Nadie discutía los hechos. Reynolds había matado a civiles irisinos sin provocación alguna, enfrascado en su guerra particular. Para ello reclutó a shanz de su unidad. Pese a las pruebas —dedos y orejas cortadas, testimonios de miembros de la misma unidad—, saintRei había buscado excusas para no llevarlo a una corte marcial. Sanz y Katja, dos altos oficiales de Munro, habían llegado a investigar lo ocurrido. SaintRei decía que se trataba de un incidente aislado y Munro creía que los abusos sistemáticos continuaban; pese a que el escándalo del uso ilegal de chitas y drons había hecho caer a un Supremo, se pensaba que las reformas emprendidas por el nuevo Supremo eran apenas cosméticas.
SaintRei decía no oponerse a la corte marcial, pero prefería postergarla indefinidamente. Era un momento crucial en la lucha y después de la caída de Megara no se podía dar ningún tipo de victoria a Orlewen, ni siquiera una simbólica. Por lo pronto, el peso del castigo recaía en tres de los acusados: Reynolds, por su obvio liderazgo del grupo; Prith, por las pruebas de su participación en dos asesinatos; Chendo, asesino confeso de Gibson, un shan sospechoso de haberlos delatado. Reynolds se hallaba en confinamiento solitario y SaintRei no permitía que se lo entrevistara. Cuando supo de esto, Sanz, el jefe de Katja, montó en cólera y pidió reunirse con Elkam, una oficial del Perímetro que servía de enlace con la comisión. Su oficina se encontraba en uno de los edificios principales de la administración, cerca del Palacio. El tono brilloso de su piel hizo que Katja pensara en los artificiales. La diferencia con Munro era que allá no ocupaban posiciones importantes en el gobierno. El pueblo desconfiaba de ellos, y los pocos artificiales en política no habían llegado lejos. Se contentaban con que se les reconocieran sus derechos civiles.
En una de las paredes, holos resplandecientes de ella con un hombre y dos niños. La familia artificial feliz es la que se saca holos unida. Se lo creería. Sabría o no que había venido al mundo apenas uno o dos años atrás, en una fábrica. Pero quizás no lo era, y en el fondo qué importaba. Debía hacer como los irisinos en el holo de Chendo, dejar de devanarse la cabeza tratando de decidir si cada uno de los seres con los que se topaba era artificial o no. Eso tampoco la hacía cambiar de actitud. Estar a la defensiva, vivir en la paranoia no la llevaban a replegarse. Le parecía una estupidez el deseo del Partido Humanista de emprender una cruzada contra las máquinas. Incinerar a todos los artificiales y robots, volver a un supuesto período paradisiaco en el que no existían máquinas. En Munro tenía amigos artificiales y no podía vivir sin la ayuda de robots. Además de que todos tenían algo artificial, algo mecánico en el bodi. No había habido época sin máquinas. Los humanistas se referían específicamente a robots con apariencia humana, pero ya había autómatas y androides en el Egipto antiguo, en la Grecia clásica, en la Sangaì de las primeras dinastías.
Sanz insistió en la necesidad de hablar con Reynolds. Era una aberración que SaintRei desafiara las leyes de Munro.
Reynolds hizo lo que hizo porque se sintió con las manos atadas, dijo Elkam, molesta, sin disimular su impaciencia. Era alta y tenía algo de pelo en la cabeza, quizás un injerto. Nos se las atamos siguiendo las directivas dustedes, continuó. Saben lo que pasa en Megara ko. Estamos en guerra y ustedes se preocupan de si nosos uniformes están limpios. Si usamos guantes. Así es fácil que todos nos identifiquemos con Reynolds ki, sintamos que somos él, las manos atadas por ustedes.
De modo que no podremos reunirnos con Reynolds.
Primero vayan a visitar lo que queda del café de los franceses. Vean si están de parte nosa o de los irisinos. Nau no conviene. Mas si ceden en ciertas cosas podría ser diferente.
Qué proponen, dijo Sanz sorprendido por el discurso de Elkam, la intensidad de sus palabras. Se sacó las gafas de alambre, un adorno que llevaba en memoria de su padre.
Que miren a otro lado hasta el fin de la guerra. Que nos dejen hacer todo lo necesario pa eliminar a Orlewen. Permiso pa usar drons armados. Permiso pa usar chitas.
