Reynolds escupió al suelo y nos miró. Estábamos nerviosos. Dijo todo saldrá bien mas igual uno de nos se orinaría y otro vomitaría al ver sangre. Habíamos perdido la inocencia y aun así seguíamos desalmándonos. No cambiaríamos por más curtidos que fuéramos.
Nosos informantes no fallan. Sólo son tres nel jom.
No es eso capi, dijo Lazarte, cabezónorejas pequeñas-la piel morena. Muchos civiles en la zona.
Dirá dung. Desaparecerán con los primeros shots.
La mano derecha de Lazarte se estremecía, Gibson no dejaba de blinkear, Chendo sonreía por culpa de los swits. Una sonrisa torcida desde la bomba que lo voló del jipu, un ojo perdido, una cicatriz do alguna vez una oreja. Tanto que le decíamos Chendo… Chendo por qué no hacerte reconstruir, y él no… no no, somos lo que somos chas… chas y no hay más. Una respuesta que sonaba bien mas no nos decía nada, y callábamos y en los sueños Chendo… Chendo por qué no por qué.
La espera costaba. Apenas Reynolds diera el ok todo ocurriría muy rápido. Quizás por eso se demoraba intencionalmente, masticando un pedazo de kütt seco. Que sintiéramos el miedo. Eso nos haría ser más eficaces.
El horizonte, violeta. Las nubes, manchas de sangre oscura/densa/animal. Ráfagas de fengli nos enroscaban el bodi. Habían anunciado una shastorm. Debíamos apurarnos.
Reynolds alzó el brazo derecho y dejó caer la mano.
Saltamos del segundo piso del edificio abandonado, corrimos rumbo a la casa de la esquina. Desde las ventanas del edificio nos resguardaban dos shanz. Una irisina asomó los ojos por una puerta entreabierta, Reynolds disparó antes de que se escondiera. Escuchamos un grito y seguimos corriendo. Lazarte hizo estallar el cerrojo que resguardaba la puerta de la entrada. Gibson saltó por entre los escombros sin detenerse, se perdió nel interior.
Ruido seco de shots. Silencio den. Entramos a la casa detrás de Prith/Lazarte. Fuimos golpeando las paredes con la punta de los riflarpones. Nada. Reynolds sorprendido. Los informantes no solían fallar, se les pagaba bien y además se les amenazaba con torturar a sus familiares.
Lazarte quiso decir algo y con un gesto Reynolds le pidió shhhh. Extrajo un sensor termal del pack. La aguja apuntó a su derecha. Una habitación más. No había puertas de acceso, las paredes la protegían. Debía haber una entrada desde una casa vecina, quizás un túnel. Ordenó que pusiéramos un explosivo al pie duna de las paredes. Salimos, lo hicimos detonar.
Entre el humo se recortó una silueta que levantaba las manos. Una figura nacida duna nube color ceniza. La encañonamos.
Tres, como nos habían dicho. Chiquillos, rostros asustadosmirada huidiza. Se jugaban la vida y no les importaba. No conocían de los objetivos suicidas de Orlewen, de su falta de planes estratégicos, o quizás sí y no les parecía un gran defecto. Habían nacido odiando la ocupación y eso bastaba pa dar sentido a sus vidas, dispuestos a perderse en la lucha sin más esperanzas que dañar algo duna maquinaria que los superaba y podía humillarlos fácil. No costaba nada que sus palabras valientes, su orgullo y osadía, desaparecieran. Suficiente encañonarlos.
Prith suspiró aliviado. Esto había sido apenas un trámite. Cuestión de llevar a los prisioneros al Perímetro nau. Otros se ocuparían dellos. Reynolds escupió al suelo.
No los llame prisioneros, llámelos como lo que son. Terroristas. Hijos del cruce dun retardado mental con una rata blanca.
Se quedó callado.
Qué es lo que son, di.
Hijos del cruce.
Dun retardado mental.
Dun retardado.
Con una rata blanca.
Con una rata.
Blanca.
Blanca.
Eso.
Entramos al cuarto sin dejar de apuntarles. Se hincaron, las manos nel cuello. Llevaban guantes, lentes de aumento como lupas. Los joyeros de Kondra usaban esos lentes pa convertir metales brutos en aros/manillas relucientes. Éstos creaban pa destruir. Se habían rendido y las reglas decían que debíamos tratarlos de forma civilizada. Nostábamos de acuerdo mas qué otra cosa quedaba.
Revisamos los artefactos nuna mesa. Materiales explosivos, armazones electrónicos en miniatura. Confeccionaban microbombas. Los creíamos incapaces de hacerlas por su cuenta, pensábamos que algunos pieloscuras se las daban. No faltaban los traidores. Quizás sí, les habían enseñado a hacerlas, mas no dependían dellos nau. Había que reconocerles habilidad con nosas cosas de segunda mano, los Qïs y demás que botábamos a la basura.
Reynolds nos llamó. Aclaró la garganta, más que nada por hacer una pausa, crear suspenso. Chendo se rio, no perdería la alegría ni con otra granada estallándole en la cara, un misil teledirigido explotando nel pecho. Un creepshow Chendo, estaba bien la felicidad mas había momentos en que.
Silencio fobbit. Un jaja más y terminarás parado de cabeza, al sol.
Gibson le dio un codazo a Chendo, que hizo esfuerzos por controlarse.
Lo que voy a decir es de lo más importante que oirán neste condenado lugar, continuó Reynolds. Un nombre poético engañoso. Saben tan bien como yo que debería llamarse Dung. Bostadecaballo. Algo así.
Querían mucho a Carreno y sé que lo extrañan, escupió. Han tenido la osadía de atacarnos en nosa casa, eso se merece un escarmiento. Ustedes están frustrados porque cuando han ido en busca de los terroristas, los cobardes se han escondido entre la población. No han podido hacer nada porque las reglas lo impiden ko.
Carraspeó, se limpió la garganta.
Escúchenme bien. Los terroristas se esconden entre la población porque todos son terroristas en potencia ki. Las reglas cambiarán mas eso no será hasta que los fokin qomkuats de Munro lo aprueben. Va siendo hora de hacer algo.
Una versión del discurso que nos daba desde que se hizo cargo de la unidad. De tanto repetirlo nos lo memorizaríamos. Prith miró al suelo. Líneas en su frente, como si fuera mayor de lo q’era. Gibson sonreía, los dientes salidos, desordenados. Una sonrisa ansiosa. Hincados nel suelo, los irisinos temblaban.
Orlewen no ha crecido por milagro. Tenemos holos de que recibe apoyo sangaì. Hemos rogado a los fokin fobbits de Munro que nos dejen pulverizarlo. Fokin nada, seguimos con las manos atadas mientras todo crash. Cuando Sangaì se adueñe de Iris recién reaccionarán. Se imponen medidas den. No es justo jugar con reglas cuando nosos enemigos no las tienen.
Reynolds pidió que saliéramos del cuarto.
Qué va a hacer capi, dijo Prith.
Apúrese, no sea tan curioso.
Reynolds se quedó solo con los terroristas. Escuchamos tres disparos uno tras otro. Apareció nel umbral de la puerta, ordenó a Gibson/Lazarte que hicieran q’el cuarto luciera como una escena de confrontación. Ellos habían atacado, nos los habíamos matado en defensa propia.
Cómo lo haremos.
Ustedes sabrán.
Prith intentó decir algo mas la mirada de Reynolds lo calló.
Lo entenderá ya. Abra su mano.
Le dejó un pedazo sangrante de carne en la palma. Un dedo meñique.
Todas las noches, antes de cerrar los ojos, tóquelo y piense q’era dalguien que quiso matarnos y nau está nel beyond. Agradezca estar vivo y él no.
Pobre Prith. No dormiría.
Salimos de la casa. Reynolds se apoyó en una de las paredes, encendió un koft.
Estábamos serenos, estábamos inquietos. No había apuro, sí había apuro. Quién controlaba lo controlado si el controlador estaba descontrolado.
Hubo días en que no podíamos hablar dotra cosa que de lo que había hecho Reynolds. En los baños antes de dormir, nel cuartel, nel patio. Admirábamos su sangre fría, nos jartaba su sangre fría. Adó quería ir con eso, qué lograría. Igual incluso los que despreciaban su gesto lo miraban con algo de aprobación. Ése era el camino a seguir después del atentado nel café. Quizás alguien se animaría a denunciarlo. Estaba claro que no se había seguido el procedimiento, nostaba claro qué podíamos hacer con eso.
Y es verdad lo de Sangaì.
No, no es verdad.
Y si es.
Den no hay más. Contra el imperio no hay opciones.
Soñábamos con Sangaì, teníamos pesadillas con Sangaì. Todos alguna vez habíamos querido emigrar allá. Nos atraían sus mujeresseries-ciudades-música-tecnología-poder. Teníamos familiares/amigos que vivían en la capital o las provincias y mandaban holos y parecían felices mas quizás era sólo el espejismo de la facilidad que tenían p’acumular posesiones nun tiempo de escasez global. Habían logrado emigrar antes de que se cerraran las fronteras. Nadie se les podía oponer y vivíamos con la sensación de que cualquier rato se jartarían de nos y nos aplastarían. Podían tomar la isla en un zas. No lo hacían porq’eran legalistas y burocráticos. Creían en la guerra justa desde el momento en que tanta potencia acumulada a través de guerras injustas les había permitido dictar las reglas del juego. Así obligaban a que Munro nos obligara a no abusar de los irisinos.
Reynolds decía no tener miedo a los rumores de que Sangaì cooperaba con Orlewen. Otra de las razones por las que comenzó a infiltrarse en nosos sueños. Una figura que no cesaba de crecer. Nos dábamos cuenta de que nel fondo todos hubiéramos querido hacer lo que hizo. O casi todos. Eso era lo que reprimíamos. El cansancio, el absurdo dun creepshow con reglas de juego establecidas por burócratas. Fobbits. Lo cierto es que la idea misma duna guerra desafiaba la ley, era la ruptura de la ley. No había guerra justa, y ya.
Den qué. Eso, qué. Queríamos salvarnos. No debíamos salvarnos. Queríamos explotar esta región. Estábamos seguros de q’éramos superiores a la gente que vivía ki. Nos enredábamos tratando de preservar nosa humanidad. Lo que quedaba della. Reynolds se parecía a nos mas no era como nos. No nos llevaba más de uno o dos años mas conocía mucho del holocreep de la guerra. Había vivido en Megara, estuvo meses nun puesto de observación en Malhado. Mientras otros querían escapar del frente, él se ofrecía como voluntario. Ese gesto nos impactaba, hacía que lo respetáramos sin conocerlo. El pecho erguido, ojos achinados, una tez olivácea que nos hicieron pensar q’él era de do era.
Viene de Yakarta, dijo uno. Un artificial, dijo otro.
Las especulaciones no cesaban.
Los irisinos asesinados por Reynolds eran chiquillos como nos. Los balazos fueron de cerca, les destrozaron la cara. La sangre salpicaba su bodiel suelo-la mesa. Una sangre viscosa color marrón, dijo uno de nos, mas otros aseguraban q’era del mismo color. Uno de nos la probó y dijo que no sabía a metálico como la nosa. Más valía. Qué esperábamos encontrar. Su sangre era otra, su corazón tu. Eso nos hacía felices, nos tranquilizaba. Era como matar iguanas en la alta noche, allá Afuera.
Muchos de la compañía se alejaron de Reynolds. Otros nos acercamos. Nos señalaban como los mimados de Reynolds. Nos ponía de ejemplo en todo, nos prefería sobre los demás cuando escogía voluntarios pa la patrulla, nos hacía dejar flores en los escombros del café de los frenchies. Nosas razones pa juntarnos a él eran diferentes. A algunos nos atraía el poder. A otros, lo que había hecho. No faltaban quienes le tenían tanto miedo que al acercársele se sentían más protegidos.
Fueron días en que abusamos de swits. Reynolds nos enviaba al hospital a buscar a Yaz, una enfermera con la q’estaba día-adía. Decían q’era su pareja mas él lo negaba. Yaz tenía los ojos almendrados-la piel tosca-una mirada compasiva. Caderas anchas-muslos gruesos, podías imaginarla domando caballos. No era linda, sí llamativa. O quizás la falta de mujeres nos hacía verla llamativa, permitía que tuviéramos ganas de usarla. La santa Yaz nos regalaba hartos swits, nos estábamos yendo de la consulta y ella seguía sacando swits de los bolsillos. Alguien la llamó doctora Torci y ese nombre le quedó perfecto. Prith era el favorito de la doctora Torci. Cuando nos quedábamos sin swits y no podíamos ir a la consulta, Prith nos vendía de los que le quedaban. Siempre le quedaban. Creíamos que no consumía los que le daba la doctora Torci, luego descubrimos q’ella le regalaba incluso más que a nos. Por las noches, antes de dormir, no faltaba el que pedía una oración por la doctora Torci. Aplaudíamos y nos poníamos a rezar por ella, nosa salvadora, nosa bienamada.
A Lazarte todo esto le tocó las fibras más íntimas. Un buen muchacho, mas no costaba confundirse. Fue primero budista, den musulmán, den ya no sabía. Vivía sacando holos, abrumado por el paisaje, las shastorms que cubrían las ciudades nosecuantos días al año, los animales que los científicos descubrían y pa los cuales inventaban clasificaciones arbitrarias, las plantas salidas de manuales de literatura fantástica. Supimos que había asistido a la reunión clandestina de uno de los tantos cultos que proliferaban en Iris. Cultos pa irisinos y humanos conversos. Volvió susurrando que lo de Reynolds era un paso más en dirección al Advenimiento. Lo decían los cuadernos de Iris. En los primeros años de SaintRei en la isla hubo una mujer que una mañana amaneció con estigmas en la espalda. Se puso a escribir nuna lengua extraña, lo suficiente como pa llenar seis cuadernos. Q’escribiera a mano ya era sospechoso, cómo era que sabía hacerlo, de dó había conseguido cuadernos. La gente se acercaba a pedirle milagros, era conocida como la Iris de Iris. Un día SaintRei dijo stop, la mujer fue encerrada y desaparecieron los cuadernos. Con el tiempo surgieron quienes dijeron que tenían copias auténticas desos cuadernos mas las versiones apócrifas eran populares tu y circulaban en holos. Hubo los que se arrogaron la capacidad de traducir esa lengua extraña. El cristianismo, que había llegado con la primera generación de colonizadores, perdió fuerza ante el evangelio de Iris. Los cultos a Iris fueron proliferando. Había pa todos los gustos, mas coincidían en lo más importante. Que algún día llegaría el Advenimiento, el momento en que los verdaderos dueños de la región vendrían pa reclamar lo suyo y desalojarnos.
Le decíamos q’era peligroso lo que hacía. Que lo suyo podía entenderse como traición. Que la mujer que había hecho detonar la bomba nel café pertenecía a uno desos cultos. Que si Reynolds se enteraba podía terminar nuna corte marcial. Lazarte predicaba el Advenimiento ante nos, mas lo hacía en voz baja, temeroso de que Reynolds lo descubriera. Le rezaba a Xlött, nos sugería hacer lo mismo. Estábamos en Iris, había que quedar bien con Dios y con Xlött. Dios nel día, Xlött en la noche. Dos caras del mismo geld. Si se seguían otras religiones no importaba, igual había que creer en Xlött.
