I
AL INFIERNO
Atravesaron los flancos acorazados del Acechador del Infierno bajo el discordante clamor de las perforadoras volcán que atravesaban metros de grosor del metal de la nave espacial y emergía al interior de un deprimente hangar. Los sellos de presión automática estallaron y se abrieron con la irrupción y una vez que el torpedo de abordaje se detuvo.
Los motores se detuvieron inmediatamente cuando una serie de escotillas de acceso golpearon el duro metal de la cubierta. Pero los ocupantes eran lo bastante inteligentes como para esperar antes de desembarcar.
Unos sistemas de artillería autoesclavizada giraron con violencia cuando unos tubos de sujeción secundarios se partieron como con un resorte. Bandadas de misiles corrían hacia las cubiertas de artillería y destrozaban las barricadas improvisadas erigidas por los defensores y rompían las espeluznantes cadenas de tortura que cubrían sus cámaras. Los eslabones de hueso y metal caían al ritmo de la granizada. El fuego infernal ahuyentó la oscuridad y mostró los rostros de decenas de hombres congelados con expresiones de terror ante su muerte inminente. Densas explosiones machacaron equipos de artilleros y tiraron por los suelos a aquellos que portaban escudos. La metralla incandescente ayudó a conseguir una cosecha de muertes aún mayor.
Las torretas Rapier estáticas se sumaron a la carnicería de los sistemas de misiles Deathwind y atravesaron las filas de cañoneros que lanzaban multilásers trazadores y que preparaban ametralladoras pesadas para disparar. Los lasers ardientes y los disparos dispersos desesperados rebotaban contra el grueso blindaje de las cápsulas de artillería remota de los Salamandras, pero soportaron bien el contraataque. Una débil aclamación, sonora a través de sus máscaras de terror de los defensores vestidos con armaduras anti-frag negras celebró la destrucción de un Rapier, pero no era más que un consuelo.
Las armas autoesclavizadas eran sólo una vanguardia; los auténticos asesinos todavía estaban esperando la orden de atacar.
—¡En el nombre de Vulkan!
Praetor fue el primero en salir a la nave enemiga y lo hizo lanzando un rugido y peinando un pórtico elevado desde el que un equipo de artillería pesada se estaba organizando bajo la mirada de un supervisor. Los herejes murieron en la tormenta de bolter que descargó sobre ellos.
Una caja de granadas propulsadas por cohetes estalló junto a los hombres y arrancó el pórtico de sus monturas.
Praetor hizo caso omiso de los gritos de aquellos que quedaron aplastados debajo. Sus hermanos Dracos de Fuego estaban tras él, disparando con sus armas en todas las direcciones mientras pretendían establecer una cabeza de playa.
Las armas autoesclavizadas habían reducido las filas enemigas considerablemente y le habían despejado el paso a los Exterminadores pasa poder desembarcar y ocupar la nave. La resistencia era ligera al principio, conforme los refuerzos llegaban, compuestos de unos cuantos cientos de hombres de armas que vestían caparazón y portaban armas de fuego rudimentarias y unas pocas docenas de cañones más pesados. Estaban mejor instruidos que equipados, la carne de cañón se había utilizado para absorber el fuego automático, pero seguían siendo demasiado pocos como para vencer a unos guerreros con Armadura Táctica Dreadnought.
Los disparos rebotaban en los Exterminadores como lluvia de metal y convirtieron la cubierta en un lodazal de munición gastada y de proyectiles impotentes. Un disparo alcanzó la lente retinal izquierda de Praetor y éste hizo una mueca antes de aniquilar al tirador y a cuatro de sus camaradas más cercanos con su respuesta.
Escaneando el perímetro y pasando por varios espectros de luz hasta que encontró el que le proporcionaba mayor alimentación visual, aisló a los líderes de la celda que gritaban órdenes frenéticas para que acudiesen más hombres.
Iluminar a aquellos individuos en la pantalla táctica fue rápido; sus muertes bajo el fuego combinado de varias escuadras claves de Dracos de Fuego fueron más rápidas todavía.