Sabe a dó ha conducido eso antes.
No podemos ser prisioneros del pasado, Elkam se levantó de su asiento, se acercó a Sanz. Katja recordó una de las escenas que más le habían impactado del informe sobre Reynolds; un irisino agonizaba en el suelo después de un enfrentamiento en una calle desierta y uno de los shanz le dijo que había que llevarlo a la posta más cercana y Reynolds, sin inmutarse, dio la orden de partir. Que el fokin irisino muriera retorciéndose de dolor.
Hagan lo que tengan que hacer, dijo Sanz sin intimidarse. Nos haremos lo mismo.
Elkam dio la reunión por concluida. SaintRei tenía miedo a las armas de Munro, pensó Katja. No sospechaba del miedo de Munro a intervenir militarmente en el protectorado. Del miedo de Munro a Iris.
Sanz y Katja se dirigían a la prisión a hablar con Prith. En el camino Sanz contó que Munro le había confirmado que las fuerzas de Orlewen, envalentonadas después de haber tomado Megara, preparaban un movimiento envolvente de pinzas para sitiar Iris.
Se vienen los bárbaros. Y con apoyo del gran imperio. Sangaì ha anunciado que si SaintRei usa drons entrará directamente en la lucha.
Pero si Sangaì ya ha entrado en la lucha. Munro debería defender Iris. Con ayuda del Reino.
El Reino no puede ni quiere defender Munro, mucho menos Iris. Son poca cosa ante el gran imperio. Y Munro, ya sabes de nuestras limitaciones.
No hay nada más que hacer den. Ni vale la pena seguir con la investigación.
Seguiremos hasta que se nos diga. De todos modos no podemos estar mucho tiempo aquí.
Katja entendió su disgusto por el tono levemente elevado de la voz. Un hombre equilibrado, quizás demasiado equilibrado, pero ese temperamento era su principal ventaja sobre los demás. Había estado a cargo de investigar fosas comunes en Sydney, crímenes de guerra en islas disputadas con Yakarta, asesinatos seriales en el hinterland. Se enfrentó sin fruncir el ceño a Wolf, el pedófilo atrapado después de matar a veintisiete niños. Extrajo una confesión del caníbal de Aukland cuando aceptó su desafío de pasar con él una noche en su celda de tres por tres. Logró que el mariscal Zhurkov asumiera su responsabilidad en el uso de armas químicas en Montenegro. Le decían el Brujo porque no entendían cómo podía adelantarse a lo que sus rivales pensaban para así envolverlos con sus propios argumentos. Otros sospechaban que era un artificial: su talento no es de este mundo, decían. Katja estaba cansada de que cualquier ser humano superdotado en su campo fuera sospechoso de ser un artificial. Pronto los revisionistas aplicarían esas sospechas a toda la historia y dirían que no habría logro que no fuera de los artificiales.
Una vez en la prisión, dos shanz los condujeron por un pasillo de paredes abovedadas. Las botas de Katja chapoteaban en una sustancia viscosa. Tuvo la visión de Xavier conducido a rastras por ese pasillo. Lo habrían tirado en una celda, le habrían administrado electroshocks; era la forma favorita de tortura en Iris. Había visto holos de irisinos prisioneros, su bodi usado por los torturadores como una pared en blanco donde escribían insultos y poemas con un electrolápiz, rimas destempladas que tenían a Orlewen como tema, dibujos ofensivos de irisinos copulando con animales.
Si Sanz era en verdad un brujo podría decirle dónde estaba Xavier, o confirmarle que se les había ido la mano, lo mataron y se deshicieron del bodi.
Desechó ese pensamiento. No era un adivinador de feria.
A medida que avanzaban el pasillo parecía extenderse. Xavier estaba desnudo sobre una camilla, gritando mientras un shan desollaba su carne con el electrolápiz; Katja se estremeció. Xavier trataba de escaparse corriendo por el pasillo, era un niño al que ella perseguía y no agarraba. Un niño con el bodi escrito, le pedía que la salvara y no podía. Como Cari. Ése era su destino. Ver impotente la muerte de sus hermanos. O quizás no impotente. Podía haber hecho algo con Cari. O no haber hecho algo. Porque Katja la había iniciado en el polvodestrellas. Un juego más de niños acomodados en Munro. Pero ella sabía dosificarse y Cari no. Cari era frágil por naturaleza, y a eso se añadía que hacía mucho que se dedicaba a las drogas duras. Había habido buenas intenciones, eso sí. Por fin algo que la conectaba con su sis. Luego qué luego qué.
