SaintRei había comenzado a usar sigilosamente robots chitas en las ciudades. Ayudados por ataques de drons, su despiadada eficiencia hizo retroceder a Orlewen.
Cuando se destapó el escándalo del uso de chitas y drons, Munro envió observadores de derechos humanos a Iris, que redactaron un informe demoledor contra el Supremo. El Supremo fue obligado a renunciar, pese a su argumento de que debió tomar esas medidas impopulares una vez que se constató la injerencia de Sangaì en las luchas internas en la isla. En su apasionado discurso de renuncia, acusó a Munro de querer aplacar en vano los deseos expansionistas de Sangaì. La lucha en Iris no era entre SaintRei y Orlewen, sino entre Sangaì y Munro. «El miedo no gana las guerras», dijo, y «Munro tiene miedo de Sangaì». El Supremo salió de la isla rumbo al exilio; nunca más se sabría de él. Los políticos de Munro sabían que el Supremo había dicho la verdad, pero no tenían una alternativa adecuada para cambiar la situación.
SaintRei debió establecer nuevas reglas de enfrentamiento con los irisinos. Si no las cumplía se le revocaría la concesión para explotar las minas. El nuevo Supremo no creía que esto llegara a ocurrir debido a que las minas de Iris no eran tan apetecidas como en tiempos anteriores, pero también era consciente de que, presionado por Sangaì, Munro prefería guardar las formas.
Así se llegó a un período confuso, aprovechado por las fuerzas de Orlewen con apoyo de Sangaì, en el que SaintRei debió obrar con cautela y no supo reaccionar a los ataques de la insurgencia. Las bombas explotaban en las ciudades y en las carreteras, los ataques a la maquinaria y a los representantes de SaintRei se sucedían. Los shanz se sentían desmoralizados, incapaces de responder con toda la fuerza de la que disponían. El Supremo pidió permiso a Munro para usar drons y chitas. La respuesta fue negativa.
Fue en medio de ese período conflictivo que un día SaintRei anunció que Orlewen había sido capturado.