I
CONVOCANDO AL FUEGO
Incluso a través de los respiradores de su yelmo de batalla, fue el olor lo que atacó a Tu’Shan primero. Penetrante y nauseabundo, arrastraba el hedor a carne podrida. Incluso superaba a la fetidez de la ceniza y el sulfuro de la brisa. Si aquel efluvio era una advertencia, el fuerte batir de la piel contra el aire y la sombra que eclipsaba el sol describían la naturaleza del enemigo de Tu’Shan.
Un demonio. De pie sobre la elevada cúpula prometeana, alzaba la mirada al cielo rojo como la sangre.
Era una especie de dragón, o algo que había modificado su forma para parecer uno. Tales criaturas se habían relegado a los mitos hacía eones, los parientes perversos de los dracos más antiguos y más nobles según la tradición popular prometeana. Como todos los Nocturnianos, Tu’Shan había aprendido las leyendas de viejas guerras entre, los monstruos de las profundidades de la tierra y los inmensos riscos de las montañas. Había sucedido antes de la llegada de los hombres. Pocos lo recordaban o a pocos les importaba. Como gran parte de la historia, era algo perdido y olvidado, sin relevancia. Las bestias de aquella época tan singular eran titánicas. Aquélla, aunque fuese una imitación, era inmensa.
Acelerando los motores, un par de Predators se dispuso a enfrentarse a ella disparando desde sus torretas. Los proyectiles de cañón automático explotaban contra la piel escamada del demonio sin causarle ningún daño.
En respuesta, éste escupió un torrente de fuego disforme que redujo los tanques a escombros fundidos y la tripulación a cenizas.
Delante de las murallas de Hesiod, la batalla había alcanzado un apogeo y todavía se estaba librando con furia a pesar del cataclismo que estaba teniendo lugar, pero varios guerreros habían dejado de matar para observar a la aterradora criatura.
—¡Quedaos atrás! —ordenó Tu’Shan por el canal de la columna acorazada sabiendo que estaría enviando a los Nacidos del Fuego a la muerte si se involucraban. A pesar de sus órdenes, un Rhino blindado se acercó demasiado al demonio y acabó inmolado. Otro que retrocedía sobre sus orugas para alejarse recibió un latigazo de la cola del monstruo. El vehículo rodó escupiendo fuego y metralla antes de detenerse boca abajo. Las puertas laterales se habían abierto y los ocupantes que quedaban con vida salieron tambaleándose.
Tenía que distraer a la criatura antes de que destruyese a toda la compañía del tanque.
—¡Prometeano, adelante! —gritó Tu’Shan al conductor del Land Raider.
Si debía sacrificar su vida para detener aquella cosa, que así fuera. El yunque le templaría o le rompería. Había llegado el momento de poner a prueba la fuerza de la que estaba forjado el Señor del Capítulo.
Tuvo que chillar por encima del grito de los motores para ser oído, pero la voz de Tu’Shan se escuchó:
—¡Infierno y llama!
Las dos barquillas laterales hicieron erupción al desatar la tormenta de fuego de sus cañones. El prometio purificador envolvió al demonio y éste se perdió entre la bruma del calor y el humo.
—¡Bañadla bien!
El fuego se intensificó y los cañones lanzallamas alcanzaron sus límites críticos.
Una silueta se retorció en la vorágine de fuego y, por un momento, Tu’Shan se atrevió a tener esperanza… pero una bestia del abismo, un auténtico demonio, no era tan fácil de derrotar.
Con las alas desplegadas, la criatura escapó de la conflagración. Dejó un rastro de fuego y humo al tiempo que emitía un chillido de furia infernal. Estaba herida, pero muy lejos de estar muerta.
Tu’Shan hizo una mueca de impotencia cuando el demonio dragón cargó contra el casco del Land Raider. Lanzó una descarga desganada desde el bolter de asalto en afuste exterior antes de que el tanque de batalla volcase de morro y el Señor del Capítulo salió despedido de su insignificante protección.
Tu’Shan derrapó por la arena ceniza, pero usó el impulso de la caída para levantarse rápidamente.
El dragón demonio había aplastado la parte delantera del Prometeano, comprimiendo su blindaje con sus garras como si fuese de pergamino y la había dejado ardiendo en llamas. El venerable tanque había librado innumerables guerras y ahora se había reducido a chatarra. La ira de Tu’Shan avivó su determinación pero la mera presencia del demonio le golpeaba de nuevo de modo que tenía que abrazarse a ella o caer de rodillas.