No puedes comparar a Dios con Xlött di, decía Gibson, es una herejía. Dios es bondad, Xlött es el mal.
Dios no es bondad, no me hagan reír. Estamos tan alejados d’él que pa llegar a nos se disfraza de Xlött.
Xlött es el demonio, di. Los irisinos son adoradores del demonio.
Xlött es oscuridad mas es luz tu. Es el malbien. No lo miren con ojos de Afuera.
Somos de fokin Afuera. Cómo podemos mirarlo diferente.
Estás un tiempo ki, eres de ki.
Gibson se iba farfullando q’eso era de esperarse de Lazarte, tan quejoso siempre, antes todo el tiempo con que los shanz éramos ciudadanos de segunda y SaintRei nos reclutaba entre los pieloscuras del planeta, que los shanz no solíamos llegar a oficiales, casi todos estos llegaban así de Munro. A Lazarte no le preocupaban las críticas de Gibson. Alzaba la voz, decía que Xlött se le había aparecido y le había ordenado predicar la nueva del Advenimiento.
Y viviste pa contarlo. Increíble di, parece que ni siquiera te desalmaste.
Más bien me dio mucha paz.
Cómo puedes seguir de shan matando irisinos den.
Lo dicho. Hay que estar bien con Dios y con Xlött.
Xlött no te lo perdonará, di.
Es el paso correcto p’acelerar el Advenimiento.
Dung y más dung.
No se burlen. En la ceremonia tomamos jün.
Eso quiero probar. Dicen q’el trip es alucinante, di.
No es así nomás. No es como los swits. Hay que seguir un ritual pa que funcione. Una planta consagrada a Xlött.
Y qué viste di.
Una cosa inmensa, un ser de piedra q’era líquido tu. No sé si me entienden.
No te entendemos ko.
Estiró la parte superior del uniforme y nos mostró marcas en los hombros. Queloides.
Puso sus manos ki y me alzó. Sentí que me quemaba. Al instante aparecieron las cicatrices.
Las tocamos, escépticos. Te las has hecho tú, dijo Chendo.
Chale. Mas piensen lo que quieran. Igual tienen q’experimentarlo. Me dijo que si me entregaba a él viviría cien años.
Pa qué tanto, di.
Nos reímos a pesar de que Lazarte movía las manosestiraba la quijada como enfebrecido. Leíamos su tatuaje en la espalda, ARMAND decía, quizás un shan decíamos, quizás fue antes de Iris, y reíamos: no podemos creer nun faggie. Todos somos faggies ki, decía él, como los irisinos, no se hagan, y volvía a insistir con el jün. Teníamos curiosidad por probarlo, se hablaban tantas cosas mágicas d’él, mas nos quedábamos con la sensación de que Lazarte decía eso por culpa de los swits. Quizás los swits le comían el cerebro, solía ocurrir si abusabas. Ante Reynolds se portaba solícito, servicial, un hipócrita, tan medroso q’era el primero en ofrecerse de voluntario a sus requerimientos. Suponíamos q’era su forma de camuflarse.
Así pasábamos las horas. Con el temor dun nuevo gesto de Reynolds que nos implicara. Con el deseo dun nuevo gesto de Reynolds.
Estábamos jartos, nostábamos jartos. Éramos felices, no lo éramos. Creíamos en un solo Dios, a veces en otros, a veces en ninguno. Envejecíamos, seguíamos siendo jóvenes. Se nos ahuecaba el alma por noso jom, teníamos tantos joms que no sabíamos por cuál se nos ahuecaba el alma. Iris era noso jom, Iris era el agujero negro del fokin culo del universo.
Los días talcual uno al otro. Salíamos al patio a hacer ejercicios. Corríamossaltábamos-dusheábamos por la tierra entre rojiza y ocre, imaginábamos que se nos aparecía un grupo de terroristas y tirábamos granadas crack… crack que sólo existían en nosa cabeza, hacíamos todo pa que los movimientos de los brazos y de los pies respondieran tan rápido como se pudiera a las órdenes del cerebro. Deso dependía que no nos beyondearan, nos decía Reynolds esa mañana.
Lo han visto, un descuido y ya.
Extrañábamos a Carreno. Le gustaba contar chistes, era el que más se reía incluso si malos. Cuántas clases de grasas hay. Muchas grasas. De nada. Una risa explosiva y contagiosa. Un jefe siempre abierto, dispuesto al diálogo. Hablaba de la inaccesibilidad de todas las cosas, sobre todo de la verdad, y pedía que hiciéramos todo a noso alcance pa ser fieles a nos, de lo demás se encargaría él. Nos defendía cuando nos metíamos en problemas, a los irisinos que tomábamos prisioneros tu. No le gustaba que los torturaran ko. Ni siquiera que los insultaran llamándolos dung y otras cosas peores. Pa los fobbits un blando, mas nos lo queríamos. Querer. Quién había usado esa palabra. Gibson, que tenía un vocabulario lleno desas palabras que un buen shan debía desterrar. Gibson, un shan raro venido del Reino, pensábamos que nostálgico de los días imperiales hace tanto tiempo ya, mas no, en vez deso un fugado dese Reino lejano que algún día ordenó las leyes de Munro y decía que protegería a Munro y a Iris en caso de guerra y que nau apenas podía protegerse a sí mismo de su gente tan dada a los riots. Gibson, que tarareaba canciones que se escuchaban Afuera antes de su partida, canciones de hombres perdidos que alguna vez se creyeron tan únicos como los copos de nieve mas nau sólo querían ser parte dun engranaje capaz de superarlos. Gibson, que sólo quería ser feliz y era parte dese engranaje que lo superaba. Por eso me vine, nos dijo la noche anterior, llorando en uno desos arrebatos místicos de unidad con el universo que le producían algunos swits. Lloraba porque hubiera preferido q’ese arrebato no le sucediera ki, porque regreteaba haber venido, como casi todos nos, convertidos en hombres a fuerza de terquedad, capaces de comportarnos con la ceguera dun tren sin dirección. Preservarse no es egoísmo, le había dicho el hermano de Gibson cuando sugirió irse con él a una comuna en Costa Rica. Mas Gibson quería la aventura prometida por Iris. No importaba si eso significaba no llegar a viejo. Quién quería llegar a viejo. Las propagandas de SaintRei seducían en las estaciones de los metros, se alzaban entre la polucióna los costados de las avenidas-en los lomos de los edificios. Quién no había soñado alguna vez con abandonar el paisaje asfixiante de las metrópolis, convertirse nun shan en tierras lejanas. Se veían tan bien esos uniformes de grafex adheridos al bodi, esos riflarpones, esos cascos metálicos con una máscara de fibreglass pa la cara. Te implantaban lenslets gratis, te inyectaban cosas en los pulmones pa combatir el aire tóxico, hormonas pa que tus heridas curen rápido, te borraban la memoria si querías. Emocionante ir a las jugueterías a mirar los nuevos modelos de la mano de nosos padres, elegir el diseño del riflarpón, el color del uniforme. Nos, fracasados y pa colmo soñadores.
Hicimos los ejercicios que nos pidió Reynolds bajo el sol ardiente, den fuimos a las salas de entrenamiento y los volvimos a hacer. Nosos avatares corrían en holos cada vez más precisos, SaintRei invertía neso. Alguna vez los jefes habían llegado a pensar q’eran suficientes esas prácticas en las salas de entrenamiento. Den otros jefes concluyeron que nada se parecía a dejar que nosos bodis respingaran sin holos de por medio. Den vinieron otros con la teoría de que lo mejor era combinar ambas cosas. Los jefes no duraban. Desaparecían en Malhadose convertían a algún culto-se suicidaban-morían por culpa duna enfermedad letal-pedían ser reasignados a otro lugar después dalgún gesto heroico nel enfrentamiento contra los insurgentes.
Nel fondo nadie estaba seguro de qué era lo que funcionaba. Lo más probable fuera que al toparnos con los terroristas nos olvidáramos de todo lo aprendido e hiciéramos lo q’el instinto ordenaba.
Talcual, dijo Prith la noche anterior, lo q’estamos haciendo es entrenar el instinto.
El instinto no se entrena di, replicó Lazarte, si sí no sería instinto.
Todos éramos teóricos de la biología y la fisiología en Iris. Ninguno con fokin idea de nada mas era bueno hablar. Nos permitía procesar el tembleque. Olvidarlo unos instantes. Cuando hablábamos no teníamos tiempo pa pensar q’estábamos desalmados. Mas el instinto sabía y no se dejaba entrenar. Y callábamos, y en las largas horas de espera volvía el tembleque. Nada difícil verlo venir. Cada uno de nos con reacciones diferentes. Nosas mejillas se encendían. Las venas nel cuello se hinchaban. Los músculos de los brazos y las piernas se estremecían. Nosas bocas se ensalivaban. Nosos corazones se aceleraban. Náuseas en la boca del estómago y una gana inmensa de cagar. A veces la verga se nos paraba. A veces nos tocábamos la cabeza, estaba húmeda y no por el calor. A veces blinkeábamos sin descanso. A veces nos sangraban las encías. A veces nos hablaban y no escuchábamos nada.
Reynolds pidió voluntarios pa la patrulla nocturna. Una misión específica que cumplir.
Tenemos que cortarle las alas a la insurgencia, necesitamos una victoria rápida. Que vean que no nos han ganado la moral, que no pararemos hasta derrotarlos.
Escupió, escupía todo el rato, mascaba kütt sin parar. Ayudaba a sobrellevar la jartera, a cambio dejaba los dientes amarillos.
Nadie se va a ofrecer oies.
Su tono proclamaba nosa cobardía.
Prith dio un paso al frente. Lazarte. Gibson.
Dos más. Bien. Qué casualidad, los mismos de siempre. Cuiden ese puesto, que ninguno destos fobbits se los arrebate.
Lo más temido era cuando nos tocaba patrullar. El gran desafío, que nadie se diera cuenta de que por dentro nos desalmábamos. Pa eso los swits. Los habíamos descubierto poco después de llegar a Iris. Un saber que se transmitía. Más vale que te hagas amigo de alguien en la enfermeríalas postas-las clínicas-el hospital. No todos teníamos amigos allí y no siempre podíamos contar con Yaz, por eso florecía el mercado negro de swits. Prith podía conseguir cualquier cosa que le pidiéramos, mas lo habían castigado porq’en revisiones de sorpresa en su locker encontraron swits prohibidos, cristales puros de Alba que todos codiciábamos. Dejó de vender por un tiempo, den volvió a la carga, más cuidadoso que antes. Ahorraba con la esperanza de sobornar al encargado de turno en SaintRei pa que lo destinaran a otro lugar. Le habían ofrecido escaparse vía Nova Isa mas las costas las vigilaban los chitas y les temblequeábamos. Aun así Prith seguía haciendo planes de fuga, como casi todos.
Había swits legales y swits prohibidos. Los swits podían convertir un lonche aburrido con los amigos nun delirio. Un psicopicnic. Algunos mejoraban el ánimo y nos hacían sentir en paz, mas ésos nos quitaban el espíritu luchador y los jefes no querían que nos excediéramos con ellos. Otros nos volvían incansables y agresivos, dotaban los músculos duna fuerza que no solían tener. Energía pura, una bomba nel cerebro, subían… subían chas… chas bum y bajaban tan rápido como habían subido. Escaleras al beyond. Raptos de mujeres. Fuegos de artificio que guiaban el ataque en la noche. Fiuuuuuu. En la enfermería nos ofrecían de los legales mas todos sabíamos q’eso no era suficiente. Los jefes abusaban de los swits tu. Tenían la convicción de que la única manera de vivir en Iris era a base de swits. Que sin ellos todos estaríamos down, y SaintRei no quería tener un ejército entero down. Así que trataban de administrar la adicción de la mejor manera posible. Había reglas no escritas sobre el grado de tolerancia pa controlar los swits, mas lo cierto era que los docs tampoco sabían mucho del tema, excepto que los nuevos duraban menos que los de antes y uno se recuperaba más rápido. O quizás sabían más cosas y aparentaban no saberlas. Todos estábamos controlados por los swits y hacíamos esfuerzos pa que no se notara. Bien mirado era divertido, todo un ejército aparentando no saber lo que todo un ejército sabía.
Un shan polaco nos enseñó una canción adaptada duna poesía que aprendían todos los niños en su país.
Soy un swit
Sé enfrentarme a la desgracia
Soportar malas noticias
Paliar la injusticia
Llenar de luz el vacío de Dios
Elegir un sombrero de luto que favorezca
A qué esperas
Confía en la piedad química.
Soy un swit
Quién dice
Que vivir requiere valor
Dame tu abismo
Lo acolcharé de sueño
Me estarás pa siempre agradecido
Por las patas sobre las que caer de patas
Véndeme tu alma
No te saldrá otro comprador
No existe ningún otro diablo.
Esa canción no la cantábamos delante de los oficiales.
De día-endía un shan tenía ataques psicóticos y los jefes se lo llevaban y a veces volvía y otras no se sabía más d’él. Querían evitar la mala reputación, que no termináramos como los irisinos junkis nel mercado o los wangni-pípol lamiendo las paredes en la vieja estación de buses. Lazarte estuvo una semana creyendo que había insectos luminosos que vivían en su bodi y salían por las noches a través de su nariz. Tuvieron que internarlo hasta que se le pasó. Un dragón, un dragón, gritó Goçalves ayer, y nos sólo veíamos una nube de boxelders. Lo provocábamos: dragón de verdad o dragón de Megara. De verdad, chillaba. Chendo exclamaba yo lo veo tu y hacía como que su riflarpón fuera una espada y se ponía a combatir contra la nube. Mas Goçalves dijo q’el dragón se había ido y lo reemplazaba un lánsè gigante. Rohit creía que los chairus que comíamos le hablaban y se guardaba algunos entre sus botas y los escondía bajo la almohada. A veces ocurrían cosas peores. Maher creyó que podía volar, se subió al techo dun edificio, se lanzó y no voló.
Son los swits, dijimos. Todo eran los swits. Algunos decían que la fuga de Orlewen había sido una alucinación colectiva producida por los swits. No puede ser, decían otros, los drons lo registraron. Los drons están dopados tu, decían otros. Reíamos. Reíamos de tanto en tanto.
Una vez que se comenzaba con los swits, era mejor seguir. Tratabas de dejarlos y te desnortabas. Te atacaba el infierno infinito. II, le decíamos, peor que una sobredosis. Chendo quiso y no pudo. A los dos días despertó sudando y con temblores nuna pierna. Caminaba y lo sacudían shocks eléctricos, fokin funny el creepshow. Le zumbaban los tímpanos y todos los ruidos se le hacían intolerables de tan intensos. Por las noches creía que sus sábanas estaban vivas y eran la piel dun animal. No quería ducharse porque tenía miedo a ser electrocutado. Veía goyots azules bailando delante d’él. Tenía la sensación de que todos lo mirábamos y perseguíamos, incluso los perros callejeros cuando patrullábamos la ciudad. No aguantó más y volvió a los swits.
