I: SACRIFICIOS

I

SACRIFICIOS

Tsu’gan atravesaba las dunas avanzando agachado y deprisa. Cogió un bolter abandonado con media carga y otro de recambio del cuerpo de un renegado muerto semienterrado en la arena ceniza para sumarios a su espada sierra. Eran armas destrozadas, indignas de un Salamandra, pero entonces se recordó que ya no era uno de ellos.

Matar a sus enemigos era lo único que movía a Tsu’gan ahora. Si lo lograba, tal vez pudiese alcanzar una pequeña medida de paz. Estaba siguiendo el rastro de los Marines Malevolentes cuando escuchó un chirrido reverberante que rasgaba el aire y se volvió.

Algo reptil que se mantenía en el aire sobre un ala membranosa acababa de desaparecer en una densa nube que cubría todo Nocturne. Al darse cuenta de lo que podía ser aquello suprimió un escalofrío involuntario. Durante su encarcelamiento, Tsu’gan había oído rumores sobre el «recipiente».

En varias ocasiones, Iagon le había provocado con ello, sugiriendo que un terrible destino le esperaba al ex Salamandra.

Volvió a recordar el templo de Aura Hieron en Stratos. Nihilan le había amenazado con una posesión demoníaca con la intención de convertirle a la causa del renegado. Y había vuelto a hacerlo en el Acechador del Infierno. Aunque su masoquismo lo convirtió en débil, incluso fatalista, Tsu’gan había rechazado todas las propuestas del hechicero. Estaba roto por dentro, pero no era un traidor; jamás traicionaría a sus hermanos por voluntad propia.

Iagon, en cambio… estaba demasiado dispuesto. La ira y la envidia eran un néctar potente para los demonios sin alma que acechaban al otro lado del velo. Tal debilidad disminuía la membrana que mantenía a los mortales y a los demonios separados.

La monstruosa criatura había desparecido por ahora, perdida en la turbia noche, y Iagon había sido la primera de sus víctimas.

—Te compadezco —murmuró Tsu’gan, sabiendo que si volvía al lugar en el que había asesinado al traidor, no encontraría sus restos.

Atronadores impactos sacudían la tierra indicando el uso de artillería. Un nuevo conflicto había estallado entre los defensores de Hesiod y el segundo frente de los renegados. Las salvas de apertura eran estruendosas y devastadoras. Tsu’gan perdió el equilibrio más de una vez mientras sorteaba los canales de lava hasta la cima de un risco volcánico. Lorkar había ido en esa dirección. Sus soldados estaban tumbados esperando en un barranco inferior.

Tsu’gan se mantenía agachado a los pies del saliente de una roca partido por la mitad por el movimiento tectónico que azotaba Nocturne. Su pico roto estaba desperdigado por la ladera y la cuenca del risco. Era lo bastante grande para esconderse detrás y acercarse a los Marines Malevolentes a hurtadillas.

Un marine estaba señalando, y Tsu’gan siguió la dirección del brazo hacia una inmensa columna de tanques que aparecía ante su vista. Su mirada se fijó en Tu’Shan, que dirigía el desfile desde el frente en el Prometeano. El Land Raider era antiguo, y sus lanzallamas gemelos, uno en cada aleta, abrían un camino ardiente en el centro de las posiciones de los Guerreros Dragón.

Un escuadrón de tanques de batalla modelo Predator, de las variantes Destructor y Aniquilador, retumbaban tras él. Las torretas de cañones automáticos y de cañones láser laterales acribillaron a la artillería estática enemiga con fuego antiblindaje.

Una batería de misiles ascendió en una llamarada de fuego y metralla. La explosión se dirigió a un Bombardero pesado tierra-aire, mató a su tripulación y destrozó el vehículo de guerra. Los vehículos blindados renegados que se habían centrado en la fuerza terrestre que avanzaba desde la ciudad se volvieron para interceder contra la amenaza lateral.

