II
SECRETOS DE LA TIERRA
Vel’cona pasaba las páginas con calma. Todas estaban cargadas con el peso de los años. Juntas acarreaban el destino de un mundo entero.
—«Condena o salvación…» —masculló, pasando los dedos sobre los símbolos por centésima vez o más—. «Y así comenzará el Tempus Infernus… El Tiempo del Fuego se cierne sobre Nocturne, y todas las pruebas anteriores no serán nada en comparación con ésta».
La luz de la cámara procedía de las brillantes vetas minerales que cubrían las paredes de la caverna, que proporcionaban una iluminación suficiente al bibliotecario jefe. Vel’cona había apagado los braseros, y había hallado consuelo en la semioscuridad natural del Monte del Fuego Letal bajo el reino. Este lugar era un templo, un santuario de Vulkán, y debía ser tratado como tal.
Pasó la página de nuevo, el mismo pasaje una y otra vez, intentando averiguar su auténtico significado. «Una que se convertirá en muchas».
Aquello parecía sugerir una disolución, la ruptura de un Capítulo, o de un mundo. Había estando analizando aquellos símbolos durante muchos días sin descanso, entrando casi en un estado meditativo para poder descifrarlos mejor.
—«El Ferro Ignis emergerá de las gélidas cenizas y abrasará nuestro mundo. Él es la Espada de Fuego. Él es nuestra condena».
Vel’cona observó la página, tal y como lo había estado haciendo durante las últimas horas. Una y otra vez, repasaba la profecía en su mente, intentando descifrar el mensaje que contenía.
«Fuego».
«Condena».
Las consecuencias eran sin duda nefastas, pero las condiciones requeridas para desencadenar semejante cataclismo seguían ocultas. Era todo lo que el Capítulo sabía. Y no bastaría para salvarles.
—¿Por qué iban a mostrarnos esto? —se preguntó, pasando a una página nueva—. ¿Qué secretos acechan bajo la tierra?
Su aura de solemnidad se interrumpió cuando alguien entró en la cámara en la que se encontraba.
—Es bastante inocuo, ¿verdad? —dijo sin alzar la mirada.
La sombra respondió.
—La mayoría de las cosas extremadamente peligrosas suelen serlo. Lo mismo podría decirse de una bomba vital.
—Bien dicho, epistolario.
Pyriel avanzó hacia la luz vestido con una servoarmadura azul. Unos dispositivos arcanos instalados en su chapa de combate mostraban su afiliación con el Librarius. Una capucha psíquica caía alrededor del dorso de su cuello. Su yelmo de batalla estaba enganchado de manera magnética a su muslo, lo que permitía a las sombras concentrarse en los surcos de un rostro mediocre. Una línea de pelo blanco afeitado dividía su cráneo de color negro ónice por la mitad como una flecha.
Vel’cona pasó las puntas de los dedos por el borde de la página.
—Hay mucho aquí que sigo sin poder descifrar. Fue escrito por el primarca. ¿Qué otra magnánima mano, excepto la del Emperador, podría haber tejido sus misterios si no?
Pyriel se acercó a Vel’cona y su ruidosa armadura interrumpió el ambiente sereno del templo. Acorazado de esa manera, Pyriel hacía que su maestro arrodillado, que vestía sólo unas túnicas de suplicante, pareciese pequeño. Sin embargo, la presencia de Vel’cona se hacía notar.
—Ninguna, Pyriel —respondió rotundamente.
El libro que tenía ante sí era antiguo, milenario, de hecho. Poseía una tapa sencilla de piel de draco con un enganche de oro oscuro y descansaba sobre un humilde pedestal de ónice.
—No parece gran cosa, ¿verdad?
Pyriel se acercó, pero sólo un paso. Parecía que no se atreviese a acercarse al aura visible del libro.
—¿De verdad se rige nuestro destino por lo que dice en esas páginas?
Vel’cona se echó a reír, un gesto que parecía inapropiado realizar en un templo.
—Espero que no. A pesar de contar con la ayuda del Señor He’stan, no hemos averiguado casi nada de sus secretos.
—Pero el primarca lo dejó en nuestras manos. Su sello abrió esta cámara, un lugar que había permanecido oculto incluso a nuestra vista durante milenios.
—Tal vez. Sin duda pertenece al Libro del Fuego. —Vel’cona se puso derecho y levantó los ojos de la página—: Creo que la sabiduría que contiene está oculta tras la lengua de símbolos del antiguo Nocturne.
—¿El dialecto de los chamanes de la tierra?
—Exacto. Es tan viejo que gran parte de la sabiduría que necesita ser leída se ha perdido. Y ya nadie habla esta lengua.
—¿Crees que Vulkan lo hacía?
—Sí. Creo que encontró algo durante su tiempo en Nocturne, antes de reunirse con nosotros, y que lo consignó en estas páginas.
—¿Presagia algo malo para Dak’ir?
Al mirar a Pyriel, la expresión de Vel’cona se tomó acusadora.
—Sea el que sea el destino que aguarda a tu viejo acólito está grabado en piedra. Te advertí hace mucho tiempo del peligro que representaba.
Consciente de la creciente ira de su maestro, Pyriel escogió sus siguientes palabras cuidadosamente.
