II: SINIESTRO

II

SINIESTRO

Argos se tambaleaba por los restos en llamas. Había estado inconsciente durante unos minutos y no lograba recordar qué había sucedido. El ruido estático de su cabeza había disminuido con la ejecución de su misión. El ver a Kor’hadron tirado boca abajo entre los escombros de la cámara le hizo recordarlo todo.

Todos los servidores y los tecnoadeptos estaban muertos. Argos había matado a la mayoría de ellos, y el resto habían muerto con la explosión. El Ojo de Vulkan había recibido la peor parte de la onda expansiva del asteroide, que había sobrecargado y desconectado sus escudos de vacío y había dañado el sistema láser de defensa, de modo que ya no funcionaba.

Dirigiéndose hacia Kor’hadron, Argos tropezó y cayó sobre una de sus rodillas. Esto le llevó frente a una pantalla de augur que había caído y que había vuelto a conectarse. Era una de las pocas piezas de maquinaria que todavía funcionaba en la sala de artillería devastada. Una vasta flota de naves enemigas estaba llegando. Argos vio pequeños escoltas abriendo camino a través del campo de escombros a las naves más grandes mientras éstas atravesaban la atmósfera de Nocturne.

Una de las vanguardias ya había atravesado las asediadas defensas orbitales y estaba realizando trayectorias de descenso.

Mientras observaba, varias naves empezaron a separarse de esta flotilla en dirección hacía Prometeo. El hangar siete estaba abierto como una herida en descomposición. La infestación empezaría allí primero. Justo delante de los exploradores había otra nave. Ésta tenía características nocturnianas y procedía de la superficie del planeta inferior. El fuego y el humo inundaban la habitación, por tanto no había tiempo para investigar más. Se obligó a levantarse y llegó hasta Kor’hadron.

Argos intentó realizar un bioescáner para comprobar los signos vitales del Señor de la Forja, pero las interferencias de su cerebro no le permitían realizar una lectura exacta.

Se detuvo y realizó un autodiagnóstico mientras intentaba aislar la fuente. Murmurando ritos mecánicos de limpieza y purificación halló la sección de su córtex artificial donde el código debilitante se había instalado.

Sin vacilar, cogió un trozo de chatarra del suelo y se lo clavó como una daga en el cráneo de metal. Dio una sacudida y escuchó un último grito de ruido estático como un grito de muerte antes de lograr controlar los espasmos y sus sentidos. Se sentía como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Los datos descendían en la retina interna de su ojo biónico. Algunas de las funciones neuronales que dominaban su memoria y su puntería estaban dañadas, pero aparte de eso estaba bien. El ruido había cesado. Un trozo de metal afilado clavado en la cabeza era una solución poco elegante, pero no había tiempo para nada más. Argos decidió encontrar algo permanente más adelante. Ahora, otros asuntos más importantes requerían su atención.

Un bioescáner reveló que Kor’hadron estaba vivo, pero había entrado en un coma de la membrana an-sus. Argos lo cargó sobre su espalda y salió de la cámara.

Los daños no eran menores en el pasillo adyacente. Una tormenta de fuego había arrancado la puerta de la sala de artillería de su marco. Argos la encontró en mitad del pasillo incrustada en la pared quemada.

Llegó a otra puerta, la que daba de nuevo al conducto principal y finalmente al hangar siete, pero estaba sellada. La anulación de códigos no funcionaba ni tampoco la fuerza bruta. Sin herramientas de corte efectivas, Argos no podría atravesarla.

Tras la destrucción del asteroide, los niveles de interferencia magnética habían disminuido. La comunicación debería ser posible de nuevo. Abrió un canal con el Hermano Ak’taro, en el hangar siete.

—Maestro Argos, cuando perdimos el contacto, me temí lo peor.

—El sabotaje del enemigo había llegado más lejos de lo que pensábamos —dijo Argos—. ¿Con qué fuerzas cuentas ahí? —preguntó.

—Dos escuadras de Nacidos del Fuego y un pequeño contingente de hombres de armas. El Sargento Balataro está al mando. ¿Quiere hablar…?

—No. Pero dile al sargento que se prepare para un ataque.

—De inmediato, maestro Argos. El Hermano Draedius va de camino hacia allí mientras hablamos. Un siervo, Sonnar lujad, me transmitió tu mensaje.

