Cuando peleas, peleas por una sola cosa: dinero.
JACK DEMPSEY,
ex-campeón mundial de pesos pesados
Que el boxeo sea nuestro deporte más polémico, al parecer siempre en el mismísimo umbral del olvido, no le ha impedido convertirse en un negocio que mueve millones de dólares.
Durante los últimos años los tres atletas mejor pagados del mundo han sido boxeadores norteamericanos. (En 1985 Larry Holmes declaró unos ingresos de poco más de seis millones y medio de dólares; Marvin Hagler, algo más de cinco millones; Thomas Hearns, aproximadamente cinco millones. En contraste, el cuarto atleta mejor pagado, un famoso futbolista, declaró unos ingresos de sólo —¡sólo!— tres millones). En su larga e irregular carrera, Jack Dempsey ganó 3.500 millones de dólares, prodigiosa suma para su época, aunque hoy sólo equivalen a 28 millones. Muhammad Ali, que ganó algo más de 70 millones a lo largo de su carrera, es generalmente considerado como el atleta mejor pagado de la historia; se cree que su sucesor, Larry Holmes, ha ganado casi lo mismo. (Aunque las cifras varían, y en el momento en que se escribe esto la carrera de Holmes está aún en movimiento, él afirma tener 99 millones de dólares en el banco… y que todavía le queda por ganar). A veces, ciertos combates individuales proporcionan extraordinarias sumas de dinero a los boxeadores; incluso considerando el dinero que se llevaron los promotores, el derrotado retador Thomas Hearns ganó como mínimo siete millones en su combate de ocho minutos contra Marvin Hagler, mientras este último cobró por lo menos siete millones y medio; por el primero de sus muy publicitados combates contra Roberto Durán en 1980 —combate que perdió por puntos—, el popular campeón peso welter Sugar Ray Leonard cobró diez millones de dólares (y Durán dos millones). Una de las cuestiones decisivas para organizar el combate por el título entre Marvin Hagler y Sugar Ray Leonard fue que la recaudación de taquilla sería con toda probabilidad la más elevada de toda la historia del boxeo: el sueño de todo promotor. Y ninguna de estas cifras incluye los dividendos suplementarios por apariciones en televisión y mensajes comerciales que, en el caso de Leonard, han sido ciertamente sustanciales.
En efecto, estas ganancias colaterales se han convertido, para muchos boxeadores, en la medida de su valor fuera del ring, la evaluación, en dólares, de la «aceptación por parte del consumidor» de sus imágenes. (La revista Ring está comenzando a reseñar las sumas obtenidas por boxeadores que promocionan productos anunciados en televisión… una nueva especie de récord del ring, podría decirse).
El dinero ha hecho que muchísimos boxeadores retirados vuelvan al cuadrilátero, a menudo con resultados trágicos. El ejemplo más sonado sigue siendo Joe Louis, quien, en un desesperado intento por pagar deudas fiscales atrasadas, siguió peleando más allá del punto en que podía defenderse de pesos pesados más jóvenes. Tras una carrera de diecisiete años durante los cuales llegó prácticamente a tipificar el boxeo en el ámbito internacional, se vio finalmente sometido —y de forma ignominiosa— al mucho más joven Rocky Marciano (que fue tan criticado por su victoria como Louis por su derrota). Louis inició entonces una degradante segunda carrera en la lucha libre que terminó bruscamente en 1956 cuando, a la edad de cuarenta y dos años, sufrió graves lesiones cardíacas después de que «Rocky Lee», que pesaba ciento treinta y seis kilos, se le subiera en el pecho.
Ezzard Charles, Jersey Joe Walcott, Joe Frazier, Muhammad Ali, y muy recientemente Larry Holmes: todos estos campeones o ex-campeones de los pesos pesados siguieron combatiendo mucho más allá del punto en que pudieran defenderse con seguridad. Si Ali se hubiese retirado definitivamente a los treinta y seis años —si no hubiese insistido, desatendiendo los consejos de su médico, en boxear dos años más tarde, contra un Larry Holmes mucho más joven— tal vez su historia habría tenido un final más feliz. (A mediados de la década de los setenta, cuando Ferdie Pacheco, su médico personal, le dijo que se retirara, la respuesta de Ali consistió en despedir a Pacheco). De todos los campeones de los pesos pesados, sólo Rocky Marciano, para quien fama y dinero no eran evidentemente de vital importancia, fue lo bastante sensato para retirarse antes de ser derrotado.
Como quiera que sea, la pasión de un boxeador por el dinero —por las prodigiosas sumas ganadas sólo por muy pocos campeones— no tiene nada que ver con el hecho de que el público está dispuesto, si no ansioso, por pagar esas sumas. Las obsesiones públicas y las privadas se imitan entre sí, pero no son idénticas.