Los supervisores presionaron a sus cohortes esclavos hacia la brecha para compensar sus muertes. Aquellos perros rabiosos habían sido en su día sirvientes del Imperio de media docena de sistemas diferentes, pero se habían convertido en desdichados dementes.
Los agitadores, plagados de símbolos caídos y envueltos en túnicas de súplica revolvían a la masa. Algunos portaban cuchillas gruesas y anchas, otros blandían cadenas gancho y llaves inglesas; la mayoría sólo contaba con sus puños o con su obsesión por galvanizarlos. Mientras los Dracos de Fuego avanzaban hacia la masificada horda de los impuros, los subordinados en las filas de los hombres de armas eran lentos a la hora de ejercer autoridad y tomar el control. Los soldados llegaban de todas partes de la nave. Los mamparos habían empezado a activarse y a ascender desde el sudo para proporcionar protección y sellar áreas vulnerables. Aquello se hizo sin coordinación y presas del pánico.
En la enfebrecida cámara de presión de una acción de abordaje a los hombres se les perdonaba que perdiesen su determinación y se olvidasen de su propósito. Pero todos los Exterminadores del Adeptus Astartes se crearon para esas calderas. No eran hombres como tal, y no padecían las limitaciones de un hombre corriente. Incluso los otros Marines Espaciales sabían cuál era su lugar en presencia de un veterano de la 1.ª Compañía. Su mera existencia permitía que se aprobasen ese tipo de misiones descabelladas, que se llevasen a cabo y que se lograsen.
En los confines de un casco enemigo, la realidad puede adoptar una forma diferente. Los pasillos son más pequeños más estrechos. El sonido, especialmente el de los tiros, es más fuerte. Los estallidos de los disparos es más brillante y hay muerte por todas partes. Sudor, orina y el olor a metal viejo inundan el aire y lo vuelven pesado. El techo se hunde como si alguien lo bajase con una manivela para convertir lo que haya debajo en pulpa. El miedo se apodera de uno y sus tentáculos se hunden en la médula de los hombres simples.
Durante una acción de abordaje, los hombres llegan a descubrir la verdad sobre las inmensas ciudadelas flotantes de las que son una parte viviente y fundamental. Descubren que las naves no son naves en absoluto, sino tumbas llenas de muertos vivientes.
Los hombres corrientes, incluso aquellos que defienden las naves que conocen íntimamente, pueden verse de repente en un entorno extraño, sin aliados y con sólo la muerte como compañera constante.
Los hombres huyen en tales condiciones sólo para descubrir que no hay salida. En una guerra de abordaje, no hay vuelta atrás, sólo se puede seguir adelante. En el interior hay calor y sangre, un ruido tan estentóreo que ensordece todos los sentidos; fuera sólo está el vacío, y ese lugar frío e implacable no es compasivo con los cobardes.
Los Exterminadores no corrían ese peligro. Su espíritu era tan inviolable como su armadura, y su valor inquebrantable. Un guerrero con el honor de vestir una Armadura Táctica Dreadnought permanecerá de pie o avanzará; nada más, pues no sabe cómo hacer otra cosa.
—¡Avanzad y desplegaos! —ordenó Praetor por el comunicador.
El camino hacia delante estaba bloqueado con los sucios restos de esclavos enlazados. Resultaba frustrante alzar las armas contra sirvientes que en su día habían sido leales al Trono, pero la locura y el infierno habían hecho que ya no tuviesen salvación. Ejecutándolos mostraban clemencia.
—¡Disparad para limpiar la delantera! —añadió.
Vo’kar y los demás lanzallamas pesados descargaron una furiosa llamarada que redujo los cuerpos destrozados en ceniza.