—No podía abandonarle. Como tampoco creo que sea el destructor de este mundo.
—Tus creencias en este asunto no tienen ninguna importancia. La verdad es la verdad, y al final saldrá a la luz. Hay información en estas páginas. Una parte podría ser de ayuda para nuestra causa, pero todavía se me escapan muchas cosas.
—Ilústrame, maestro. ¿Qué has averiguado?
—Que tu impertinencia no ha cambiado —le regañó con un destello azul cerúleo, ardiendo en sus ojos antes de apagarse y tornarse rojos como ascuas de nuevo.
Pyriel se postró sobre su rodilla izquierda e inclinó la cabeza arrepentido.
—Disculpa, maestro. A veces me sobrepaso.
—Sí, lo haces, pero como mi número dos debes conocer lo que he descubierto.
Pyriel levantó los ojos y esperó como un estudiante ansioso por recibir la sabiduría de su maestro.
—¿Crees que los muertos pueden regresar? —preguntó Vel’cona. Pyriel se quedó perplejo.
—He visto a algunos hermanos de batalla al borde de la muerte o perdidos en un coma de animación suspendida que han regresado contra todo pronóstico.
—No, los muertos, no aquellos tan malheridos que no se puede hacer nada por salvarlos.
—Hay… plagas. He oído hablar de resucitar a los muertos, pero vuelven como seres deformes, como abominaciones hambrientas de carne…
—No me estás entendiendo.
—Porque lo que sugieres es imposible, maestro.
Vel’cona señaló el libro.
—En estas páginas se describen unos antiguos rituales de una cultura de la tierra, es el progenitor del Credo Prometeano por el que todos nos regimos. Y hablan del regreso de los muertos.
Pyriel frunció el ceño.
—¿Un culto de resurrección?
—Sí, supongo que algo así.
—¿Y se consentía? —su tono sugería que no podía creerlo.
—Por lo que sé, que no es mucho, estaba condenado… por los reyes tribales y por sus chamanes de la tierra. Eran ritos arcanos, hermano, realizados por idólatras. Por llamarlo por su auténtico nombre, era brujería.
Pyriel sacudía la cabeza.
—¿Por qué iba Vulkan a consignar tales blasfemias en pergamino?
Vel’cona se encogió de hombros.
—Como una advertencia, o simplemente para transmitir conocimientos. Éstos eran los documentos de su cultura. Tal vez quería conservarlos. No debería sorprenderte. Nocturne rara vez ha sido un mundo de paz. Antes de que Vulkan las uniese; las distintas tribus luchaban con uñas y dientes por la «roca santuario, donde la furia de la tierra no podía dividir el suelo», refiriéndose a los siete lugares sagrados sobre los que se asientan ahora las ciudades santuario de Nocturne. Según el libro, la lucha por la tierra no era la única guerra de supervivencia. También habla de un conflicto anterior a la llegada de Vulkan contra una hermandad corrupta, la resurrección de cultistas y el lanzamiento de estos nigromantes al fuego.
—¿A la montaña? ¿Al Fuego Letal?
—Supongo. Se les daba caza y se les mataba como parias. El resto todavía tengo que descifrarlo.
Aquellas revelaciones inquietaron a Pyriel, que estaba arrodillado, inmóvil y con los ojos abiertos de par en par mientras las consideraba. Al cabo de unos instantes preguntó:
—Pero ¿qué fin tiene toda esta información? ¿En qué afecta a la profecía?
Vel’cona se levantó y se alisó la túnica.
—Por lo visto, no lo hace.
Pyriel se mostró afligido.
—Estoy muy preocupado, maestro. Parece un mal presagio.
—Sólo es historia, Pyriel, una historia muy antigua. La mayoría de cosas que he descubierto aquí están abiertas a la interpretación y a la conjetura. Nada es seguro.
Pyriel observó el libro mientras yacía abierto sobre el pedestal. A sus ojos, las escrituras no tenían ningún sentido, y estaban descritas en una forma y un código que no entendía.
—¿Por qué mantenerlo aquí y no en la Cámara del Panteón como el resto del Libro del Fuego? —preguntó.
Vel’cona cerró las tapas con reverencia y volvió a asegurar la hebilla del libro.
—Vulkan lo dejó en este templo por una razón, aunque no sepamos cual. Éste es su lugar y permanecerá en él. ¿Está nuestro Señor del Capítulo listo para recibirnos?
—Sí, el consejo del temple se ha reunido. Pero sigo sin entender por qué se debe tratar así a Dak’ir. Pasó las pruebas y sobrevivió a la puerta de fuego…
—Sólo el Panteón puede decidir eso. Cada uno de nosotros somos diferentes, y nuestras pruebas también lo son. Éste es sólo el camino que Dak’ir debe seguir. Nosotros, el Capítulo entero, estamos unidos a él sea cual sea el final.
—Entonces espero que la resolución sea favorable.
Los dos bibliotecarios abandonaron la cámara y cerraron la puerta al hacerlo. Las revelaciones tendrían que esperar un poco más. Una Thunderhawk, con los motores al ralentí, esperaba en la superficie para transportarlos a ambos a Prometeo y al Consejo del Panteón.