II
REDENCIÓN
Un sol en miniatura nació en el cielo sangriento sobre ellos, blanco magnesio y creciendo a cada segundo. La electricidad estática crepitaba en el aire, anunciando una descarga de relámpagos. Vel’cona detuvo uno con la palma abierta de su mano; otro aterrizó en su báculo psíquico.
—Deberíamos retirarnos a una distancia segura —dijo. Su mirada cerúlea no se apartó de la fortaleza de roca que había forjado alrededor del demonio. Pequeñas piedras empezaban a caer de sus irregulares francos, así como hilos de arenilla suelta.
Tu’Shan señaló con la mirada al Prometeano que yacía aplastado a su lado.
—¿Y si usamos el blindaje del tanque para cubrirnos? —sugirió. Vel’cona no necesitaba mirar. No se atrevía.
—Bien.
Juntos llegaron hasta los restos siniestrados del Land Raider cuando un pequeño rayo atravesó las grasientas nubes.
Como si se estuviese despertando de un sueño a una repentina y terrible realidad, la mirada en el rostro de Vel’cona hizo que Tu’Shan se volviese.
—¿Qué pasa?
—Tengo que marcharme. Inmediatamente.
En menos de un minuto, la lanza golpearía la superficie.
—¿Ahora?
—Nihilan está en la cámara.
—¿Bajo el Fuego Legal?
Vel’cona asintió.
La mirada de Tu’Shan se desvió de nuevo a la jaula de piedra donde el Señor de los Bibliotecarios había atrapado al demonio.
—Sea lo que sea lo que se propone, debe ser detenido. Puedo acabar con esta cosa yo solo.
—Con todos mis respetos, no puedes, mi señor.
—Te has equivocado otras veces.
—Pocas.
—Entonces reza para que ésta sea una de ellas. Encuentra a Nihilan y detenlo.
Vel’cona no discutió. Desapareció en un fogonazo de luz cerúlea en dirección al punto más bajo del mundo justo cuando una cegadora luz blanca inundaba sus cielos.
Lorkar les gritó a sus guerreros que se pusieran a cubierto mientras descendía la lanza orbital. Golpeó la tierra con un estruendo ensordecedor y la onda expansiva llegó arrasando hasta el barranco en el que se cobijaban los Marines Malevolentes. Era brillante, increíblemente brillante, y el resplandor posterior tardó en desaparecer de las lentes retinales del sargento.
Una capa de escombros las cubría, arrojados desde el punto del impacto. La arenilla dura atrapada en los remolinos de polvo golpeteaba contra la armadura del sargento. Un humo sulfúrico se estaba acumulando en la profunda cuenca también, procedente de las montañas. En la niebla tóxica, la visión de Lorkar empeoró todavía más.
—¡Harkane! —llamó al tecnomarine, sabiendo que los filtros visuales de sus sistemas biónicos podían atravesar aquella negrura.
Una sombra chirriante y ruidosa se arrodilló junto a su sargento. Sonaba como si la piezas mecánicas de Harkane necesitasen ser resantificadas. Manipulando una serie de diales incrustados en la parte mecánica de su cráneo, su implante biónico chirrió sonoramente hasta enfocarse.
—Artillería, disparada desde el espacio —afirmó.
Lorkar deslizó la corredera de su bolter con impaciencia. La nube de humo seguía siendo demasiado densa como para atravesarla.
—Eso ya lo sé. Dime qué es lo que acaba de pasar ahí abajo.
El sistema biónico de Harkane chasqueó tres estados a la derecha y uno de nuevo a la izquierda mientras enfocaba. La nube negra era extremadamente densa. Sin respiradores, un humano sin implantes augméticos se habría asfixiado. El hollín gris cubría la armadura amarilla de los Marines Malevolentes desportillada a causa de la arena ceniza.
—El Señor del Capítulo de los Salamandras está en el suelo. Pero no está muerto. —Harkane ajustó de nuevo sus sistemas ópticos emitiendo un intermitente zumbido mientras aumentaba la vista sobre el objetivo—: Un análisis rápido de los restos indica que ha salido despedido con la onda expansiva. Ahora está atrapado bajo una sección de un tanque de batalla que está volcado de lado.
—¿Hay rescatadores?
Harkane peinó el área. La abertura de su sistema biónico se expandía y se contraía mientras se reenfocaba y se ajustaba continuamente.
