I: FUEGO CELESTIAL

I

FUEGO CELESTIAL

Dac’tyr no solía ser pesimista, pero al perder el contacto con Praetor y la 1.ª Compañía supuso que había sucedido lo peor.

Tenían un tiempo demasiado escaso y valioso como para lamentar la muerte de los Dracos de Fuego, una compañía completa, los veteranos Salamandras, nada menos, perdidos en una única misión. Era demasiado desesperado creer que habrían podido penetrar en la nave enemiga, neutralizar a sus hordas de defensores y destruir su sistema de artillería principal en un solo movimiento.

Como Señor de los Cielos Ardientes, Dac’tyr tampoco era dado a capitulaciones y conforme avanzaban hacia el Acechador del Infierno se reunión con su timonel.

—Diseña una ruta de impacto con el Acechador del Infierno y dame toda la potencia de los escudos delanteros y de la artillería de babor. La tensa respuesta del timonel delató sus temores.

—Mi señor, eso es…

—Suicida. Sí, lo sé. Prefiero considerarlo un noble sacrificio. No tenemos elección. Praetor y la 1.ª Compañía han fracasado, somos la última esperanza de Nocturne.

Después abrió la comunicación y amplió las transmisiones para que se escuchasen por toda la nave.

Múltiples impactos de artillería desde el Acechador del Infierno y las demás naves enemigas que todavía estaban librando la guerra en el vacío se registraron en la pantalla del tacticarium junto con un torrente de datos de daños sufridos que Dac’tyr pasó por alto. Por delante, el oculipuerto principal estaba siendo bañado con estallidos de láser y silenciosas explosiones de torpedos. Los escudos delanteros ondeaban y estallaban peligrosamente casi sobrecargados, y esto sólo empeoraría conforme se fuesen acercando más a la nave insignia enemiga.

—Que toda la tripulación me preste atención mientras nos dirigimos hacia la oscuridad. El sonido que oís, el golpe del metal contra el metal, el chirrido del acero de adamantio y los estruendosos truenos más allá de nuestras paredes es el yunque. La hora de nuestro juicio ha llegado. El puente ha sido violentamente golpeado. Hay incendios por todas las estaciones mientras la tripulación de servidores y humanos luchaba por mantener a la Llama Forjada libre del vacío el tiempo suficiente como para poder dar un golpe catastrófico. Habéis luchado por mí, habéis luchado por esta nave y siempre estaré eternamente en deuda con vosotros por ello. Hombres y mujeres de Nocturne, Vulkan os llama ahora. Aguantad hasta que el yunque haya acabado con nosotros, resistid y luchad con vuestra sangre y aliento por última vez. Os habla el Capitán Dac’tyr, Señor de la Flota y Señor de los Cielos Ardientes. Por la gloria y por Vulkan.

No podía oír la ensordecedora ovación de desafío por encima del ruido. Dac’tyr tenía que agarrarse a su trono de mando para permanecer sentado.

—¡Continuad la ruta! —rugió por encima de una cadena de explosiones desde el casco ventral que se sintieron hasta la proa.

Tenía los dientes apretados con tanta fuerza que parecía que fuesen a partirse bajo la presión. Fue entonces cuando vio la llama. Al principio, cuando vio las llamas en la negrura del espacio a través del oculipuerto, pensó que era un corneta o alguna especie de cuerpo celeste que había elegido ese preciso momento para manifestarse, sin embargo, al ver que no seguía una trayectoria prescrita, cuando viró y atravesó los restos de las naves siniestradas, supo que se trataba de algo más.

Esa llama, esa lanza de fuego, se dirigía a toda velocidad hacia el Acechador de Fuego.

—Timonel… —dijo Dac’tyr al tiempo que se inclinaba hacia delante en su trono de mando para intentar acercarse al oculipuerto. Después consultó la pantalla del tacticarium, pero las lecturas eran indescifrables. La velocidad de la lanza de fuego era increíble. No se parecía a ninguna nave espacial que hubiese visto jamás, pero es que aquello no era una nave; no era una nave en absoluto.

—Aumenta esa imagen y reduce la potencia de todos los motores. Los propulsores de plasma a media potencia. Aléjanos de esta colisión de inmediato.

El timonel transmitió las coordenadas a través del tacticarium y una sección del oculipuerto se amplió inmensamente al tiempo que la poderosa nave insignia de los Salamandras empezaba a corregir su ruta.

