Si abrieran mi cabeza calva encontrarían
dentro un gran guante de boxeo.
Eso es todo lo que soy. Yo lo vivo.
MARVIN HAGLER
Si bien el boxeo ha gozado de aceptación durante mucho tiempo en muchos países y bajo muchas formas de gobierno, tanto dictaduras como democracias, seguramente su popularidad en Estados Unidos desde los tiempos de John L. Sullivan tiene mucho que ver con lo que los norteamericanos honran como el espíritu del individuo —su espíritu «físico»— en desafío al Estado. El notable auge del boxeo en los años veinte en particular puede considerarse una consecuencia de la disminución del individuo frente a la sociedad; el desgaste gradual de la libertad, la voluntad y la fuerza personal… «masculina», a no dudarlo, pero no únicamente masculina. ¿Qué héroe más apropiado para aquellos tiempos que el despiadado ex-camorrista de cantina Jack Dempsey, de Manassa, Colorado? Hoy, la conciencia «totalitaria» en las naciones del bloque del Este es, a todas luces, una función del Estado, mientras que en Occidente ha llegado a parecer función de la tecnología, cuando no de la historia, o del destino inexorable. ¿Cómo dominar estas máquinas cada vez más complejas? ¿Cómo aprender tan siquiera su lenguaje cuando tantos de nosotros somos analfabetos…? El individuo existe en su supremacía física, pero ¿acaso importa el individuo?
En el espacio mágico del cuadrilátero de boxeo una pregunta tan inquietante no tiene lugar. Es allí, más que en ningún otro espacio público, donde el individuo como ser físico único se afirma; allí, durante un instante dramático y fugaz, deja de existir el gran mundo, con su moral y sus complejidades políticas, su aterradora impersonalidad. Los hombres que luchan entre sí con tan sólo sus puños y su astucia son todos contemporáneos, todos hermanos, ajenos a cualquier tiempo histórico. El público, compañero de viaje de aquéllos, tampoco pertenece a tiempo histórico alguno. «Puede correr pero no esconderse», dijo Joe Louis en 1941, antes de su gran combate contra Conn. En el cuadrilátero brillantemente iluminado, el hombre está in extremis ejecutando un atávico rito o agon para el misterioso solaz de aquellos que sólo vicariamente pueden participar en semejante drama: el drama de la vida en la carne. El boxeo se ha convertido en el teatro trágico de los Estados Unidos de América.