La mujer que lo había recibido en su bodi tuvo convulsiones epilépticas momentos antes de que naciera. La doctora operó con la certeza de que salvaría a la mujer o al bebé pero no a los dos. Así fue, o al menos dicen que así fue. Lo llamaron Orlewen, que significaba sobreviviente.
Su padre biológico había sido asesinado por un oficial borracho. El oficial terminó en la cárcel para que se calmaran los ánimos de los líderes locales, pero antes de la medianoche ya estaba nuevamente libre, pronunciando en voz alta improperios contra los «fokin dung».
La madre quiso que al poco tiempo de nacer Orlewen fuera enviado a uno de los újiàns de Megara, donde los niños eran criados para convertirse en religiosos encargados del culto a Xlött. Ella hizo lo que se le aconsejó como más conveniente o necesario para la comunidad. Sólo había recibido a Orlewen en su bodi, él pertenecía a la comunidad y sus líderes podían oponerse a lo que ella decidiera.
El día en que cumplió cuatro años a Orlewen le tocó participar en la ceremonia del anyi, la bienvenida a Iris. Se hizo un círculo en torno a él en el patio. Le dieron un recipiente con un líquido espeso en el que se hallaba jün molido. Debía acostumbrarse al jün desde temprano. No tardó en desmayarse. Cuando abrió los ojos estuvo debatiéndose entre la conciencia y una zona turbia donde él no era responsable de sus actos. Se veía girando y cayendo de espaldas hacia el vacío (luego se enteraría de que, estando sentado, lo único que había hecho era apoyar la espalda en el suelo). Se veía entregando algo a uno de los voluntarios (luego le dirían tus manos estaban vacías, nos pedías que agarráramos algo mas no tenías nada pa darnos). Sentía que su bodi era de textura membranosa (luego sabría que ésa era la misma textura del jün). La realidad se había vuelto más intensa. Los colores vibraban, los olores golpeaban, los sonidos retumbaban más que antes.
Días después del anyi había plantas que seguían resplandeciendo y el graznido de los lánsès le perforaba los oídos. Le dijeron que el jün seguía en él, que habría más rituales, que durante el resto de su vida el jün no se iría del todo. Le dijeron que se preparara para que, cuando estuviera escuchando a los demás, una voz sonara de manera diferente a las otras. Para que, cuando estuviera contemplando su entorno, un color lo inquietara. A veces el tiempo gotearía con lentitud, otras se aceleraría.
Dicen que el jün le gustó mucho desde el principio.