Del poeta a un pintor

LOS DOS, buenos pilotos del aire, subiríamos

sobre los aviones del sueño, al alto soto

de la gloria, y al mundo, celestes, bajaríamos

e! mirto y el laurel, la palmera y el loto.

Descender ya —¡qué dulce!, ¡los héroes!— coronados

por los súbitos lampos, sobre el carro del trueno,

con estrellas los jóvenes pechos condecorados

al mar de nuestra vida, ya esmeralda y sereno.

Y recordar al toque final de la retreta

la clara faz del alba, su voz hecha corneta

de cristal largo y fino, en la antigua mañana

que zarpamos del mundo sobre la crin del viento

y entramos en los cielos del estremecimiento

bajo los gallardetes rosados de la diana.