Epistolae Novae Obscurorun virorum
Guillaume Apollinaire
Gottfried Hinterteil, librero en Estrasburgo, Alsacia a Moritz Damerlag, consejero de regencia en Colonia–sobre–el–Rhin.
Hemos enterrado con alegría el carnaval. Quizás no tan alegremente como en Colonia. La ciudad de los Reyes Magos y de Stollweck es demasiado célebre, sr. Consejero de regencia, por la sublime alegría de sus habitantes para que pueda comparar nuestro modesto carnaval con el de sus Marizibill, Drikkes, Haenneschen, etc.
Sin embargo, hemos cantado nuevas canciones:
Ich bin heut’ furchtbarechauffiert
Mir ist ein gross’ malheur passiert!, etc.
y antiguas también, El pequeño Cohn, por ejemplo, sigue teniendo el mismo éxito este año.
A decir verdad, los poetas locales no se han roto la cabeza, ni Pegaso, ni Febo han asomado en los sueños de nuestros jóvenes. Olim, cuando era joven, nos gustaba las recreationes animi y, cual intrépidos jinetes, conducíamos nuestros sueños alrededor del sol, hasta la caída.
Hoy, la juventud se emborracha con cerveza, sr. Consejero de regencia, o con champán, que es para vomitar: el nuestro, el famoso Sect alemán. Los adolescentes ya no conocen siquiera los nombres de las malvasías, de los alicantes y de los moscateles que Hebea se empeñaba en servimos ella misma, mientras Momo presidía nuestros devaneos.
La verdad es que nuestra juventud está muy tranquila y que fueron los oficiales los que animaron el carnaval. Eso nos alegra, de hecho, porque conocemos de sobras los sentimientos de honor de nuestros oficiales para temer escándalo alguno. Y soy de la opinión que estaríamos bastante menos tranquilos si nuestros burgueses se divirtieran solos.
A propósito, compruebe qué liberal es el espíritu que anima nuestro glorioso ejército. Los oficiales han convertido en un éxito el libro de Bilse, en la traducción francesa, se entiende. Me arriesgo ya demasiado al vender Petite garnison (Pequeña guarnición); pero no me atreveré a vender la edición alemana, corro menos riesgo vendiendo Memoiren einer Sangerin u otras obscenidades.
Otra cosa: me enteré, el lunes de las rosas, de cosas muy interesantes acerca de esta traducción francesa. El pobre Bilse expurga en la cárcel el crimen de haber escrito un libro cuyo valor desconozco, ya que, en mi calidad de librero, no leo las obras y no sé más que unas pocas palabras en francés, pero, en fin, este hombre está en prisión y ganamos dinero con lo que motivó su caída, precisamente porque, cuentan, ha querido deshonrar nuestro ejército. Bilse se queja de su traductor francés, que, al parecer, ha embolsado su buen dinero por la traducción, pero ha olvidado que un tal Bilse existe en una cárcel alemana.
La verdad es que se vive como se puede. Así va el mundo. Los ausentes hacen mal de estar ausentes.
Le recomiendo a mi quinto hijo, sr. Consejero de regencia, ¡los empleados administrativos necesitan tanta protección! Además, nuestro Gustav no tiene mal gusto y prefiere los buenos vinos a las buenas cervezas…
Le ruego también de que no diga a nadie que estoy vendiendo la traducción francesa del libro de Bilse. Un librero de Hannover me ha pedido varios ejemplares, uno de los cuales es para el mariscal Waldersee.
Volviendo al carnaval, nuestros oficiales han paseado en un enorme carro cerrado donde armaban un alboroto bastante divertido: todos gritaban, uno imitando al ternero, otro al cerdo, otro al cordero, etc., etc. Nuestras tres hijas, que habían ido a verlo en la Plaza Kléber, volvieron casi enfermas de risa, etc., etc.