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Poco después del lonche, Orlewen hacía su ronda en interior mina cuando vio a un minero caerse de cansancio. Le gritó que se levantara pero el minero no obedeció. Se acercó a él y lo golpeó con un electrolápiz. El rayo de luz cruzó el aire, marcó la piel. Percibió el susto en los ojos del minero, y él también se desalmó. Su reacción fue la de seguir golpeándolo con el electrolápiz. El minero se desmayó y lo tuvieron que llevar en camilla a la enfermería. Orlewen quiso ir a pedirle disculpas pero sintió que no serviría de mucho. Los pieloscuras lo encerrarían en un calabozo por desacato, terminaría con tantas marcas de electrolápiz en el bodi como el minero al que había golpeado.

La mañana del electrolápiz sintió que por unos minutos se convertía en uno de los opresores maldecidos. Pero quizás no se trataba sólo de esos minutos. Quizás ser capataz, aceptar un trabajo sucio de los pieloscuras, era suficiente para ser uno de ellos. Por más que él no se sintiera así, al menos no del todo.

Una noche probó el jün y tuvo la visión del capataz rubio y alto con el que a veces conversaba. Le contó de sus dudas acerca de si seguir como capataz y le pidió que lo guiara en la decisión correcta. Dicen que no quería un nuevo pacto, aunque las leyendas insisten en que en verdad se trataba de eso.

Dicen que esa noche no hubo respuesta.