I
UNIÓN
Los daños sufridos empeoraban a medida que se acercaban a los muelles. Era un camino corto que se había alargado por el hecho de que algunas secciones del puerto espacial estaban cerradas y los medio usuales de transporte se les negaban.
Praetor dirigió a un centenar de Dracos de Fuego por los extensos pasillos de Prometeo. No eran una sección completa. Las costosas misiones en Sepulcro IV y la gigante del espacio Proteica habían afectado a las filas de los Dracos de Fuego.
—Veo esa mirada en tus ojos, Herculon. —Era Halknarr, un hermano sargento de la 1.ª Compañía y uno de los Dracos de Fuego que también habían ido a Volgorrah.
—¿Qué mirada? —dijo Praetor, mirando de reojo al viejo veterano—. No estoy poniendo ninguna mirada.
Halknarr mostró una sonrisa de arrepentimiento que plegó sus rasgos ya de por sí arrugados. Su edad se hacía evidente en el gris que rodeaba sus sienes y en las numerosas arrugas que rodeaban sus ojos y su boca, pero la experiencia le había vuelto perspicaz también. Mantuvo la voz baja.
—Justo ésa. Pareces frío como el hielo, hermano.
Incluso las jaeces de Halknarr eran antiguas. Su armadura de exterminador era de un diseño antiguo, una encarnación previa que era igual de impenetrable pero más abultada y que funcionaba con un puño sierra y un bolter de asalto de triple recámara que era de todo menos estándar.
—Estoy preparado para la guerra, Halknarr.
—Entonces carga tu mirada y tu corazón de fuego, pues los vas a necesitar.
El sacrificio y la muerte eran el destino del guerrero, pero Praetor había visto demasiado de ambos y lo tenía muy reciente en la memoria. Era parte del motivo por el que recordaban y se quemaban la mano en la llama sagrada.
Ninguno de los caídos en combate sería jamás olvidado, su legado continuaría viviendo. Había jurado no perder a más hombres tan inútilmente, pero conocía los peligros de su nueva misión.
Y aquello le endurecía y casi petrificaba su alma.
—«Un guerrero lucha con el corazón y con la mente, además de con el bolter y la espada» —dijo Praetor, citando a Zen’de—. Gracias, hermano.
Halknarr se limitó a asentir.
—Te necesito furioso. Al fin y al cabo será mi espalda la que estés protegiendo —dijo, con una amplia sonrisa y ambos se echaron a reír. Detrás de ellos, Vo’kar rió también.
Halknarr giró la cabeza hacia el especialista en artillería pesada.
—¿Sabes de qué va esto? —preguntó.
—No, pero parecía un buen momento para bromear —dijo Vo’kar con sinceridad.
Praetor rió con más fuerza todavía y dejó a Halknarr farfullando.
—Debería centrarse en encender la llama y no en escuchar conversaciones ajenas…
Halknarr era inteligente, sí, pero también era un cascarrabias.
La ligereza, aunque a veces pudiera parecer estar fuera de lugar, era lo que unía a estos guerreros. Praetor sabía que habían compartido un vínculo de sangre, de honor, de gloria y de derrota en innumerables campos de batalla. Pero ahora la guerra era en su propio suelo, en la misma tierra que habían jurado proteger. A diferencia del resto de los Salamandras, la 1.ª Compañía no vivía entre las gentes de Nocturne. Algunos les consideraban altivos, arrogantes, indiferentes a los problemas de los mortales.
Como otros Marines Espaciales…
Pero no era así. Conocían los horrores de la galaxia, mucho más y de una manera mucho más detallada que muchos capitanes. Era su solemne deber librar a la humanidad de esos horrores y del mejor modo que podían lograrlo era a través de la reclusión y el aislamiento.
El Capítulo sabía que para llevar a cabo su misión sagrada, He’stan tenía que alejarse de sus hermanos; Praetor se sentía así sobre su gente, su tierra, pero podía soportarlo porque sabía que era necesario protegerlo. Si alguna vez sucediese algo que lo cambiara…
Su espíritu se oscureció de nuevo rápidamente cuando recordó los nombres de los caídos. Decidió centrarse en la marcha.
La chapa del suelo se sacudía bajo los Dracos de Fuego mientras avanzaban y las paredes temblaban a su paso. Había pocos siervos, a excepción de los armeros, en aquel punto. La mayoría de los humanos habían sido evacuados a cápsulas salvadoras o transferidos a áreas más seguras del puerto espacial. Era un camino solitario, pero realizado en un silencio decidido durante el resto del camino.
Cuando llegaron a la inmensa plataforma de teleportación que les llevaría a la nave insignia de Dac’tyr, una única figura les estaba esperando.
Todos los Dracos de Fuego de la compañía se arrodillaron a la vez al ver de quién se trataba.
