapercibido. Pertenecer a la esfera de influencia de Sangaì costaba mucho. Decían los rumores que Sangaì estaba interesado en hacerse con Iris y que para ello financiaba la rebelión de Orlewen. No había otra explicación, los irisinos por sí solos no hubieran llegado tan lejos.
El juego fue interrumpido por el parte diario de bajas militares. Song había muerto. De modo que reconstruirlo no era tan fácil como decían.
La noticia de su muerte lo abrumó. Quiso que hubiera un velorio como Afuera, con un ataúd abierto que le permitiera ver por última vez el rostro que partía, un rostro reconstruido por los maquilladores y embalsamadores de las funerarias. Quiso que hubiera un lugar adonde ir a honrar a su amigo cada tanto. Pero no había ni velorios ni cementerios en Iris. Los primeros colonizadores habían prohibido los cementerios argumentando que, dados los niveles de toxicidad, no era una forma práctica de deshacerse de los bodis. Los muertos eran cremados y sus cenizas esparcidas en el océano o el Gran Lago (los irisinos preferían usar las Aguas del Fin, el río que cruzaba el valle de Malhado). De ahí provenían algunas de las leyendas del origen de Malacosa: una bestia hecha de sha que salía de las profundidades y se alimentaba de seres humanos antes de volver a su refugio. También se decía que Orlewen era hijo de Malacosa y por eso la muerte no lo tocaba: no había piel ni vísceras en el bodi, sólo sha que amortiguaba los proyectiles.
Sus muertos. Tantos, incluso los que estaban vivos pero se habían quedado Afuera, lejos de su alcance. Corrió al baño, se metió un swit a la boca. Dos. Tres. Se sentó en el piso. Se echó, juntando las rodillas contra el pecho. Quiso dormirse pero no pudo. Tenía frío.
Soji llegó del lab con gestos urgentes. Un compañero de trabajo le había contado que en la sala de monitoreo afirmaban haber visto casos similares a los del mendigo que había explotado delante de Xavier. Gente estallando en plazas, a la entrada de tiendas, en una estación de buses. Caminaba por la habitación, nerviosa; se tocaba la cabeza sin cesar. Xavier le pidió que se quedara quieta, se le escapaban sus palabras.
Escuché de nueve incidentes de irisinos a los que les explotó el pecho. Dicen que han escondido las imágenes pa evitar que la gente hable. Porq’esa gente no tenía una bomba nel bodi. Explotaron por un proceso de combustión interna.
Difícil de creer.
Esto suena al verweder. Mas el verweder no te hace explotar por dentro. Tendría que ser con un abrazo de Xlött.
Así que Xlött se materializa. Una experta nel tema.
El Advenimiento adviene, dijo ella, y a Xavier le molestó. Era una frase de Orlewen que leía en las paredes de las casas y edificios de la ciudad.
Seguro que sí, dijo, burlón. El momento en que Xlött vendrá pa desalojarnos y todo volverá a ser como era. El momento en q’el futuro será de nuevo el pasado. A mí me prometieron un jetpack tu.
Sólo te cuento lo que escucho, dijo ella y salió tirando la puerta. Se le iba haciendo costumbre. Pero Xavier sabía que Soji tomaría esa frase como una provocación y aun así la había pronunciado. A él también se le iba haciendo costumbre provocarla.
Se echó en la cama y se puso a buscar palabras para disculparse.