9

ÉL

Abro los ojos porque tengo que asegurarme de que no es un sueño. El cansancio físico y emocional me venció anoche, pero ahora necesito saber que Alexia está entre mis brazos de verdad. Las horas que pasé en urgencias, la muerte de esa niña dolorosamente parecida a Gabriela, el impulso que me obligó a cruzar medio Madrid en busca de Alexia para preguntarle si le parecía un monstruo, convirtieron el día de ayer en uno de los más complicados de mi vida.

Tarde o temprano voy a tener que tomar una decisión respecto a mi hermana Gabriela, no puedo seguir confiando en que ella va a estar bien en mi ausencia. Maldita sea, no quería pensar en eso ahora. No quiero que esos malos recuerdos se interpongan ante la preciosa mujer que tengo en mis brazos. Me niego a que también me arrebaten este momento. Giro el cuello hacia su rostro y sonrío despacio. Recuerdo el día que la vi por primera vez: yo tenía quince años y ella doce. Los dos estábamos en medio del pasillo del colegio de Cádiz. Ella, la hija pequeña del empresario del que todo el mundo hablaba; yo, el hijo de la cocinera del colegio y del chófer que llevaba a su padre. Hasta aquel momento nunca me había sentido inadecuado, distinto a otra persona, pero cuando vi a Alexia y su coleta negra balanceándose junto a la puerta de mi clase, pensé que era la cosa más bonita que había visto nunca. Ella estaba allí hablando con su hermana Cecilia, una chica lista y agradable que siempre me dejó indiferente. Alexia se apartó para dejarme pasar y me sonrió.

Y mi corazón, un órgano al que siempre había ignorado y que nunca había aprendido a hacer funcionar, latió en ese momento. Fue un latido distinto, intenso, y que solo me provoca ella.

Evidentemente no le hice el menor caso, o, mejor dicho, me asusté y lo negué, pero siempre que veía a Alexia por los pasillos el latido reaparecía. La vi cumplir trece años, y catorce, y también quince. Y nunca le dije nada, hasta la noche que recogí el diploma de la beca. La beca que pagan los padres de ella y que me ha permitido convertirme en médico.

No sé si el destino ha querido torturarme o me ha hecho un favor no dejando que volviese a encontrarla hasta ahora. Si esa tarde en el metro hubiésemos salido a pasear juntos, tal vez Alexia no habría mantenido esa relación con Rubén —aprieto los dientes para contener la rabia—, sin embargo, ahora yo estoy a punto de terminar la carrera y ella dejará de ser la hija del hombre que paga mis estudios. Suspiro y le acaricio la piel del brazo. Alexia lleva una camiseta de manga corta y me ha convertido en adicto al roce de su piel.

Tal vez no debería importarme tanto que la empresa familiar de Alexia esté financiando mis estudios, pero no puedo evitarlo. Cuando la miro, no quiero volver a sentirme como ese niño de quince años en ese pasillo, indigno de acercarse a la princesa del cuento.

Le cambia la respiración, mueve despacio el rostro y la parte de su melena que me cubre el torso dibuja una silueta distinta. El mechón violeta se escapa por entre el pelo negro de Alexia y encuentra un lugar en mi camiseta. Todavía no me ha dicho qué significa, o si no significa nada.

Muevo la mano izquierda con cuidado de no despertarla, pero Alexia vuelve a mover la cabeza y apoya el mentón en mi pectoral unos segundos. Parpadea y sus ojos intentan acostumbrarse a la media luz que nos rodea.

Le acaricio el rostro antes de que pueda decir nada.

—Hola —susurro.

—Hola.

Me sigue mirando y me sonríe, creo que sin darse cuenta, así que levanto la cabeza y capturo sus labios. No sé si iba a besarla, pero de repente ha sido lo único que ha tenido sentido y que he necesitado hacer. Ella separa los labios al sentir los míos y su tímido aliento me acaricia el rostro.

Es la primera vez en mi vida que pierdo el control.

Me arrancaría la piel si pudiera. Me doy cuenta de que Alexia está debajo de mí y no al revés cuando dejo de besarla para coger aire. La he tumbado yo, todavía tengo las manos en sus brazos; flexiono los dedos para contener el temblor y mis rodillas están firmemente apoyadas en el colchón.

