Shang era un kreol de piel curtida que trabajaba de capataz en las minas. Se llevaba bien con los pieloscuras, conseguía swits dellos. Creía que los swits eran drogas mágicas responsables de todos los gestos benévolos de SaintRei a los irisinos. Cuando se enteraba de actos de violencia, de pieloscuras saicos, concluía q’ésos no tomaban los mismos swits q’él. Había todo tipo de swits y SaintRei repartía los que provocaban impulsos asesinos tu, mas ésos no eran los más populares. Los shanz preferían los que les dejaban hablar como si hubieran tomado un truthserum, les producían armonía con su entorno, empatía hacia los demás. Ése era el lado que admiraba de SaintRei. El que había sido capaz de aceptar la religión irisina/los cultos/los rituales.
No había sentido nada cuando probó el paideluo y el jün excepto dolores de estómago y náuseas. Quizás su camino no era el espiritual. Respetaba el danshen mas no era fácil de conseguir. El danshen te despersonalizaba, te hacía perder el yo. La vez que probó danshen se convirtió durante algunos minutos nuna planta. Pudo entender a las plantas y descubrió q’ellas eran los verdaderos alienígenas en Iris, los seres extraños que ni irisinos ni pieloscuras captaban. Mudas al lado duno, todo el tiempo haciendo esfuerzos por comunicarse. El paideluo/el jün/el danshen lograban hacerse escuchar.
En las minas no se conseguía danshen. Se lo pidió a un qaradjün mas él lo miró asombrado y dijo que con el danshen no se metía. Los shanz que sabían de sus amistades irisinas le pedían que les consiguiera paideluo y jün y él les decía que no podían hacerlo solos, debían participar nuna ceremonia. Siempre había un qaradjün dispuesto a ganarse algo de geld oficiando una ceremonia pa curiosos. Él recibía swits a cambio. No necesitaba más pa ser feliz. No le complicaban la vida, no lo sacudían con visiones, sólo le hacían sentirse bien.
Una noche, una irisina con la que se acostaba le consiguió danshen. Las hojitas estaban molidas, tenían un regusto amargo. Se le ocurrió que podría ser interesante mezclar los swits con el danshen. Tomó tres swits, rellenó den una pipa de agua con danshen y la aspiró. Pronto sintió que se convertía nuna planta. Desalmado, pidió q’ella lo sacara de ahí.
De dó, gritaba la irisina, de dó.
Del bosque de danshen, dijo él.
Su boca se ensalivó. Escupió flema y entró en convulsiones. La irisina pidió ayuda. Lo llevaron al hospital y cuando llegó estaba en coma.
Esto ocurrió hace muchos años y Shang no ha despertado todavía. Siente y percibe mas no puede comunicarse, se ha convertido nuna planta de danshen y vive nun bosque de danshen.
El hombre la miraba sin que sus dedos dejaran de tamborilear en la mesa que los separaba. Un reguero de venas azules debajo de un ojo contrastaba con la piel blanquísima de la mejilla. Al otro lado, una cicatriz que le daba un rictus tenebroso, un ojo artificial, una oreja destrozada. Era fibroso y delgado, a juzgar por los holos había perdido peso y musculatura en la prisión, no hubiera tenido problemas para dormir en los cubículos del Perímetro, con camas que impedían moverse mucho. En una de sus primeras noches Katja se había caído.
A Katja le intrigaba Chendo. En verdad le intrigaba todo lo que había encontrado desde su llegada. No era el mejor momento —las fuerzas de Orlewen acababan de tomar Megara—, pero su trabajo consistía en seguir órdenes y eso era lo que trataba de hacer. Lo que debía hacer. Lo que haría.
