EPÍLOGO
La baliza parpadeó tres veces en una rápida sucesión en la pantalla, se detuvo un momento y después parpadeó de nuevo tres veces más.
Inclinándose sobre el receptor, el piloto de la Thunderhawk habló por el comunicador.
—Instalación del Mechanicus detectada y al alcance.
El mensaje se escuchó en el compartimento de soldados. Cuando terminó, volvió a colocarse el respirador de emergencia que estaba utilizando para obtener oxígeno.
El compartimento de los soldados estaba a oscuras. La mayoría de los sistemas de luces estaban averiados y la esporádica luz escarlata que había no lograba aliviar la penumbra. Describía las secciones selladas con fusión, las líneas de soldadura industrial irregular. También arrojaba una luz adusta y visceral sobre las filas de heridos. Había muchos.
Lorkar sabía el peligro que corría al aceptar la oferta de Nihilan, pero no había sido consciente del auténtico coste. De los treinta hombres con los que había llegado a Nocturne, sólo cuatro podían combatir, y uno de ellos era el piloto. El resto, aquellos que él y sus hermanos no discapacitados habían logrado extraer de la arena ceniza empapada de sangre, podían contarse con los dedos. Apenas había sobrevivido una escuadra.
Miró a Harkane antes de responderle al piloto.
—Entonces llévanos a una área de aterrizaje, deprisa.
El tecnomarine los mantenía a flote, sumido en oraciones y rituales al espíritu máquina mientras se aseguraba de que los turborreactores seguían funcionando.
Lorkar aún no podía creer que hubiesen escapado de las vengativas naves Salamandras. Habían huido a través del campo de escombros de las naves siniestradas, bajo disparos. Habían recibido varios golpes, pero habían conseguido cojear hasta la órbita de una estación del Mechanicus que había en un extremo del sistema. Estaba seguro de que si la flota Salamandra no hubiese resultado tan dañada durante la batalla, jamás habrían logrado llegar hasta allí. Pero ahora tenían una oportunidad.
Karvak estaba arrodillado junto a uno de los caídos, murmurando.
Lorkar vio cómo desenvainaba su espada monomolecular y se la insertaba en la gola al guerrero hasta el cerebro. Después se dispuso a trabajar con el reductor.
—Somos una raza en extinción —le dijo al apotecario.
Kravak estaba perforando ruidosamente a través del caparazón de hueso superendurecído y fingió no oírle.
Lorkar pronto se distrajo rascándose la armadura infectada fundida con su brazo. Tenía otra pieza fusionada en la espalda y una sección de la coraza también le estaba irritando.
—¿Qué destino les aguarda a los Marines Malevolentes ahora? —murmuró—. ¿Qué destino les queda a los malvados?
Uno de los heridos que se retorcían captó la atención de Lorkar.
Se acercó al guerrero agarrándose cada vez que la maltrecha cañonera daba una sacudida. El piloto y su artillero en la cabina de mando tenían una tarea difícil por delante con la nave renqueante, pero al menos estaba aguantando por ahora.
—Tranquilo, hermano —susurró Lorkar. El guerrero estaba murmurando algo en voz baja. Estaba calcinado. La parte superior de su armadura estaba negra y medio fundida por el calor.
—Tranquilo —repitió Lorkar colocándole una mano en el pecho para darle seguridad—. Ya llega la salvación.
El guerrero herido hizo una mueca de dolor que bien podría ser un gruñido. Era difícil saberlo con certeza en la penumbra y con todas aquellas heridas faciales. Lorkar, se dio cuenta de que estaba intentado hablar, transmitir un mensaje.
Lorkar se acercó más.
—Dime, hermano. Responderé si puedo.
Entonces oyó como la tensión de un gatillo se apretaba lentamente y al oír lo que el guerrero herido estaba diciendo se dio cuenta de su grave error.
—La salvación no existe para los hombres de tu calaña.
La mano derecha del guerrero herido se estaba moviendo. Lorkar la agarró y lanzó el bolter que portaba al suelo. Cuando la espada de combate que llevaba en la otra se hundió en la carne de su cuello, supo que estaba muerto.
Lorkar se enfrentó a la feroz mirada de su asesino, pero sólo pudo decir en un jadeo:
—Hermano…
—¿Hermano sargento? —dijo Regon con apremio por el comunicador al escuchar el sordo estallido del fuego bolter que procedía del compartimento.
—Hermano Sargento Lorkar. —Seguía sin haber respuesta. El piloto miró al artillero.
Vakulus extrajo su arma auxiliar y fue a cubrir la puerta. Casi había llegado a la columna reforzada que la rodeaba cuando la escotilla del puente de mando estalló con una explosión de bombas incendiarias.
Vakulus cayó desplomado bajo una breve descarga de proyectiles reactivos a la masa. Sólo llevaba media armadura puesta y carecía de la protección usual que proporcionaba una armadura completa. Murió mientras sus órganos internos se hacían papilla con la detonación de los proyectiles en su interior.
Un Marine Malevolente pasó por encima del cadáver convulso, pero Regon no pudo intervenir concentrado en los mandos.
—Si me matas, la nave se estrellará —le advirtió, esforzándose por alinear la trayectoria de su vuelo.
Las sirenas sonaban y las runas de impacto parpadeaban en la consola de control. A través de la chapa del glacis, la atmósfera de la instalación de reparación escapaba envuelta en una nube policromática. Las estructuras se acercaban a través de la niebla industrial y las nubes de fundición. Desde una de ellas sobresalía un muelle de aterrizaje.
—Puedo ir hasta allí —rugió. Regon dio por hecho que uno de sus hermanos se había vuelto loco, que había sucumbido a una locura homicida causada por las voces que todos compartían.
—Yo también —susurró el otro guerrero al oído de Regon. Su aliento hedía a cenizas y a quemado.
Apuntó con la boca de su bolter a la cabeza del piloto y se la extirpó con un único disparo explosivo.
La cañonera seguía un vector de aterrizaje, pero no era un vector perfecto. Desabrochando el arnés del piloto, el guerrero lo apartó a un lado, tomó su asiento y se preparó para realizar un ataque forzoso.
Cerró los ojos antes de que la Thunderhawk impactase contra la plataforma de aterrizaje y suspiró:
—En el nombre de Vulkan.
«En el Yunque de la Guerra se templa a los fuertes y los débiles perecen, así se ponen a prueba las almas de los hombres, como el metal en el fuego de la forja».