I: HIJOS DE VULKAN

I

HIJOS DE VULKAN

—¿Esto es todo lo que queda de él?

Tu’Shan estaba sentado en su trono con la pierna izquierda fija con un aparato. El artefacto lo había diseñado el Maestro Argos para que ayudase a la recuperación del Señor del Capítulo, pero también estaba confinado en las instalaciones de Prometeo.

Según Fugis, que se había encargado de la responsabilidad del apotecarión tras el fallecimiento de Emek, la herida se curaría con el tiempo. No muchos guerreros, Marines Espaciales incluidos, podían esperar volver a caminar después de ser aplastados por un Land Raider, y mucho menos volver a luchar, le había recordado al Señor del Capítulo.

Tu’Shan estaba mirando una pantalla que mostraba la imagen de una silueta acorazada quemada en la arena ceniza.

—Rastreamos el desierto durante días en todas las direcciones —dijo Agatone.

—¿Con cuántos?

—Con todos de los que las reparaciones de Hesiod y de las demás Ciudades Santuario podían permitirse prescindir.

—¿Y Tsu’gan?

Agatone sacudió la cabeza con tristeza.

—No hay ni rastro, mi señor. Parece que pereció en el fuego.

—Ningún Salamandra puede arder en el fuego —repuso Tu’Shan.

—No era una conflagración corriente, mi señor.

Tu’Shan observaba la imagen e intentaba comprender todo lo que había pasado. Hacía tan sólo unas semanas, Nocturne había estado asediada y al borde de la destrucción. Prometeo estaba en ruinas e invadido por los xenos. Su Capítulo estuvo a punto de postrarse de rodillas y ser erradicado. Y habían tardado todo este tiempo en examinar los escombros.

Ahora, los traidores estaban muertos o huyendo, de regreso a la disformidad como los perros cobardes que eran. Los desiertos y las montañas se habían purgado de cualquier enemigo que quedase rezagado. El entorno hostil de Nocturne se encargaría de cualquiera que se hubiese adentrado lo suficiente huyendo como para eludir las patrullas de los Salamandras. Según las señales sismográficas que Argos había ordenado instalar en los desiertos profundos, el planeta era tectónicamente estable por el momento, pero nadie sabía cuánto tiempo duraría aquello. Prometeo estaba parcialmente restaurado y actuaba como puerto espacial de nuevo, aunque con una flota reducida hasta que pudiesen realizarse más reparaciones en las naves dañadas de Dac’tyr, y el Ojo de Vulkan volvía a funcionar al mando de Kor’hadron. Pero Tu’Shan seguía teniendo muchas preguntas.

—Se ha ido, mi señor. —Vel’cona salió de la penumbra de la cámara y se acercó a la luz danzante de un brasero—. Los dos se han ido.

Tu’Shan alzó la vista y le miró a los ojos.

—Igual que Nihilan, si no me equivoco.

El Jefe de los Bibliotecarios asintió con humildad.

—Escapó con el Libro del Fuego, al menos con una parte.

—Pretende resucitar a Ushorak, ¿verdad?

Vel’cona no mostró emoción alguna.

—Sí, ésas fueron las palabras de Pyriel.

—¿Y qué debemos hacer al respecto? —preguntó otra voz.

Era la primera vez que Elysius había hablado desde que había comenzado la asamblea. El capellán parecía agotado a pesar de su postura rígida. Recuperar la fe y la determinación del Capítulo había sido la principal de sus muchas tareas desde la invasión. La noticia de la supuesta apoteosis de Dak’ir y de su destino final le había llevado a retirarse al Reclusiam durante horas, y en ocasiones durante días. Acababa de regresar de una de sus sesiones de expiación.

Tu’Shan dejó escapar un suspiro largo y cansado y se recostó en su trono.

—De momento no se puede hacer nada. No podemos dar caza al traidor, ni tampoco podemos prepararnos para un viejo enemigo resucitado —dijo, y miró al capellán—. Por ahora reconstruiremos y reuniremos nuestra fuerza. Las guerras del Emperador todavía deben ser libradas. La cruzada no ha terminado para nosotros.

Después miró a sus capitanes, a todos aquellos que habían luchado para defender Nocturne. Sólo faltaban dos, Mir’san, de la 2.ª Compañía, que estaba luchando en las guerras a las que lo había enviado el Señor del Capítulo, y el capitán de la Séptima. Ahora necesitaban al guardián de los exploradores más que nunca. La mirada de Tu’Shan llegó hasta Praetor por fin. El sargento veterano había perdido a muchos hombres a bordo del Acechador del Infierno, aunque habían sobrevivido más de la mitad, incluidos los Dreadnoughts Ashamon y Amadeus.

Sabía que Praetor lamentaba sus pérdidas profundamente. Necesitarían más hombres para llenar las filas de nuevo. De hecho, se había proporcionado una lista de hermanos de batalla que se consideraban dignos de recomendación.

—Hemos sobrevivido, así como Nocturne y nuestro Capítulo —dijo Tu’Shan a sus oficiales—. El yunque nos ha templado, nos ha hecho más fuertes. —Después hizo una pausa y analizó el estado de ánimo de sus guerreros durante el breve silencio.