En Munro se hablaba de Iris con un aire siniestro, un tono de espanto. De niña jugaba en los descampados del distrito irisinos-contra-huracanes, y todos querían ser los aviones bombarderos que habían descargado las bombas sobre Iris, corriendo agazapados entre el follaje para lanzarse luego con su carga letal contra el damnificado de turno. Pareces irisino, No seas irisino, Qué irisino que eres, Se te salió el irisino eran los insultos más populares. Alguna vez quiso enterarse en detalle de «La década de los incidentes» —el eufemismo con que se conocían las pruebas nucleares de mediados del siglo pasado—, y le sorprendió descubrir a sus amigos alegando que nadie negaba lo ocurrido pero que no valía la pena enfocarse en épocas tan turbias, hechos tan poco edificantes. Esa negación podía llevar hoy a la pérdida de Iris.
Xavier le había escrito los primeros días en Iris, deslumbrado: Todo tan diferente a lo que se dice por allá los irisinos son raros mas quién no y la noche dura poco y el viento sopla todo el tiempo igual soy feliz. Eso había sido antes de que arreciaran los ataques de la insurgencia y el miedo y la ansiedad lo ganaran. Pero era verdad que el lugar deslumbraba. Había visto desde el avión un río de aguas marrónpúrpura en las que la luz se reflejaba brillante, un lago artificial anaranjado del que se enorgullecía SaintRei, los pozos entintados de esmeralda donde se refinaba el X503 y se separaban sus productos sólidos de los líquidos. Había momentos en que debía cerrar los ojos hasta que pasara el temblor interno, el yo vapuleado por tanta nueva información.
El contorno liso y ovalado del cráneo de Chendo. Las mañanas al despertarse Katja encontraba mechones de pelo en la almohada. Cuánto tiempo debía vivir en Iris para que se le cayera la cabellera y tuviera el cráneo rapado y lustroso como el del hombre que tenía enfrente. A Sanz le había llamado la atención tanto como a Katja; los primeros días pedía permiso para tocar huesos frontales y parietales como frenólogo decimonónico.
Así que usted ha hecho ese holo, la voz de Katja era suave pero firme, como correspondía a una investigadora acostumbrada a interrogatorios severos. La luz en la sala era blanca y brillante y contrastaba con la que se ofrecía en las ventanas. En una de las paredes, un boxelder hacía esfuerzos por pasar desapercibido. Un ventilador flotante se desplazaba por el recinto sin hacer ruido.
No fue fácil, el tono orgulloso en la voz no le sentaba bien. Las manos pequeñas y regordetas, manchas vinosas en la piel.
Son muchas décadas, pero no hay sentido del tiempo. Todo parece ocurrir en el presente.
Todo es nau ki oies. Un nau incompleto inconcluso q’está siempre adviniendo.
Usted también los enviaba desde su Qï. Sabe que esto es traición. Dicen que las leyendas originales las inició esa mujer que.
Se sorprenderá de cuántos somos traidores den.
Dirá que el Dios de SaintRei es Xlött.
Sí lo es de muchos oficiales y shanz.
Shanz. Soldados.
No del todo mas sí. Shanz.
Y fengli es viento.
No exactamente porque no hay vientos como los de ki. Mas sí, por extensión. Aprende.
Unas cuantas palabras.
Como todos.
Supongo que entiende que esto complica las cosas.
Chendo se retorció en el asiento, incómodo. El boxelder se movió. Katja los había encontrado en su cubículo la primera noche. Una picadura en la pierna, un manotón, sangre verdosa entre las sábanas. Inofensivos pero molestos. Había que acostumbrarse a ellos tanto como a la luz intensa, las shastorms, el cuello desproporcionado de algunas irisinas, su mirada lastimera, el culto a Xlött.
Estamos más cerca de los irisinos que de nosos jefes, Chendo recuperó la iniciativa. Fokin fobbits.
Los irisinos tenían algo de nos hace mucho, señaló Katja. Mutaron. Ser humano no es una abstracción, una esencia inalterable. Vamos cambiando con cada desplazamiento de nuestros genes y células. Un proceso lento. Pero póngase al lado de una planta nuclear en plena explosión y déjese bañar por la radiación. El cambio se acelerará tanto que quizás alcance masa crítica. Vemos algo de nos en ellos. Un relampagueo en los ojos. Sin duda queda algo. Pero son otra cosa. Lo cual no significa que no haya que tratarlos bien.
