I: ABSOLUCIÓN

I

ABSOLUCIÓN

Un conjunto de agitadas conjeturas se transformó en un clamor entre los reunidos mientras intentaban asimilar la magnitud de lo que el Padre Forjador estaba sugiriendo.

Tu’Shan levantó las manos para restaurar la calma.

—¿La Llama Desatada en un recipiente de carne y hueso? ¿Estás seguro de esto? —le preguntó a He’stan.

—Nada es seguro, pero es lo que creo.

Vel’cona no estaba muy convencido:

—¿Cómo puede ser? Vulkan ocultó sus dones hace casi diez mil años, y Dak’ir todavía no se ha ganado ningún tachón de platino.

—¿Es posible que el primarca hubiese iniciado una confluencia de acontecimientos que fuesen a alcanzar ahora su término? —sugirió Dak’tyr—. ¿Es posible que predijese esto, que supiese de algún modo que un recipiente de la Llama Desatada surgiría en este tiempo, en este momento de crisis?

—Sucedió hace diez mil años, hermano capitán —dijo Vel’cona—. ¿Cómo vamos a saberlo? En el mejor de los casos, es un mito, en el peor es una falacia maliciosa.

—Cuando entramos en la Archimedes Red encontramos ese cofre con el sello de origen de Isstvan pensé que habíamos descubierto algo de suma importancia. —Pyriel hablaba con humildad, como si fuese consciente de que formaba parte de algo que estaba sucediendo, algo que era mucho más grande que él que cualquiera de ellos—: Pensé que habíamos encontrado a Vulkan, que no estaba muerto, sino sólo…, ausente. No sé si Dak’ir es de alguna manera la encarnación de la Llama Desatada, pero creo que es un heraldo.

—Un heraldo de fatalidad y destrucción —espetó Vel’cona enfadado con su protegido—. Sabía que eras optimista, Pyriel, pero no que eras tan crédulo. Hay innumerables profecías que hablan del regreso de nuestro padre, pero no podemos confiar en que ninguna de ellas se haga realidad. Debemos confiar en nosotros mismos, no en un destino de hace diez mil años, para sobrevivir. Vulkan no está. Dak’ir no es la Llama Desatada, ni ningún mesías, ni ningún artefacto divino encarnado. Es un psíquico peligroso, con una fuerza sin precedentes, pero es una fuerza que no puede controlar. Yo mismo he sido testigo de ello y he visto el mundo ahogado en fuego y sangre. —Después señaló a Pyriel con su dedo acorazado—: Y tú también, epistolario.

Elysius levantó la mano para pedir calma.

—Ninguno de nosotros ve todos los extremos, hermano —dijo con tono conciliador—. ¿Qué hay de nuestros vínculos como Salamandras y de nuestra lealtad a Prometeo?

Vel’cona se apresuró a contestar:

—¿Has olvidado nuestra promesa a las tribus de Nocturne y nuestro deber de proteger a los débiles de cualquier amenaza? —dijo, señalando a Dak’ir—. Tienes una delante, Elysius. Si una mina sin explotar se presenta en tu camino no te sientas y esperas que no estalle. Haces algo al respecto.

—Dak’ir no es un trozo de metal sin aliento ni sangre —apeló el capellán a su Señor del Capítulo.

Tu’Shan suspiró profundamente. No era una cuestión fácil. Había escuchado todos los testimonios, se había enfrentado a la increíble posibilidad de que lo que estuviese ante él encadenado no fuese un mero Salamandra, sino un artefacto envuelto en piel y forjado de hueso, un legado de su primarca.

—Respondedme a esto —dijo—. ¿En quién debo confiar? Ambos sois mis leales sirvientes y un ejemplo para este Capítulo, uno se rige por la mente y el otro por el espíritu. Ni siquiera nuestro Señor He’stan puede darnos una respuesta clara.

El Padre Forjador había regresado a su asiento y asentía ante su reconocimiento.

Habían llegado a un punto muerto y estaban tambaleándose al borde de una decisión imposible que dividía a los señores del Capítulo por la mitad como una espada.

Finalmente, la resolución llegó de una fuente inesperada.

—Señores… —dijo una voz estentórea creada para bramar y no para susurrar que resonó por toda la cámara.

Praetor, que en su papel de defensor de la ley había permanecido callado durante toda la reunión se puso de pie. El sargento veterano de los Dracos de Fuego se postró sobre una de sus rodillas e inclinó la cabeza.

Tu’Shan le indicó que podía levantarse.

—Habla, Herculon —dijo llamando a Praetor por su nombre de pila. Aquella informalidad no encajaba con el sargento veterano de los Dracos de Fuego, con un temperamento tan severo y rígido como su apariencia.

—Una información de las defensas exteriores altera el orden sagrado de esta cámara —anunció.

—Debe ser algo de suma importancia para interrumpir el fallo del Consejo del Panteón —interpuso Vel’cona, mostrando a todos su descontento.

