II
BALUARTES
Tu’Shan extendió las manos todo lo que pudo para abarcar los bordes exteriores de la mesa del strategium. Vel’cona se había unido a él en la sala del trono y estaba de pie en el lado contrario al mapa hololítico que mostraba la superficie de Nocturne. Una vista expansiva revelaba todas las Ciudades Santuario así como los asentamientos menores, las plataformas oceánicas, las torres de vigilancia y las defensas remotas.
—¿Quién vendría al infierno con intenciones de invadirlo? —preguntó a la vista verde parpadeante que tenía ante él.
Era un mundo de muerte. Los desiertos de ceniza, las montañas y los mares de ácido no tardarían en castigar a cualquier invasor ajeno a los peligros que representaban. Por no hablar de la fauna autóctona: las bestias saunas de los riscos, los horrores quitinosos y subterráneos que se ocultaban bajo las arenas. Nocturne no era un lugar que acogiese a los forasteros.
Vel’cona respondió.
—Nihilan no quiere conquistarlo, quiere aniquilarlo.
El Jefe de los Bibliotecarios no había mencionado la decisión del Regente de liberar a Dak’ir. Ya estaba hecho y, para bien o para mal, todos ellos sufrirían las consecuencias. Lo único que importaba era servir a su señor y proteger la santidad del mundo natal de su Capítulo con toda la fuerza que tuviesen a su disposición.
—¿Todo esto por venganza? —Tu’Shan sacudió la cabeza lentamente—: Me huele a simple locura. —Después alzó la vista del resplandor del mapa hololítico—: ¿Debería haberle dado caza? ¿Debería haber limpiado la galaxia de la mancha de Vai’tan Ushorak y de toda su corrupta progenie?
—Ése era el deber de Ko’tan Kadai, y lo cumplió en Moribar.
—¿Y Nihilan? —El Regente sacudió la cabeza de nuevo, con la cara amigada de compungida ira—. Debería haber purgado a esta aberración de nuestro Capítulo en el momento en que nació.
—Nadie, excepto el propio Nihilan, sabrá jamás la verdad de lo que se dijo en Lycannor. Aguantaron varios días en esa ciudad, perdieron a muchos hermanos y se enfrentaron a la idea de la muerte antes de ser rescatados.
—Lo que le dio a Ushorak la oportunidad de sembrar la semilla de la traición en unos corazones que en su día habían sido nobles.
—No creo que el corazón de Nihilan fuese noble jamás, mi señor. Lo suyo era una adicción, aunque me di cuenta tarde. ¡Tenía ansias de poder! Para Nihilan, ninguna información debería negarse nunca, ningún conocimiento debería proscribirse. Estaba censurado, pero no lo suficiente. Vi el peligro demasiado tarde. Pero eso es cosa del pasado y debemos centrarnos en este día, en esta hora, si queremos sobrevivir. Nihilan ha venido y ha traído a su armada con él para destruirnos. ¿Vas a ceder ante ella?
Tu’Shan bufó ante el último comentario, como si ni siquiera fuese una pregunta.
—Por supuesto que no. Romperé a él y a sus renegados sobre el lomo de mi yunque con este puño —dijo, alzándolo— como martillo.
—Entonces olvida estas dudas y autorrecriminaciones —Vel’cona señaló la imagen hololítica de Nocturne que estaba entre ellos—, y defiéndenos, mi señor. Defiende Nocturne y lanza a este traidor a la llama.
Tu’Shan miró hacia abajo con expresión adusta.
—Empezará en Hesiod… —dijo, marcando la ubicación de la ciudad en el mapa con un toque de su dedo acorazado.
Unas balizas subterráneas indicaban múltiples descensos planetarios procedentes de la dirección del Desierto de Pira. La primera Ciudad Santuario en su camino sería el Asiento de Reyes Tribales.
—Themis será la siguiente —dijo, encendiendo un segundo marcador en la Ciudad de los Reyes Guerreros—, aunque les costará atravesar la inhóspita Llanura Arridian.
—Todo Nocturne es «inhóspito», mi señor —interpuso VeI’cona—. La tierra sabe cuándo está siendo amenazada. Intentará matar a los invasores igual que nosotros.
Tu’Shan sonrió levemente delante de la granulosa proyección, que mostraba inquietantes sombras sobre los nobles surcos de su rostro.
—Hablas como un viejo chamán de la tierra.
—No lo soy, pero visto una armadura y estoy armado con la fuerza de mí Emperador.
—Cierto —le concedió Tu’Shan, y volvió a centrarse en el mapa. Epithemus, la Ciudad Joya, estaba situada en medio del Mar Acerbian y sólo sería vulnerable a un ataque aéreo. Una pequeña ala de ataque de cañoneras de reserva que habían sobrevivido a la devastación de Prometeo podrían protegerla.