Whatever doesn’t kill me makes me stranger, leímos una vez nun baño del cuartel. Lo firmaba un tal Chucky. No conocíamos a ningún Chucky. Quizás era una de las personalidades de Chendo, gran imitador de voces, le salían bien los curas melindrososlas niñas consentidas-los fobbits aburridos, mas a veces se le iba la mano porque se ponía en personaje y horas que no salía de ahí, y decíamos es tan bueno que quizás termine engañándose a sí mismo. Whatever doesn’t kill me makes me stranger. Adoptamos la frase. Era noso lema mientras nos atorábamos de swits y cuando estábamos nel jipu a punto de ingresar a distritos peligrosos. Gibson compuso una canción, la cantábamos a voz en cuello, constaba de cuatro versos, no era muy original.
Whatever doesn’t kill me makes me stranger la… la la… la
Whatever doesn’t kill me makes me stranger la… la la… la
Whatever doesn’t kill me makes me stranger la… la la… la
Whatever doesn’t kill me makes me stranger la… la la… la.
A veces era lindo ser un shan.
Después de la sala de entrenamiento, en la hora de descanso al terminar la comida, en las mesas del exterior del cuartel, lejos de los edificios do vivían los fokin ofis, nos contábamos historias de nosas vidas pasadas. Ninguno había nacido en Iris, ésos eran los kreols y ellos no podían ser shanz, SaintRei los reservaba pa trabajos administrativos, a veces de capataces en las minas. Prith, el más fantasioso, un día nos hablaba de su infancia nuna granja en las afueras de Mumbai, en la que sus padres criaban animales genéticamente modificados, otro de su infancia nun paraje do los lagos congelados servían de pistas de patinaje pa los niños, otro de sus días regentando un fukjom nun islote desprendido de tierra firme después de la gran inundación. El agua se había llevado muchas ciudades, más que las guerras, era creíble si no fuera que al poco rato yastaba hablando dotro lugar. A veces nos mostraba holos duna morena de ojos angelicalesfaldas cortísimas-flipflops por los que asomaban dedos con uñas pintadas de todos los colores. Shirin quería ser estrella del Hologramón. Sus mensajes no contenían nada que hiciera pensar que Prith la encorazonaba, como decía él. Lo único que hacía era contar las pelis que había visto nel Hologramón. Mas no sólo las pelis sino la experiencia de ir al Hologramón. Los teatros barrocos do se respiraba a caramelos de regaliz, la oscuridad que opacaba el brillo de las caras de los espectadores y hacía que los actores refulgieran, la acción que transcurría tan cerca que uno podía estirar la mano y tocar los edificios que se aparecían ahí delante, las olas del mar, las calles atoradas de gente. Los disparos tan reales que la gente se tiraba al piso. El viaje della es uno y el de Prith es otro, pensábamos, mas él no lo creía así y afirmaba que cuando la volviera a ver le haría probar swits-polvodestrellas-cristales de Alba. Porque neso es virgen, decía, y reíamos pensando q’ella era virgen en todo, que Prith no la había tocado, no la podía haber tocado.
Nos mirábamos y hacíamos como que le creíamos. Qué ganábamos con dudar de sus palabras. Privarnos dun relato fascinante. Lo esencial era que si habíamos terminado en Iris significaba que no nos había ido bien. Sólo gente desesperada podía firmar un contrato que impedía volver a casa. Sólo gente sin futuro estaba dispuesta a buscarse uno en Iris. Un futuro corto, diezquince-veinte años-den el beyond. Mas el beyond no llegaba de golpe, decían que los últimos años eran desalmados. A ésos no los veíamos, los encerraban en monasterios junto a los defectuosos. Estábamos ki, forzados a convertir Iris en noso jom, incapaces de hacerlo del todo. Nel galpón donde dormíamos se escuchaban sollozos por la noche. Algo estallaba nel pecho, salía disparado con una fuerza capaz de romper ventanas. Algunos nos encerrábamos nel baño, jugueteábamos con cuchillos que raspaban venas hinchadas en los brazos, imaginábamos el desborde de la sangre, el aire que se iba por la boca, frágil como las alas estremecidas de las mariposas. Pocos nos animaríamos, hasta neso fracasábamos. No entendíamos a los irisinos, a algunos nos hubiera gustado tener buenas relaciones con ellos, sobre todo desde que los jefes habían decidido que debíamos tratarlos mejor, desde que los inspectores de Munro concluyeron después duna de sus visitas que SaintRei abusaba de los irisinos y la obligaron a mejorar el trato hacia ellos, con la amenaza duna suspensión de la licencia pa explotar las minas. Incluso después del atentado decían que debíamos diferenciar entre irisinos y terroristas. Reynolds nostaba de acuerdo. Según él, todos debían ser tratados de la misma, perversa manera.
Era noche cuando salimos rumbo al centro de la insurgencia. Los rumores decían que Orlewen avanzaba en dirección a Megara y quería tomarla con apoyo de Sangaì. Nosas tropas se habían visto incapaces de frenarlo. Se decía que los insurgentes eran sanguinarios y les gustaba cortar cabezas.
El fengli nos golpeaba en la cara. Sabor terroso en la boca. Chendo nos mostraba las últimas mujeres que había dibujado. Cuántas horas veía pornos a pesar de la prohibición, momento libre que tenía ahí estaba. Los holos me inspiran, decía, y den dibujaba en el Qï mujeres irreales, en la frente un cuerno de unicornio, en la espalda el nacimiento de dos alas, los dientes con los colores del arcoíris, las pupilas amarillas como estrellas de la muerte. Les ponía nombres, Maite la más pasmosa, tetas pa enterrar la cara, culo pa perderse, ricitos de oro como nel cuento, dibújame una Maite plis, una Maite pelirroja pa mí, una pecosa, una con tres tetas, y cuando podía, en los baños/en su cama, le daba duro al johnjohn, se pringaba entero. Mister Geyser le decíamos. Nos burlábamos, den no nos aguantábamos y le pedíamos que nos dibujara una de sus mujeres. La describíamos hasta cierto punto, él sólo quería un poco de inspiración, den se largaba.
Pasamos por un distrito de iglesias proliferantes. Estábamos seguros de que Lazarte tenía ganas de abrir los brazos, hacer la señal de su aceptación de Xlött. Actuaba cada vez más raro. En ocasiones se quedaba inmóvil, como respingado por una visión. Quizás lo estaba. Por las noches lamiaba entre sueños, den se ponía a llorar. Suponíamos que era más difícil de lo que sospechaba estar bien con Dios y con Xlött. Suponíamos que nostaba bien con ninguno. Se lo dijimos. Sólo atinó a responder, entre dientes.
Whatever doesn’t kill me makes me stranger.
Quería ser fuerte, mas no nos convencía. Lo perdíamos y no sabíamos qué hacer pa recuperarlo.
El jipu apenas podía avanzar por esas callejuelas tortuosas. Los constructores de Iris no habían planificado nada. Era como si alguien llegara y decidiera instalar una casa nel lugar que quisiera, aunque bloqueara una calle. Fácil perderse nese laberinto, por más que el Instructor nos proveyera de mapas e información. Porque quizás días antes habían llegado inmigrantes y comenzado a construir una casa. Quizás ese desorden tenía objetivos estratégicos. Los terroristas que buscábamos podían esconderse fácil porque sabían de memoria ese dédalo de calles. Los chitas se habían desorientado tantas veces que al final SaintRei no protestó mucho cuando Munro sugirió que no se los usara en las ciudades.
Reynolds quería saber qué pensábamos. Prith apenas contenía su furia. Cuando hablaba, los músculos de su cuello se tensaban y le aparecían patas de gallo. Qué manera de fruncirse, la piel de su rostro. Había visto lo ocurrido con Carreno. Carreno había muerto como ser humano mas seguía vivo, la bomba lo dejó sin piernas y en la reconstrucción tenía más del sesenta por ciento de máquina y fue reclasificado como artificial.
No se puede distinguir entre los terroristas y los que no, dijo Prith. La misma cara de dung. Neso una bomba explota.
Prith no hablaba así antes. Reynolds lo estaba cambiando.
Si matamos a un irisino perdemos la batalla a largo plazo neste creepshow, Reynolds repitió en tono irónico lo que el manual decía a los shanz. Tenemos que protegerlo, sólo así podremos lograr la verdadera conquista. Que no es de su territorio sino de su corazón, según nos dicen.
Dung. Hagamos lo que hagamos, igual nos odiarán.
La conclusión a la que se llega es fácil.
Lo habíamos visto actuar y nos amedrentaba. Mas él no había hecho nada sin haber intuido primero qué era lo que de verdad sentíamos/queríamos. Se ponía a sí mismo como ejemplo. Un ofi con un puesto cómodo nel Perímetro. El atentado nel café de los frenchies lo había llevado a ofrecerse de voluntario, hacerse cargo de nosa unidad en reemplazo de Carreno. Tenía algo admirable. Sospechábamos de los ofis mas con un solo gesto él se había ganado nosa confianza. Si estaba dispuesto a morir junto a nos den sus palabras valían.
Pasábamos por edificios abandonados, uno dellos parecido al mascarón dun barco, un mascarón herrumbrado en alta mar, cuando escuchamos gritos. Reynolds ordenó q’el jipu se detuviera. Los gritos parecían insultos. Reynolds pidió a Lazarte/Gibson que bajaran a investigar. Lo miramos ansiosos. A nadie le gustaba abandonar la protección del jipu en la noche. Su caparazón metálico una matriz envolvente y cálida. Las lucecitas que se encendían y apagaban en la consola las pulsaciones de nosos corazones.
Reynolds hizo como que no se daba cuenta de noso tembleque. Lazarte y Gibson se pusieron los gogles y se dirigieron al edificio. Los demás los cubríamos.
Ingresaron al edificio. Se hizo un silencio, den pasos apresuradosjadeos-gritos.
Lazarte agarraba del cuello a un irisino de ojos saltones. Descalzo, una holgada camisa de tela, ni diez años tendría. Reynolds se bajó y le dio una bofetada.
Se supone que debes estar encerrado nun újiàn. Crecer sin un padre cerca es lo que les gusta a estos dung.
El niño no bajó la mirada.
Lazarte, suéltalo.
Lazarte le hizo caso. El niño tardó en comprender que lo estaba dejando libre. Cuando lo hizo sus mejillas se relajaron mas su mirada se mostró inquieta, como si le costara entender el gesto o su suerte o ambas cosas a la vez. Dio un par de pasos vacilantes, den corrió rumbo al edificio.
Reynolds apuntó a la cabeza y disparó. Volaron los sesos. El bodi se estremeció nel suelo. Lo miramos sin saber qué hacer. Las convulsiones seguían, más duno debió haber pensado que había algo allí que comenzaba a huir del bodi, beyondear deste territorio de agobio. Lo esperaría Xlött al otro lado con un abrazo acogedor. Vendría a buscarnos den. Ése era noso miedo, que se vengara. No creíamos mas tampoco descreíamos del todo. Lazarte era otra cosa.
Reynolds le dijo a Gibson que preparara el reporte. Habíamos sido atacados a balazos desde un edificio abandonado y respondimos. Cuando se calmaron las cosas fuimos a ver y nos encontramos con el niño muerto.
Capi, la voz vacilante de Gibson, eso no es lo que ha ocurrido.
Den se puede saber qué.
Usted lo ha matado.
Los ojos inquietos de Gibson recorrían nosos rostros buscando complicidad. Tratábamos de rehuirlos.
Qué piensan oies, Reynolds escupió. Su brodi dice que he beyondeado a un niño.
Mató a esos tres tu, dijo Gibson. La voz le temblaba.
Terroristas.
Sabe a qué me refiero.
Nadie duerme sabiendo q’esos animales que usted defiende nos quieren beyondear.
No los defiendo. Defiendo a todos nos.
Nos miramos sin ningún deseo destar ahí. Queríamos que la guerra volviera a ser eso que transcurría nel jardín de nosa infancia con shanz de juguete. Eso que transcurría en los holos con ejércitos construidos a base de algoritmos que sólo los iniciados entendían. Basta de creepshow. Q’el niño no estuviera muerto y Gibson no hubiera desafiado a Reynolds y Reynolds no hubiera buscado que nos decidiéramos por noso brodi o por él.
Hablen, oies.
Ruidos como de arcadas. No sabíamos quién los había hecho. El edificio de do había aparecido el niño se había vuelto espectral. Estaba, nostaba ahí. El universo se condensaba nese lugar.
Fue un accidente, dijo Prith. Y escupió.
Hora de volver. Teníamos hambre.
Gibson, desnúdese, gritó Reynolds. Debería haber leyes pa no aceptar a fags del Reino. Reino no sé por qué, exreino como eximperio. Buenos mientras les duró. Nau se han vuelto softies como los fobbits.
Gibson quería decir algo, mas no le salían las palabras. Ruidos crepitantes en su garganta. Flema que se le atoraba. La vida, que debía fluir por su laringe, a través de sus cuerdas vocales, y se negaba a hacerlo. Se desnudó. El pecho tatuado, símbolos de alguna religión o quizás un mensaje secreto, un código a la espera de su desciframiento. Tratamos de no mirarnos, de aparentar calma.
Si quiere que me olvide deste incidente, que no lo reporte, orine.
Señaló al niño. Un largo rato nel que no supimos qué ocurriría. Gibson miraba a Reynolds, desafiantehumillado-deseoso de poner las cosas en su lugar con su riflarpón. Mas debía cruzar por su cabeza todo lo que sabíamos de las torturas en la cárcel tu. Los holos que habíamos visto de irisinos colgados dun pie a lo largo del día, peor aún, los de shanz castigados por Reynolds, las articulaciones descoyuntadas de tanto estiramiento con poleas.
Lo haría, no lo haría.
Gibson orinó. Un chorro ruidoso con el que quizás quería anegar a Reynolds. Un chorro por el que se iba una imagen que tenía de sí mismo, que teníamos d’él. Un chorro capaz de convocar a los malos espíritus, a esos que claman venganza inmediata y no saben que lo mejor en todas las ocasiones puede que sea esperar.
Cuando terminó, lloraba. Reynolds nos apuró pa volver al jipu.
Tratábamos de distraernos mientras esperábamos otra misión. Prith nos enseñaba sus nuevos trucos nel patio. Se tiraba nel suelo, emitía ruidos guturales y de pronto aparecían nel cielo cientos de boxelders y se posaban en su rostro. Nos asqueaban esos bichos aunque fueran inofensivos. Estaban evrywere. Los suponíamos parientes de las termitas mas el Instructor no decía eso. Nos lo inventábamos como tantas otras cosas. Herencia de padres y abuelos que decían que cuando llegara el Apocalipsis sólo quedarían las cucarachas/las termitas. Le preguntábamos a Prith cómo lo hacía, de qué manera los adiestraba. Se nos acercaba con los boxelders posados en su rostro, metidos en sus orejas y orificios nasales, y decía que no eran los ruidos sino un líquido dulzón que había comprado nel mercado y con el que se frotaba las encías. Que le habían explicado q’ésa era la forma de atraer boxelders. Pa qué, dijo él. Lo miraron como si no lo entendieran. Era de los que más había avanzado nel conocimiento de la lengua irisina, podía tener conversaciones limitadas sin ayuda del Instructor. Mas era cierto que no entendía esa pregunta. No todo lo que los irisinos hacían tenía una finalidad que pudiéramos comprender. Algún ritual desos intraducibles. O quizás sí, mas nos llevaba a una tautología. Uno atraía boxelders pa atraer boxelders.