El polvodestrellas había sido popular una temporada porque era una droga sintética nueva y los censores tardaban en encontrar la fórmula para descubrir sus huellas en el organismo. Katja lo tomaba por vía oral, diluido en jarabes, dulces, tortas de nuez y de macadamia. Así le había enseñado a Cari que lo hiciera, pero a la segunda semana su hermana la llevó a un picadero y vio cómo se lo metían en los brazos. Con agujas quizás contaminadas. El efecto era más poderoso. Si no lo pruebas así, dijo Cari entregándole una jeringa con una aguja amenazante, no conocerás el verdadero PDS. Katja se había negado alegando que podrían echarla del trabajo si veían marcas de agujas en su bodi. Siempre tan miedosa sis, había dicho Cari y no volvió a insistir. Esa noche perdió a Cari durante una hora entre el gentío y la encontró inconsciente en el baño, la sangre chorreando sin parar de la nariz. Qué hacemos, gritó Katja. Tranquila, dijo alguien a su lado. Por suerte todo estaba preparado en los picaderos. Ambulancias y enfermeros esperaban en las cercanías. A los cinco minutos se la llevaban en camilla al hospital.
Trató de alejar esas imágenes, pero sabían cómo regresar.
Los shanz los hicieron pasar a una sala de paredes de cristal. Les hicieron señas para que se sentaran en un banco. Sanz se puso a revisar los informes en el Qï. Katja intuía que ese pasillo no era así todos los días; había sido preparado para incomodarlos. «Me temo que el misterio consiste en por qué crear este misterio», hubiera dicho Daitai. Hubo un tiempo en que sus hermanos y ellas comenzaban todas sus frases con «me temo». Me temo que te fallé, Cari. Me temo que tú no tuviste la culpa de nada, Xavier, fue tu padre y nadie más.
El testimonio de Chendo es contundente, dijo Sanz frunciendo la nariz, como si los informes que acababa de ver despidieran un olor más podrido que el de la sustancia glutinosa en el pasillo. Lo escuchaste. Se declara culpable por lo de Gibson, está dispuesto a testificar contra Reynolds.
No estoy segura de que haya matado a Gibson mas igual es un saico. Al matarlos les hacía el bien, dice. Aceleraba el Advenimiento. Y nau los defiende haciendo circular sus leyendas. Traidor a toda regla, no se entiende.
En cambio Prith asume todas las acusaciones mas dice que Reynolds no es responsable de nada. SaintRei le ha ofrecido el mismo acuerdo que a Chendo bajo amenaza de una posible pena de muerte. Dice que no tiene miedo.
Toda esta gente que muere por sus ideas. Tanto fanatismo.
No es el lugar, dijo Sanz. Somos nos. El año pasado investigué fosas comunes en Tasmania. Los mataron por cuestiones de territorio. Ocurre Afuera, ocurre aquí.
Afuera. Así llamaba SaintRei a todo lo que no fuera Iris. Pero Katja no se veía como si estuviera Adentro.
Prith ingresó con su abogado. Moreno, nervioso, de ojos vivaces y tatuajes en los brazos que Katja no recordaba haber visto en los holos de él. Tatuajes como muescas: uno-dostres-cuatro-cinco irisinos representados por siluetas humanas con cuellos largos. Otro saico. El abogado llevaba un gewad negro como los oficiales superiores de SaintRei. Su tamaño intimidaba; Katja lo vio doblado como el Hombre Elástico en la parte trasera de un jipu, una figura interminable de piernas que salían por las ventanas, una cabeza que abollaba el techo.
Quizás sólo sea una formalidad, Sanz carraspeó, pero necesitamos asegurarnos de que los procedimientos que se han seguido han sido los adecuados. Tenemos el testimonio de los dos. Usted asegura haberlo hecho de manera voluntaria, que no hubo ni amenazas ni torturas.
Prith iba a hablar, pero su abogado lo cortó en seco.
Talcual, dijo. Su voz aflautada desafinaba con el bodi fornido y el tamaño.