La verdad oficial de Afuera. Tan equivocados ko.
Katja se aclaró la garganta. Enviada a Iris a investigar abusos cometidos por SaintRei en su lucha contra Orlewen, jamás se le hubiera ocurrido que días después de su llegada estaría perdiéndose en disquisiciones acerca de la naturaleza irisina.
Aunque fueran otra cosa, dijo Chendo, es necesario intentar entenderlos ko. Deso tratan estas leyendas. Es lo que trato de hacer. El Advenimiento llegó y…
No me hable de eso, no tiene sentido. Se la pasó matando irisinos y nau hace holos en la cárcel imitando a una traidora. Luego dice que todo lo que hace no es contradictorio.
Es p’acelerar el Advenimiento, la tos pedregosa de Chendo sobresaltó a Katja. Ya sestá cumpliendo.
Den los mataba por su bien.
Se trata de quemar etapas.
Al menos no se esconde. Pronto habrá una corte marcial y el jurado deberá decidir si ustedes merecen la degradación. Me aseguraré de que la ley de Munro se respete aquí.
La ley de Munro no existe ki. Hace tiempo que se debía declarar la independencia. Es lo que hará Orlewen. Palabra de Xlött.
No me hable ni de Orlewen ni de Xlött. Sólo quiero confirmar que su confesión de que asesinó a Gibson la ha hecho por voluntad propia, sin amenazas ni abuso físico de ninguna clase. Y que está dispuesto a testificar contra Reynolds y Prith.
Digamos que no hubo amenazas ni abuso.
Hubo o no hubo.
Digamos que no.
Mató a Gibson.
Digamos que sí.
No hay pruebas. Sólo su confesión. SaintRei pudo haber decidido que usted fuera el chivo expiatorio. Si es eso, puede confiar en mí. Yo lo puedo sacar de aquí.
Muchas formas de matar, dijo Chendo. No sólo con un riflarpón nel cuello.
Usted no lo hizo den.
No fue lo que dije.
Katja se levantó, insinuando que la reunión había terminado. Chendo hizo lo propio y se le acercó. Bajó la cabeza en un gesto humilde, reverencial.
Si necesitan un perfil de Reynolds, estoy a sus órdenes oies.
Tendrá mucho tiempo libre en la cárcel. He visto sus dibujos. Muy buenos.
Quisiera ser relocalizado. No quiero que me envíen Afuera. Mi lucha es ki.
No será fácil. Se ha metido en un lío.
Me prometieron libertad a cambio de testimonio.
No está en mis manos.
Quiero vivir en la ciudad. Que me toque el verweder.
Quiere morir den.
La realidad duele ki oies.
En todas partes.
Más ki. Hay q’esconderla. Así se vuelve mejor a ella.
Y no tiene miedo a Reynolds.
Me desalmaba. A ratos tiemblo. Mas con quien me desalmo de veras es con Xlött. No debería. Xlött no es el mal. Es el malbien. El bien-mal.
De dónde era Chendo, qué había hecho para aceptar venirse a esta prisión en vida. Qué penas purgaba. Qué delitos, del corazón o de los otros. No era difícil reconstruir lo que le había pasado en la cárcel: abrazar la fe de Xlött era una forma de purgar sus culpas. Quizás la había abrazado antes, cuando se puso a enviar los holos con las leyendas irisinas. Quizás no era el responsable directo de la muerte de Gibson, pero igual sentía que necesitaba un castigo merecido. Era parte del grupo de asesinos de Reynolds.
Sí, eso se podía entender. Lo complicado era descubrir qué lo había motivado a venir a Iris. No sólo a él. Qué había motivado a todos esos shanz y oficiales que rondaban por el Perímetro.
