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El segundo año, Orlewen concluyó que era necesario que los trabajadores se organizaran en las minas. SaintRei cambiaba las reglas con frecuencia, añadía requerimientos de horas extras, disminuía el tiempo de los descansos, castigaba a quienes se enfermaban. Como los excavabots que abrían galerías en la profundidad de las minas se arruinaban con frecuencia, se prefería que ese trabajo lo hicieran los irisinos.

Una tarde lluviosa Orlewen pidió que se eligiera al representante de los trabajadores. Los pieloscuras se negaron, bajo el argumento de que los mineros cumplían una labor obligatoria y no tenían más derechos que los estipulados por la administración de SaintRei. Orlewen no se conformó con la respuesta y poco después pidió una reunión con los administradores. Cuando le negaron cualquier tipo de concesiones, diciéndole que la mayoría de los mineros no se sentía representada por él, protestó y fue arrestado. Lo enviaron a la prisión del campamento.

Esa misma noche se inició un shabào de una furia pocas veces vista en la región. En torno a Megara había fenglis amenazantes como el secador, que aumentaba la temperatura y producía dolores de cabeza, o el aullador, que emitía un ruido inquietante capaz de provocar suicidios y trastornos mentales, pero nadie estaba preparado para el shabào de esos días. La sha impedía la visibilidad, convertía los ojos en esferas con venas restallantes, lágrimas que ardían. Trababa de tan mala manera el funcionamiento de la maquinaria que los encargados debieron cancelar el trabajo hasta nuevo aviso.

La tormenta duraba dos días cuando se iniciaron los rumores. Un milagro. Xlött quería que se liberara a Orlewen. El rumor llegó a los administradores de la mina, que se burlaron de la credulidad irisina con las pocas energías que les quedaban, mientras escupían flemas y gargajos, alérgicos, congestionados, casi ciegos.

Al tercer día, algunos pieloscuras comenzaron a creer y pidieron a sus jefes que soltaran a Orlewen. Los administradores se negaban con el argumento de que eso era dar muestras de debilidad. Castigaron a quienes habían venido con la sugerencia, molestos ante el hecho de que las creencias irisinas se infiltraran entre ellos. Ya bastaba con saber que algunos creían secretamente en Xlött y temían la aparición de Malacosa.

Al quinto día continuaba el shabào. Un convoy militar que llegaba de Megara con provisiones tuvo que detenerse a medio camino por la nula visibilidad. Los heliaviones no pudieron aterrizar en la pista del campamento. Ni los pieloscuras ni los irisinos podían salir de sus refugios. Todo el campamento estaba enterrado bajo la sha, la región vivía en la noche profunda. Oscuridadprofunda, oscuridad-con-miedo y oscuridad-en-la-que-crees-que-vas-a-morir. Todo a la vez, pensaba Orlewen tirado en el piso de su celda diminuta, desfalleciente, añorando a Jain. No comía desde su arresto y tenía marcas visibles de golpes por todo el bodi. No podía mover uno de sus brazos y le costaba abrir sus párpados. La infamia de sus captores tendría un castigo.

Ese día se decidió que se liberara a Orlewen.

Al rato cesó la tormenta.

Hubo quienes creyeron en la casualidad. Dicen las leyendas que los más, pieloscuras e irisinos, concluyeron que Orlewen era un protegido de Xlött.