Igual quiero escucharlo personalmente. Usted formaba parte de la unidad de Reynolds. Dice que estaba furioso porque las nuevas reglas de combate impedían luchar contra la insurgencia con todas las armas de las que se disponía. Que sentía que estaban en desventaja porque la insurgencia podía cometer abusos y ustedes no. Que quería que eso se igualara pero que para ello debían hacer ciertas cosas prohibidas. Que todo eso les sonó convincente a los miembros de la unidad porque habían perdido a su capitán en el atentado en el café y querían vengarse. Que Reynolds aprovechaba ese ataque para insistir en que por primera vez se había atentado en el Perímetro y que las cosas empeorarían si no se cortaba de raíz la amenaza que significaba Orlewen.
Está bien, dijo Prith, y su abogado quiso interrumpirlo pero esta vez fue él quien hizo un gesto con sus manos y continuó hablando. Mas yo fui más lejos ko. Fuimos testigos de crímenes, ayudamos a encubrirlos tu. Seguí su ejemplo por mi cuenta den.
Ha habido contradicciones, Sanz habló encabalgando sus palabras a las de Prith, no dejando un espacio para la pausa. Al principio usted acusó a Reynolds. Dijo que hizo lo que hizo presionado por él. Luego dijo que él no tuvo nada que ver.
Él me dio las ideas oies. Quería su aprobación. Un hombre admirable.
Qué tenía de admirable.
Las convicciones. La voluntad sistemática. Mas den descubrí q’el problema no era con él sino con los dung.
Los dung.
Los irisinos. Me hacía feliz dispararles.
No niega que Reynolds fue el mastermind den.
No nos obligó a nada. Cada uno es responsable de sus actos oies.
La nariz respingada de Prith. A Katja le sorprendía que nadie se la hubiera roto. Quizás porque era un comemierda segundón. Había cometido tantos asesinatos como Reynolds y sin embargo no era el objetivo principal de la investigación. El típico subordinado fiel que cumplía órdenes sin cuestionarlas, y a pesar de sus palabras altaneras no quería más que estar del lado de su jefe.
Diferentes gradaciones de la infamia. Tuvo ganas de encontrarse con Reynolds. Ver cuánto había de cierto en su carisma negativo. Una estrella oscura que absorbía la luz en torno a ella, se apoderaba del espacio y lo transformaba en parte de su propio campo de gravedad.
Prith pasaría muchos años en una prisión y no le faltarían oportunidades de salir en libertad. Curiosa justicia. Más curiosa la clase de prerrogativas de SaintRei. En algún momento en el pasado Munro había decidido que necesitaba explotar las minas de Iris, pero no quiso que ni el ejército ni su personal civil se instalaran en la región. Intentaba evitar errores de siglos anteriores, cualquier atisbo de colonización. Los siglos en que Iris había sido usada como colonia penal del Reino, cuando los criminales más curtidos se encargaban de trabajos agrícolas en la región junto a los irisinos mientras los colonizadores a cargo de la administración del protectorado desarrollaban un estilo de vida opulento, habían llevado directamente a los horrores de la «década de los incidentes». No era el deseo de Munro volver a mancharse las manos. De modo que dio permiso a SaintRei para que se las manchara ella. SaintRei funcionó como un Estado y creó sus propias leyes para administrar Iris; en principio sus shanz sólo eran empleados de una empresa privada, pero asumieron el rol de militares en un ejército. El Supremo era gerente administrativo de una corporación, pero bajo la venia de Munro se convirtió en un líder con poder político. De vez en cuando los militares en Munro se quejaban de esas atribuciones, la sociedad se manifestaba al enterarse de abusos y pedía la revocatoria de las concesiones. Munro enviaba una comisión a verificar los abusos, amenazaba con revocar las concesiones. SaintRei se esforzaba por portarse bien durante la visita de la comisión, pero apenas se iba todo volvía a lo de antes. No había forma de gobernar Iris de esa manera.
Katja insinuó a Prith que lo habrían golpeado para que se desdijera de las acusaciones contra Reynolds.
Si su testimonio fue producto de abusos puede ser anulado. Es su oportunidad de quejarse. Nos aseguraremos de que sus derechos sean respetados. Será trasladado inmediatamente a una prisión en Munro. Una prisión especial, por supuesto.
Munro no existe pa mí oies. No me interesa lo que piensa ni si piensa. Lo único que puedo decir es que me quedé corto.