Tsu’gan vio cómo aceleraban sus orugas con maniobras giratorias desesperadas mientras intentaban disparar al mismo tiempo. Pesados tanques de artillería, los Whirlwinds y Vindicators de la armería del Maestro Kor’hadron, lanzaban fuego a discreción desde la distancia. Los estallidos de los misiles levantaban la tierra delante de los tanques enemigos y partían sus orugas, ralentizando su respuesta contra la columna lateral de Tu’Shan. Los gruesos proyectiles que salían disparados de las bocas de los cañones Demolisher volcaban vehículos enteros y los ocupantes, que intentaban huir, ardían como antorchas bajo las llamas de los lanzallamas laterales de Tu’Shan.

El Señor del Capítulo y sus comandantes de los tanques habían recibido una buena paliza, probablemente en Themis, pero su furia ardía con fuerza.

Los tanques de los Guerreros Dragón se partieron y perecieron bajo la agresiva descarga de los Predators y los Land Raiders de la vanguardia. Los cascos de algunos estallaron bajo la descarga, otros apenas disminuyeron su avance hasta detenerse del todo echando humo.

Tu’Shan atropelló a los batidores mecanizados aplastando los restos a su paso y convirtiendo en pulpa a los soldados a pie bajo sus orugas de hierro. En unos pocos minutos, la artillería estuvo casi totalmente destruida y los Guerreros Dragón estaban en retirada. Pero no eran más que una sombra de las fuerzas que Tsu’gan había visto dispuestas en el Acechador del Infierno. Nihilan contaba con cientos de cohortes y batallones de combate. Aquello no era más que una fracción de su fuerza marcial.

Mientras avanzaban silenciosamente por el barranco, se preguntó qué estaría reservándose el hechicero y por qué no había enviado a todo su ejército. Nocturne estaba herido, su sangre estaba por toda la tierra agrietada y ardiente, pero no estaba muerta. Esta no era la vil aniquilación con la que Nihilan le había amenazado.

Con un leve chirrido de metal contra su funda, Tsu’gan extrajo la espada sierra que había tomado prestada cuando el primero de los centinelas de Lorkar apareció ante su vista.

«¿Qué te propones, hechicero?», se preguntó a sí mismo mientras se preparaba para darle un golpe mortal por la espalda al Marine Malevolente.

Una especie de respuesta llegó con el sonido de unas alas de piel que se batían en la brisa y una sombra escarlata salió disparada desde las nubes de ceniza. Como un depredador siguiendo una ruta inexorable, descendió directa hacia Tu’Shan.

* * *

Nihilan desembarcó del vientre de la Stormbird sobre un inmenso cráter abierto.

Dos de sus archas le seguían, uno a cada lado.

Ramlek se agachó en el borde y miró hacia abajo. Su bota movió un trozo de roca que cayó despeñada hacia las oscuras profundidades.

—Es profundo —murmuró, y una nube de ceniza fina brotó de su rejilla de voz acolmillada.

Thark’n asintió, con sus brazos gruesos cruzados sobre su pecho.

—Conduce al corazón de Nocturne —les explicó Nihilan—, a nuestro destino.

Forjado por la furia del cañón sísmico, el agujero abierto también era ancho. Sus paredes eran acanaladas y descendían en anillos fundidos. Como una perforadora colosal, la lanza de energía había horadado las muchas capas de roca y tierra que había entre la superficie y los pasillos de magma bajo ésta. Abierto como una herida, Nihilan sólo había tenido que hacer que los enemigos mirasen hacia otro lado para poder entrar en aquel reino sin ser molestado.

—Pronto… —prometió, aunque el supuesto receptor no estaba escuchando, al menos no en un sentido convencional.

Tras ellos, la sombra de la Stormbird se retiraba lentamente mientras Ekrine la guiaba por encima de las nubes y desaparecía de la vista. Permanecería en las proximidades, pero escondido.

Cerca de la cima del Monte de Fuego Letal, el aire era acre y estaba cargado de sulfuro. El calor resplandeciente que emanaba de las extensiones de lava y los crecientes charcos de magma desportillaba la pintura de sus armaduras. Sólo los escudos de ceramita evitaban que ardiesen.

Masas de nubes piroclásticas que sólo la visión disforme de Nihilan podía atravesar rodeaban las cimas. Mucho más abajo, veía la furia de la batalla y al demonio que descendía sobre Tu’Shan.

—Incluso si no acaba contigo, hay una segunda espada que tiene tu nombre escrito —prometió Nihilan entre dientes.