Tu’Shan extrajo a Portador de Tormenta y la alzó como si fuera un talismán. El martillo de trueno brillaba con una luz tenue y le prestaba fuerza a sus extremidades.
Los ojos serpentinos del monstruo le observaban con curiosidad, como si estuviese intentando identificar al mortal que le desafiaba.
Una sensación de ansiedad invadió a Engel’saak al sentir de nuevo el mordisco del acero santificado que le había expulsado del plano material. El demonio había suprimido fácilmente el temblor del terror semioculto de su huésped. El recipiente se había dado cuenta demasiado tarde de lo estúpido que había sido pactando con el demonio. Engel’saak no lo vio venir. Aquel mortal, el que portaba el martillo llameante, había captado toda su atención. Después de que el semidiós le venciese, Engel’saak había vagado por las mareas de la disformidad durante milenios, con sólo su ira como sustento. Había sido débil, vulnerable y presa de las inteligencias superiores que surcaban aquellos mares etéreos. Regresar no había sido fácil.
Engel’saak decidió que la venganza no sería rápida para aquel mortal, quería que fuese dolorosa.
—¿Reconoces esto? —dijo Tu’Shan, y después murmuró para sí—: Claro que sí. Eres muy viejo, ¿verdad, maldito?
Una especie de respuesta estaba a punto de llegar. Alzándose sobre sus cuartos traseros, la bestia extendió su largo y sinuoso cuello hasta el máximo y descargó una tormenta de fuego infernal.
Tu’Shan rugió y agarró su martillo como un escudo mientras las llamas chocaban contra él. Echándose la mano a la espalda, agarró el extremo de su capa de escamas de draco y se envolvió con ella. No existía fuego alguno que pudiese penetrar la piel de salamandra, y la de Tu’Shan pertenecía a una de las bestias más viejas y más venerables.
Le proporcionaba mayor protección que el Portador de Tormenta, pero al cabo de unos segundos el calor se volvió intenso.
—¿Cuánto fuego tienes dentro, pajarraco del infierno? —espetó y se agachó bajo la descarga.
El instinto le hizo moverse. El instinto y la ligera sensación de que la ola de fuego menguaba. El demonio cargó con una garra inmensa, haciendo surcos en el suelo al paso de Tu’Shan. Una columna de lava ascendió desde uno los cortes en la carne de Nocturne y escaldó a la criatura obligándola a emitir un chillido aviar desde sus fauces hediondas y abiertas.
Tu’Shan sonrió adustamente. Su tierra, su sangre, se había levantado para defender a su Regente. Mientras que el demonio seguía retrocediendo a causa de sus heridas le golpeó con fuerza en la antepierna y escuchó con alivio un crujido audible de hueso.
Su segundo golpe nunca llegó. El demonio golpeó a Tu’Shan con una de sus alas colosales abofeteándole hacia atrás, de modo que tuvo que volver a ponerse de pie. Como la ceniza arrastrada por el viento, había perdido su ventaja del mismo modo en que la había ganado y tuvo que volver a adoptar una posición de defensa.
Tras esquivar un golpe de la cola cubierta de púas del demonio dragón, Tu’Shan perdió el equilibrio. Su guardia quedó abierta ante una garra lacerante que le atravesó su armadura artesanal y derramó su sangre sobre la arena ceniza.
El escudo relámpago de Vel’cona le salvó la vida al Señor del Capítulo. Éste destellaba y escupía conforme la esencia disforme de la criatura lo tocaba, reaccionando como un campo refractor expuesto a la lluvia. Hubo un silbido de energía estática seguido de un fuerte olor a ozono y el escudo cedió.
Sin esperar una respuesta, el Jefe de los Bibliotecarios lanzó una tormenta psíquica contra el demonio enviando arcos dentados de rayos azules contra su cuello y su torso. El monstruo sufrió graves quemaduras. Gruesos pedazos de escamas colgaban del demonio de hilos inmateriales y una fea cicatriz negra manchaba el sangriento brillo de su piel infernal, pero a pesar de todo el demonio iba hacia ellos.
—¡Atrás!
Tu’Shan obedeció sin cuestionarle, y retrocedió al tiempo que Vel’cona golpeaba hacia el suelo con la palma abierta. Cuando volvió a levantar la mano formando con ella una garra rígida, la superficie de Nocturne plegó como si tirase de ella. Hilillos de polvo y escombros caían por el inmenso muro de metros de grosor de tierra. Durante unos segundos incluso ocultó al demonio dragón de su vista. El ruido de las piedras aplastadas anunció su regreso cuando la criatura atravesó la barricada elemental.