Nos gustaba el muaytai tu. Peleas clandestinas, porque una vez, en la época en que nos lo permitían, un shan había muerto con derrame cerebral, una patada en la cara y el pobre se fue a sentar a la esquina atontado y la gente se iba cuando se desplomó y no fue más. A veces nos juntábamos a pelear en galpones abandonados del Perímetro. Prith era bueno con las piernas, la tijera voladora su golpe favorito, no te dabas cuenta y clac ya tenías las piernas enganchadas a tu cuello chas… chas, den te metía los dedos al ojo y crackeabas basta fokin basta me rindoooo. Chendo era bueno tu, nos reíamos, cómo puede ver tan bien con un solo ojo, escuchar movimientos con un solo oído, mas quizás se concentra mejor así, eso lo hace ser tan zen. Apostábamos como lo hacíamos con los juegos nel bar, LluviaNegra/ÁcidoTóxico/Yuefei. El muaytai era más divertido y arriesgado tu, de modo q’en vez de la lucha en vivo terminábamos con los holos nel Qï.
Así el día-adía. Eran largas las horas entre escaramuzas, la espera desesperaba. Mas tampoco queríamos una intensidad continua. El desafío era llenar el tiempo. Con juegos-swits-sexo-boxelders posándose nel rostro. Desalmados sin estar desalmados. Reynolds había conseguido estimularnos, eso era necesario reconocerle, y había creado diferencias tu. Gibson no quería juntarse con nos. Se lo veía solo nel patio o nel pabellón donde comíamos, lamiando su rabia. Difícil culparlo. Mas él quizás podía culparnos a nos. La superioridad moral no se había inventado pa esta guerra. No entre brodis duna misma unidad. Con su gesto desafiante inicial, Gibson nos había obligado a hurgar nel fondo de nos mismos pa buscar lo mejor que teníamos, aquello que nos podía justificar a los ojos de los demás. Y no habíamos encontrado lo mejor. Sólo lo de siempre. Lo que nos permitía sobrevivir un tiempo más.
Lo impredecible no sólo venía de nosos enemigos. Lo impredecible se había instalado ki, entre las paredes del Perímetro. No sabíamos cuál sería la próxima movida de Reynolds mas la esperábamos.
Por las noches, cuando nostábamos de patrulla, salíamos del cuartel y, colocados en swits benévolos/empáticos, mirábamos las estrellas y nos sentíamos parte vital del universo. Recorríamos el espacio con los dedos, dibujando líneas entre un punto brillante y otro. Algunos más grandes que otros, algunos parpadeaban y otros no, algunos planetas y otros meteoros, había satélitesbasura espacial-naves que recorrían distancias inmensas tu. No sabíamos dellas, no sabían de nos. Todo parecía quieto mas todo bullía. Rogábamos que no llegara una orden de salir a enfrentarnos con los terroristas, porque con esos swits nos venían deseos de hermandad cósmica y no teníamos ninguna gana de disparar a nadie. Hasta éramos capaces de darle un beso a Orlewen.
Chendo había dibujado a Shirin, Prith lo corrigió hasta quedar satisfecho, esas tetas no tan grandes plis, es poco más que una niña, no una vaca, y menos caderas plis, así… así. Sentíamos que la conocíamos, mas algunos decían q’ella era una actriz contratada por Prith antes de venir a Iris, q’esos holos eran falsos, y otros q’eran antiguos, que a Prith ya no le llegaba nada nuevo. No importaba. Lo envidiábamos. Queríamos tener una fantasía similar que nos enardeciera. Una adolescente o no tanto al otro lado, con sus uñas pintadas de todos los colores. Alguien a quien le aceptáramos que no nos hablara della bajo la condición de que nos contara de tardes nel estadio de fut12, de noches en las salas con olor a regaliz del Hologramón. Nos preguntábamos qué harían nese momento nosos amigospadres-hermanos-exnovias. Si seguían vivos, si se acordarían de nos. Qué estaría de moda, qué música se escucharía. Habíamos notado que cada vez sabíamos menos de lo que ocurría Afuera. Que siempre había excusas pa que las conexiones no fueran fáciles. Que por eso ya no llamábamos tanto. Que a veces recibíamos noticias con meses de atraso. Q’esas noticias eran como la luz que llegaba de las estrellas. Una luz ocurrida mucho tiempo atrás. Que neste momento algún conocido moría mas no podíamos emocionarnos deso hasta que lo supiéramos mucho tiempo después, si llegábamos a saberlo. Vivíamos nun permanente desfase. Por eso era mejor preocuparse de lo que teníamos al frente. De Reynolds y sus instintos asesinos. De Prith y sus boxelders. De Lazarte y su nuevo evangelio. De Gibson y su decepción.
No era fácil, vivir.
El Instructor hacía lo que podía con el lenguaje irisino, y eso no era mucho. Un irisino podía estar pidiéndonos comida, y las frases en los lenslets decían que se burlaba de nos y el irisino zas a la cárcel. Allí trataba de explicarse, mas el Instructor seguía escupiendo sinsentidos a los que debíamos hacer caso, con la premisa de que algo era mejor que nada.
Algo es mejor que nada. Una de nosas reglas. Por eso nos distraíamos escuchando las leyendas que inventábamos de noso pasado. Eso hacíamos en las horas libres. Íbamos en busca de mujeres tu. Había pocas disponibles nel Perímetro y la mayoría se quedaba con los ofis. Queríamos ser como ellos mas era imposible. Algunos nacían pa shanz, otros pa fokin ofis y fobbits, nos no éramos nadie pa contradecir al sistema por más que Lazarte lo intentara.
En la ciudad a veces encontrábamos a una desas que se habían vuelto locas y entregado a los cultos de Iris y rechazado su anterior vida, y la usábamos. O se dejaba usar a cambio de comida. Íbamos al fukjom pa shanz nel Perímetro, mas nos tocaban las más feas y gordas, y salíamos den a la ciudad en busca de los fukjoms irisinos. Los ilegales, a los que nos permitían entrar. Tratábamos de q’el cuello largo de algunas irisinas, la blancura excesiva, la piel rugosa, los ojos sin cejas se convirtieran en nuevos parámetros de belleza. Queríamos no verlas como bichos raros mas difícil. Contábamos los aros nel cuello, once, quince, cómo lo hacían, debían pesar mucho, atrofiárseles los músculos. No decíamos nada de la falta de pelo porque habíamos perdido el noso tu. A veces nos sorprendíamos deseándolas. Quizás yastábamos mucho tiempo en Iris. Quizás estábamos cambiando sin querer cambiar.
Claro que habíamos cambiado. En las duchas, por las noches, en salas vacías, el sexo entre nos era común. A algunos nos gustaba, a otros no tanto. Había mujeres shanz mas eran pocas. Decían que alguna vez ellas habían querido alistarse pa demostrar que no eran menos que los hombres, mas luego los jefes concluyeron que, al ser más inteligentes que los hombres, mejor aprovecharlas en tareas administrativas o de supervisión. Las mujeres eran doctoras, estaban a cargo de la comunicación de la base, tomaban decisiones. Unas cuantas, las más tontas, eran shanz.
Nos estamos volviendo irisinos, decíamos cuando uno fokeaba al otro. Decíamos que lo estábamos haciendo bien, mejor eso que cogerse a una irisina. Será verdad q’el agujero del culo se ensancha, claro que sí decía Chendo, o no han visto pornos. No entendíamos cómo algunos ofis podían tener irisinas como parejas permanentes. O sí. En el fondo, pese a nosos resquemores, los envidiábamos. Un bodi caliente junto al cual acostarse en las noches. Mas las irisinas tenían el bodi frío y cuando cerraban los ojos parecían muertas. Prith decía que por esa relajación de las costumbres había ocurrido el único acto terrorista dentro del Perímetro. Si por él fuera, mataría con sus propias manos al ofi q’era pareja de la mujer que voló el café. No era irisina sino algo peor. Una chûxie. Una pieloscura enamorada de los irisinos. Ese ofi tenía que haber sabido que se acostaba con una traidora, decía. Y si no lo sabía igual debe morir. Por no haberse dado cuenta deso. Está en la cárcel, decíamos, recibirá su merecido. Mejor matarlo, decía, enfático. Y nos sorprendía su cambio. Cada vez más agresivo. Por culpa de Reynolds, decíamos.
Jugábamos Yuefei, apostábamos mucho geld. LluviaNegra, mas era muy fácil. ÁcidoTóxico nos desesperaba porque no había forma de solucionarlo. Otros juegos, muchos juegos, cuando no había nada que hacer. Conectados a ellos, dejábamos de ser lo q’éramos y nos convertíamos en generales y mariscales, en pilotos de naves espaciales, a veces obreros y sacerdotes, agricultores tu. Había versiones piratas en las que los generales podían ordenar a sus shanz que tomaran swits que les impidieran desalmarse nel frente de batalla, o tenían a su disposición sustancias lisérgicas con las que atacaban a los enemigos desde aviones, haciendo que los shanz del otro bando tuvieran alucinaciones paranoicas que los obligaban a suicidarse. No nos animábamos a jugar esas versiones porque si nos veían los ofis nos castigaban. Las armas químicas estaban prohibidas hasta en los juegos.
Aburridos, mirábamos las estrellas y rogábamos q’el Advenimiento ocurriera ya. Que Iris se diera vuelta, que sucediera algo que nos forzara a evacuarlo. Y, contradictorios, extrañábamos a Carreno y prometíamos vengarlo. Imaginábamos su vozarrón en el pasillo, rebotando entre las paredes, estremeciéndonos. Un vozarrón paradójico, un vozarrón amable, un látigo que invitaba a obedecer. Esa cara mofletuda no intimidaba, era capaz de neutralizar todas sus órdenes, igual que su carcajada salvaje capaz de estremecernos ko. Nos hablaba de lo inescrutable/lo inconcebible/lo impredecible y lo escuchábamos mareados. Los que habíamos estado cerca de la explosión nel café vimos bodis destrozados. Un pedazo de pierna recubierta de polvillo gris en medio de la calle. De Carreno, quizás. Pa eso tanto concepto. Inconcebible q’eso fuera concebible. Predecible q’eso fuera impredecible. Pa eso tanta tecnología. Hubiera sido mejor q’enviaran artificiales al frente. Todo había que decirlo. Éramos la mano de obra más barata, éramos menos inteligentes que los artificiales.
Carreno había sido un buen jefe. Demasiado tolerante, eso sí. Se acercaba sin custodios a hablarles a los irisinos. Su forma de ganarnos era demostrar que nada lo desalmaba. Nos habíamos encariñado d’él, mas todo tenía su límite. Pensaba que, por beyondearnos, un irisino jamás sacrificaría a los suyos. Estaba equivocado.
Reynolds venía con un discurso duro. El otro extremo. Decía que no había que hacer caso a las reglas de combate de SaintRei. Otra forma de ganarnos, pensábamos, animarse a hablar fuerte sabiendo que podían grabarlo y acusarlo de desacato. Lo cierto era que sus arengas nos llegaban. Estábamos desmoralizados, queríamos que nos subrayaran la necesidad del valorla retribución-la justicia.
Gibson pasaba horas en su camastro. A veces se levantaba y salía al patio, se sentaba nun banco o deambulaba sin hacer caso a nadie. Temblequeaba de los nervios y había conseguido una licencia de la enfermería, un par de frases que recomendaban reposo. Creíamos q’esa licencia la había adulterado Yaz, que nos ayudaba nestas cosas. Dotro modo no entendíamos que Gibson se quedara nel cuartel. Si el problema era serio lo normal hubiera sido q’el reposo lo tomara nel hospital. Cuando no era grave, los médicos preferían q’el shan se quedara nel cuartel. En medio de su rutina, de su paisaje familiar, como pa q’esa rutina, ese paisaje lo ayudaran a restablecerse ya. Fórmulas de los médicos que muchas veces no conducían a nada.
Nos preocupaba que Gibson se topara con Reynolds. Sabíamos que Reynolds no creía en los problemas de Gibson, o que, si éstos existían, su gravedad fuera la suficiente como pa q’él dejara de hacer lo que hacíamos los demás shanz. Técnicamente Gibson todavía estaba a las órdenes de Reynolds y él podía restablecer la cadena de mando anytime. Por lo pronto todo era una lucha de orgullos. Reynolds esperaba que Gibson volviera al grupo por cuenta propia y éste confiaba en que Reynolds fuera tan consciente de su transgresión que prefiriera dejarlo en paz.
Una vez nos acercamos al camastro de Gibson. Queríamos hacerle sentir noso cariño con disimulo, tampoco convenía q’eso produjera tensiones con Reynolds. Hizo un gesto de sorpresa cuando vio a Prith, como diciéndose qué hacía allí después de su declaración de apoyo a Reynolds. No dijo nada mas Prith se incomodó y dio un paso atrás y se quedó expectante observándonos, como si no formara parte del grupo. Igual era extraño q’él estuviera allí.
Gibson estaba demacrado. En su cara huesuda podían verse las huellas del incidente. Contó que no comía, no tenía ganas de nada.
Pasará, di, te pondrás bien.
Debíamos pronunciar frases huecas y generales porque no podíamos hablar nuna sola voz. Lazarte apoyaba su gesto de relativa desobediencia civil, mas Prith sostenía que cualquier cuestionamiento a la autoridad jugaba a favor de Orlewen. Habíamos pedido a Prith que no le reclamara nada. Ya habría otro momento pa eso.
No cedan al impar potente de orfandad, Gibson estaba críptico. Prith aprovechó pa decirle lo que pensaba.
No cedas a tu vanidad, di. Tus molestias no son más grandes q’el grupo.
El grupo son ustedes, no él.
Tus quejas van a él, den a nos, porque se la toma conmigo o con Lazarte.
Hasta cuándo piensas seguir, dijo Lazarte. Anytime puede decidir q’es hora de despertarte a golpes, di.
Tomará lo que tome, eso me enseñó mi madre.
Le dolía haberse venido sin despedirse de su madre. No le quedaba otra, se hubiera quebrado al despedirse della, quizás hasta habría regreteado su decisión de venirse.
Me crio bien y no tuvo la culpa de lo que hice. Durante mucho tiempo me dije q’era el distrito, las compañías. Den me quedé sin excusas.
Lo que hiciste no fue tan malo, dijo Lazarte.
Cómo que no. No tenía geld y un amigo me propuso asaltar una tienda del barrio. Dijo será fácil. Lo hicimos en la madrugada. Salíamos cuando apareció el dueño. Disparé, fue un acto reflejo. Tenía dos hijos menores a los que siempre veía jugando nel parque.
Prith fue al baño. Gibson lo esperó antes de continuar. Los shanz entraban/salían del pabellón mas nos no nos distraíamos.
El juez ofreció perpetua o Iris, Gibson continuó. Elegí Iris. Quería pagar mi culpa y supongo que Reynolds es mi karma. Me toca enfrentarlo todo con los ojos abiertos. Ya ven, no me duró mucho el impulso.