Aunque no podía verlo, todas las criaturas tocadas por la disformidad podían detectar la presencia de las otras. Especialmente, las poderosas encendidas como fuegos del infierno.

—¿Por qué el gusano y no el guerrero? —preguntó Ramlek, mirando a su señor—. ¿Y por qué dejar su manifestación en manos del azar?

No lo preguntaba por estar en desacuerdo, aquel perro obediente jamás haría eso; sólo quería entenderlo.

—Tsu’gan era más fuerte de lo que pensaba.

—Mente y carne —coincidió Ramlek. Después se frotó el corte del cuello que le había hecho el afilado ventilador contra el que el ex Salamandra lo había empujado.

—La posesión no era ninguna certeza —continuó Nihilan—. La resistencia podría haberlo arruinado todo. Necesitaba un recipiente maleable.

Iagon era perfecto, viciado en todos los sentidos.

Omitió decir que una parte de su ser respetaba a Tsu’gan, admiraba su furia y su determinación. Veía en él un aliado, un posible converso. Incluso ahora, después de todo y a punto de alcanzar su objetivo definitivo, Nihilan no había renunciado a la idea de convertir al ex Salamandra a su causa. Pero Ramlek no tenía necesidad de saber eso. Si uno escupe demasiado en la comida de su perro, pronto se irá a buscar carne en otra parte, tal vez incuso la carne de su amo.

Los ojos de Nihilan se entrecerraron al contemplar los hilos del destino que había tejido para lograr aquella realidad.

—No era azar, Ramlek, estaba predestinado. El gusano, como tú lo llamas, detestaba a su viejo sargento. El asesinato era algo inevitable, y Tsu’gan lo mató tal y como yo sabía que haría. Después de milenios de espera, Engel’saak es libre.

Un puño cerrado mostró el celo apenas contenido de Ramlek.

—Seré testigo de su muerte —dijo, levantando una pesada hacha de energía con la mano izquierda—. Mi espada ansía matar. Envidio a Nor’hak. Al menos, él se enfrentará a los Dracos de Fuego. —Nihilan bufó.

—No tengas tanta prisa por ansiar sangre y muerte. Tendrás mucha con la que saciar tus deseos, Ramlek. —Después miró hacia el torbellino de humo—: Preferiría dejar a Engel’saak con ese desgraciado de Lorkar y sus compinches. Los demonios no son leales a nadie más que a ellos mismos. Da gracias de estar aquí arriba y no ahí abajo con el resto de perros sacrificados. Con toda intención los llevé al altar para descubrirles el cuello. Es necesario para la preservación de nuestro credo. Todo nos ha llevado hasta aquí.

Ramlek inclinó la cabeza.

—Tu voluntad es magnánima, mi señor.

—Tendrá que serlo más para lo que viene ahora.

En las alturas del mundo, el trueno fue más estruendoso y el relámpago escarlata más feroz. Un rayo salió despedido desde la oscuridad y golpeó el borde del cráter cerca de los pequeños pies de Ramlek. Pequeños trozos de roca rebotaron contra su armadura, pero el Guerrero Dragón ni siquiera se movió.

Nihilan alzó la vista al cielo.

—Está expresando su disgusto.

La oscuridad del cráter había lanzado una señal.

Ramlek giró la cabeza.

—¿Qué es ese sonido?

Un sonoro aullido desde las profundidades resonó por las paredes hasta llegar a la superficie.

—El canto del draco —respondió Nihilan—. Un grito por el mundo moribundo. Tenemos que movernos ya.

Al presionar el botón de ignición de su retrocohete, Nihilan sintió como la llama azul químico emergía desde el puerto de gas. Una paletas angulosas instaladas en el reactor para asistir con la trayectoria giraban como alas draconianas. Las rejillas de convección de los costados emanaban columnas de vapor caliente e invisible. Un espíritu máquina cruel acechaba en su interior, ansioso por liberarse.

Nihilan saltó por el borde del cráter hacia el abismo.

—Permaneced cerca —rugió contra el intenso aire del descenso—. Podría haber defensores de los que no tenemos conocimiento. Sin el demonio para incrementarlos, mis poderes han disminuido.

Los guerreros del Archa que iban a la sombra de su hechicero avanzaron pegados a sus talones por la larga oscuridad subterránea de Nocturne.