Era implacable. El dolor, la fatiga y el miedo eran conceptos que carecían de significado para los habitantes del otro lado del velo. Las limitaciones mortales no se aplicaban a su especie.
Vel’cona siguió hurgando hasta desenterrar el cimiento sobre el que se había fundado Hesiod. Con una mano de escultor psíquico, diseñó una prisión de roca santuaria alrededor de la criatura y la encerró en la roca fortificada del corazón de Nocturne.
Apenas aguantaba.
—Esa jaula de piedra no la detendrá por mucho tiempo —dijo. Tu’Shan detectaba el agotamiento en la voz del Jefe de los Bibliotecarios, aunque él no mostró ningún signo de él.
—Entonces aprovecharemos la oportunidad para acabar con ella ahora —dijo.
—¿Puedes contactar con la Llama Forjada?
VeI’cona entrecerró los ojos.
—Es posible. ¿En qué estás pensando, mi señor?
—Si los rayos psíquicos y los martillos sagrados no pueden con esta cosa, tendremos que usar algo mis grande.
El Varkonan estalló con una satisfactoria cadena de explosiones en su estribor. Las bombas incendiarias de la proa se cocieron con la onda expansiva y acabaron con el crucero cultista con una espectacular supernova. Para cuando la llamarada de luz de la muerte del Varkonan se hubo apagado, ésta se hundía en el vacío como un tiburón sin cabeza, sangrando gas y tripulantes.
Dac’tyr vio que otro icono parpadeaba en el tacticarium y buscó el siguiente objetivo de la Llama Forjada.
—Una fragata de través a babor —dijo por el enlace del puente de mando—. Lanzad una volea desde las baterías inferiores de estribor.
Unos minutos después, la fragata enemiga dañada ya no existía. En las últimas fases de la batalla habían logrado un número impresionante de muertos. Dac’tyr los almacenó a todos y cada uno de ellos en la memoria para que el sacerdote marcador marcase su carne más adelante.
En aquellos momentos tenía otras cosas más importantes en la cabeza, y no eran las naves que le rodeaban y que estaba aniquilando con impunidad tampoco. Dac’tyr conocía a la Llama Forjada y confiaba en ella con su vida. Nunca le había mentido, nunca le había decepcionado de ninguna manera, y aun así le costaba creer lo que el tacticarium había descrito cuando había iniciado un embiste suicida contra el Acechador del Infierno.
Debía estar muerto. Todos debían estar muertos.
A pesar de los mejores esfuerzos de Dac’tyr, la flota Salamandra se había enfrentado a una muerte segura, superados en número y en armas por un enemigo superior. El Señor de los Cielos Ardientes era un capitán superlativo, lo sabía sin un ápice de arrogancia, pero ni siquiera él habría podido alcanzar la victoria en semejante escenario.
Una inmensa antorcha de fuego había intervenido. Todo había cambiado en cuestión de segundos. Había hecho añicos la nave insignia enemiga y había inutilizado varias otras. La balanza se había inclinado hacia el otro lado, a favor de Dac’tyr, y pensaba sacarle el máximo provecho.
Aunque no le quedaban muchas naves activas, las que aún tenía se pusieron a buen uso. Con la intervención de la llama, ahora era cuestión de destruir las naves enemigas que había sobre Nocturne que eran o demasiado renaces o demasiado estúpidas como para no huir a la disformidad. Los eldars oscuros hacía tiempo que se habían marchado. Habían abandonado la guerra en el vacío mucho antes por algún motivo inexplicable. Algunas de las esferas bélicas beligerantes de los króot aún permanecían allí. Una descarga de estribor aniquiló a una que había aparecido a través de un campo de escombros que había dejado la fragata destruida y que había sido detectada a través del oculipuerto principal de la Llama Forjada. Había un puñado de cruceros renegados más pequeños también, naves cultistas y barcazas infernales plagadas de fanáticos. Criaturas como aquéllas no sabían cómo retirarse. No podían. Dac’tyr y sus capitanes las castigaron sin piedad.
La muerte del Acechador del Infierno había señalizado la derrota. Era la base principal sobre la que se fundamentaban los planes del enemigo, una pieza crucial. La inmensa nave capital se vio reducida a chatarra flotante, sumida en la negrura y rota por tres secciones diferentes. Perdiendo combustible, vapor y hombres, era un cadáver frío listo para el saqueo de los carroñeros del vacío. Dac’tyr se contentaba con dejarla vagar a la deriva.