«Golpeados pero decididos, destrozados pero en pie».

Eso bastaría por ahora.

—Eso es todo. Volved con vuestros deberes —añadió—, en el nombre de Vulkan.

La respuesta resonó al unísono cuando los oficiales Salamandras se marchaban. Algunos se dirigían a una guerra galáctica lejos de la órbita de Nocturne; otros permanecerían para la reconstrucción a la que Tu’Shan se había referido.

—Señores Vel’cona y Elysius —dijo. El Jefe de los Bibliotecarios era siempre el último en marcharse y se quedó atrás mientras la sala del trono se vaciaba. El Capellán sabía que aquello iba a pasar y no se movió.

Tu’Shan mandó retirarse a los Dracos de Fuego también para asegurarse de que los tres se quedaban solos.

—¿Es posible? —preguntó simplemente una vez que la sala del trono estuvo vacía.

—¿Si es posible el qué, mi señor? —preguntó Vel’cona.

—Por favor, no seas evasivo, Jefe de los Bibliotecarios. Ya sabes a qué me refiero.

Vel’cona asintió, arrepentido.

—Los rituales antiguos y proscritos pueden lograr muchas cosas, pero nunca he oído hablar de devolver a la vida a aquellos que llevan largo tiempo muertos.

—¿Y tú qué opinas, Hermano Capellán? Nos has contado a todos que fuiste testigo de un milagro en Volgorrah. ¿Son factibles tales hazañas?

—¿Me estás preguntando si creo que se puede hacer, si creo que el espíritu puede regresar al cuerpo y que el cuerpo puede restaurarse al mismo tiempo?

Tu’Shan no respondió y esperó.

—Ushorak era un desgraciado y un fanático. Nunca había visto a ningún Capellán así. Jamás. Inspiraba devoción con una voluntad de hierro y una ética brutal en lo que al castigo y a la furia justa se refería. Pocos en mi orden me han provocado inquietud, pero él era uno de ellos. Si lo único que hace falta para salir de la tierra infestada de gusanos es voluntad, entonces seguro que ya está vistiendo su armadura y agarrando su crozius mientras hablamos. Por fortuna, ése no es el caso.

—No has contestado a mi pregunta, Elysius —dijo Tu’Shan.

—Eso es porque no tiene respuesta. No puedo decir si creo en ello o no. Dak’ir regresó de la muerte, y se convirtió en algo que desafía toda definición. Ahora ha desaparecido, y con él muchas respuestas que podría haber tenido, aunque dudo que supiese mucho más de lo que sabíamos nosotros.

—La Llama Desatada —dijo Tu’Shan a Vel’cona—. ¿Era un artefacto encarnado, uno de Los Nueve?

El Jefe de los Bibliotecarios no tenía respuesta tampoco.

Tu’Shan se volvió y miró hacia la oscuridad que había en el extremo más alejado de la sala del trono.

—¿Puedes responderme tú, Padre Forjador?

Vulkan He’stan había entrado en silencio y emergía desde las sombras de la puerta de la cámara.

—No, Dak’ir no era la Llama Desatada.

—¿Eso es todo? ¿Con toda la sabiduría que posees y eso es todo lo que tienes para tu Regente?

—¿Debería mentirte, Señor Tu’Shan? ¿Debería romper el vínculo de hermandad que forjamos sólo para calmar tu mente?

Tu’Shan parecía estar a punto de responder, pero se dejó caer en su trono.

—No. Por supuesto que no —dijo. Su voz era débil, cansada—. Perdonadme, hermanos. Estoy agotado. Busco respuestas y no existe ninguna.

—Me marcho —dijo He’stan a propósito de nada.

Tu’Shan asintió, sabiendo que aquello iba a pasar.

—Me alegro de que hayas permanecido todo este tiempo con nosotros.

El Señor del Capítulo podía ver la tristeza reflejada en los ojos del Padre Forjador, veía como se enfrentaban su deseo de quedarse y su honor. Los Nueve eran asunto suyo. Tal vez si los conseguían todos, podrían hallar algo de verdad que lo explicase todo.

Aunque por alguna razón, Tu’Shan lo dudaba.

—Mientras luchaba contra el demonio y Nocturne ardía a mi alrededor, sentí algo —confesó—. Como si no estuviese solo.

—En la cámara, yo también lo sentí. Creo que incluso le rompió la espalda al traidor —dijo Vel’cona.

—Estaba vivo en todos nosotros, hermanos —dijo Elysius.

He’stan no necesitaba pronunciar su vivencia para demostrar que él también lo había experimentado.

—Su fuerza estaba en mi brazo. Lo vi en el valor de todos nosotros —continuó Tu’Shan—. Hizo que me plantease si realmente está muerto.

He’stan sonrió. Era una expresión rara de ver en un rostro normalmente taciturno y enigmático.

—No está muerto, mí señor. —Entonces abrió los brazos para albergarlos a todos—. Le veo ante mí en estos momentos. Sigue viviendo. Somos nosotros, todos nosotros, sus hijos.

Tu’Shan asintió. La determinación y la fuerza se reflejaban en su rostro como si hubiesen sido marcadas a fuego por los sacerdotes.

—Vulkan —dijo.

—Vulkan —respondieron los demás.