Yo quisiera enfrentarlo todo con los ojos abiertos tu, dijo Lazarte. A veces no se puede. A veces toca cerrarlos.
Gibson nos mostró un holo de su madre cuando joven. El pelo corto le daba un toque de distinción. Aretes coquetos, piercings nel mentón y sobre uno de los ojos. Dóstaba el padre. Gibson no lo mencionaba en ningún momento. Como si hubiera sido concebido por obra y gracia dun milagro. Una inmaculada concepción. Mas no debíamos burlarnos, porque a todos nos ocurría lo mismo. No lo de la concepción sino el hecho de q’en la distancia se purificara el ruido y quedara sólo lo importante. Desaparecían hermanosnovias-amigos, trabajos, pasatiempos, años enteros. Iris era un gran limpiador desa vida que vivíamos todos, esa vida de acumulaciones inservibles, esa vida contaminada.
Linda, dijimos casi al unísono.
El holo no le hace justicia. Mas ya nostá así ko.
Lo dejamos contemplando el holo de su madre. Salimos al patio pensando en lo que arrastrábamos. Nosas propias muertesculpas-traiciones, lo que habíamos hecho o no pa merecer Iris.
El sol machacaba el día.
Gibson volvió a la unidad el fin de semana siguiente.
Esos días comenzaron a circular holos en los que una irisina relataba una historia con frases encantatorias. Alguien, no sabíamos quién, nos los enviaba al Qï. Prith se enojaba, decía que avisaría a Reynolds si nos veía viéndolos. No nos interesan sus leyendas, es propaganda terrorista. No es pa tanto, le decíamos, mas tampoco queríamos aproblemarnos con Reynolds. Mirábamos al otro lado e igual nos moríamos de la curiosidad. Nos gustaba saber q’estábamos haciendo algo prohibido tu. Gibson argumentaba q’era hasta necesario ver esos holos.
Chale, dijo Chendo. Fokin dung. Pa fobbits y faggies.
Serán verdad, dijo Gibson.
Qué importa, di. A no ser que seas un fobbit.
Eso, qué.
O eres un faggie.
Cierto.
Nos deshacíamos de los holos. Reaparecían sin que supiéramos cómo. Volvían a circular. Volvían a ser vistos. Nos olvidábamos desas historias. De pronto estábamos haciendo ejercicios bajo el sol, por la mañana, nos duchábamos al caer la tarde o queríamos escapar duna shastorm o patrullábamos por el anillo exterior, cuando volvía una frase/una imagen. Los hijos del retardado y la rata blanca nos llegaban. Nos sentíamos mal. No debíamos haber visto nada. No debíamos haberles dado una oportunidad pa que nos contaminaran.
Escupíamos. No parábamos de escupir.
Se llamaba RePo y su capacidad de trabajo admiraba. Otros irisinos buscaban la manera de alargar los descansos o engañar a capataces pa robarse unos minutos y no hacer nada, mas RePo trabajaba sin cesar. Algunos decían q’eso mostraba una mentalidad sojuzgada, q’era una besabotas de los pieloscuras, otros que la montaña Comeirisinos la desalmaba tanto que prefería estar bien con ella.
Un día le asignaron de brodi de trabajo a un irisino flojo, un recienvenido que se llamaba Ilip. RePo iba a todas partes con Ilip, le enseñaba trucos pa barrenar las vetas con todo su esfuerzo y llegar descansado al final del día. Le hizo mascar kütt pa enfrentarse al cansancio/el hambre. RePo e Ilip tenían los dientes/labios amarillos de tanto mascarlo. RePo le indicó cómo ofrendar kütt a las estatuas en las galerías, y llevaba comida pa compartir con él en los descansos. Le contaba de las veces que había habido derrumbes y sólo la había salvado la fe en Xlött. A veces, sola en las galerías, podía escuchar la risa de Ilip. Estaba haciendo una buena labor, Ilip ya no era el chiquillo flojo que había conocido. Incluso Ilip se abría más y le confesaba lo mucho que Kondra le hacía falta. RePo le contaba q’ella alguna vez había extrañado igual, mas cuando cumplió con los años asignados y le llegó el momento de marcharse de la mina no había podido. La mina la había ganado y ella a veces se sentía tan sola nel campamento que venía a trabajar incluso cuando no le tocaba. La mina era su jom. No entendía a los que buscaban excusas pa escaparse de su turno, que se decían enfermos o incluso se producían lesiones pa no ir a la mina. Ilip escuchaba y asentía.
Un día Ilip no apareció. RePo habló con brodis de la misma galería y les dijo si sabían algo de su brodi.
Cuál di, dijeron. Si te hemos visto trabajando sola todo el tiempo.
Ilip, dijo ella, un chiquillo flojo llegado de Kondra. Me llevaba una cabeza.
Un escalofrío recorrió a los mineros.
No había nadie, dijo uno. Era Xlött el que te acompañaba. Estabas hablando con él.
Después duna búsqueda de varios días por el campamento, RePo debió aceptar que tenían razón. Desconsolada, una tarde se metió a la galería más profunda del subsuelo, en busca daquel que se hacía llamar Ilip. No lo encontró. Ingresó a un túnel por el que apenas cabía una persona, y nunca más se supo della.
Estábamos todos formados nel patio esperando una visita del Supremo, los uniformes sin arrugas, las botas limpias, el pack a la espalda, el casco nuna mano y en la otra el riflarpón, cuando Lazarte se salió de su línea y pasó al frente. Reynolds corrió hacia él.
Qué pasa, Lazarte. Lo voy a enviar al calabozo.
Capi, Malacosa está ki.
De qué me habla. Vuelva a su puesto.
Desde dostábamos sólo podíamos ver la espalda de Lazarte. Movía las manos, alborotado, torcía el cuello como si quisiera quebrárselo. Tiró el casco y el riflarpón al suelo, intentó sacarse el uniforme.
Voy a vivir cien años dung, exclamó. Voy a vivir cien años dung.
Si sigue así no llegará ni a mañana, Reynolds le dio una bofetada. Lazarte se abalanzó sobre él.
Asesino asesino, gritó. Malacosa es grande, soy un ministro de Xlött. Se hará justicia ya.
Los dos se fueron al suelo, Reynolds sorprendido por la fuerza de Lazarte, forcejeando pa desprenderse de él, que le atenazaba el cuello con las manos. Reynolds se ahogaba cuando dos shanz corrieron a auxiliarlo y se abalanzaron sobre Lazarte y uno lo agarró de los brazos y otro de las piernas tratando de desbaratarlo. Lograron desprenderlo de Reynolds, que se incorporó y saltó encima de Lazarte. Nau la lucha era desigual. Todos la veíamos expectantes, hasta que los shanz y Reynolds se levantaron. Lazarte parecía haber perdido la conciencia. Entre dos shanz lo sacaron a rastras.
Reynolds tenía las mejillas rojas y marcas nel cuello. Se arregló el uniforme, pidió que recuperáramos la compostura. El Supremo yastaba nel cuartel.
No volvimos a ver a Lazarte. No supimos qué hicieron con él. Imaginamos que su episodio saico motivó que lo internaran en algún sanatorio reservado pa estos casos, un monasterio si el daño cerebral era irreversible. Dedujimos que los swits eran los culpables. Tenían que serlo. Mas los shanz que alzaron el bodi de Lazarte esa mañana dijeron que tenía quemaduras a la altura de los antebrazos, como si se las hubiera acabado de hacer. Nadie más había visto nada, por lo que algunos prefirieron descartar la versión de los shanz. Otros añadieron ese relato a las leyendas que corrían sobre Xlött. Decían que a Lazarte le había llegado el verweder delante de todos nos.
Extrañamos a Lazarte durante varios días. No nos hizo probar el jün ni nunca supimos a quién se refería el nombre ARMAND tatuado en la espalda. Recordamos varias veces su frase de vivir cien años. Muchos de nos, naufragados por la vida, habíamos firmado el contrato pa venir a Iris sin miedo a la muerte temprana, desdeñosos con la vejez. Muchos de nos, nau, hubiéramos hecho todo por un nuevo contrato que nos asegurara una muerte dulce y tardía, en cama y rodeados de familiares y amigos. Perdíamos la compostura, nos volvíamos tembleques, girábamos sobre nosos pasos, encontrábamos q’eso de vivir rápido y morir joven era una frase tonta en la que habíamos querido creer pa justificar nosos fracasos.
Había cosas que nos mataban y nos volvían más extraños tu.
Hubo días en que no pudimos salir a ninguna parte porque llegó el shabào. La shastorm provocaba remolinos como si no tuviera un solo eje en torno al cual desplazarse. El ruido que la acompañaba era un millón de turbinas encendidas a la máxima velocidad, barriendo lo que se les aparecía nel camino. La sha, exhaustiva, cubría las casas-los edificios-los jipus-las paredes protectoras del Perímetro. Al segundo día Iris era una ciudad enterrada, un conglomerado de casas y calles que apenas latía bajo ese polvillo intruso nel bodi y en las máquinas. Los dolores de cabeza y de estómago eran terribles, nel baño nos íbamos en mierda aguanosa, los Qï tartamudeaban como aquejados duna enfermedad nerviosa, los artificiales se volvían irritables. La comida sabía a sha, las pesadillas nos hacían levantarnos sudorosos creyendo que nos habíamos convertido en pequeños Malacosas de sha. SaintRei se paralizaba y había q’esperar hasta q’el shabào nos abandonara y se fuera en busca dotra ciudad, otras gentes pa enterrar.
Nel cuartel decíamos q’éramos muertos en vida y jugábamos a ser shanzombis, mas a algunos ofis esas bromas no les gustaban porque se sentían aludidos, creían q’estábamos criticando la vida en Iris. Nostaban alejados de la verdad. Al paralizarnos, el shabào nos hacía ver qué era lo que de verdad hacíamos en Iris. Cuál nosa función. Mientras estuviéramos lejos de Afuera seríamos muertos en vida, no contaríamos por más que los discursos siguieran loando nosa misión. Podíamos ver todo con más claridad, mas eso no servía de mucho. No había vuelta atrás pa noso pacto.
El cuartel estaba oscuro, el shabào cubría las ventanas, no dejaba que ingresara la luz. Como si un inmenso manto negro hubiera cubierto el edificio, un dosel de sombras, un velo tupido. Vivíamos con luces artificiales, esas luces blancas que trataban de replicar a las de Afuera, que intentaban en vano levantarnos la moral. Ki no funcionaban nosas armas, Orlewen podía atacarnos y seríamos víctimas sencillas, mas él tenía el mismo problema que nos tu, debía permanecer encuevado hasta que pasara el shabào.
Se fue una mañana. Un par de horas quedó revoloteando el secador, un fengli caliente que provocaba migrañas. Gibson se revolcó de dolor en su camastro, Chendo gritó que quería que lo destinaran a una ciudad cerca del mar, Goçalves aulló mientras repetía todo se acaba todo se acaba, zeyikidou… zeyikidou. Prith miraba imperturbable su Qï, había vuelto a funcionar, podía dedicarse a LluviaNegra o quizás a un juego más breve en que una compañía de shanz debía enfrentarse al shabào y tratar de sobrevivir.
Estábamos nel bar De Turno cerca del cuartel, el nombre permitía juegos de palabras fáciles, dostá Prith, De Turno di. Un bar con holos de fut12 en cada esquina, un goyot mecánico saltarín sobre el mostrador, licor clandestino traído de Afuera q’el barman reservaba pa ofis y shanz privilegiados. El rumor de las conversaciones puntuado por risas/alaridos. Jugábamos LluviaNegra, hacíamos cálculos de probabilidades y mostrábamos nosa apuesta nel Qï. Mascábamos küttfumábamos koft-bebíamos ielou. Reynolds nos hablaba del shabào reciente, daba detalles dotros shabàos memorables, de las diferencias de intensidad entre uno y otro, con una precisión que impresionaba.
Le preguntábamos cómo sabía tanto. Las comisuras de los labios se expandían nuna mueca burlona.
No se han dado cuenta, soy una máquina.
Nos reíamos. Era o no era.
Qué creen.
Que sí, dijo Goçalves y le preguntó cómo se sentía ser artificial. Goçalves se había integrado al entorno de Reynolds desde la partida de Lazarte. Grueso mas ágil, los uniformes que usaba le quedaban estrechos. Venía de Goa, bromista impenitente mas algunos preferían decir q’en realidad era impertinente. Había prometido conseguirnos jün, tenía un hermano estacionado en Megara que se lo enviaría. Que se tranquilizaran las cosas, los caminos estaban intransitables en torno a Megara, fokin Orlewen.
Y cómo se siente ser humano, contestó Reynolds.
Confuso, dijo Goçalves.
Lo mismo pa los artificiales, dijo Reynolds. Mas no soy uno dellos, no sé de dó han sacado ese rumor.
Su capacidad p’abstraer, dijo Goçalves. P’actuar como si los irisinos fueran animales.
Eso es pensar en versiones primitivas, rudimentarias, dijo Reynolds. Los artificiales no son así, yo tampoco. No lo sé. Quizás lo q’estoy haciendo sea la única manera de conseguir una reacción de Xlött. Q’ese Dios que mata con un abrazo haga que Orlewen aparezca y acabemos duna vez por todas con la insurgencia.
Orlewen ta bien aparecido. En Megara.
Sus tropas, no él.
No todos creen que sea verdad eso de los abrazos, dijo Prith.
Hay pruebas, dijo Reynolds. Holos.
Y lo de Lazarte, dijo Chendo.
No sé lo de Lazarte. Nadie vio nada. Yo creo q’era alguna sustancia lisérgica.
No era fácil hablar de Xlött porque sabíamos poco. No teníamos amigos irisinos que nos contaran cómo vivían su fe y habíamos desconfiado de la conversión de Lazarte. Los shanz que dominaban el tema eran los que habían sido asignados a trabajar por un tiempo en las minas. Decían que allá el culto de Malacosa era tan predominante que había una estatua suya a la entrada de cada socavón y que incluso los ofis y los shanz le rendían pleitesía, abrumados por la trama secreta de sus milagros. Malacosa es Xlött, decían. Todos los dioses irisinos son diversas manifestaciones de Xlött. Todo es Xlött. Los campamentos mineros eran lugares infestados de creencias extrañas, con trabajadores irisinos que se entregaban al verweder, capataces que amanecían vomitando sangre después de haber visto a Xlött.
Reynolds tiró swits a la mesa.
Un regalo de Yaz, dijo.
Aplaudimos. Nosa santa patrona estaba de regreso nel trabajo. Había estado suspendida un par de días por mentir a sus superiores. Rellenó recetas pa dolores de cabeza inventados, falsas contusiones en las piernas que justificaran nosa frecuente aparición por los pasillos del hospital. La ansiedadel miedo-las pesadillas-los ataques de pánico: ésos no era necesario inventarlos.
Los swits hicieron efecto al rato. Prith le preguntó a Reynolds si podía abrazarlo. Gracias capi, le dijo sin soltarlo. Estaba a punto de lagrimear. El problema de los swits: mucha empatía.
