Chevew tenía los ojos rasgados, una dushe tatuada en un tobillo. Había llegado un año antes que Orlewen y entre sus responsabilidades se contaba la de encontrar vetas con un detector. Venía de Kondra y se refería a Malacosa como si viviera con él en el campamento. Malacosa me dijo no comas nada por las noches. No es bueno hablar mal dun brodi, Malacosa se enoja. No quisiera estar ahí cuando Malacosa se entere.
Mientras trabajaba extrayendo el mineral en una galería, Chevew le hablaba a Orlewen de Malacosa. Orlewen hacía una de sus rondas y se detuvo a escucharla. El ruido del wangni al caer del techo como una lluvia pertinaz se asemejaba al susurro de una conversación. Orlewen había creído varias veces que unos mineros se acercaban hablando por la galería. Luego descubría que estaban solos y trataba de no asustarse. Ese silencio era descrito por los mineros como el silencio-de-Xlöttcuando-está-presente.
Con sus máquinas los pieloscuras pueden saber el radio exacto duna detonación. Mas seguimos muriendo. Xlött necesita alimentarse de nos. Un di que se hizo rico jukeando apareció muerto ayer, picado por una dushe. Malacosa envió a la dushe ko. Por eso no quiero construir la estatua. Mas no tengo forma de evitarlo.
Había que construir una estatua cada vez que se habilitaba una nueva galería. La responsable solía ser la trabajadora más antigua, en este caso Chevew. Se la construía con residuos de roca mineralizada. Ella sabía de constructores que habían terminado volviéndose locos. Al construir la estatua, algo de Xlött era traspasado a ellos.
Orlewen tembló al sentir su miedo. El paladar invadido por saliva amarga. Era Chevew en ese instante. Se acordó de cuando tenía nueve años y reunía a sus brodis en su choza en Lóculo, una aldea cerca de Kondra, y luego cada uno mostraba una dushe rojinegra o blanquirroja entre sus manos y debía inventar una historia sobre la vida de esa dushe. Ella siempre ganaba porque era capaz de penetrar en las entrañas de la dushe y contar todo de ella desde que había abierto los ojos al mundo. Era del clan de la dushe, como todos los habitantes de Lóculo, y se sentía orgullosa de serlo.
Los que trabajamos en la mina adquirimos algo de Xlött, somos sus ministros, continuó Chevew. No quiero volverme saica, quiero estar cuando el Advenimiento. Quiero verlo.
Orlewen tuvo la tentación de decirle que él ya era un ministro de Xlött. Quizás más que un ministro. Se quedó callado.
Chevew le presentó a Zama. El rostro angular y los hombros tan caídos que parecía a punto de desplomarse. Era aprendiz de qaradjün y le dijo que el Advenimiento se encontraba en el presente, no en el futuro. Orlewen se vio a sí mismo desde los ojos de Zama. Percibió que lo veía como un ser capaz de grandeza si trascendía sus defectos. Supo que estaba inundado por la fe de Xlött.
No es fácil percibirlo ko, pequeños cambios se acumulan pa dar lugar al gran cambio, dijo Zama. La muerte dun pieloscura, los desperfectos de los excavabots son parte. El Advenimiento adviene.
Según Zama, la idea del Advenimiento había aparecido como parte de un culto al Dios de los goyots en Kondra. A Orlewen le gustó saber que la idea de un culto menor hubiera sido incorporada a las creencias centrales de Iris. Había que aborrecer que Xlött fuera convertido en un Dios de la oscuridad, admirar que el Advenimiento hubiera dejado de ser una idea marginal.
Trabajando pa q’el Advenimiento advenga, le dijo una vez a Chevew.
Primero construye la estatua por mí, dijo ella.
Orlewen le hizo caso. Trabajó toda una tarde en la galería. Salió con wangni hasta en los ojos. Dicen las leyendas que se sintió como una estatua de lodo mineral. Que estaba orgulloso de lo que había hecho. Que era un verdadero ministro de Xlött. Lo cierto era que el orgullo no había impedido sus primeras dudas. Sentía que Xlött lo había elegido para una misión, pero que quizás él no era el más indicado para llevarla a cabo. Para hacerse cargo.