—Alexia… —Debería disculparme, decirle que lamento haberme precipitado, pero ella se humedece el labio inferior y me besa.

Ese beso es lo único que me importa. Y el siguiente. Y el siguiente. Sus manos, en mi espalda, descienden hacia abajo y tiemblan un instante antes de tirar del extremo de mi camiseta. Me quedo sin aliento al notar las yemas de los dedos de Alexia en mi piel y la beso con fuerza antes de apartarme. No sé si tenía intención de preguntarle si estaba segura o si iba a pedirle que se detuviera un segundo, pierdo la capacidad de pensar cuando Alexia me mira y susurra mi nombre.

No es oír mi nombre lo que me eriza la piel, sino cómo suena cada letra en sus labios. Me he pasado años helado, escondido tras un vacío de mi propia creación, y en tan solo unos días Alexia se ha metido dentro de mí.

La camiseta se desliza por mi espalda y después por mis hombros. Se detiene en mi cuello y me obliga a dejar de besar a Alexia. Ella me mira, se para y sus pupilas brillan desmesuradas en medio de su precioso rostro.

Es tan bonita.

—Alexia.

Ella me sonríe y no consigue ocultar el temblor que le sacude el labio inferior. A pesar de la fuerza de sus besos, de las manos con las que me ha quitado la camiseta, no es tan atrevida. El corazón me da un vuelco.

—¿Puedo volver a besarte? —le pregunto.

Asiente y yo desciendo lentamente. Suspiro junto a sus labios, ella los separa y nos besamos despacio. Alexia levanta las manos de mi espalda, durante unos segundos no las siento encima de mí y entonces las noto en mi pelo. Los dedos se enredan entre los mechones que llevo demasiado largos y siento la caricia extendiéndose por mi cuerpo. Que me toquen el pelo nunca me ha afectado, hasta ahora. Dejo de besarla y escondo el rostro en su cuello, su perfume se mete dentro de mí y abro los ojos para separarme un poco.

El mechón púrpura.

Apoyo mi peso en la mano izquierda y levanto la derecha de la sábana. Le acaricio el rostro. Alexia me mira y sigue tocándome el pelo. Deslizo mis dedos hacia el mechón púrpura. Brilla y parece ocultar un secreto, descansa entre mis dedos; es suave, lleno de vida. Igual que Alexia.

—Creía que te habías olvidado de mí —dice en voz muy baja.

—¿Olvidarme de ti?

—Esta noche. —Se detiene porque le doy un beso en el cuello—. Cuando no has aparecido.

Me aparto y busco sus labios. La beso con todo mi cuerpo, quiero demostrarle que no soy capaz de olvidarme de ella. Alexia suspira, me devuelve el beso, baja las manos hasta mis hombros.

—No me he olvidado —afirmo al apartarme.

Alexia me mira, tal vez un poco insegura, y busco en mi mente qué decir para asegurarle que conmigo no hay medias verdades ni juegos retorcidos. Pero no encuentro nada o no me atrevo a decírselo. O mi cuerpo no puede pensar porque tiene el de ella debajo y necesito ver el color de su piel, sentir su tacto pegado al mío, aprenderme sus secretos.

La beso, no puedo aguantar la distancia; un gemido nace en el interior de mi pecho y me sube por la garganta. Las uñas de Alexia encuentran un lugar en mi espalda y pierdo el poco control que al parecer me quedaba.

La sujeto por los brazos e intercambio nuestras posiciones. Quiero que esté encima de mí, que sea ella la que dicte nuestros besos y nuestras caricias. Alexia ya es demasiado importante como para que ahora yo cometa un error.

A ella no puedo perderla.

La miro; en realidad me quedo embobado mirándola, y ella lo sabe. Me sonríe y echa la cabeza hacia atrás levemente, para apartarse la melena de la cara. Es preciosa, no puedo dejar de repetírmelo. Mis manos, ajenas a mi aturdimiento, se aferran al extremo inferior de la camiseta de Alexia. Consigo enarcar una ceja, preguntarle con el gesto si puedo desnudarla.

Y ella me sonríe.

Esa sonrisa terminará matándome.