—Es raro ver a los Dracos de Fuego en su totalidad tan organizados —dijo, mirando a los pregonados guerreros con aprobación—. Pero levantaos, Herculon —añadió, indicándoles a todos que se levantasen—, HaIknarr, Persephion, todos mis hermanos, levantaos. Hemos luchado juntos antes, y os pido que volvamos a hacerlo de nuevo.
Praetor levantó la barbilla y se puso ruidosamente en pie. Lo hizo entre las protestas de sus servos y el chirrido de sus sistemas neumáticos. Los exterminadores no estaban hechos para arrodillarse.
Los demás le imitaron, primero Halknarr y después Persephion, hasta que una algarabía de chirriantes engranajes y de mecanismos inundó las resonantes salas y todos los Dracos de Fuego estuvieron de pie de nuevo.
—¿Pedirnos, mi señor? Vulkan He’stan no necesita pedirle nada a la 1.ª Compañía. Es suya.
He’stan alargó la mano. Vestía su propia servoarmadura, un conjunto forjado con delicadeza tan potente como cualquier Armadura Táctica Dreadnought.
—Aun así… os lo pido.
Praetor lo agarró del antebrazo como hacían los guerreros. En su traje de Exterminador le sacaba una cabeza al Padre Forjador, y aun así parecía insignificante frente a él.
—Será un honor.
Halknarr asintió, lleno de orgullo.
—A la guerra de nuevo entonces, Herculon —dijo He’stan, mirando a todos los demás, y le soltó el brazo.
—En los fuegos de la batalla, donde las hogueras nunca han sido más altas —respondió.
Toda la 1.ª Compañía adoptó posiciones en la inmensa plataforma de teleportación. Unas explosiones distantes resonaron débilmente como para enfatizar la gravedad del tono del sargento veterano.
—Había pensado —se permitió decir— que tu lugar estaría con Dak’ir. Si es que él es la Llama Desatada…
Halknarr había iniciado la cuenta atrás de la transición.
Una voz automática resonó desde los altavoces externos anunciando una advertencia. Las alarmas sonaban mientras la cámara se sellaba y se aislaba del resto de la estación y un campo Geller temporal la envolvía. La luz de magnesio apareció en lo alto como un sol recién nacido declarándole la guerra al rojo de las lámparas parpadeantes.
—Yo también —admitió He’stan—, pero sea la Llama Desatado o no, el destino de Dak’ir es suyo. No puedo influir más en él. Vulkan me ha guiado.
La luz superior alcanzó niveles de intensidad cegadores. Todos los que ocupaban la plataforma de teleportación se colocaron el yelmo y murmuraron una oración a Vulkan. Aquellos que habían estado en el Arrecife de Volgorrah recordaron lo que había sucedido la última vez que habían intentado realizar una transición en masa compleja. Recordaron a Tsu’gan.
—¿Oyes su voz? —preguntó Praetor apenas por encima de un susurro—. Veo su mano, su voluntad, y sé que no estamos solos.
Praetor dio gracias por su yelmo de batalla porque ocultaba las lágrimas de fuego que caían por su rostro cincelado. Halknarr tenía razón. La frialdad no era la disposición adecuada para el corazón antes de la batalla. Un autómata podía convertirse en piedra; él era carne y llama viva.
He’stan observó al sargento veterano a través de sus lentes retinales. La voz emergió a través de los vocalizadores de su yelmo de batalla, pero no era menos sincera.
—Mi lugar está aquí —dijo mientras el destello de teleportación los engullía—, junto a mis hermanos…
* * *
Desde su trono en el puente de la Llama Forjada, Dac’tyr contemplaba la carnicería.
Prometeo había sufrido daños graves. Minúsculos fuegos ardían con luz parpadeante como velas moribundas en su superficie y ríos de atmósfera escapaban al vacío desde cientos de minúsculas fisuras como un aliento expulsado. Esto le hizo pensar en un hombre ahogándose, condenado al olvido de un océano interminable.
Varias de las armas de acoplamiento de la estación lunar habían sido destruidas. Los largos cuellos como dracos habían sido cortados por la yugular, y escupían chispas y vapor. Los fluidos se congelaban en contacto con el espacio real y se cristalizaban formando cúmulos de fragmentos que se rompían contra los fríos flancos de las naves muertas arrancadas del muelle como olas heladas.
Dac’tyr todavía tenía que hacer un inventario de las naves que habían resultado dañadas de gravedad durante el ataque. Habían perdido muchas. Más de lo que podían permitirse. Calculando por lo bajo la flota estaba al cuarenta por ciento. La armada de Nihilan habría superado en número a una sección máxima, pero Dac’tyr habría apostado por ellos de todos modos. Con estas probabilidades, el Señor de los Cielos Ardientes no estaba seguro.
Tras desconectar el visor del puerto espacial devastado, se concentró en la línea de batalla que tenía.
A la Llama Forjada, nombrada así por la nave insignia de Vulkan durante la época de la Gran Cruzada, la flanqueaban la fragata Señor del Fuego y el crucero de asalto Ira de Vulkan. Otros dos cruceros de asalto, el Martillo de la Forja y el Serpentina se unieron a la pequeña flota, así como un puñado de escoltas ligeros y varios escuadrones de cañoneras que habían escapado a la destrucción de sus naves nodrizas.