—Negativo. El golpe de la lanza le ha aislado del resto de la lucha. No detecto ninguna señal de calor ni respuestas electrónicas en un radio de quinientos metros. La densidad de la nube de polvo indica que el reconocimiento visual podría ser inferior a eso.
Lorkar sonrió y murmuró:
—De modo que tenemos nuestra oportunidad. —Casi salivaba ante la idea de que el Señor del Capítulo de los Salamandras estuviese atrapado e indefenso—: ¿Y la criatura? —La habían visto volar sobre ellos antes de enfrentarse al Señor del Capítulo y a su brujo. Lorkar no tenía ninguna intención de pasar a ser el centro de su atención. Su misión era muy específica.
Hubo una breve pausa mientras Harkane reunía más datos antes de contestar:
—Inconcluyente. El radio de la onda expansiva indica que el Señor del Capítulo lo alejó de su camino inmediato lanzándolo más allá.
—Y hacia el nuestro —concluyó Lorkar. La nube de humo empezaba a disiparse. Por fin podría ver el cuerpo del Señor del Capítulo tirado boca abajo intentando en vano empujar el inmenso tanque de batalla para liberar su pierna.
* * *
La historia de Stratos se repetía una y otra vez. Estaba de nuevo dentro del templo de Aura Hieron con Kadai a la merced de los traidores. Volvieron a su mente los oscuros recuerdos de su capitán enfrentándose a aquella criatura de la disformidad, un asesino acechando entre las sombras, el rayo de fusión acabando con él para siempre…
—Nunca más —juró Tsu’gan, acercándose en silencio al guerrero que tenía por debajo.
* * *
—Manteneos alerta —ordenó Lorkar a sus hermanos—. Estamos en un campo de batalla activo.
Estaba a punto de ordenar el avance cuando un resplandor rojo como el fuego apareció en el cielo.
Todos a una, los Marines Malevolentes se agacharon y apuntaron con sus armas hacia el cielo. Era rápido, tan rápido que Lorkar no pudo detectar su origen.
—¿Alguien puede apuntar a eso? —Nadie respondió—: ¿Harkane?
El tecnomarine negó con la cabeza.
—Negativo.
Se desplazaba de manera errante, como un misil cazador, sólo que estaba envuelto en llamas.
Vathek señaló con su espada sierra desgastada cuando la llama desapareció de repente en algún lugar en la distancia.
—¡Ahí! ¿Qué es eso?
—Una lucha de la que no queremos formar parte —masculló Lorkar. Estaba mirando a través de los magnoculares. Después bajó los prismáticos y negó con la cabeza—: Lo único que veo es fuego.
Karvak, el apotecario, estaba realizando un análisis rápido con un áuspex maltrecho.
—Estoy recibiendo intensas señales térmicas a una escala inmensa y esperando.
Harkane lo confirmó.
No muy lejos de la ruina donde Tu’Shan luchaba por liberarse, el aire rielaba con la bruma.
—Huelo el calor que emana de esa cosa, incluso desde aquí —dijo Vathek.
Lorkar frunció el ceño. Era un riesgo, como lo era siempre todo lo desconocido. Los demás habían empezado a avanzar más despacio. Como su sargento, tenía que hacer que se movieran de nuevo. Las voces le ayudaban a centrarse y aumentaban su determinación. Eran órdenes de Vmyard… ¿no, recordadas desde un condicionamiento profundo? Casi sentía como ciertas secciones de su armadura destrozada se contraían contra su piel, recordándole su misión.
«No te fallaré, señor».
—No es asunto nuestro. Se nos ha presentado una oportunidad. Para esto es para lo que hemos venido. ¡Cogedle! Venid conmigo. Ahora. —Lorlar saltó una pequeña barrera de roca y se deslizó por el barranco mientras Vathek observaba la línea de la cresta que tenían tras ellos. La silueta de Gorv apenas se veía en la nube de polvo que se dispersaba. El centinela parecía andar a trompicones.
—¿Y qué pasa con Gorv?
—Tampoco veo ni rastro de Vogan —dijo Karvak, siguiendo la mirada de Vathek.
Lorkar ladró por el comunicador y el ruido estático añadió un innecesario rechinar a su voz.
—Olvidadlos. Tendrán que alcanzarnos ellos. ¡Vamos!