Draedius era un tecnomarine con una estrecha afiliación a la 3.ª Compañía. Argos necesitaría su asistencia para eliminar todo resto del código malicioso si quería emplear los sistemas de defensa de Prometeo sin miedo a corromperlos.

—Estoy de camino, pero llevo un herido.

Otra voz les interrumpió.

—Aquí el Sargento Balataro. Proporcionaremos salida a los heridos, pero no podemos enviar más refuerzos al hangar. La mayor parte de la 4.ª Compañía se dirige a la superficie.

—Entonces tendréis que apañároslas con lo que tengáis. Yo voy para allá y serviré de refuerzo propio.

Argos cortó la conexión. Estaba causando problemas con el trozo de metal que sobresalía de su cráneo, y dejó a Balataro preguntándose qué había querido decir. Después esperó con Kor’hadron al hombro. Al cabo de unos minutos, una pequeña luz sobrecalentada apareció en el metal del mamparo. Draedius le había encontrado.

* * *

La Dragón de Fuego había aterrizado en la plataforma de aterrizaje del apotecarión en una llamarada de reactores estabilizadores. El camino entre los restos flotantes había sido duro y más de una abolladura afeaba la superficie exterior de la cañonera.

Una abrazadera de acoplamiento se extendió automáticamente y presionó la escotilla de embarque lateral de la nave antes de asegurar magnéticamente el casco. Cuando se abrió, apareció Fugis, todavía vestido con su atuendo de boyero, pero sin el sombrero y las bufandas, y Ba’ken flotaba en un patín gravítico.

Fugis se volvió hacia Prebian mientras las tiras de luz interiores empezaban a iluminar el pasillo de acoplamiento del apotecarión.

—Puedo llevarle el resto del camino. —Después miró a Val’in y a Exor—. ¿Qué vas a hacer con ellos?

—Me los llevaré conmigo a Hesiod con el resto de la 7.ª Compañía Nos uniremos a la Tercera y protegeremos la ciudad. Si ves a Tu’Shan, dile que me dirijo hacia allí.

Fugis asintió y estaba a punto de marcharse cuando la voz de Prebian le detuvo.

—Fuera lo que fuese la señal que viste en el desierto —dijo—, espero que fuera un buen augurio.

—Yo también —respondió el apotecario volviéndose—. Tengo la sensación de que vamos a necesitarlo.

Descendió por el pasillo de acoplamiento mientras la escotilla de la Dragón de Fuego se cerraba. El camino de vuelta se cerró tras él. Por delante se encontraba el apotecarión.

—Aguanta, hermano —murmuró—. No he sobrevivido a este encuentro para que te me murieses encima.

Ba’ken estaba despierto pero sufría dolores terribles. Su débil sonrisa pronto se transformó en una mueca de angustia.

La escotilla exterior del apotecarión se abrió y reveló a Cadorian y a un par de servidores médicos. El médico le saludó.

—¿Dónde está Emek? —preguntó Fugis con brusquedad.

—Buscando a un fugitivo —respondió Cadorian—. ¿Eres un… boyero? —preguntó al advertir los defectos melanocromáticos y los ojos rojos y ardientes de un Nacido del Fuego pero comparándolos con el incongruente atuendo del extraño.

—Soy el Hermano Fugis, el antiguo apotecario de esta estación. —Pasando por alto la expresión de asombro de Cadorian, Fugis señaló a Ba’ken—: Necesita atención urgente.

Los servidores médicos llevaron el patín gravítico al interior. Fugis les acompañó.

—Tenía…, tenía entendido que habías muerto —dijo Cadorian siguiéndoles.

—Estoy vivo —respondió Fugis innecesariamente. Después colocó una mano en el hombro de Ba’ken y murmuró una letanía de curación sobre el sargento herido. Cuando miró a Cadorian, su mirada era severa—: Si Emek regresa, dile que he ido a hablar con el Señor Tu’Shan.

—El consejo acaba de disolverse. Estaban en una de las cámaras inferiores. No sé exactamente en cuál.

—Eso es porque no te incumbe saberlo. Haz tu trabajo, médico. Esto no es más que una muestra de lo que está por llegar. Estamos en guerra.

Sin esperar una respuesta, Fugis se marchó corriendo. Le resultaba difícil confiarles los cuidados de Ba’ken a otros pero la necesidad de hablar con el Señor del Capítulo era prioritaria. Podía decidir el destino de Nocturne.