Praetor miró con recelo al Señor de los Bibliotecarios.

—Lo es. Un asteroide inmenso con trayectoria de colisión con el planeta ha sido destruido en las proximidades de Nocturne.

—De modo que el peligro ha sido evitado. No veo cuál es la amenaza —dijo Tu’Shan, pero sabía que ningún Nacido del Fuego interrumpiría jamás el voto sagrado de aislamiento impuesto durante un cónclave en el Consejo del Panteón sin una buena razón.

—El asteroide poseía un núcleo volátil. La explosión resultante ha causado una tremenda destrucción en el puerto espacial. Aquí estamos a demasiada profundidad y demasiado aislados como para sentir sus efectos. —El rostro de Praetor se ensombreció todavía más, harto de las muertes de las que había sido testigo en los últimos tiempos—: Muchos están muriendo.

Consternado ante la noticia, Dac’tyr preguntó:

—¿Cómo es posible que haya sucedido algo así? Nuestros augures del espacio profundo habrían detectado la masa mucho antes de que supusiese una amenaza.

—No lo sé, Capitán —respondió Praetor.

—¿Qué hay de Kor’hadron? —preguntó Elysius—. ¿Y del Ojo de Vulkan? Esta roca debía de ser polvo flotando en el vacío.

—Hasta ahora ha sido imposible contactar con el Señor de la Forja Secundus, no hay comunicación con el hangar siete.

Praetor había escuchado esta información hacía sólo unos segundos y estaba recibiendo datos nuevos a través de un enlace interrumpido con el sistema de comunicación de Prometeo. Hasta ahora, los detalles eran vagos, pero no cabía duda de que algo iba mal.

—El hangar siete —dijo Agatone—, ¿tenemos algo atracado allí?

—Dos escuadrones de cañoneras para reajustes y reparaciones —informó Dac’tyr—, y la Archimedes Rex.

Pyriel habló. La tensión en su voz le traicionó.

—¿La nave forja del Adeptus Mechanicus?

—¿Qué pasa con ella? —preguntó Dac’tyr.

Agatone respondió por el epistolario.

—Es la misma nave en la que un equipo de asalto de la 3.ª Compañía entró hace más de cuatro años. Es la que nos condujo hasta la profecía. Una voz resonante captó la atención de la cámara.

—Es la Roca Negra, esta fatalidad que azota a Prometeo. Lo hemos visto antes, en el mundo de ceniza de Scoria. Es un heraldo de muerte y sangre, que inicia el Tiempo del Fuego, cuando una espada será desenvainada e incendiará el planeta.

Dak’ir se dio cuenta de que acababa de hablar cuando las miradas de toda la congregación se fijaron en él. Incluso Pyriel parecía impresionado por su declaración.

Vel’cona se apresuró a aprovechar el momento:

—¡Es un profeta de nuestra fatalidad! ¡Sus propias palabras le condenan!

—El arma del apocalipsis, el ataque —dijo Pyriel con tono de urgencia— está teniendo lugar. Esto es sólo el principio. Todo esto —dijo, señalando ampliamente con los brazos para abarcar a toda la cámara— no es más que una distracción. Nihilan se aproxima con naves y con una lanza ardiente de luz que dividirá a Nocturne y a este Capítulo por la mitad.

—Ha pasado un año, y nuestra vigilancia ha disminuido. Nuestras naves han vuelto a sus muelles, nuestro ojo ha vacilado de la oscuridad que nos rodea, pero ahora está aquí. Los Guerreros Dragones están aquí. Ahora.

La cara de Tu’Shan reflejaba su desagrado e hizo un gesto hacia Praetor.

—Muéstrame a mi enemigo, hermano sargento —dijo en un gruñido bajo.

Praetor saludó a su Regente y después cogió un dispositivo holográfico conectado a los augures de Prometheus. Con su destrucción, el campo magnético de la Roca Negra se estaba disipando y la interferencia que había afectado a los sistemas de visión de la estación se había mitigado. Una granulosa imagen apareció desde el pequeño artefacto en un triángulo invertido de luz verde.

—Cuadrante Este —ordenó Tu’Shan. Una imagen de Prometeo que quedaba en la dirección por la que había venido el asteroide se mostró en la pantalla.

En ella se veía un vasto campo de restos flotantes. Tras éste venía una oleada de pequeñas naves, ninguna más grande que una fragata. La flota era ecléctica, compuesta tanto de naves de xenos como de renegados.

Dak’tyr se inclinó hacia delante para inspeccionar la imagen más de cerca.

—Esferas de guerra y escoltas eldars oscuros. También hay algunas cañoneras y cazas más pequeños de un diseño no específico.

—Mercenarios —escupió Mulcebar con disgusto.

—Una vanguardia —apuntó Tu’Shan.