Nunca antes había abandonado a sus hombres. Jamás. Algo no iba bien y Lorkar lo sabía. Lo había sabido desde que habían abandonado el Demetrion. Sólo que ahora ya no le importaba. Lo único que importaba era la misión. La salvación era lo único que importaba. Con la cabeza agachada, corrió a través de la sucia niebla tóxica, con la esperanza de no llegar demasiado tarde.
* * *
Tu’Shan tenía la suficiente consciencia de sí mismo como para darse cuenta de que estaba herido. No era una herida física, como las incontables heridas leves que había sufrido durante su vida como Marine Espacial; ésta era realmente debilitadora. Los guerreros morían a causa de tales heridas. No por la herida en sí, sino porque les debilitaba, y un enemigo siempre buscaba a un rival débil para acabar con él. Tu’Shan no tenía intenciones de morir bajo la espada de un verdugo ni de un tiro a quemarropa en la sien. Quería morir luchando. De modo que empujó el Land Raider con todas sus fuerzas.
El que hubiese sobrevivido a la onda expansiva probaba su resistencia, pero su pierna había quedado atrapada bajo las orugas del tanque. Bendijo a Vulkan por su clemencia. De haber quedado bajo el casco habría necesitado un implante biónico. Pero tal y como habían sido las cosas, arrastraría la pierna suelta y necesitaría un apotecario en lugar de un tecnomarine para volver a caminar de nuevo.
Unas manchas oscuras aparecían de manera intermitente ante sus ojos pero no había perdido al demonio de vista al quedar inconsciente. Tu’Shan esperaba que estuviese muerto. La lanza había golpeado más fuerte de lo que esperaba. No obstante, conocía los riesgos. La onda de presión había levantado los restos del Prometeano del suelo, y a él con ellos. Durante unos segundos cruciales había perdido el conocimiento, y cuando volvió en sí, estaba tumbado boca abajo en el suelo con el inmenso tanque de batalla sobre su pierna.
El Portador de Tormenta estaba bien atado a su muñeca, que era la única razón por la que todavía tenía el martillo. Agarró el mango y golpeó decidido a destrozar la oruga. El primer golpe se desvió un poco y rompió unos pocos trozos. Demasiado cuidadoso. El segundo abrió una grieta en una de las cintas rodantes del Land Raider. Tu’Shan no golpeó una tercera vez.
Sintió la presencia de unos guerreros que se congregaban a su alrededor y arqueó el cuello hacia atrás para poder ver lo que había a sus espaldas. Uno de los Marines Malevolentes que había conocido a bordo del Purgatorio estaba ante él. El humo que emergía de las calderas de las montañas se acercaba a toda velocidad y enturbiaba la vista, pero el guerrero no estaba intentando esconderse. Tu’Shan ni siquiera se planteó qué hacía aquel guerrero en Nocturne; su postura y su decidida manera de actuar le indicaban al Señor del Capítulo todo lo que necesitaba saber. Desde su punto de vista, el guerrero estaba boca abajo y había desenvainado una espada corta de combate.
Eso lo confirmaba.
—Sabía que eras un desgraciado, Lorkar, pero no sabía que también eras un traidor.
—Me alaga que te acuerdes de mí.
—Nunca olvido a un malnacido como tú.
—No puedes provocarme, Tu’Shan. Yo no soy uno de tus perros.
—¿Has venido para intentar matarme?
—Si ésa fuese mi intención no habría intentos que valiesen —respondió Lorkar al tiempo que pulsaba el botón de activación del mango y la espada de combate zumbaba al cobrar vida—. Sólo quiero alejarte de algo. —Después miró a su alrededor teatralmente—: Parece que tus hermanos te han abandonado.
Tu’Shan imaginaba que el resto de los Salamandras andaría cerca, puede que incluso estuviesen buscándole, pero la onda expansiva lo había transportado lejos de la zona de combate principal. De momento estaba solo.
—Ahórrate el histrionismo. No necesito ayuda para vencer a los de tu calaña —respondió, y sonrió amargamente—. Podría hacerlo incluso con una lengua aplastada bajo un tanque.
Lorkar asintió cuando tres de sus cohortes aparecieron tras él blandiendo sus espadas.
—Mejor para ti.