Nos ha devuelto la moral.
Sólo hago lo que SaintRei debía haber hecho hace rato.
Prith contó cómo había aceptado venir a Iris después dun año sin trabajo. Había intentado emigrar a Sangaì y los países de América del Norte, sobre todo Texas, mas era imposible. El contrato decía que no podía volver, difícil eso, mas no quería preocuparse, no nau. En cuanto al acortamiento en las expectativas de vida, creía q’en menos de veinte años, con los continuos avances científicos, se encontraría una cura pa el mal de Iris. Era optimista. Eso sí, extrañaba a Shirin. Ya vería la forma de resolver la situación. No llegaría al extremo de cortarse un brazo o volarse una pierna. Quería volver intacto Afuera. Estaba ahorrando, eso era lo bueno. A ratos todo se ponía pesado, demasiada tensión en la ciudad, incluso nel Perímetro. No había mujeres, tenía ganas de sexo, las irisinas lindas eran sólo pa los ofis, las putas tu porq’eran caras. Podía encontrar alguna nuno de los distritos de mala muerte mas tenía miedo.
Cuidado que te oiga Shirin.
Me entendería.
No la subestimes.
Y usted capi.
No hay irisinas lindas ko.
Reynolds lo abrazó. El abrazo se prolongó más de lo necesario.
Cuando le mandes un mensaje a Shirin dile que sabes que la vida se pasa rápido, que la luz es una ilusión causada por el clima. Que sabes q’ella tiene la cara más hermosa del mundo.
Se levantó sin esperar respuesta. Prith se quedó mirándolo.
Aparecieron shanz dotra compañía.
Respetos a noso capi plis, gritó Prith señalando a Reynolds. Vean esto, dis. Tóquenlo.
Puso el pedazo de meñique en la palma duno de los shanz. Éste lo tiró al suelo al sentir su textura. Reynolds recogió el pedazo y se lo entregó a Prith. Le dio una bofetada. Pidió disculpas a los shanz, que no se reponían de su sorpresa. Hubo silencio hasta que salieron de la sala principal y se fueron a otra esquina del bar. Uno dellos alzó el goyot mecánico del mostrador y jugó con él posándolo nuno de sus hombros.
Reynolds le gritó a Prith que había hecho algo peligroso. Entendía el gesto, las ganas de pregonar la nueva, que nosa compañía fuera un ejemplo pa los demás. No debíamos ser los únicos que habíamos decidido hacer justicia por nosas manos. Con todo, mejor esperar. Debíamos seguir por la senda que nos habíamos impuesto durante un tiempo antes de contar cosas a los demás.
No se dieron cuenta de nada capi, dijo Prith tocándose la mejilla dolorida. Pidió disculpas con un gesto humilde, llevándose las manos a la cabeza. Reynolds salió del bar. Prith se sentó, desalmado. Le mencionamos a Shirin pa que sonriera, mas no sirvió de nada.
Intentamos volver a jugar mas estábamos distraídos. Todos pensábamos lo mismo. Que Prith no tenía de qué preocuparse. Creíamos que Reynolds, a pesar de la bofetada, quería que lo q’estaba haciendo se difundiera entre los shanz. Que su ejemplo cundiera. Le preocupaba que sus acciones, que nosas acciones, alertaran a los ofis antes de su pretendido propósito de despertar a Xlött, mas quizás con todo lo hecho había conseguido cierta inmunidad. Los ofis no eran diferentes a nos. Despreciaban a los irisinos tu, deseaban la cabeza de Orlewen. Las que complicaban todo eran las autoridades civiles, los súper, que debían asegurarse de que todo estuviera en orden pa que SaintRei pudiera seguir explotando las minas. Quizás, sí, si se enteraban, los ofis podrían defender a Reynolds ante esas autoridades. Un riesgo que valía la pena asumir.
Reynolds quería que su leyenda se opusiera a la de Orlewen. No repararía en buscar formas pa q’esa leyenda se extendiera.
Nuevas apariciones de Xlött. Tres shanz y una enfermera muertos abrazados por él. Los rumores se disparaban. Algunos decían que los dioses existían a través de su ausencia y q’eso de las apariciones sólo era una leyenda irisina. Otros se desalmaban y querían contrarrestar ese temor con todo tipo de rituales. Se ponían a llevar crucifijos, iban a los mercados a conseguir efigies de Xlött/Malacosa/la Jerere/alguno de los otros seres sobrenaturales que poblaban el mundo irisino. Había los que creían de verdad y los que hacían que creían, q’eran los más. Pa nos que veíamos todo de afuera la diferencia no importaba, mas seguro que sí pa uno mismo. Pa Dios o Xlött, si había Dios o Xlött, seguro que sí tu. Porq’ellos, los dioses, eran capaces de ver dentro de nos. O no.
Nosa compañía se había librado de las apariciones. Nos preguntábamos por qué. Quizás porque sospechábamos q’el paso de Lazarte por nosas vidas no había sido en vano. Algunos ansiábamos secretamente el abrazo mortal del Dios. Un abrazo que nos liberara de tanta pesadumbre. De tanto grito sin respuesta.
Después de que Reynolds lo abofeteara, Prith dijo que no tomaría más swits empáticos. Estaba molesto consigo mismo y quería impresionar a Reynolds. Dicen que trató de conseguir esteroides de la doctora Torci mas ella se negó porq’eran muy peligrosos. Dicen que una noche se metió nuna posta sanitaria a robarlos. Nos los ofreció mas nadie quiso y le dijimos q’estaba saico. Los esteroides se los inyectaba. Debía hacerlo con cuidado pa no dejar marcas sospechosas en la piel. No era fácil, pensamos que no tardarían en descubrirlo.
Íbamos por la carretera del anillo exterior cuando los sensores termales detectaron la presencia de irisinos en la cercanía. Mal indicio que se los encontrara por esos lugares nel atardecer. Nos detuvimos a esperar las instrucciones de Reynolds. La lluvia cortaba el paisaje en finas diagonales. El horizonte se resolvía nuna explosión de azules y violetas.
Tres hombres de la patrulla saltaron del jipu. Gibson gritó la orden de alto en irisino.
Un irisino a la vera del camino. Sentado nel suelo alzaba las manos como rindiéndose. Nos bajamos del jipu, Reynolds lo encañonó mientras se acercaba. Sus botas se mancharon de barro rojizo. Un fengli frío cortaba el rostro.
El irisino se incorporó. Gibson gritó que volviera a sentarse, mas el irisino no le entendió. Se agachó como buscando algo nel suelo y Gibson se le acercó y lo empujó. El irisino cayó sobre el barro. Cuando quiso incorporarse Gibson le puso una bota nel rostro y le dijo que no se moviera. Reynolds asentía con un leve movimiento de cabeza, impresionado por su actitud.
El irisino se puso a lamer la bota. Quizás se hacía la burla. Gibson disparó procurando que las balas no lo tocaran. Sólo quería desalmarlo. El irisino soltó la bota y se acurrucó en el barro. Actuaba como un defectuoso. Uno desos retardados con el cerebro comido que solíamos encontrar cerca de los templos.
Hubo otros shots, mas no los hizo Gibson. Hubo gritos. Reynolds alzó el brazo y se hizo el silencio y se acallaron los shots. Con un gesto pidió que Goçalves se acercara a verificar las heridas del irisino. Goçalves se acercó, cauteloso, y revisó el bodi con la punta del riflarpón, moviéndolo dun lado a otro. Puso una mano en su cuello pa indicarnos q’estaba nel beyond. La sangre se esparcía por el pecho.
Nos acercamos. Nostaba armado.
Lo siento, Prith estaba visiblemente nervioso. Vi un movimiento y
Reynolds gritó que buscáramos un arma. Quería justificar el ataque. Mas sabía que no encontraríamos nada. Uno de nos susurró a Goçalves que sacara un riflarpón que teníamos pa estas ocasiones nel jipu. Que esperara a que nadie lo viera y tirara el riflarpón cerca del irisino. Que luego volviera al jipu y esperara a que otro shan lo encontrara. Habíamos hecho eso un par de veces. Un teatro engañoso. Éramos buenos neso.
Gibson se acercó a Reynolds y estalló.
A usted lo culpo desto. Ha creado las condiciones pa que todos los q’están bajo su mando actúen como criminales sabiendo que no habrá repercusiones.
No tengo la culpa de nada, el tono de Reynolds era pausado. El que disparó fue Prith.
Sabe que sí. Y no creo que sea el redentor que con sus gestos se enfrenta a Xlött. Está tomado por Xlött. Xlött se ha posesionado de su bodi. Actúa bajo las órdenes del demonio. Estamos nel reino del demonio y es su cómplice ko. Acabo de morir, una vez más.
Gibson era grandilocuente, mas decía la verdad en algo. Todos nos moríamos muchas veces en Iris. Todos quizás yastábamos muertos, éramos fantasmas nesa tierra implacable que nos devoraba sin cesar.
Gibson se puso a correr sin rumbo. Su silueta se perdió en la oscuridad. Al rato apareció. Venía hacia nos apuntándonos. Reynolds le pidió que bajara el riflarpón.
Nostá bien, nostá bien, murmuró. Le había vuelto a confiar mi vida.
Quizás la falta de miedo en Reynolds desanimó a Gibson. O la sensación imperturbable de que Reynolds sabía más de Gibson q’él mismo. Gibson dejó de apuntarle, se dio la vuelta y se dirigió al jipu. Se sentó en la parte trasera, firme, los brazos cruzados, como esperando la orden de partir. Todos iríamos a alguna parte mas él no. Se quedaría pa siempre neste lugarnesta noche, rumiando el momento en que pudo corregir un error y no fue capaz. Era lamentable y lo sentíamos por él, mas no había mucho que pudiéramos hacer.
Goçalves quiso decir algo mas se quedó callado. Como si no hubiera ocurrido nada, hizo lo que se le había indicado. Se puso guantes, trajo un riflarpón y lo apoyó con disimulo en una de las manos del irisino. Todos hicimos como que no lo vimos.
La lluvia arreciaba. Debíamos apurarnos.
Estábamos en problemas. En los incidentes anteriores había sido relativamente fácil aparentar que las cosas no eran como habían sido. Con los terroristas, los investigadores de SaintRei nos daban la razón incluso cuando sabían que no la teníamos. Con el niño, el hecho podía calificarse como aislado. Mas la cantidad de balazos recibida nau por el irisino sólo podía justificarse si era en defensa propia. Tenía la cabeza destrozada, se le había disparado desde cerca; debíamos saber si estaba armado. Si no, habíamos cometido un abuso.
Prith exclamó que había encontrado algo. Alzó un riflarpón del suelo, sacó la recámara, mostró que algunas balas habían sido usadas. Los miembros de la patrulla respiramos aliviados. Sabíamos q’el irisino no había disparado, mas tampoco queríamos meternos en problemas.
Reynolds pidió a Gibson que se hiciera cargo del reporte. Gibson dijo que no lo haría.
Envolvimos el bodi del irisino nuna bolsa. Lo subimos al jipu.
Durante algunos días masticamos las palabras de Gibson. Conjeturamos si Reynolds era en verdad un enemigo de Xlött o su socio principal en Iris. No podíamos definirlo. Quizás ambas cosas a la vez. Si era así, muchos estaban como él, luchando contra él y a la vez haciendo todo como pa mostrar q’era suyo este reino.
Queríamos inventarle un pasado a Reynolds mas era imposible. Los artificiales no tenían infancia ni adolescencia. Eran construidos así, nacían adultos. Les injertaban una memoria que les daba una historia, mas sabían tan bien como nos q’esa memoria era artificial. La podían cambiar si alguna experiencia no les gustaba, algún trauma con el que no se identificaban. Decían que había un mercado negro pa las memorias de los artificiales.
Él nos había contado que antes de Iris había vivido en Nova Isa. Que allá trabajaba pa SaintRei como guardia de seguridad nuna prisión cerca del mar, acariciado día-adía por la brisa marina. Imaginábamos su despiadada eficiencia en los amotinamientos. Podía contenerse si el trabajo lo requería. Raro que no se contuviera nau. Quizás había algo que no conocíamos. Era posible que su odio a los irisinos fuera tan fuerte que controlarse no se le hiciera fácil. O quizás no controlarse era parte de su trabajo. Quizás SaintRei le había dado ese papel. Sublevarnos, hacernos sacar lo peor de nos mismos en la lucha contra el enemigo.
No lo sabíamos. Gibson era noso experto en teorías conspiratorias. Nos decía que Reynolds hacía todo con la anuencia de SaintRei. Hubiera sido fácil creerle de no ser por el hecho de que no pasaba un día sin una nueva teoría, más delirante que la anterior. Gibson sospechaba, por ejemplo, de tantos artificiales en puestos de comando. Sospechaba de las noticias que recibíamos. Un día nos dijo que ya nada existía Afuera. El planeta había sido destruido nun cataclismo nuclear. SaintRei inventaba noticias con imágenes falsas pa que no nos rebeláramos. Eso explicaba nosa dificultad pa comunicarnos.
Gibson decía tu que no sólo él, todos los shanz estábamos en Iris por algún crimen. Iris era una prisión, por eso no se podía volver Afuera. Había que recordar que casi tres siglos atrás, cuando el Reino colonizó Munro e Iris, las convirtió en prisiones pa sus criminales más indeseables. Munro hacía con Iris lo que el Reino había hecho con ella. Creíamos haber tomado libremente la decisión de venir a Iris, mas no era así. De niños habíamos sido vacunados por nosos gobiernos. Esas vacunas tenían neurotoxinas poderosas que nos impelían a entregarnos cuando cometíamos un crimen. El problema era que muchos no sabíamos qué habíamos hecho. Sonaba tan convincente que nos pasábamos noches en vela escarbando en nosa memoria. Un roboun asesinato-una violación no debían ser olvidados tan fácilmente. Gibson decía que nosos gobiernos eran más sutiles, quizás habíamos cometido alguna transgresión más básica como no pagar impuestos, alguna ruptura del orden religioso, algún mandamiento no seguido.
Tú qué hiciste di.
A los siete años se me apareció Dios, dijo Goçalves sorprendiéndonos. Me dijo que debía entregarme a su Iglesia. No lo hice. Poco después murieron mis padres nun crash. Iris me ha dado una segunda oportunidad. Le fallé a Dios, me toca redimirme con Xlött.
Goçalves nos dijo que después de pensar mucho en las enseñanzas de Lazarte había llegado a la conclusión de q’estaba en lo cierto. En verdad lo había seguido desde el principio mas tenía miedo a hacer públicas sus creencias. Sentía nau que todo estaba cambiando, que el fengli soplaba a favor de los creyentes en Xlött.
Chendo se molestó con Goçalves, le dijo que su lógica era inconsistente. Por qué, si creía tanto en Xlött, seguía defendiendo una causa contraria a Xlött como SaintRei.
Los designios de Xlött son misteriosos di, Goçalves se rascó la barbilla. Con él no vale la lógica. Creemos q’estamos luchando contra él mas no hacemos más que apuntalar su orden divino. La reacción sólo puede ocurrir a partir duna acción. Ya lo decía Lazarte, debemos aplastar a los irisinos pa que se lleve a cabo el Advenimiento. Estoy ayudando a que se acelere el proceso.