—Debemos concluir esta reunión —dijo Elysius a todos ellos—, y debemos procurar la defensa de Nocturne. Por lo visto ya hemos perdido el Ojo de Vulkan. ¿Qué más estamos dispuestos a sacrificar?

—Nuestro hermano capellán tiene razón —dijo He’stan—. Nada de lo que hagamos aquí cambiará el destino ahora. Ya ha comenzado. Nuestra espalda está contra el yunque, hermanos. Que el juicio de Vulkan recaiga sobre todos nosotros.

Otra nave que llegaba detrás de las naves más pequeñas apareció en la pantalla holográfica. Era un ser horrible e inmenso; un crucero de asalto de los Marines Espaciales corrupto, degradado por los traidores. Una pequeña flotilla de escoltas lo rodeaba. La prominente lanza de la proa de la nave principal no se parecía a nada que el Señor del Capítulo hubiese visto antes. Aquélla era el arma del apocalipsis sobre la que Pyriel les había advertido.

—Esa nave es el Acechador del Infierno —dijo Agatone—. La nave insignia de Nihilan.

—Y porta el cañón sísmico como su armamento principal —añadió Elysius—. Una versión a gran escala del que vimos en Scoria.

—Sabíamos que este momento llegaría —dijo Pyriel—, y debemos dejar de buscar posibles enemigos entre nosotros cuando los seguros los tenemos ahí fuera.

Su mirada suplicante se dirigía a Vel’cona esperando que lo entendiese.

El rostro de Tu’Shan era una máscara de ira apenas contenida.

—El Consejo ha finalizado —anunció tajantemente—. Debemos poner todos nuestros esfuerzos en ayudar a nuestros hermanos en apuros. Reunid todas las fuerzas que tengáis a vuestra disposición.

Todos los presentes asintieron.

—Señor Dac’tyr… —empezó.

—Tengo la Señor de Fuego, la Ira de Vulkan y la Llama Forjada vacío-ancladas y listas para la batalla.

Tu’Shan asintió con aprobación.

—Tu callada prudencia nos da una lección de humildad, hermano capitán. Despliega tu flota y cualquier otra nave amarrada que pueda estar preparada. Puedes estar seguro de que nuestro enemigo pretende atravesar con su flota nuestro cordón de defensa inmediatamente. Puesto que el Ojo de Vulkan y gran parte de nuestra defensa orbital ya no funcionan tendremos que contraatacar nave contra nave.

Dac’tyr hizo un saludo brusco y se marchó rápidamente.

—Todas las reservas y las compañías de combate deben embarcar en las cañoneras y dirigirse a la superficie de inmediato. El Capitán Dac’tyr no puede contener una flota de ese tamaño, ni siquiera en su mejor día. Probablemente, las lanzaderas desplegarán en los desiertos, para su desventaja, pero no tengáis duda de que los traidores con sus espadas se dirigirán a las Ciudades Santuario en masa. Nuestra prioridad es fortificar todos los asentamientos territoriales —ordenó Tu’Shan. Después se volvió—: Praetor…

—La guerra del vacío es nuestra, mi señor.

—Así es.

Praetor se golpeó el peto con el puño y fue a reunir al resto de los Dracos de Fuego, acompañado de los guardianes enmascarados al tiempo que el resto de los capitanes se disponían a marcharse.

He’stan ya se había ido, concentrado en su propia misión. Sólo quedaban cinco más con el Señor del Capítulo.

Uno de ellos era Dak’ir.

—Hermano, hago esto porque sé que es lo correcto —dijo Tu’Shan a Vel’cona.

El Jefe de los Bibliotecarios mostraba un rostro severo.

—Vas a liberarle.

Tu’Shan asintió.

—Necesitamos cada bolter y espada —respondió, y se volvió hacia Dak’ir.

El escudo refractor resplandeció y después se apagó bajo la orden silenciosa del Regente.

Pyriel se acercó para quitarle las ataduras anuladoras. Emek estaba lo bastante perturbado como para replicar:

—Pero, mi señor…

La mirada que Tu’Shan le dirigió al apotecario fue cáustica.

—Preocúpate de los heridos, hermano. Habrá muchos ya que necesiten ayuda. Mi decisión está tomada, para bien o para mal.

Emek no discrepó más. Hizo una reverencia y se marchó al apotecarión. Tu’Shan se dirigió a Pyriel.

—Llévale hasta su armadura —dijo, mirando de reojo a Dak’ir.

—Llévale al Reclusiam, lo haremos allí. El armorium está demasiado lejos —dijo Elysius—. Además, nuestro díscolo hermano necesitará algunas bendiciones.

Tu’Shan asintió su aprobación.

—El tiempo de debate ha acabado —dijo—. La guerra nos llama y todo Nacido del Fuego hijo de Nocturne debe responder. Nos enfrentamos a la aniquilación, y no nos someteremos a ese destino sin luchar.