Las compañías de reserva de Mulcebar y Drakgaard defenderían He-Losa y Aethonion, la Ciudad Bauza y Lanza de Fuego respectivamente. Eso dejaba sólo Clymene, la Expansión Mercantil, y Skarokk, también conocida como la Columna de Dragón. Ambas eran extremos remotos de la civilización nocturniana, y limitaban con el Delta T’harken y el Océano Gey’sarr oriental. Eran unas regiones tan aisladas que un enemigo no podría llevar a cabo una invasión allí sin recorrer primero enormes extensiones de inhóspito desierto, y eso asumiendo que ya hubiesen saqueado Hesiod y Themis. Si Nihilan conseguía llegar tan lejos, todo estaría perdido, de modo que Tu’Shan se centró en sus primeros baluartes.
—Yo dirigiré a nuestras divisiones blindadas por el Arrecife de Ceniza themiano —dijo—. Sólo los Nacidos del Fuego pueden navegar por sus riscos. Los picos nos proporcionarán un refugio natural de cualquier emplazamiento de artillería que Nihilan haya traído para derribar nuestras murallas y nuestros escudos de vacío.
Después cogió su martillo de trueno de la mesa donde lo había dejado apoyado y admiró su mango.
El nombre del arma era Portador de Tormenta. Persistían rumores por el capítulo de que estaba forjada con el mismo metal que su ancestral gemelo Cabeza de Trueno, el martillo de Vulkan. Aunque no había nadie que pudiese refutar o confirmar tal cosa. En realidad era uno de los muchos martillos, espadas y lanzas que Tu’Shan poseía en su armería. Como jefe de herrería, era propietario de varias armas, pero el Portador de Tormenta era su favorita. No había blindaje que no pudiese romper, o eso les decían los maestros a los aspirantes cuando narraban su leyenda.
—Entonces, yo te esperaré en Hesiod, donde el infierno recaerá con mayor fuerza —respondió Vel’cona mientras se preparaba también para marcharse. Había pasado mucho tiempo desde que los señores de Nocturne habían ido a la guerra.
Tu’Shan asintió y dibujó una línea en el hololito entre las dos ciudades vecinas.
—Acabaremos con ellos aquí o no lo haremos.
—Puede que no sea así —dijo otro.
El fuego cerúleo se apagó en los ojos de Vel’cona al reconocer a la figura que estaba bajo el arco de entrada a la sala del trono.
Estaba expuesta a todos, y con los Dracos de Fuego a bordo de la Llama Forjada estaban enormemente desprotegida.
—Te he visto con mejor aspecto, apotecario —dijo Tu’Shan—. Me alegro de que hayas regresado del Paseo Ardiente.
—Por desgracia en un tiempo poco auspicioso —añadió Vel’cona antes de cruzarse de brazos y saludarle con una inclinación de la cabeza. Fugis hizo una humilde reverencia ante sus superiores.
—Tal vez haya sido para traer noticias importantes —les dijo, irguiéndose de nuevo—. ¿Dónde está Dak’ir? Necesito verle de inmediato.
—En el Reclusiam, preparándose para unirse a nuestra defensa con Pyriel y Elysius —respondió Tu’Shan.
Vel’cona entrecerró los ojos mientras el resplandor psíquico volvía.
—Viste algo en el desierto. ¿Qué era, hermano?
—Un augurio que podría decidir el destino de todos nosotros.
—Entonces compártelo. Nihilan ha reunido a sus ejércitos y los ha traído a nuestro mundo —dijo Tu’Shan.
—He visto a los espectros del crepúsculo en el desierto.
—Otra vanguardia para silenciar a nuestras torres y defensas exteriores. Han preparado una zona de aterrizaje para una fuerza terrestre considerable. Vel’cona y yo iremos a recibirles. —Tu’Shan cogió su yelmo de batalla y lo sujetó entre el hueco de su brazo—: Y te aconsejo que te des prisa. La mayoría de los transportes ya han abandonado Prometeo, y no todos nosotros podemos atravesar las puertas del infinito. —Después señaló con la mirada una luz parpadeante que pendía en el aire como motas de polvo iridiscente donde Vel’cona había estado un momento antes.
Fugis estaba perplejo.
—¿No quiere oírlo? ¿Lo que he visto?
—No te ofendas, hermano —dijo Tu’Shan, rodeando la mesa—. Puedo quedarme aquí a escucharte hablar sobre ese augurio o profecía que podría no llegar a pasar, o puedo ir con mi gente, donde se me necesita. —Después le dio unos golpecitos en el hombro a Fugis mientras pasaba a su lado—: Entrega tu mensaje a Dak’ir. Es él quien debe escucharlo, no yo. Me encontrarás en el Arrecife de Ceniza themiano, gritando el nombre del primarca desde la cúpula de la Prometeana.
Fugis asintió.
—Me reuniré contigo en cuanto pueda, mi señor.
Tu’Shan abandonó la sala del trono sin mediar palabra.
No era necesario. Lucharían y vivirían, o morirían. Nocturne. El Capítulo. Todo.