Despacio pero con determinación, los Dracos de Fuego avanzaron sobre ella y expandieron su cordón. Los huesos sobrecalentados se convertían en polvo bajo sus pies. Se desplegaron en abanico desde la brecha en líneas apretadas, manteniendo el fuego sostenido para reducir el número de enemigos. Intercalados entre las escuadras de cinco hombres estaban los Dreadnoughts, Amadeus y Ashamon. Los dos eran como titanes, la viva imagen de Bray’arth Ashmantle, y arrasaban con su cañón de asalto y su lanzallamas pesado. Entre ambos arrancaron un mamparo con golpes gemelos de sus martillos sísmicos y dejaron expuesta una cohorte de mando. Disparos desganados de sus bolters de asalto medio descolgados despacharon a los oficiales enemigos, antes de que tuviesen oportunidad de realizar algún intento de rescate o un contraataque movilizado.
Uno que vestía como un diácono se postró de rodillas rezando y murmurando maldiciones en la lengua negra.
—¡Vuestros falsos dioses no os salvarán!
Ashamon inmoló al demagogo en los rectos fuegos de su lanzallamas.
Pronto, el número de enemigos muertos superó al de los vivos mientras Praetor continuaba con sus tácticas de choque y de intimidación.
Por los supuestos planos que había visto, la trayectoria propuesta y el punto de inserción de la misión, creía que se encontraban en una de las cubiertas de artillería del Acosador del infierno. Desde allí había una marcha relativamente corta hasta la proa de la nave y el cañón sísmico. Todo dependía de la destrucción del arma del apocalipsis de los Guerreros Dragón. Sólo el primarca sabía qué daños había causado ya en la superficie de Nocturne. No podían permitir que disparase de nuevo.
—Que la retaguardia asegure la brecha, defended y ejecutar —ordenó—. Que el resto de Dracos de Fuego avancen conmigo, en el nombre de Vulkan.
Amadeus y Ashamon adoptaron posiciones de guardia con cuatro escuadras de Exterminadores con armas pesadas para conservar el terreno que habían ganado y mantener la vía abierta para una salida rápida una vez que los saboteadores hubiesen terminado.
El resto continuaron por la amplia avenida de la cubierta de artillería, siguiendo al sargento veterano hasta que éste se detuvo. Aparte de unos pocos restos dispersos y desmoralizados, la primera sección de la cubierta de artillería estaba limpia. Al final del pasillo, un pesado mamparo se cerró para evitar que continuasen avanzando. Incluso ahora, mermados por el terrible ataque, Praetor sabía que los supervivientes estaban consiguiendo refuerzos desde las cubiertas superiores y planeando un contraataque.
—Sargentos del ápice, informen.
Las escuadras en los extremos de los Dracos de Fuego, el perímetro de control, respondieron. El mensaje fue el mismo por parte de todos: todas las amenazas enemigas habían sido neutralizadas. Cero víctimas.
La pantalla retinal de Praetor le informó de que faltaban cuatro escuadras de la lista de asalto original.
—Sargento Halknarr, informe —dijo, mirando hacia las filas de gigantes de verde metálico tras él, y un grupo de ardientes lentes retínales rojas le devolvieron la mirada en silencio.
Después se volvió hacia Persephion:
—Averigua qué le ha sucedido al Sargento Halknarr.
El draco de fuego asintió y se marchó para cumplir las órdenes de su señor.
Praetor maldijo. A pesar de la «turbulencia» inesperada, pensaba que habían abordado el Acechador del Infierno con la sección completa. No había tiempo que perder, pero no podía abandonar al viejo veterano a su suerte y que sufriera una muerte ignominiosa si podía ser rescatado. Ya había perdido a demasiados.
—Debemos proceder. —He’stan había emergido de entre la multitud y estaba junto al sargento veterano.
El Padre Forjador había luchado como un huracán durante las primeras fases del abordaje. Batallones enteros de hombres de armas habían caído bajo su lanza y su guantelete. Le había invadido el espíritu guerrero, al igual que a todos ellos. Estaba ansioso por continuar y terminar la misión.
—Van a venir más.
—Permanecerá aquí hasta que conozca el paradero de los hermanos que faltan, mi señor. —No había acritud en la respuesta de Praetor; sólo estaba exponiendo un hecho.
