Fueron días en que Orlewen se puso a ver en detalle las múltiples estatuas con el falo inmenso en las galerías. Una energía negativa circulaba por los pasillos semioscuros. Veía la madera carcomida en los techos de las galerías y se preguntaba por qué los pieloscuras no la cambiaban. Sentía que era intencional, que algún día, mientras trabajaba, el techo cedería y sería enterrado vivo. Dicen que comprendió a sus brodis de trabajo, que hablaban de Malacosa y Xlött como si estuvieran presentes, encarnados. Eran ellos quienes los protegerían del derrumbe. Aun así tenía sueños intranquilos en que la tierra lo engullía y se quedaba a vivir en las entrañas del cerro convertido en un lugarteniente de Xlött.
Una mañana se sorprendió a sí mismo trayendo ofrendas a las estatuas. Se dijo que era para esfumar esos sueños, pero había algo más.
Decidió hacer un pacto secreto con Xlött. A escondidas fue creando una estatua con el lodo mineral, una estatua que no compartiría con nadie, que sólo lo cuidaría a él. Una noche reemplazó una de las estatuas por la que había creado. Le trajo koft, kütt, jün. Cuando un minero dejaba algo en esa estatua, él se encargaba de que esa ofrenda desapareciera. Pese a eso, los sueños se hicieron más lúgubres. Veía cómo las paredes de las galerías se estrechaban hasta aplastarlo. Despertaba sudando y llorando.
Fueron curiosamente sus mejores días en la mina. Encontró una veta riquísima y comenzaron los murmullos. Era apenas un principiante, no podía haber tenido tanta suerte. Que hubiera encontrado la veta sólo se explicaba porque tenía un pacto secreto con Xlött. Lo miraron con desprecio. Odiaban los pactos secretos debido a que rompían el contrato social. Xlött debía ser para todos, no para uno.
Un minero le recomendó que rompiera ese pacto, Xlött le podía dar muchas cosas pero también se las cobraría. Orlewen seguía sin poder dormir y decidió hacerle caso. Una noche entró a la mina y fue en busca de la estatua para romperla. La tenía entre sus manos y estaba a punto de estrellarla contra el suelo, pero no pudo. La volvió a poner en su lugar. Cuando salía de la mina descubrió que las manos le ardían. Tenía huellas de quemaduras en las palmas, por donde había sostenido la estatua. Las quemaduras desaparecieron a la madrugada siguiente.
Días después le llegó la noticia. Había sido nombrado capataz. Algunos de sus brodis se alegraron por él y le pidieron que los tratara bien, que no se olvidara de dónde venía. Había demasiados ejemplos de irisinos que se convertían en otros apenas dejaban el campamento.
Orlewen les dijo que podían estar seguros de que seguiría siendo el mismo. Palabra de Xlött.
Otros mineros sintieron que Orlewen ya no era uno de los suyos. Pertenecía ahora al mundo de arriba, el de los capataces, el de los pieloscuras.