Los costados se abrieron en los flancos de la Llama Forjada al tiempo que su aspecto cambiaba y se situaba de través del Acechador del Infierno. La potencia del escudo se desvió a estribor para absorber los cañonazos de la artillería de la nave enemiga. Unos cazas dispersos ondearon y dieron bandazos en la vorágine de un brillante trazador que buscaba el despliegue de torpedos disparados desde los tubos del Acechador del Infierno.

A pesar de todo, Dac’tyr seguía fijo en la llama de fuego. Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que estaba viendo.

—En el nombre de Vulkan… —susurró.

La lanza en llamas se ensanchaba en su punta convertida en una espada de fuego que ardía en el vacío a pesar de la falta de oxígeno. Más brillante que el sol, impactó contra el Acechador del Infierno con la fuerza de un dios y lo partió por la mitad.

* * *

Primero, Praetor sintió una sobrecogedora sensación de calor y después vio un crepitante muro de fuego. Atravesó el casco del buque de guerra enemigo como un soplete a través del metal. Los Exterminadores Traidores desaparecieron de su vista con la bruma del calor, aunque les oyó gritar. Tras el fuego llegó la despresurización, el helor del vacío inundó el acceso conforme la proa del Acechador del Infierno simplemente se separaba del resto de la nave.

Sus ocupantes salieron disparados de inmediato. El mundo de Praetor se transformó en una masa giratoria e incoherente de sonido y de imágenes mientras luchaba por agarrarse a lo que fuese que quedase de la nave siniestrada. Nada que conociese, ninguna arma jamás diseñada por el hombre podría infligir semejante daño. Había cortado la proa de una nave principal, y la había devastado a ella y al cañón sísmico de un solo golpe catastrófico. Era imposible.

Los guerreros salían despedidos hacia el vacío y sus armaduras se congelaban al instante. Los bolters disparaban proyectiles lentamente y con rígida determinación. Praetor vio como uno de los Dragones Guerreros descarriados recibía el impacto de un proyectil errante. El casquete, de latón estalló contra la armadura del renegado como un estallido de metal que se abría y se fragmentaba a cámara lenta. La mayoría de los Dracos de Fuego seguían anclados magnéticamente a la cubierta y luchaban por mantenerse en su sitio, pero la fuerza de succión era increíble y arrancaba las placas del suelo bajo sus pies.

Vio a Vo’kar y quiso estirar la mano. El portador del lanzallamas pesado fue absorbido por el acceso y escupido a la oscuridad.

Había explosiones por todo el Acechador del Infierno mientras que el resto de la nave empezaba a’ desarmarse. Las cubiertas de artillería estallaron en una silenciosa conflagración roja que se sintió a través de las sacudidas del casco maltratado.

Praetor estaba agarrado a una riostra expuesta con el extremo roto, fundido e incandescente. Sus dedos cubiertos por guanteletes dejaban surcos en el metal que se enfriaba mientras el vacío lo reclamaba. Ahora había decenas de figuras ahí afuera, tanto Guerreros Dragón como Dracos de Fuego, algunas enzarzadas en’ abrazos mortales, luchando con uñas y dientes incluso mientras la gélida red del espacio los envolvía.

Las decenas se convirtieron en centenas cuando los siervos y los hombres de armas de las cubiertas superiores e inferiores salieron también despedidos, como las entrañas de una especie de poderosa bestia espacial. Se congelaron al contacto con la dureza del vacío; la sangre se cristalizó en sus venas, y sus extremidades se superendurecieron. Varios rebotaban en fragmentos’ de casco flotantes y se partían con el impacto. Otros se fragmentaban en minúsculos añicos de carne congelada. Sólo los superhumanos en sus servoarmaduras y los Exterminadores eran capaces de sobrevivir en el vacío, pero ni siquiera eso era algo claro. Quedarse en la nave mientras ésta se desintegraba hasta convertirse en una tumba muerta y flotante o soltarse y perderse a la merced del espacio.

Praetor consideró su falta de opciones.

—Ferro Ignis, hermano —le dijo He’stan a través del comunicador. El Padre Forjador sonaba casi alborozado.