Lo engañaron diciendo que esto era el paraíso y ahora sólo quiere salir.
No es lo que pensé, no. Quiero salir del Perímetro mas no me interesa nada de Afuera. Soy necesario ki oies. Quiero contar la historia deste lugar.
Dibujarla.
Contarla y dibujarla.
Katja hizo un gesto con la mano para que no siguiera. Los ojos de él le pedían que lo ayudara. Que intercediera para que lo dejaran en paz. A ratos se perdía en la confianza del pronto triunfo de la insurgencia, otros parecía asustado por su situación.
Se acercó a la pared en la que estaba el boxelder. Lo hizo caer con uno de sus dedos. Se retorcía de espaldas en el suelo. Xavier le había contado muchas cosas de las rarezas de Iris. Quería ver dragones de Megara. Los había visto en un holo. No atacaban a menos que se los provocara, entraban a las casas, aparecían en los mercados. Debía ser difícil convivir con ellos.
Chendo estaba parado detrás de ella, sin saber qué hacer. La puerta se abrió y vinieron dos shanz y se lo llevaron. Katja fue a su habitación. Al salir llamó por el Qï a Sanz.
Estoy segura de que no mató a Gibson.
En el fondo poco importa, dijo su superior. Mató irisinos.
Sabe que sí importa. La opinión pública no se conmueve tanto por la muerte de irisinos, sí por el asesinato de un shan.
Den.
SaintRei está mintiendo. Y si miente aquí, miente en otras partes.
Buen comienzo pa la investigación.
Desde una ventana del cubículo se podía divisar el parque. Katja observó los árboles mecidos por la brisa, los shanz que se desplazaban por la jardinera central, los pájaros que revoloteaban en torno a los postes del alumbrado. El sol se hundía entre las montañas. Por la mañana había visto un convoy militar saliendo del Perímetro, marchas apresuradas de shanz, oficiales desplazándose tensos entre los edificios. Megara había caído en manos enemigas el mismo día de su llegada a Iris. Mala hora para venir.
La historia oficial de SaintRei ya no se sostenía. La insurgencia no sólo eran unos cuantos irisinos malencarados; la mayoría del pueblo la apoyaba, al igual que un buen número de kreols. El cambio de suerte en la lucha había hecho que incluso algunas unidades de shanz en Kondra y Megara se pasaran al bando rival.
Cerró la ventana y se quedó con la luz de una lámpara flotante. Se preguntó si valía la pena seguir con la misión. A nadie le preocupaba la justicia en Iris. Tampoco, al parecer, en Munro, que enviaba periódicas comisiones al protectorado para asegurarse de que se cumpliera la ley pero nunca había seguido las conclusiones.
Tarde para preocuparse. Sangaì apoyaba a Orlewen, allí concluía el pleito. Munro no podía hacer nada con el gran imperio en liza. Ni siquiera el Reino podía ayudar a Munro; el Reino, apenas un espectro de pasadas glorias imperiales.
Lo de su hermano también había sido una mentira de SaintRei, aunque Munro había preferido dejarla pasar, al menos por ahora. Concéntrense en Reynolds y su unidad, era el pedido. Según el informe oficial Xavier se había quitado la vida en prisión; no se podía averiguar mucho más al respecto. A veces, en sus momentos más optimistas, Katja soñaba con encontrarlo; quizás está en una prisión secreta, pensaba. Quizás lo torturaron tanto que no quieren que lo veamos. Quería aferrarse a esa ilusión, pero no tardaba en disiparse. Se había ofrecido de voluntaria a la misión no tanto por enterarse de la verdad. —SaintRei no dejaría que lo hiciera— como por estar en Iris, ver y sentir lo que Xavier había visto y sentido. Qué lo habría llevado a terminar viviendo con una terrorista, incluso, si era cierto el informe, a colaborar con ella (también le costaba aceptar esa parte).