—No permitas que la compasión ponga en peligro la misión, hermano sargento —dijo He’stan en voz baja—. Estamos en guerra. Si perdemos a Halknarr y a los demás, será por voluntad del yunque.
Praetor estaba llamando a un tecnomarine. Necesitaban tener una idea más clara de dónde estaban y elaborar una ruta de asalto por las cubiertas inferiores del Acechador del Infierno. De ahora en adelante, aquello sería como un laberinto plagado de obstáculos, emboscadas y una miríada de peligros más.
—Para mí fue todo un honor que te unieras a nosotros en esta misión, Padre Forjador, pero son mis hombres y no voy a abandonarlos si hay posibilidades de salvarlos. Puede que tu filosofía te permita mantener esa distancia con tus hermanos, pero por desgracia la mía no lo hace.
Praetor no desafiaba a su señor a la ligera. Se trataba del portador del nombre del primarca, de su peregrino elegido y buscador de Los Nueve. Aún así, no condenaría a Halknarr y a los demás. Todos estaban luchando por la supervivencia de Nocturne. Descartar imprudentemente a cualquiera de sus hijos, por muy nefasta que fuese la situación, iba en contra de ese objetivo desde el punto de vista del sargento veterano.
He’stan asintió:
—Tienes razón, hermano. He pasado demasiado tiempo solo en la búsqueda. No dejes a nadie atrás —dijo—. El autosacrificio es uno de los mayores principios del Credo Prometeano.
Aunque no la necesitaba, Praetor se alegró de contar con la aprobación del Padre Forjador.
—Y pienso honrarlo al máximo.
La voz de Persephion volvió a escucharse por el comunicador.
—Hermano sargento, tengo al Sargento Halknarr. —Praetor activó el enlace de transmisión y abandonó la comunicación con Persephion para pasar a establecer conexión con Halknarr—. ¿Dónde estás, hermano? —preguntó.
—Me alegra oír que tú también estás sano y salvo, Herculon —respondió el viejo veterano.
—Toda la 1.ª Compañía se alegra de vuestra supervivencia —contestó Praetor de manera cortante—. ¿Dónde estáis?
El ruido eclipsó la respuesta durante unos tensos segundos.
—… dos cubiertas más adelante, una especie de hangar auxiliar. Parece preparado para recibir naves. Hemos encontrado poca resistencia hasta ahora, pero tengo heridos por la inserción abortada en las cubiertas de artillería.
—¿Cuántos hombres tienes contigo? ¿Hemos perdido alguno durante el abordaje?
El tecnomarine al que había llamado llegó y le entregó a Praetor un plano de las cubiertas inferiores del Acechador del Infierno en una placa de datos. La granulosa imagen mostrada era inmensa, un espacio de varios kilómetros de longitud que les llevaría tiempo atravesar. También mostró los varios puntos de unión entre cubiertas. Conectada a una de las consolas de control de la nave, la resolución de la pantalla iba y venía según la intensidad de la señal aumentaba o disminuía. No duraría mucho, de modo que Praetor archivó todo lo que estaba viendo en su memoria eidética. He’stan hizo lo mismo.
—Tengo diecinueve Dracos de Fuego, cuatro de ellos están heridos pero aún pueden luchar —dijo Halknarr—. Uno, el Hermano Karnus, no lo ha logrado.
«Otro sacrificado en el yunque. Sus bordes de metal deben de estar ya empapados de sangre Salamandra», pensó Praetor.
He’stan señaló un posible punto de unión entre las rutas de los dos grupos separados.
Praetor asintió y respondió a Halknarr.
—Proceded hacia las baterías de estribor —dijo—. Allí hay una intersección entre las troneras Crucius y Vitriol que os llevarán tres cubiertas más adelante. Después continuad en dirección a la popa. Al final de un pasillo de mantenimiento deberíais encontrar un elevador que os trasladará hasta nosotros, en las cubiertas de artillería. Os traslocalizaré con un áuspex cuando lleguéis. Nos dirigimos hacia la proa y al objetivo principal de la misión.