A pesar de las increíbles fuerzas que intentaban arrastrarlo hacia el abismo, Praetor consiguió girar la cabeza. He’stan estaba a su lado, agarrándose a otro trozo de la riostra. Unos cuantos Dracos de Fuego habían logrado hacer lo mismo. Demasiado pocos, por lo que veía Praetor.

—La Espada de Fuego —dijo—. La profecía.

Un resplandor ardiente se estaba apagando por debajo de Praetor conforme la muralla de fuego descendía hacia la superficie de Nocturne.

Praetor apenas podía creer que fuera cierto mientras veía cómo el aura de la llama menguaba.

—¿Dak’ir?

Con una sacudida de chirriante metal, la riostra se soltó y salió despedido hacia la oscuridad.

* * *

Fugis luchaba contra los controles de la Incendiaria. Tal vez fuese una locura llevar una cañonera tan dañada a una guerra en el vacío, pero no había mucha elección. Llegar hasta el hangar había llevado mucho tiempo a través de los subpasillos dañados de Prometeo. El antiguo apotecario se había planteado ir con Elysius, pero su sitio estaba en la superficie, con el Capitán Agatone. Todavía formaba parte de la Guardia Imperial, aunque fuese una parte que llevaba mucho tiempo sin ocuparse.

Era un acto estúpido, nacido de la desesperación, que había sentido con la muerte de Dak’ir. Había estado tan convencido de estar en lo cierto… Pero entre la furia del espacio plagado de muerte sobre Nocturne aquello parecía una preocupación mucho menos importante.

—¡Ladea y gira, maldita nave! —rugió, tirando con fuerza de los mandos para apartarse de una inmensa pieza de chatarra que se le venía encima. Un fluido brillaba a su paso, helado y brillante con el resplandor de una nebulosa lejana. Con los motores chirriando, Fugis consiguió dominar a la cañonera entre más maldiciones. Sus súplicas a los espíritus máquina eran poco delicadas, por decirlo de alguna manera. No era tanto la amenaza del fuego enemigo lo que suponía un grave peligro para Fugis a la hora de atravesar la atmósfera de Nocturne intacto ya que, a menos que tuviese que enfrentarse a otra nave directamente, podría pasar relativamente inadvertido por la vorágine, sino los inmensos fragmentos de restos flotantes que vagaban en el vacío. Un despiste, un instante de pérdida de concentración, y la nave sería aplastada, y él con ella.

Fugis atravesaba un agujero recortado en el casco de una fragata. Apenas cabía por él y estaba rascando el blindaje exterior de la Incendiaria. Dentro, la nave estaba oscura y en silencio. Fugis disminuyó la velocidad del motor para poder ver lo que estaba por delante y encendió los arcos de luz frontales. Una luz mareante y blanca iluminó las cámaras oscuras de la nave muerta. Los cuerpos, congelados, vagaban entre las sombras, con medio cuerpo en un traje ambiental. Rebotaban mórbidamente contra el casco mientras Fugis atravesaba el cementerio flotante. A pesar de rigidez del hielo la rápida degradación de los tejidos a causa de la exposición al vacío, el ex apotecario reconocía los uniformes de los siervos muertos. Eran nocturnianos. Estaba pasando a través de las tripas abiertas de una nave de los Salamandras.

Murmurando la letanía de la piedad del Emperador, que aprendían todos los apotecarios a través del Códex, Fugis bloqueó sus sentidos con respecto a los muertos y continuó avanzando.

El sistema de iluminación de la Incendiaria detectó un punto de salida más adelante que describía un corte mucho más grande en el lateral de la fragata y que podía atravesarse más fácilmente. Desde la extraña calma de un mundo sepulcro flotante, Fugis volvió a emerger dolorosamente a la guerra en el vacío.

Sólo unos segundos después de haber salido de la fragata destruida se vio frente a los restos laterales de otra nave, sólo que ésta era mucho más grande. Aquel leviatán parecía no tener fin mientras Fugis tiraba de la Incendiaria para realizar una subida repentina y casi vertical. Tras pasar por varias torretas que explotaban y varias puertas que expulsaban aire a presión, llegó a la cúspide de los restos de la inmensa nave. Era la punta dentada de la columna vertebral de una nave siniestrada que había sido cortada, y los extremos fundidos de la superestructura de metal indicaban que algo increíblemente caliente lo había hecho.

Un falso amanecer se estaba extinguiendo a babor de la cañonera, ligeramente oculto por aquel voluminoso resto. Fugis vio algo distante, como una lanza, como un sol poniente que caía hacia la tierra. Por instinto, sólo por un momento, se atrevió a tener esperanza.

