II
EL LEGADO
El servidor de prácticas estalló en una lluvia de chispas. El aceite y el pseudo-plasma salían a borbotones de sus cables cortados y el humo manaba de su maquinaria. Era de una clase muy resistente, acorazado y diseñado para soportar grandes castigos.
Ba’ken lo había partido de un solo golpe.
Mientras tiraba con un gruñido de esfuerzo para liberar la espada sierra se dio cuenta de que alguien le estaba observando.
—Las notas de Emek decían que preferías entrenar en las fosas infernales themianas.
Ba’ken se volvió y guardó su espada en un estante cercano.
—Estoy seguro de que muchos escórpidos y gnarácnido salieron de sus madrigueras durante los terremotos. Tendrías a los más fieros a tu elección —concluyó Fugis.
El apotecario vestía su servoarmadura, aunque no llevaba puesto el yelmo de batalla. Se detuvo en la entrada de la jaula de entrenamiento, observando.
—Te queda bien, hermano —dijo Ba’ken, refiriéndose a la armadura—. Resulta pesado por alguna razón.
—¿La armadura?
—No, la armadura no.
Se refería a Emek y al vacío que había dejado el anterior apotecario.
—Yo también lo siento —confesó Ba’ken.
—¿Te refieres a la carga de tu liderazgo?
Tan pronto como Ba’ken había podido, Prebian había entregado el manto de la capitanía de la 7.ª Compañía. El Maestro de Armas había vuelto a sus viejas tareas y a atender sus propias heridas.
—Sí, y al hecho de que mis dos hermanos de batalla más próximos estén muertos.
Fugis entró en la jaula de entrenamiento. Seleccionó un báculo de combate y se permitió dar unos golpes de práctica.
—Necesitas mejorar tu técnica.
—Así es. —El apotecario devolvió el báculo al estante—: Pero me apostaría lo que fuese a que nadie puede superarme cazando saurochs.
Ambos se echaron a reír, pero su humor se desvaneció rápidamente.
Dak’ir había desaparecido. Emek había muerto. Muchos otros también habían perdido la vida en la guerra. Hermanos. Aliados. Amigos. Fugis se volvió y consideró sus siguientes palabras:
—¿Sabes qué, Ba’ken? Podría decirte que como Salamandras debemos aguantar. Podría citar el Credo Prometeano y hablar de la nobleza que conlleva el autosacrificio —dijo, y se volvió para mirarle con una expresión severa—. Pero yo no soy Elysius. No voy a hacer eso, de modo que si estás buscando un catecismo para reafirmar tu fe magullada o alguna escritura esotérica que alivie tu dolor, búscalo en otra parte. Yo me ocupo de tus huesos y tu sangre, de tu cuerpo, no de tu alma. Eres fuerte, hermano, pero no cometas el error de salir de esta jaula de batalla hasta que estés preparado. Emek está muerto, y yo me encargaré de sus tareas a partir de ahora. Dak’ir ha desaparecido, y probablemente también esté muerto. Vel’cona tiene a otros acólitos para ocupar su lugar. Tú yo vivimos, y debemos continuar. Si quieres que te dé un consejo, no te hundas en la pena. Hazte fuerte. Enseña a tus aspirantes y hazles fuertes también. Les necesitaremos.
—Me siento solo, Fugis.
—Tú no estás solo —respondió el apotecario de manera cortante—. Todos lo estamos. Asúmelo.
Hizo un breve descanso para dejar que asimilase el mensaje.
—Voy a necesitarte pronto, de modo que te sugiero que vayas acabando aquí y que te reúnas conmigo en el apotecarión.
—¿Es por Val’in y Exor?
—Sí, van a recibir el caparazón negro. Es el principio de un nuevo y fuerte legado para los Nacidos del Fuego. Deberías estar allí para presenciarlo. Ah —añadió Fugis—, y Zartath se ha añadido a tu lista de responsabilidades también.
—¿El Dragón Negro? —El tono en la voz de Ba’ken sugería que aquello no eran muy buenas noticias.
—Podría pasar mucho tiempo hasta que pueda reunirse con su Capítulo. Para que sea útil necesitará ser adoctrinado en nuestras manera de hacer la guerra. Y no se me ocurre nadie mejor para esta tarea que el Señor del Reclutamiento.
Fugis se volvió y empezó a salir de la jaula cuando Ba’ken se dirigió a él.
—Sólo tú eres tan duro solo, Fugis.
El apotecario no se dio la vuelta ni se detuvo. En lugar de ello se limitó a responder:
—Soy pragmático, hermano. Ni más, ni menos. Date prisa, tus ex aspirantes ya están preparados para la fase final hacia la apoteosis. —Se detuvo a unos pocos metros de la entrada de la jaula y se volvió. Sus ojos brillaban rojos en la penumbra.
—Confío en que estés preparado.
Fugís continuó avanzando hasta perderse en la oscuridad. Ba’ken asintió lentamente. Sintió la fuerza en su brazo. Todo su cuerpo radiaba energía.
—Estaré preparado —prometió a las sombras—. Los Salamandras se levantarán de nuevo.