Prólogo de la edición alemana

El editor de estas Memorias, a manera de prefacio, sólo puede decir que la obra en cuestión no es un producto de la fantasía, ni una invención. Al contrario, este libro ha salido verdaderamente de la pluma de una de las cantantes aplaudidas antaño con más frecuencia, una cantante cuya voz admirable fue a menudo admirada con asombro por muchos de nuestros contemporáneos, que la cubrieron de aplausos entusiastas en sus diversos papeles y que se acordarían sin duda de ella si la discreción no nos prohibiese citar su nombre. Pero para el lector atento estas seguridades que ofrecemos en cuanto a la autenticidad de las Memorias son innecesarias. La obra delata lo bastante a una pluma femenina como para que quepa duda. Sólo una mujer podía contar la carrera de una mujer con tanta verdad psicológica. Sólo una mujer puede describirnos todas las fases y cambios de un corazón femenino, como aquí acontece, e introducirnos paso a paso —tras el primer despertar de sus juveniles sentidos— en el secreto de los errores que hubiesen destruido sin duda la dicha de su vida si un acontecimiento extremadamente feliz no le hubiese ahorrado las últimas consecuencias de sus faltas.

Si estas Memorias fuesen sólo el producto de la fantasía, podría reprochársele al editor la publicación de un libro inmoral y deleitarse con objetos cubiertos perpetuamente por un velo en las costumbres de todos los pueblos. Pero si son auténticas constituyen un documento del más alto interés psicológico y, en esa misma medida, el reproche de inmoralidad se desmorona. Nada humano debe sernos extraño. Si queremos comprendemos y comprender bien al mundo, debemos igualmente seguir al hombre en el sendero de sus errores, pero no para imitar esos yerros sino para alejarnos de ellos.

En tal sentido, estas confesiones de una mujer inteligente, que pinta con colores tan vivos y verdaderos las consecuencias terribles de los excesos, no son inmorales; al revés, son muy morales.

En cuanto al reproche de que este libro podría caer en manos de una joven lectora, a quien convendría mejor no estar informada de estas cosas, respondemos que el mal no es la ciencia sino la ignorancia, y que una mujer precavida en cuanto a las consecuencias de la sensualidad se deja seducir con mucha más dificultad que una novicia crédula e ingenua.

El editor está convencido de que no falta a la moral ni corrompe las costumbres con la publicación de estas cartas, no obstante la opinión contraria de algunos pedantes demasiado mezquinos.

El editor