Si es así, den Gibson tiene razón y Reynolds es un enviado de Xlött.
Tú lo has dicho, dijo Goçalves con una sonrisa inquietante.
Y quizás Dios, el noso, se vale de Xlött en Iris p’actuar.
Quizás. Mas yo creo en la teología de Iris, que dice que no hay nadie superior a Xlött. Y que más bien Xlött a veces se vale de Dios p’actuar.
Mas eso, diría Carreno, nos es inaccesible.
La duda era suficiente pa llevarnos a hacer cualquier cosa. Algunos de nos no creíamos q’existiera un Dios de ningún tipo mas igual rezábamos por las noches, por si acaso. Entre creer y no, mejor creer. O hacer como que creíamos. Algunos de nos pensábamos que vivíamos nun universo vacío nel que todo, desde la formación duna estrella hasta la creación duna bacteria, había sucedido por azar. Mas el vacío provocaba vértigo. El vacío nos desbarataba. Nos venía el susto, como si el alma hubiera evacuado noso bodi. Quizás lo había hecho al llegar a la isla. Y, como vivíamos en Iris, quizás nostaba mal hacer una venia a sus dioses. Estar bien con Dios y con el diablo, como decían Afuera. A través de Goçalves la prédica de Lazarte horadó noso cerebro. Algunos de nos creímos. Otros hicimos como que creíamos.
Comenzó una etapa en la q’el culto de Xlött se propagó entre los miembros de la compañía a medida que escuchábamos de los avances de la insurgencia en su declarada intención de tomar Megara y la guerra privada de Reynolds contra los irisinos se extendía. Íbamos al mercado, comprábamos clandestinamente efigies de Malacosa y Xlött. Las enterrábamos en diferentes partes del Perímetro, como lo hacía la gente que seguía su culto dentro del Perímetro, pa evitar que nos descubrieran. Matábamos lánsès, les cortábamos el pescuezoel corazón-las vísceras, las dejábamos por la noche en las esquinas del cuartel, confiados en que Malacosa/Xlött se las llevaran y nos dejaran tranquilos.
La teología de Iris decía que Malacosa era una manifestación de Xlött. A eso le habíamos agregado nos que Orlewen y Reynolds eran enviados de Malacosa y Xlött.
Nos harás probar jün, di. Creemos en Xlött nau.
Goçalves decía que sí mas den encontraba formas de excusarse. Debía haber luna llena pa la ceremonia. Necesitábamos un qaradjün que la oficiara. No alcanzaba pa todos. No había forma de convencerlo. La curiosidad nos despatarraba. Incluso planeamos revisar el locker de Goçalves. Quizás no tenía nada y sólo mencionaba el jün pa darse importancia. No lo hicimos. Quizás quizás. Lo cierto es que nesos días creíamos en Xlött y soñábamos con el trip.
Pit trabajaba duro en la mina. Llevaba una vida miserable, mordía horas rugiendo lamias, mas cuando descubrió que podía jukear mineral y venderlo en el mercado negro encontró el camino a la fortuna. En interior mina desmenuzaba las vetas y se metía los pedazos en los bolsillos del uniforme y en las botas. Las revisiones de los pieloscuras no eran exhaustivas. Algunos decían q’eso era intencional, aceptaban la existencia de jukus porq’era una forma de evitar que los irisinos se quejaran del trabajo. Pit consiguió riquezas mas no podía mostrarlas porque se sospecharía inmediatamente d’él. Acumulaba las ganancias nuna gruta cerca del camino a la ciudad.
Los rumores no tardaron en correr. Su pareja irisina se llamaba Ekat mas también se veía con Julia, una kreol que trabajaba en las oficinas de administración. Ekat tenía tatuado nel cráneo el rostro doble de la Jerere. Julia miraba a los hombres con desdén, como si la importunaran. Sorprendía que hubiera aceptado estar con Pit. Decían que había otras razones. Debía ser cierto lo de la riqueza de Pit. A él le dijeron que lo q’estaba haciendo era peligroso, Xlött castigaba la codicia, que fuera a disculparse a una de las estatuas de Malacosa en los socavones. Pit se negó. No hacía nada malo.
Cuando Ekat se enteró de la existencia de Julia, no quiso volver a verlo a pesar de que Pit le pidió disculpas y le ofreció que fuera su socia. Una tarde alguien pasó información sobre él a los pieloscuras y lo arrestaron a la salida de su turno. Descubrieron pedazos de mineral entre su uniforme y en sus botas y fue enviado a la cárcel. Se sospechaba q’Ekat había sido la informante de los pieloscuras, mas ella lo negó.
Lo que se sabía sobre las riquezas de Pit alimentó una búsqueda incansable. Ekat fue la primera en desaparecer, luego Julia. Al final se encontró la gruta y en ella no había tesoros sino los cadáveres de Julia, ahorcada, y Ekat, muerta de inanición. Ekat había ahorcado a Julia y se había dejado morir den.
Pit sigue en la cárcel. Le han dado perpetua.
Una noche, la doctora Torci nos dijo que por la tarde se habían presentado investigadores de SaintRei y la habían interrogado sobre nosa unidad. Los defensores de derechos humanos nos apuntaban, al igual que los líderes irisinos de la transición. Revisaron su locker, encontraron swits y le advirtieron que la siguiente sería despedida. Nos pidió que nos cuidáramos.
Al día siguiente a los que fuimos a que nos dieran los swits legales que nos correspondían nos bombardearon a preguntas acerca de nosa fascinación por la violencia. De regreso al cuartel nos miramos entre nos, preocupados. Reynolds decidió que nos tranquilizáramos por un tiempo, hasta que se pasaran las habladurías.
Esa misma tarde apareció nuevamente en noso Qï un holo con una leyenda irisina. El rumor que se corrió nel cuartel decía q’esas leyendas habían sido recopiladas por la mujer que hizo volar el café de los frenchies, y que por lo tanto eran material terrorista. SaintRei se puso a investigar cómo era que circulaban entre los Qï, quién los enviaba.
Nel anillo exterior había un edificio abandonado que nos llamaba la atención por sus paredes concéntricas. A veces, antes de volver al Perímetro, subíamos al último piso y nos metíamos swits y agradecíamos que no hubiera techo y nos tirábamos nel suelo y dejábamos que nosa mirada recorriera la ciudad. Los edificios abandonados, las casas con pisos a medio construir, adquirían otro sentido y pensábamos que si fuéramos irisinos hubiéramos hecho lo mismo tu. No terminar nada, dejar todo a medias, abandonarlo como si una explosión nuclear nos hubiera destrozado. Deso se trataba. Éramos la explosión nuclear. Den nos distraía el cielo de relámpagos inquietostruenos volcánicos-estrellas fosforescentes-drons inmóviles-naves que lo surcaban y que no siempre veíamos mas podíamos imaginar. Pensábamos en lo q’éramos, en lo que nos estábamos convirtiendo. Chendo se ponía poético, miraba al cielo y hablaba de los navegantes nesos páramos estelares, de los pobres inmigrantes que nese momento se acercaban a una oficina de SaintRei a sellar su pacto de sangre y venir ki a perderse más de lo que yastaban.
Gibson susurraba una canción y al rato estaba triste. Su madre había aparecido con fuerza en su vida. Hablaba con ella con una concentración tan intensa que pensábamos que la estaba viendo. El sonido del fengli podían ser las palabras della, los nervios que nos recorrían sus caricias. Pensábamos q’era una forma de lidiar con la impotencia que le causaba Reynolds. Reynolds crecía ante sus ojos, él había querido oponerse y al final había retrocedido, nau se refugiaba en su madre.
Goçalves decía que nunca más probaría swits.
Son químicos artificiales. El asunto es hacerle al jün. Porque ahí la cosa no sólo es divertida. No se trata de ver estrellas nel universo, sentirse como un boxelder en la inmensidad. Con el jün yo comencé a ver líneas que conectan las estrellas. El hemeldrak es maravilloso. Descubrí las constelaciones mas no las que nos han obligado a creer. Descubrí a los guardianes. A los hurens. Los q’están nel cielo de arriba velando noso sueño desde tiempo antes de que nos crearan. No todos son figuras positivas, hay los que desalman mas igual nos protegen. Uno tiene tres ojos y una lengua electrizante, es mi guardián personal.
Nos burlábamos. Cuál es mi guardián… cuál el mío.
Decíamos que no debía quejarse de los swits, estaba hablando así porque ya le habían hecho efecto. No había que cantar maravillas de lo natural. La cosa artificial también nos había funcionado. No debíamos ser malagradecidos con ella.
Basta de hablar de jün di, dijo Prith. Nos lo muestras o te callas forever.
Goçalves se calló, hecho el misterioso. No deseaba compartir su secreto. Quizás sentía que nostábamos listos. Se ponía a orar en silencio a Xlött. Reynolds no debía escucharlo. No debía saber del todo qué ocurría entre los miembros de su patrulla. Él y Prith eran los únicos que no se tiraban nel suelo con nos. Reynolds se paraba junto a uno de los rectángulos de la pared que alguna vez debió haber sido una ventana, apoyaba el riflarpón y apuntaba hacia los edificios cercanos. Sentíamos que nos cuidaba.
De dó tanta rabia, le dijimos una vez, trabajados por la empatía de los swits.
Siéntanse mal por lo que han hecho si quieren, respondió. O por lo que han dejado de hacer. Es una pérdida de tiempo mas háganlo si eso los hace sentirse bien. Si ellos nos ganan verán lo que hacen con nosotros. Se vengarán y no quedará nada de nos.
Quizás habíamos perdido tiempo tratando de descubrir quién era él. Buscando razones pa su odio. Quizás no había que buscar en algún trauma del pasado o nel extraño mecanismo de los artificiales. Quizás la bomba nel café había sido suficiente pa que se desatara. Habían muerto dieciséis de nos, eso nos había desarbolado y provocó una reacción excesiva mas necesaria. Porque Reynolds decía una verdad. No se trataba sólo d’él. Todos nos, incluso los que no habíamos apretado el gatillo, estábamos implicados.
Echados nel suelo del edificio de paredes concéntricas, nos agarrábamos las manos en silencio. Queríamos sentirnos acompañados. Convencernos de que no estábamos solos. A veces ocurría. Un instante fugaz. Al rato volvía el desgarro, el cielo tachonado de luces parecía abalanzarse sobre nos, una supernova nos rozaba los labios, y caíamos… caíamos… caíamos… nel vacío… q’era esa vida en soledad.
Creíamos que avanzábamos. Mas continuaban los reportes de las apariciones de Xlött y su abrazo mortal, y nuevos ataques de Orlewen nos bajaban los ánimos. Las bombas seguían explotando en las calles, cada tanto se recibían reportes de shanz muertos. Una sangría constante.
En el Perímetro se hablaba con miedo de Orlewen. Sus tropas se habían hecho fuertes en torno a Megara y se rumoreaba que cualquier rato se lanzarían a tomar la ciudad. Decíamos q’era verdad que no se lo podía matar. Se recordaban, magnificados, los hechos que habían dado origen a su reputación. Una vez lo arrestaron después dun enfrentamiento nel valle de Malhado. Fue encerrado nuna celda, torturado para que revelara datos de su organización y aceptara lanzar un comunicado pidiendo que su gente se rindiera, mas no hubo fortuna y de pronto un día los guardias fueron a verlo a su celda nel Perímetro y la encontraron vacía. Lo volvieron a arrestar tiempo después y decidieron fusilarlo pa deshacerse d’él. Filmarían el fusilamiento y lo pasarían en vivo pa escarmentar a la población. Eso fue lo que hicieron. Mas en la filmación había un momento en q’el holo se detenía. Cuando retornaba, Orlewen había desaparecido. Sólo se podía ver el poste contra el que se había apoyado su bodi. Los fokin fobbits congregados nel patio de la cárcel no sabían qué había sucedido. Una vez que se dio la orden de disparar, hubo el rugido de los riflarpones y el bodi de Orlewen se cubrió de humo. Cuando éste se disipó, Orlewen ya nostaba. Los irisinos que veían la filmación estallaron en júbilo, y aunque nadie sabía lo ocurrido las leyendas se dispararon y pronto aparecieron los que decían haber visto a Orlewen desatar sus manos y escaparse volando de la prisión del Perímetro. Hubo otras historias, mas ésa fue la que se impuso. En las paredes de las casas y edificios de Iris/Megara aparecieron imágenes de Orlewen con alas. Llamaban la atención el rostro sin cejas, el bodi muscular que se adivinaba detrás del uniforme de grafex. Orlewen se vestía como uno de nos. Una de sus tantas formas de provocarnos.
Una tarde estábamos nel anillo exterior cuando el fengli nos trajo el olor de pato condimentado con especias dulzonas. Nos llamó la atención porque sólo había edificios destazados alrededor. Goçalves era de los antojadizos y pidió que lo cubriéramos, iría a investigar.
Ten cuidado, le dijimos. Mas Goçalves ya se había adelantado y se dirigía rumbo a las escaleras al costado de uno de los edificios. Con los riflarpones en posición de apronte, apuntábamos hacia Goçalves, los gogles puestos pese a que no era de noche. Fue por ese detalle que todos vimos lo que ocurrió. Un acto de magia. Porque un segundo Goçalves estaba entero y al siguiente su cabeza volaba por los aires y el bodi parecía no darse cuenta, luego dudar y al final desplomarse nel beyond.
Agujereamos la piedra de la escalera con ráfagas de los riflarpones. Ráfagas inútiles, Goçalves no volvería más. Un truco antiguo le había cercenado la cabeza. Un alambre prácticamente invisible que cruzaba las escaleras de pared a pared. Un alambre como un cuchillo.
Llevamos el bodi al jipu. Debimos echar suertes para ver quién recogía la cabeza del suelo.
Aparte del duelo llegó el castigo. Reynolds dijo que todos éramos los culpables desa muerte evitable, no debíamos haberlo dejado ir a investigar por su cuenta. Dos días de calabozo pa todos.
Recordamos a Goçalves y pensamos en la ironía de que los insurgentes hubieran matado a alguien que creía en lo mismo q’ellos. Hubo lágrimas rápidas, la lucha continuaba y debíamos estar listos pa cuando saliéramos de la cárcel. Nos guardábamos el dolor en algún pozo profundo nel que entraba todo aquello que no podíamos procesar cada día, las alegrías y el desconsuelo, el éxtasis y la rabia, todo aquello que pasaba fugaz por nosas vidas, sensaciones a medias, traumas que se incubaban y que cualquier día nel futuro, quizás mañana o dentro de siete años, vendrían por nos, a cobrárnosla.
Prith dijo que estaba jarto de portarse bien y que debíamos vengar la muerte de Goçalves. A pesar de su ternura cuando hablaba de Shirin, se había convertido nel más violento de nos. Los esteroides le habían inflado los músculos y desinhibido. Hasta su cara cambiaba, sus rasgos se endurecían, los contornos simiescos. Sospechábamos q’era agresivo por naturaleza, que la presencia de Reynolds había radicalizado esa agresividad, le había dado permiso pa salirse de las reglas estrictas de SaintRei.