Levantó el tacticarium y un grupo de iconos escarlata se iluminaron en la pantalla revelando las disposiciones enemigas. Tenían el doble de naves capitales y el doble también de escoltas y cazas. Un ala, compuesta únicamente de cañoneras pequeñas, se separó de la vanguardia y se desvió alrededor de la flota Salamandra.
Dac’tyr esperaba que los defensores a bordo de Prometeo estuviesen listos para recibirles.
Nihilan había dispuesto sus fuerzas de vacío en dos líneas con el Acechador del Infierno, su nave insignia, en el centro en la retaguardia.
Incluso en la distancia, aún demasiado lejos como para iniciar intercambios importantes de fuego de cañón, la maniobra planeada por el traidor resultaba obvia para Dac’tyr. Sólo le importaba el Acechador del Infierno, el resto de las naves estaban de relleno. Las que estaban en el centro de la línea avanzaban con sus motores más potentes para adelantarse al resto, mientras que las de los flancos mantenían un ritmo constante. Como mostraba la pantalla del tacticarium, ambas líneas evolucionaban para adoptar una formación de punta de flecha. Era una táctica de invasión, diseñada para atravesar bloqueos. En este caso intentaría dispersar a la flota de Salamandras, sufriendo grandes daños en el proceso, pero así conseguiría colocar a la nave principal en posición sobre el planeta.
Nihilan sólo necesitaba al Acechador del Infierno para ponerse a tiro y descargar el arma del apocalipsis.
Dac’tyr no tenía intenciones de ser aniquilado por la vasta armada enemiga, y tampoco se rendiría sin luchar. Alertó a los respectivos capitanes a través de la frecuencia de voz de toda la flota y les ordenó que se dispersaran. Tal y como estaban dispuestos eran vulnerables a sufrir un ataque desde múltiples direcciones, especialmente cuando las naves se acercasen, pero llevar a cabo un ataque frontal, incluso suicida, no era una opción. Atacarían en dos secciones, una en cada lado de la línea enemiga, dejando su centro abierto para avanzar pero impotente sin enemigos sobre los que cargar. Eso equilibraría la balanza, proporcionándoles una posibilidad de vencer sin aniquilación.
Sólo había un problema. Sin oposición, el Acechador del Infierno tendría vía libre. Pero Dac’tyr también tenía una solución para eso. Un icono que parpadeaba en la pantalla de su tacticarium le indicó que acababa de llegar a bordo de la Llama Forjada.
No habría tiempo para saludos. Los Dracos de Fuego sabían lo que se esperaba de él. Todos los torpedos a bordo estaban preparados y listos para su lanzamiento. Dac’tyr sólo tenía que acercarlos lo suficiente al Acechador del Infierno para tener una probabilidad de sobrevivir a su descarga antiabordaje.
Alzó la vista de su elaboración de estrategias. El puente estaba sumido en la oscuridad, y la única luz que aliviaba la penumbra era la de las consolas. Las siluetas de los tripulantes trabajando con diligencia en sus estaciones eran apenas visibles. Uno activó una alerta que apareció en la pantalla del tacticarium.
El enemigo estaba a tiro. Dac’tyr dio la orden de cargar todas las baterías delanteras. Un despliegue de baterías se materializó en una subpantalla. Una por una fueron apuntando mientras el objetivo se conectaba. Las demás naves grandes de la flota informaron de similares estados de preparación.
Antes de dirigirse a sus capitanes, Dac’tyr abrió un canal con la cubierta de torpedos.
—Hermano Sargento Praetor, estamos a punto de entablar combate.
—La 1.ª Compañía está a bordo y lista para el despegue —respondió una voz crepitante a través del comunicador.
Una segunda subpantalla dio luz verde a los treinta y dos torpedos en la recámara y los preparó para disparar. Eran diez más de los que requerían los Dracos de Fuego y su «fuego de apoyo»; el resto estaban cargados con sistemas de artillería antipersonal, pero también funcionaban como señuelos de desplazamiento lento para atraer el fuego.
—Os acercaré todo lo que pueda, hermano sargento.
—Viniendo del Señor de los Cielos Ardientes no me cabe duda. En el nombre de Vulkan.
—En el nombre de Vulkan.
Dac’tyr cerró el canal y cambió el enlace a la frecuencia de toda la flota.
—Capitanes, podéis proceder a iniciar el asalto. De nuestro éxito hoy aquí depende el destino de Nocturne. Nuestra hora más oscura ha llegado. Llevad la luz. Llevad el fuego de Prometeo hasta ellos.
Los capitanes respondieron con una serie de afirmaciones y Dac’tyr cortó el enlace para concentrarse en maniobras de evasión.
—Y que Vulkan os proteja a todos —murmuró.