Como un cinturón de minúsculas señales, los Dracos de Fuego que salían despedidos del casco destrozado habían aparecido brillantemente en los sistemas augures y el sensorium de la Llama Forjada. Dac’tyr había enviado a toda su sección de cañoneras y otras naves con capacidad para transportar soldados a recogerlos. Los Guerreros Dragón expulsados al mismo tiempo fueron aniquilados. Dos naves, un Caestus y una Thunderhawk habían caído presas de los renegados, destrozadas al colisionar y engancharse en sus cascos, pero el resto de los involucrados en la misión de rescate tuvieron éxito.
Las bandadas de naves más ligeras ya estaban de camino a Nocturne, descendiendo con los reactores ardiendo al máximo. La comunicación con la superficie todavía no se había restablecido, lo que significaba que la guerra terrestre aún perduraba. Los refuerzos de la 1.ª Compañía podrían influir en el resultado. Después de todo, la victoria estaba al alcance.
Una cañonera entre el vasto escuadrón no estaba en la lista original de Dac’tyr. La Incendiaria estaba siendo pilotada por un tal Hermano Fugis. Según tenía entendido el capitán, el nombre pertenecía a un ex apotecario al que creía muerto. El Hermano Fugis le había corregido con brusquedad muy claramente sobre la falsedad de aquello cuando la Llama Forjada había establecido contacto con él.
A diferencia de las demás cañoneras, la Incendiaria se dirigía de regreso a Prometeo después de que un beligerante guerrero, el Dragón Negro superviviente de Volgorrah, Zartath, exigiese la presencia de un apotecario en la estación espacial. Dac’tyr no preguntó sobre el destino del Hermano Emek, quien sabía que se suponía que estaba encargándose del apotecarión, y envió a una sola Thunderhawk como escolta con la Incendiaria mientras avanzaba contra corriente. El Maestro Argos les había informado de que Prometeo había sufrido varias bajas pero que estaba seguro, gracias a Vulkan. De modo que el regreso de Fugis había llegado en un momento oportuno.
Cuando los capitanes de artillería descargaron las salvas de estribor de la Llama Forjada, Dac’tyr revisó los informes de daños y las listas de víctimas de la tripulación. No era algo fácil de leer. Tanto las naves como los hombres habían sufrido graves daños. Incluso el puente de mando tenía cicatrices de la batalla. Varios cuerpos seguían esperando la transferencia, pero tendrían que conformarse con cubrirse con mantas hipotérmicas de plata por ahora. Dac’tyr ya había empezado a diseñar un programa de reparación y reajuste de la nave averiada. Era metódico y riguroso, tal y como se esperaba de un Salamandra. Tan pronto como ganaran la guerra en el vacío regresarían a Prometeo, a los hangares y puntos de acoplamiento que estuviesen en funcionamiento y restaurados. Dac’tyr quería deleitarse en la victoria, descargar parte de su dolor en un castigo catártico, pero la practicidad no lo permitiría. Dejaría que el resto de la tripulación liberase su ira. Les hacía falta.
Dac’tyr estaba en proceso de evacuación y sellado de varias áreas dañadas de la barcaza de batalla cuando una aguda sensación dividió su cráneo como el filo de un hacha. Se agarró al tacticarium para apoyarse, levantándose de su trono mientras se tambaleaba hacia delante presa del dolor.
—¿Mi señor? —se preocupó el encargado del puente de mando. Siguiendo sus órdenes, un par de servidores médicos que había cerca empezaron a acercarse. Sus escáneres biológicos empezaron a extraer datos del afectado capitán, pero él los rechazó.
Dac’tyr apretó los ojos con fuerza. Formó puños con las manos presionando la pantalla del tacticarium. Después se relajó, soltó un suspiro y abrió los ojos de nuevo. Su voz sonaba densa y fatigosa cuando solicitó la atención del timonel.
—Ordena a los artilleros que carguen las lanzas de proa —dijo mientras se limpiaba un chorro de sangre de la boca—, y prepárate para disparar a la superficie.
—Eso es un ataque orbital, mi señor —confirmó el timonel, leyendo las coordenadas.
Dac’tyr casi se había recuperado. Una intensa migraña ocular todavía entorpecía su vista, empeorada por las aberraciones cromáticas en su visión periférica, pero al menos ahora podía ver de nuevo. La sensación no había sido agradable, y si ganaban la guerra en Nocturne, pensaba tener unas palabritas con cierto individuo.
—Así es. Sé preciso.