Katja no soportaba la arrogancia en su voz, pero comprendía que le costara ir contra SaintRei. Volvería a su agujero, y el informe de la comisión sería positivo pese a las múltiples observaciones. No era difícil volverse cínica.
Sanz miró a Prith, preguntó si tenía algo que agregar.
Sus días ki no serán suficientes pa entender nada, la voz era cavernosa. No verán lo q’he visto. Y lo que vean será cubierto por las mentiras de sus anfitriones.
Al igual que Chendo, Prith insistía en la diferencia del personal de SaintRei con relación a Munro. Los dos eran muy diferentes pero coincidían en eso. Tenían la oportunidad de irse de Iris y preferían quedarse. Habían sido tomados por la isla. A su manera, eran irisinos. Pieloscuras, los llamaban los irisinos. Quizás Munro se había desentendido demasiado de Iris. O quizás era inevitable que con los años eso ocurriera. Lo extraño era que no hubiera ocurrido antes. Peor aún si quienes vivían en Iris estaban condenados a no salir de la isla. Se insistía mucho en la rareza de los irisinos, pero en los primeros días ella había descubierto que también los pieloscuras podían ser raros para ella (otra pieloscura, a los ojos de los irisinos).
Qué es lo que ha visto, dijo Sanz.
Xlött existe. Creía que no, mas sí. Nau estoy convencido de que pa luchar contra él no son suficientes las armas.
Son muchos los que creen en Xlött, intervino Katja.
La soledad jarta ki.
Nuestro Dios se ha hecho precisamente para combatir esa soledad.
Ese Dios no sabía de la existencia de Iris. Es la soledad acompañada de visiones terroríficas. Un creepshow.
Nuestro Dios sabía de Iris, insistió Katja. Algo ha tenido que ver con su creación.
Prith la miró como dudando si valía la pena sostener una conversación teológica con ella.
Si es así, trató de zanjar la discusión, no tengo na que ver con él den.
A la comisión sólo debían interesarle los hechos concretos. Se trataba de encontrar culpables, y eso no era difícil porque Prith y Chendo aceptaban todo y a través de ellos se podía insistir y llegar a Reynolds. La investigación inicial confirmaba las sospechas, la presión de Munro haría que SaintRei reconsiderara y la corte marcial procediera, y la comisión partiría y no se volvería a enterar de Iris. Eso si las cosas no se complicaban. Si Orlewen no se apoderaba de Iris. Pero qué podía hacer Munro en ese caso, sobre todo con Sangaì de por medio. Resignarse a la pérdida. Quizás fuera mejor así. Munro nunca le había tenido cariño a Iris.
A Katja le intrigaba esa obsesión por Xlött. Si Orlewen desaparecía de la cárcel era un milagro del Dios. Le habían contado de hombres muertos después de un abrazo letal de Xlött, y había leído de las apariciones de Malacosa y la Jerere. Voces insistentes como la de Prith en esa celda oscura, voces que parecían sacadas de episodios psicóticos, no dejaban de mencionar a Xlött. Afuera prácticamente no se hablaba de Dios. Ella creía, de una forma tímida. Quizás porque había sido incapaz de no creer del todo. Porque tenía miedo a que después de la muerte la esperara la nada. Había que cubrirse las espaldas.
Una mano de seda rozó las mejillas de Katja. Las alas de un murciélago, una telaraña. No había nada cerca. Un escalofrío. Se vio en el futuro con una nitidez que la asustó: jamás podría abandonar Iris, se convertiría en una kreuk, una santona que dejaba todo y se instalaba a vivir en un edificio abandonado al borde de una carretera. Le rezaría a Xlött al despertar y antes de irse a dormir. Después de una lucha cruenta, con las ciudades principales cercadas por anillos de fuego, SaintRei aceptaría la rendición y prepararía las naves para huir. Quienes se quedaran lo harían bajo las reglas de Orlewen.
Quiso perderse en el danshen. Iris se le estaba metiendo en los huesos, y ella no se resistía.
La voz de Sanz la sacó de su ensimismamiento.
Estás bien.
Estoy, creo.
Sólo le tocaba a la comisión decir algo más. Concluir si lo hecho por Reynolds y sus hombres era la excepción patológica a la regla o si ellos no eran más que el producto de una forma de ver el mundo que animalizaba a los irisinos. Katja se inclinaba a creer lo segundo.
Los shanz los acompañaron a la puerta de la prisión.