Quiso olvidarse de lo que ocurría más allá del cubículo y vio un par de capítulos nostálgicos de Dai-tai entre portales, la serie favorita de su infancia. Solía verla con Xavier y Cari; no se cansaba de revisar sus capítulos preferidos. Todo se iniciaba con el planteamiento del misterio, lógico —cómo resolver un asesinato en un cuarto cerrado— o sobrenatural —cómo explicar la aparición de una virgen en un cerro portugués—, y luego Dai-tai, de emblemática bandana verde y botas rojas, se ponía a correr entre los portales que separaban el mundo real de otro mundo en el que no reinaba la razón, y resolvía el misterio de manera lógica o sobrenatural.
Pronunció la frase que Dai-tai repetía en cada capítulo. —Podemos aunque no podamos—. Reynolds, Chendo y Prith caminaban sobre cadáveres de irisinos en una hondonada. Cuántos como ellos, a lo largo de los años.
Debía deshacerse de esa imagen.
Sacó una pipa de agua del maletín y la llenó; puso hebras de danshen sobre el receptáculo corroído y negruzco de la pipa. Se sentó en la cama. Recordó el holo de Chendo sobre el danshen. Le hizo sentir visceralmente el miedo original cuando comenzó a probarlo. Sus amigas le decían que no se metiera con el danshen, había muchos muertos, esas plantas traídas de Iris no auguraban nada bueno. No sabían que le interesaba el danshen precisamente porque no auguraba nada bueno. Que ellas buscaran epifanías baratas en las drogas. Katja quería el vacío, la nada.
Aspiró. Todavía en la zona nebulosa entre la conciencia y la inconsciencia, vio la casa de sus padres y se vio de niña, de la mano de su madre con un sombrero rojo y lentes de carey.
Cari, su hermana, dibujaba en el suelo con una tiza.
Su hermano no estaba por
Ningún lado.
Xavier, gritó. Xavier.
La habitación comenzó a girar,
Perdió pie
Y
Cayó al vacío.
Veía el automóvil de su infancia, esa camioneta destartalada en la que papá los llevaba a atrapar iguanas. Xavier la guiaba de la mano por el descampado hacia el río. Cari y ella lo perseguían por la casa. Él practicaba pasos de baile frente a un espejo. Querían ir con él a la fiesta, no dejar que nadie se le acercara, pero él les soltaba la mano y desaparecía.
Xavier se había ido y Cari estaba muerta en un lote baldío.
Una amarga desolación, una tristeza que helaba los huesos.
Un campo de danshen en una planicie infinita. Los tallos largos que aspiraban al cielo. Las flores lilas que se convertían en flores negras. Sus piernas se habían transformado en tallos.
Quién soy yo, preguntó una voz desde dentro de ella.
Quién
Soy
Yo
Sostenía un objeto esférico entre sus manos, estaba rodeada de plantas de danshen y no terminaba de disolverse y le entregaba el objeto a una mujer de sombrero rojo y le decía que lo cuidara y ella asentía y un mechón blanco de su cabello caía sobre uno de sus ojos. Elegante con una minifalda plisada, una blusa con diseños geométricos, pero sus manos se convertían en flores negras. Un remolino la cogía en su vórtice
Intentaba agarrarse
De la
Mujer de sombrero
Rojo,
Para que no se la
Llevara.
Ella era un tallo firme, horizontal. Múltiples flores negras. El remolino la desprendía del suelo
La mujer de sombrero rojo desaparecía.
Ven,
Decía esa voz que no reconocía como suya,
Ven,
Y cerró los ojos y no hubo más.
Despertó tres horas después tirada sobre el cobertor de la cama. Le dolían los ojos, le estallaba la cabeza, acidez en la garganta.
El cubículo olía como si allí se hubiera llevado a cabo un exorcismo. No era sólo el olor; era la sensación. Solía ocurrirle con el danshen. Un exorcismo en el que, según las creencias irisinas, la parte viva de su bodi se desencarnaba. Una visita al beyond que tenían todos dentro de sí.
Debía levantarse.