Tu’Shan cargó inmediatamente, pero hacía su punto ciego, dañando al Marine Malevolente que intentaba flanquearlo. La rodillera del guerrero se abolió, y el hueso también, aplastados bajo el Portador de Tormenta. Su agresor cayó al suelo gritando de dolor y agarrándose la pierna destrozada.
Apoyándose sobre el codo, Tu’Shan giró sobre su cuerpo y aplastó el pecho de un segundo atacante. Éste cayó de espaldas y no volvió a moverse.
—Dos menos —rugió—, ¿no quieres igualar las posibilidades un poco más?
—No —dijo Lorkar, desconectando su espada de combate y envainándola. Los tres guerreros tras él habían extraído sus bolters y apuntaban con ellos al Señor del Capítulo.
—Creo que prefiero dispararte.
—Siempre te consideré un perro asesino sin honor.
Lorkar se golpeó el peto con el puño.
—¡No soy ningún asesino! —respondió bruscamente antes de recuperar la compostura perdida. Entonces señaló con la bayoneta serrada de su bolter al Portador de Tormenta—. Pero me llevaré ese martillo.
El rostro de Tu’Shan se arrugó con furiosa confusión.
—¿Un cazador de trofeos? Pensaba que a los Malevolentes sólo os interesaba la chatarra.
Y fue entonces cuando Lorkar reveló la verdad.
—Lo necesito. Lo necesito. —Después ordenó a os demás que bajasen sus armas—. Nos sucedió algo a bordo de la nave.
—El Demetrion —dijo uno de los guerreros, un tecnomarine a juzgar por su vestimenta.
Lorkar asintió.
—El Demetrion. —Entonces se quitó parte de su avambrazo. Era una pieza antigua, llena de arañazos y quemaduras de guerra. Estaba unida a una sección más grandes que tenía debajo. Un almizcle desagradable escapó al aire cuando se reveló esta segunda capa de la armadura. Estaba llena de agujeros, oxidada en los extremos y se fundía con la carne de Lorkar.
Tu’Shan había visto la armadura impura de los traidores en otras ocasiones. Sabía que podía amoldarse al portador, convertirse en una parte de él.
—Por Vulkan, te has convertido. Pero no te das cuenta.
—No fue algo… —vaciló Lorkar— intencionado.
Tu’Shan respondió con dureza.
—El camino a la condena nunca lo es.
Lorkar dejó que el bolter colgase de su correa y extrajo su espada de nuevo con la mente sumida en un evidente caos.
—Lo siento, pero necesito ese martillo. Puedo romperlo… —dijo, sin aliento—. Puedo romperlo y volver a ser el que era.
Tu’Shan negó con la cabeza lentamente.
—No hermano. No puedes.
Un brillo de locura invadió los ojos del sargento.
—Eso ya lo veremos.
Los cuatro Malevolentes atacaron a la vez. Tu’Shan bloqueó la espada sierra de uno con el mango del martillo. A otro le golpeó en la cara cuando éste se abalanzaba sobre él. Lorkar golpeó con su espada vibratoria la armadura del Señor del Capítulo entre el pectoral y la hombrera. Tu’Shan gritó cuando los dientes del arma llegaron hasta su carne.
—Entrégamelo —rugió Lorkar.
El cuarto guerrero, el tecnomarine, había cogido con su guantelete el mango del Portador de Tormenta.
—Ni muerto —respondió Tu’Shan, alimentando el martillo con una sacudida de energía que electrocutó gravemente al tecnomarine, que salió despedido varios metros hacia atrás y aterrizó sacudiéndose y en llamas.
Lorkar hundió más su hoja.
—Como quieras.
La espada sierra descendió de nuevo, los ataques de su portador eran frenéticos. Tu’Shan paró un par de golpes, pero otro atravesó sus defensas y serró su brazal. El guerrero al que le había golpeado en la cara había vuelto a levantarse y estaba sediento de venganza. Mirando a través de la frenética refriega, Tu’Shan vio que el yelmo del guerrero y su rostro eran uno. La piel y el metal se habían fundido.
—Esto es una locura —espetó—. El martillo no logrará hacer lo que pretendes.
—Me librará de esta pesadilla —dijo el del casco mientras extraía su arma auxiliar y se la ponía al Señor del Capítulo en la sien mientras éste se resistía.
Un golpe de verdugo.
Los demás lo agarraron, y a Lorkar ya no le importaba si se manchaba las manos con la sangre de Tu’Shan.