—La Espada de Fuego, la Llama Desatada…

Aquello casi le hizo bajar la guardia. Un trozo de cubierta rota se dirigía hacia él con un ímpetu arrollador. Con los motores a todo gas, envió a la Incendiaria a sumergirse e intentó encontrar una abertura por la que pudiese colarse. Los ojos de buey iban y venían, parpadeando demasiado rápido como para cambiar de ruta, demasiado pequeños como para que la cañonera entrase por ellos. La losa de cubierta se acercaba cada vez más. Su avance glacialmente lento había pasado a ser infernalmente rápido e inmediato cuando Fugis halló su vía de escape. Había entrado en una cubierta ancha y abierta. Allí también había cadáveres, enganchados a cadenas de hierro o engrilletados a las columnas. Esclavos, los perdidos y condenados.

Algo por delante detectado en la luz blanca magnésica de sus arcos de luz frontales captó la atención del ex apotecario. Lo comprobó dos veces para asegurarse de que no eran visiones suyas. Era un ser vivo, algo que había sobrevivido a la muerte de la nave. Fugis no necesitaba recordarse que aquélla era una nave traidora. Evidentemente, un miembro de la guarnición había sido lo bastante tenaz como para no morir.

Tirando de la palanca manual que activaba el bolter pesado instalado en el morro de la cañonera, Fugis se dispuso a solucionar eso. Un segundo antes de condenar a la figura que se aferraba a la vida al olvido, detuvo la mano.

Tenía una armadura escamada, pectorales draconianos, la máscara de una criatura rugiente de las profundidades de la tierra. Conocía a aquella figura, o al menos lo que representaba.

—Es un Draco de Fuego.

Fugis apenas podía creerlo. Entonces se dio cuenta de que los restos que estaba atravesando debían de ser del Acechador del Infierno y que aquél debía de ser uno de los guerreros que se habían enviado para abordarlo. Los pensamientos de aniquilación se transformaron en rescate en su mente mientras buscaba un lugar donde aterrizar. De repente, en la penumbra apareció un espacio llano enmarcado por el sistema de iluminación de la cañonera. Descendió la Incendiaria a unos metros de la posición del Draco de Fuego en apuros y activó el comunicador.

—Sube. Y date prisa, hermano.

Con las botas ancladas magnéticamente a la arruinada cubierta, el Draco de Fuego tardó mucho en llegar a la escotilla de embarque trasera. Fugis ya había sellado la sección de la tripulación y despegó de nuevo en cuanto el panel de instrumentación le indicó que la escotilla estaba cerrada y que la represurización estaba en proceso.

Entonces abrió la conexión de voz interna con el compartimento de los soldados que tenía detrás.

—Has tenido suerte de que no te disparase —dijo, inclinándose sobre el receptor.

—De haber tenido una bengala —respondió el pasajero—, yo mismo la habría hecho estallar.

—¿Estás solo, hermano? ¿Hay otros cerca?

—Están todos muertos. Para mi vergüenza, yo he sobrevivido.

—¿Quién eres?

—El Hermano Sargento Halknarr, de los Dracos de Fuego. ¿Y tú?

—Fugis, el antiguo apotecario.

Finalmente estaban llegando al final de la cubierta. El extremo opuesto estaba completamente abierto y era varias veces más grande que la puerta de un hangar.

—He oído hablar de ti, hermano —dijo Halknarr—. Aunque debo confesar que creía que estabas muerto.

Fugis frunció el ceño.

—Pues por suerte para ti no lo estoy.

El ex apotecario les guió de vuelta al vacío. Durante unos instantes, los cielos oscuros estaban despejados. Entonces vio los restos. Las naves enemigas plagaban el vacío, quemadas y ennegrecidas por el fuego incendiario, despedazadas y sangrando. Habían salido a una auténtica carnicería. La batalla se había inclinado a favor de la flota de Dac’tyr y los Salamandras. Fugis no necesitaba verlo para saber que la lanza de fuego que había podido ver antes brevemente era la autora de aquello. Había reducido a una flotilla enemiga a chatarra.

Estaba tan impresionado ante aquel gran milagro que no vio la horda de cañoneras dispuestas a su alrededor hasta que fue demasiado tarde.