Me aparta las manos, pero, antes de que mi mente pueda formular una pregunta, veo que Alexia tira de la camiseta hacia arriba y se desnuda. Nunca podré aprenderme su color de piel, ni me acostumbraré a ver sus ojos o al sabor de sus labios. Lo sé, sencillamente lo sé. Una absoluta tristeza me embarga de repente, y, aunque intento contenerla, no lo consigo.

—¿Estás bien? —Me acaricia la mejilla preocupada y yo capturo la muñeca y la acerco a mis labios.

No, no estoy bien, pero si la beso y le hago el amor tal vez logre estarlo.

Tiro del brazo de Alexia y recupero sus labios, no dejaré que vuelva a apartarse. Y cuando noto que ella tampoco puede dejar de besarme, le acaricio la piel desnuda de la espalda. Jamás he sentido nada parecido al temblor que le recorre el cuerpo; noto en las yemas de los dedos cómo su piel responde a mis caricias. Es sensual, lento, un baile que solo quiero bailar con ella. Mis manos quieren desnudarla, el resto de mí lo necesita. Estoy excitado, pero siempre he sido capaz de dominar el deseo. Ahora, aquí, con ella, esto va mucho más allá del deseo.

—Te necesito —escapa de mis labios—. Ahora.

Noto sus manos en mi estómago, acariciándome los abdominales, y le muerdo el labio inferior.

—Lo siento —farfullo al apartarme.

Alexia me besa y me desabrocha el cinturón y el botón de los vaqueros. Su mano me acaricia por debajo de la prenda y yo, con las mías, le sujeto el rostro con fuerza para perderme en su boca. ¿Qué me está pasando? No me basta con besarla, ni con tocarla, ni con sentirla.

—José Antonio —susurra mi nombre. Tiembla.

No puedo más, no podré soportar que este anhelo vaya en aumento. Y aumentará si no entro dentro de ella.

Aflojo las manos y las aparto de la cara de Alexia, le acaricio el pelo, la piel de la espalda, y la sujeto de los brazos para tumbarla en la cama. Estoy encima de ella, besándola, pegando mi torso a sus pechos, notando que su estómago se encoge bajo el mío. Alexia levanta las caderas, no es un movimiento brusco, pero desprende la misma desesperación que yo siento y consigue hacerme estremecer.

—Te necesito —vuelvo a susurrar. No puedo evitarlo, y a mi orgullo, el mismo que me ha llevado a cometer infinidad de errores, no le importa suplicarle a Alexia—: Por favor.

«Por ella seré capaz de todo».

El pensamiento me estremece y la mano que Alexia desliza entre nuestros cuerpos empeora mi estado.

—Te necesito.

Levanta el rostro y me besa cuando nuestros cuerpos se unen. Estoy dentro de ella, la siento temblar alrededor de mí, su calor me marca para siempre. No quiero moverme, no puedo, pero al mismo tiempo no puedo evitarlo. Necesito que Alexia sienta una parte de lo que yo estoy sintiendo, si no, no podré soportarlo. Esto es demasiado para mí, ella tiene que estar a mi lado.

—José…

Me acaricia el pelo, la nuca, la espalda. Le tiemblan las manos y me besa entre suspiros y gemidos. Yo le devuelvo cada beso y cada gemido y por primera vez en mi vida tengo la sensación de estar haciendo el amor.

Cuando me doy cuenta, cuando mi mente comprende que mi cuerpo se ha entregado completamente al de Alexia, siento un miedo atroz y al mismo tiempo ganas de gritar a pleno pulmón que por fin lo entiendo. Por fin sé qué se siente al confiar tanto en otra persona que eres capaz de entregarte a ella. Porque eso es lo que estoy haciendo.

Me he enamorado.

—José…

Me besa, me acaricia la espalda, y gime al notar el sabor de mis labios. Tengo el orgasmo más rotundo que he experimentado jamás, me asalta de repente, sin previo aviso y sin darme permiso para contener ninguna reacción. Alexia también se estremece, su placer me envuelve y me prende fuego.

Se abraza a mí como si no quisiera perderme. Yo me prometo a mí mismo que ella no me perderá.

Nos quedamos dormidos, Alexia está entre mis brazos, con el rostro escondido en el hueco de mi hombro. Me ha besado varias veces, muchas, pero no las suficientes. Deslizo el mechón violeta por entre los dedos y cierro los ojos.

Mañana volveré a besarla.