—Haces que parezca una misión de entrenamiento, hermano.
—No lo es. Estad alerta.
Praetor oyó algo tras el crepitar de la voz de Halknarr, el ruido ambiental que procedía del otro extremo de la comunicación. Parecían disparos, gritos y pisadas que golpeaban el metal en la distancia.
—¿Qué está sucediendo?
En retrospectiva, parecía una pregunta obvia.
Halknarr estaba taciturno, como si centrase su atención en otra parte.
—Nos han encontrado.
—Nosotros nos hemos encontrado batallones humanos en las cubiertas de artillería —respondió Praetor, esforzándose por oírle. Ahora se escuchaban muchos gritos agitados que procedían de los Dracos de Fuego. Reconocía al menos tres de las voces. Esporádicos disparos de defensa respondían a la descarga sostenida de ambas partes.
—No son humanos… —Halknarr estaba avanzando, distraído mientras luchaba y bramaba órdenes a la vez que informaba a Praetor.
—Hay Astartes Traidores aquí con nosotros, Guerreros Dragón.
—¿Cuántos son? ¿Podéis atravesar sus filas?
—Nos estamos retirando.
—Aguantad y reagrupaos, hermano —le instó Praetor.
Un Exterminador sólo permanecía en el sitio o avanzaba: ese credo acababa de demostrar ser falso en un espacio de unos segundos. Sólo algo que pudiese superar la fuerza de veinte Dracos de Fuego vestidos con Armaduras Tácticas Dreadnought completas podría haber obligado a Halknarr a ceder terreno tan fácilmente.
Hubo una larga pausa cargada con los sonidos sordos del combate. El puño sierra de Halknarr activándose llenó la comunicación de ruido estático.
Un sonido grave como una especie de bramido, pero resonante y metálico se apoderó del audio y se interrumpió para volver un momento después.
Lo único que Praetor podía hacer era escuchar.
—Negativo —respondió por fin el otro sargento—, son demasiados. Por el aliento de Kesare, pensaba que se suponía que estos desgraciados estarían en la superficie.
—Dame tu posición, hermano. Enviará unas escuadras inmediatamente como refuerzo y para evacuaros.
De nuevo se hizo una larga pausa cargada de vagos sonidos de batalla. El bramido también volvió; era algo grande, algo poderoso.
Praetor escuchaba las voces de los enemigos. Eran graves y guturales, y escupían maldiciones a los Dracos de Fuego y ofrecían sus almas a dioses oscuros y sedientos. Los nudillos de metal de su guantelete crujieron cuando el sargento veterano cerró el puño con impotencia.
—Halknarr, dame tu posición —repitió.
El estruendo de los combi-bolters se vio eclipsado por el rugido de un cañón más pesado. Una risa tronó entre el martilleo de los estallidos.
—Negativo. No vengáis a por nosotros. Cumplid con vuestro deber y destruid el arma del apocalipsis.
—Voy a salvarte, hermano. Dime dónde estás exactamente. Cuando Halknarr respondió, su voz era firme y apesadumbrada: —No puedes salvarnos a todos, Herculon, por mucho que quieras. La lucha se intensificó. Praetor oía al viejo veterano gruñir mientras la libraba. Después se escuchó el chillido de su puño sierra, que destripó sonoramente a su atacante.
—No vengas a por mí, estúpido. Praetor, tienen Exterminadores y un mon…
La comunicación se cortó y fue sustituida por el ruido.
Les había perdido, entregados al yunque como todos los demás. Praetor inclinó la cabeza en un momento de duelo privado antes de avivar de nuevo su determinación. Entonces señaló la barrera que había cerrado el camino hacia delante.
—¡Abrid ese mamparo! ¡Rifles de fusión y puños sierra adelante y preparados! ¡Derribadlo! —Después miró a He’stan por debajo de sus furiosas lentes retinales—: Vamos a arrancarle el corazón a esta maldita nave.