Una noche q’estábamos fuera del Perímetro se alejó de la unidad con la anuencia de Reynolds. Tenía el rostro desencajado al volver. Al día siguiente nos enteramos de la muerte de cuatro irisinos luego del incendio de su jom.
Chendo quería darle una golpiza a Prith. Una pateadura pa no olvidar. Pedía nosa ayuda, cuestión de agarrar una desas noches a Prith mientras dormía, envolverlo nuna bolsa de dormir y luego, aprovechando la oscuridad, darle con manoplas de hierro en la cara, nel bodi. No nos animábamos. Nel fondo sospechábamos que Chendo tampoco quería hacer nada. Eran sólo palabras culposas, porque ni su actitud ni la nosa cambiaba.
Un par de días después Reynolds nos contó, furioso, que un súper lo había llamado a su despacho y le había dicho que uno de los shanz de la unidad había estado hablando con sus padres por el Qï, acerca de «situaciones comprometedoras» en las rondas de patrullaje nocturno, y que los padres se habían contactado con ofis de SaintRei. Sospechaban q’él estaba detrás de ciertas muertes sin causa aparente. Todavía no tenían pruebas concretas, mas no tardarían en descubrir la verdad.
Si tienen algo que decir, díganlo ya.
Nadie abrió la boca. Reynolds no dejó de mirar a Gibson mientras hablaba. Nos pensábamos que Gibson no podía ser. El súper había mencionado a los padres del shan, y Gibson nostaba en contacto con su padre.
No hay holos de lo que hizo Prith, dijo Chendo.
No importa, dijo Reynolds. Nos agarrarán por menos.
Reynolds salió del recinto. Quisimos volver a la normalidad. No pudimos. Sabíamos de sus sospechas. Inevitable volver a ellas. Todos los gestos, todas las palabras de Gibson fueron coloreadas por esas sospechas. Si lloraba era porque se sentía culpable. Si vomitaba en la madrugada, una pesadilla lo atenazaba. Si no quería salir a patrullar, estaba en connivencia con los súper y había pactado una pena menor a cambio de acusarnos a todos.
Esos días Gibson se alejó de nos. Dijo que no podía estar cerca de Prith, mas entendimos su alejamiento como una excusa que lo condenaba.
Conversábamos en las duchas y mientras apostábamos en los bares. Especulábamos cuando hacíamos ejercicios nel patio. Prith vino a hablarnos de Shirin, dijo que Shirin no existía o había muerto o si existía los holos mostraban que no lo quería, nunca lo había hecho, era una chiquilla que sólo hablaba de las cosas que le gustaban y él no era una dellas. Es que no lo ven. Sí, lo veíamos.
Prith calló. Un momento después dijo:
Ha sido Gibson.
Asentimos. Mas no queríamos dejarnos llevar e hicimos todo por cerciorarnos de q’era cierto. Estábamos furiosos con Prith y nos costaba darle la razón. Nos sorprendía que después desa primera noche intranquila pareciera tan en paz con lo que había hecho. No debía sorprendernos. Quizás eran los esteroides. Y quién podría clamar superioridad moral. Fokin todos nel fango.
Filmamos a Gibson de escondidas, tratando de captar alguna frase o gesto que lo vendiera. Nada, mas no nos desanimamos. Y aunque no había pruebas no tardamos en concluir que Gibson estaba detrás de todo esto y debíamos hacer algo al respecto. Lo mejor era simular un accidente. Una noche de patrullaje, nos toparíamos con irisinos sospechosos y le pediríamos que bajara del jipu y se les acercara y habría un movimiento y un disparo y Gibson beyondearía.
Debíamos pensarlo un poco.
A Niwat le faltaba un ojo y le temblaban las manos. Algunos irisinos con problemas físicos eran exentos del servicio en las minas, mas a él se lo juzgó hábil. Llegó al campamento deseoso de buscar excusas pa que lo liberaran del trabajo. Hizo todo por ser aceptado por los pieloscuras. Cada tanto se necesitaba a irisinos pa labores manuales o administrativas. Gente que no entraba al socavón. Intuyó que la forma de lograrlo era a través duna actitud servil. Se humillaba de todas las maneras posibles. Veía a un capataz con las botas manchadas de barro y se hincaba a limpiarlas con un trapo. Al principio el capataz no entendía y se molestaba, luego lo achacaba a la actitud duna raza incapaz de orgullo.
Niwat fue haciendo amigos entre los capataces. A los seis meses destar en la mina, cuando vieron su dominio nel lenguaje pieloscura, le ofrecieron el puesto de traductor. Aceptó. Era un enlace entre su gente y los otros. Pasaba la mayor parte del tiempo en las oficinas de la administración. Le daban instrucciones pa los mineros y le pedían que las tradujera. Lo hacía, solícito.
Niwat comenzó a notar que los pieloscuras creían en su Dios mas no con la pasión irisina. Se persignaban por todo mas en su actitud había indiferencia. Se fue animando a hablarles de Xlött. Su fervor estaba dirigido a la Jerere. Una Diosa impredecible y por ello no tan popular como otros dioses. Una de sus caras veía hacia adelante, la otra hacia atrás. Se le podía pedir lo que uno quería, mas las chances de q’el favor solicitado se llevara a cabo eran escasas. Todo dependía de hacia dóstaba mirando ella cuando se le pedía el favor. Los pieloscuras no entendían el porqué dese cariño a la Jerere. Una Diosa en la que intervenía el cálculo de probabilidades no era una Diosa. Niwat les decía q’era así con todos los dioses mas que lo bueno de la Jerere era su sinceridad. Desde el mismo principio de la Diosa se incorporaba el azar en la relación con ella.
Algunos pieloscuras estaban fascinados por Xlött. Vivían un buen tiempo en la mina y habían visto lo suficiente como pa respetarlo. Percibían ondas siniestras cuando entraban a las galerías, el sudor frío recorría sus manos y se agolpaba en la frente. Adoptaban prácticas irisinas pa llevarse bien con el Dios de las profundidades. Niwat les decía que Xlött era más q’eso, mas no le entendían. Xlött es luminoso, les decía, y se reían. La forma en que se comporta es satánica, afirmaban. Ustedes son satánicos, insistían.
Niwat le pidió a la Jerere que se manifestara. Que Xlött mostrara a través de ella su luz. No ocurrió nada. No debía quejarse, porque así era la Diosa. Impredecible.
Niwat vivió muchos años y los pieloscuras se encariñaron con él. Cuando se construyó el Perímetro lo enviaron a trabajar allá. Hubo pieloscuras que a su contacto se hicieron creyentes en Xlött y la Jerere. Antes de desencarnarse descubrió que la Jerere se había estado manifestando todo el tiempo y no lo había notado. Lo había protegido, y a través de él logró muchos adeptos a Xlött entre los pieloscuras.
Niwat concluyó orgulloso que la fe en Xlött había ingresado al Perímetro con él. Podía morir en paz.
Los investigadores descubrieron que los holos comprometedores habían sido enviados desde el Qï de Chendo. Chendo se declaró inocente, dijo que jamás había visto esos holos, alguien debía haberlos enviado desde su Qï. Sabíamos que mentía, los había visto igual que nos, mas nos mentimos tu cuando nos vinieron a preguntar por ellos. Deseosos de buscar a alguien a quien castigar, los investigadores arrestaron a Chendo. Un día llegamos al galpón y descubrimos su camastro vacío. Del locker habían desaparecido sus cosas tu.
Queríamos decirles que si buscaban a un culpable el indicado era Gibson. Mas ninguno abrió la boca.
Apenas se fueron los investigadores, las leyendas irisinas reaparecieron en nosos Qïs, enviadas desde diferentes lugares. Eso hizo que liberaran a Chendo. Comenzamos a pensar que no sólo un shan se distraía copiándolas y haciéndolas circular. Era obra de muchos, que seguían las órdenes de Xlött. Quizás era cierto. Quizás no. Nos acostumbramos a vivir con ellas.
Había buenos momentos. Cuando shanz dotras unidades se nos acercaban y sin decir nada nos estrechaban la manonos guiñaban-levantaban el pulgar al vernos. Nadie sabía nada mas todos sabían todo. Algunos querían posar con nos y a veces nos imaginábamos como los actores principales nel Hologramón y sentíamos que las cosas estaban saliendo mejor de lo que hubiéramos creído desde que llegó Reynolds a hacerse cargo de nos, hacía tan poco.
Esos días Prith nos tuvo entretenidos con sus aventuras con la doctora Torci. Nos contó emocionado que habían brincado. Había sido nel cubículo della, la misma noche que incendió la casa y murieron cuatro irisinos.
La misma noche. Estás saico.
Me sentía invencible, me animaba a todo.
Le dijiste algo a ella.
Ni lo sospechó, dijo que me veía más agitado de lo normal y nada más.
Tenía holos que nos mostraría si no fuera porque le preocupaba q’el rumor llegara a Reynolds. Reynolds había ayudado a encubrir lo ocurrido con los irisinos asesinados por Prith, al menos por un tiempo, y no le convenía provocarlo. Igual pensamos que meterse con Yaz era un gesto de desafío y que Prith estaba descontrolado, nuna misión suicida. Era el alumno aventajado que se sentía omnipotente y un día despertaba con la convicción de que yastaba de igual a igual con su mentor y nau le tocaba batallar por la supremacía.
Le pedimos que describiera el cubículo della. Dijo que nel suelo junto a la cama había cuatro velas encendidas toda la noche junto a un frasco con una sustancia viscosa de color morado. No sabía qué era, tenía un olor amargo. Le pedimos más pruebas. Que describiera el bodi della. Dijo que tenía lunares en toda la espalda y a la altura del abdomen el tatuaje dunas líneas intermitentes q’ella describió como las duna lluvia. La lluvia amarilla. La lluvia tóxica. Den te caen bien los irisinos, le había dicho él. Trabajé nuna posta en Megara, dijo Yaz, aprendí mucho dellos. Pobre, pensó él. Si supiera.
Y no lo desalmaba Reynolds. Dijo q’ella le había contado q’él cortó con ella. Era posesivo y no soportaba que Yaz amigueara tanto con los shanz. La había golpeado una noche y ella le pidió que se disculpara y él no quiso y decidió cortar. Hacía un par de semanas que nostaba con él y prefería que no se enterara de que Prith y ella se habían usado. Igual no era nada serio, al día siguiente Prith quiso volver a fokearla mas ella dijo no. Eso sí, siguió siendo generosa con los swits.
Y qué dice, Reynolds es o no es un artificial.
Nostá segura.
Y qué tal en la cama di.
Tan torci como ella sola.
Nosa envidia era de las malas.
Una noche jugamos LluviaNegra en el De Turno con shanz dotras unidades. Jugábamos la versión rápida, apostábamos. Batallas a muerte, hasta exterminar al enemigo. Habíamos bebido mucho, nos habíamos cruzado con swits y polvodestrellas. En noso cerebro las frecuencias del Qï se confundían con las órdenes enviadas por la piedad química. Un delirio, en más dun sentido. Perdíamos. Una derrota total, humillante.
Gibson estaba ido en alcohol. Fue al baño tambaleándose. De regreso eructó antes de sentarse.
Nos habíamos quedado sin nada pa apostar. Ninguno de nos quería gastar más. Gibson puso su riflarpón sobre la mesa y dijo que se lo jugaba. Uno de los shanz dotra unidad, un negro con un bodi fibroso, dijo q’el reglamento no escrito prohibía apostar armas.
Nadie se va a enterar, dijo Gibson.
Uno se entera de todo.
Qué insinúas di, Prith estaba visiblemente alterado.
Ustedes sólo reciben elogios mas somos más los disgustados.
Quiénes ustedes.
Todos ustedes. Peleen contra los terroristas, pa eso tamos ki. Matar inocentes no es de shanz que se respeten.
Prith se abalanzó sobre él, mas estaba borracho y cayó al suelo. Chendo empujó al negro y el negro le respondió. Nos enzarzamos nuna batalla campal. Volaban las sillas y los vasos. Hubo puñetes y patadas y entendimos q’era nosa oportunidad. Prith no era inocente, mas Gibson tampoco.
Gibson estaba a un costado de la sala y veía todo sin intervenir. Uno de nos se acercó y le clavó nel cuello la punta de su riflarpón. El hierro hendió la piel, la sangre chorreó incontenible. Un chorro por el q’el alma beyondeaba. Gibson se dio la vuelta a duras penas, fijó sus ojos en los del shan antes de que se apagaran. Ese shan pensó que le estaba haciendo un favor. Que lo libraba de tener q’esperar a ver cómo se manifestaba la furia de Reynolds.
Gibson pensaría en su madre antes de morirse.
Den una patrulla de shanz llegó y nos arrestaron.
Declaramos por separado y los fokin fobbits nos enviaron a la cárcel. Nunca pudimos confirmar si Gibson era el delator. Nel bar nos había parecido que sí y por eso hicimos lo que hicimos. Den dudamos. Quizás había sido algún otro. Quizás incluso Chendo.
Debíamos habernos deshecho de Prith y no de Gibson.
En la cárcel nos topamos con Reynolds. Estábamos nuna celda, él caminaba por el pasillo custodiado por dos shanz, los pasos lentos, las manos esposadas. La luz de los reflectores caía sobre él, lo plateaba. Parecía un gladiador de muaytai rumbo al cuadrilátero, a punto de pelear por su libertad.
Se detuvo al vernos. Se nos acercó y escupió. Uno de los shanz lo arponeó. Hizo un gesto de dolor, se hincó nel suelo.
Qomkuats, dijo, incorporándose con esfuerzo. No era él.
Quién den, gritó Prith.
Orlewen por supuesto. Xlött por supuesto.
Cómo. Disfrazado duno de nos.
No necesita disfrazarse pa hacer lo que quiera.
Orlewen o Xlött.
Qué importa cuál. No decían ustedes q’eran uno y el mismo.
Los guardias apuraron a Reynolds.
Se hablaba de que Reynolds sería llevado ante la corte marcial. No lo creíamos. Debía tener un mejor destino alguien que por un tiempo nos había insuflado orgullo y hecho perder el miedo a Orlewen. Conocía como pocos el corazón de SaintRei, sabía que los jefes pensaban igual q’él mas se negaban a admitirlo en público. Sabía q’estaban felices de que nos hubiéramos dedicado a matar a albinos retardados.
A nos… nos amenazaban con perpetua si no delatábamos a Reynolds y confesábamos nosos crímenes. Tenían pruebas, decían. Prith se burlaba de los investigadores hasta que lo castigaron con confinamiento solitario y sólo podía ver la luz quince minutos al día.
Una tarde nos llegaron los rumores de que SaintRei estaba pensando en sacar a Reynolds de su celda y dejarlo abandonado a su suerte en algún lugar del valle de Malhado, sin armas y sin provisiones. No era un castigo ortodoxo, mas había sido utilizado algunas veces, en casos extremos.
Se contaban tantas cosas siniestras de Malhado. A nos… nos hubiera desalmado. Estábamos seguros de que a Reynolds no. Lo único que le importaría era seguir siendo un oficial de SaintRei. Un orgulloso defensor de los valores del Perímetro. Que vinieran Malacosa-Orlewen-Xlött. Si querían, podían hacerlo juntos.