—Yo puedo separaros fácilmente —aseguró una voz por detrás de ellos.
El de la cabeza de yelmo se volvió a medias apuntando con la pistola bolter, pero una espada sierra le detuvo, cortándole el cuello y decapitándole.
—¿Lo veis? —dijo Tsu’gan al tiempo que atravesaba a otro y le desgarraba las tripas hasta que no eran más que una masa de serrín rojo dentro de su impura armadura.
Lorkar cargó con ferocidad contra él.
—Estabas muerto —protestó mientras los demás centinelas que había colocado en el lugar de la emboscada empezaban a acercarse.
—No, hermano. Tus soldados, esos locos que has dejado en la cresta, ellos están muertos. Yo estoy muy vivo.
Bloqueó el golpe alto del sargento golpeándole en el estómago con la mano libre. Lorkar retrocedió y empuñó su bolter. Tsu’gan ya se lo esperaba y partió el arma atravesando la culata y el cañón.
Desde la cresta, en el borde del cráter abierto, los refuerzos enemigos llegaban corriendo. Tsu’gan agarró el bolter que pendía de su hombrera en una correa y aniquiló al primer Malevolente que apreció.
Los disparos de respuesta salían despedidos desde el polvo y el humo en una serie de estallidos. Tsu’gan derribó a otro y después disparó hacia la derecha mientras el suelo era acribillado a su paso. Entre disparos vio cómo Lorkar se retiraba a sus propias filas y fruncía el ceño con desdén. Los disparos rebotaban contra el casco blindado del Land Raider cuando él golpeó el vientre del tanque al lado de Tu’Shan.
—Esperemos que no tengan nada más sustancioso en su arsenal —dijo. La mirada del Señor de Capítulo era penetrante mientras reconocía el rostro destrozado de su rescatador en su armadura prestada.
—¿Tú también estás afectado como ellos, hermano? —preguntó.
La voz de Tsu’gan se ensombreció.
—No, no como ellos.
Después disparó unas cuantas veces para mantener a los Malevolentes a raya.
Tu’Shan estaba lo bastante cerca del borde del tanque como para asomarse por él y ver el humo.
—Se están desplegando más —dijo—. Intentan rodearnos.
Lanzando otro estallido sin entusiasmo, Tsu’gan rodó tras la barricada improvisada.
—Tenemos que movernos.
—¿Estoy de acuerdo? ¿Puedes levantar un Land Raider, hermano?
Tsu’gan vio el punto donde la oruga había atrapado a Tu’Shan.
—Por encima de mi cabeza no, pero…
Mientras la lluvia de fuego continuaba golpeando, el tanque colocó los dedos bajo la pieza de oruga medio rota y empujó.
—Pensamos que habías perecido en la disformidad —dijo Tu’Shan, viendo lo que Tsu’gan estaba insertando en el largo mango del Portador de Tormenta por el minúsculo agujero que había abierto antes.
—Y en cierto modo así fue.
Juntos empujaron usando el martillo de trueno como palanca.
—Prepárate para mover esa pierna —dijo Tu’shan. Los disparos que granizaban sobre el casco se aproximaban.
—Sea lo que sea lo que hayas hecho, puedes redimirte —le dijo Tu’Shan viendo el vacío que invadía su mirada. Arrastrando su pierna de debajo del Prometeano, hizo un gesto de dolor pero no gritó.
—No puedo. Todavía no —respondió Tsu’gan. Entonces ayudó al Señor del Capítulo a sentarse, y apoyó su espalda contra la parte inferior del tanque.
—Me has salvado la vida, Tsu’gan.
Tsu’gan se detuvo, a punto de echar un vistazo por el borde del Land Raider. Lorkar no tardaría mucho en rodearles.
—Todavía puedes morir, mi señor.
Una voz gritó a través del humo y el polvo tras ellos.
—¡Señor Tu’Shan!
Era Agatone.
—Ya llegan tus salvadores, señor.
El fuego de bolter que golpeaba el casco cesó. Lorkar eligió la discreción por encima del valor.
—Quédate —dijo Tu’Shan, mirando a las sombras de los Marines Malevolentes que se retiraban, mientras que las de Agatone y la 3.ª Compañía se materializaban por el borde del cráter—. Quédate con tu Capítulo y…
Le estaba hablando al aire. Tsu’gan se había marchado, perdido entre la ceniza y el humo.