II: CICATRICES MÁS PROFUNDAS

II

CICATRICES MÁS PROFUNDAS

Unas marcas irregulares de arañazos habían destrozado el interior de la cámara de aislamiento del apotecarión. Emek había reducido a su habitante con una mezcla potente de sedantes y anestesia. Las dosis tenían una concentración bastante alta para evitar la resistencia de los multipulmones a las toxinas. Como experto en la biología de los Marines Espaciales, era el más adecuado para la tarea.

Despojado de su servoarmadura y demás accesorios, el sujeto de Emek estaba agachado en un rincón de la cámara, hosco pero aletargado. Una gruesa pared de ferrocemento con un único portal de observación rectangular se interponía entre ellos. Hasta ahora, el apotecario todavía no había sido capaz de sacar ninguna conclusión significativa respecto a la aberrante fisiología de Zartath. Todos los intentos de establecer contacto con su Capítulo habían fracasado también hasta el momento.

—Soy un prisionero en este agujero —gruñó, arrastrando las palabras sólo para que éstas se volviesen sordas por el cristal blindado.

Emek alzó la vista de las placas de datos y los pergaminos desperdigados sobre la camilla médica que tenía delante.

—Te has recuperado de los últimos sedantes mucho más deprisa que antes. La próxima vez te aumentaré la dosis.

Después volvió a sus estudios.

—¡Suéltame! —rugió Zartath.

La luz de la antesala del apotecarión se atenuó. Emek encontraba la dura luminosidad quirúrgica de sus lámparas dolorosa y atenuarlas le ayudaba. Aquella semiiluminacíón insinuó la parafernalia médica: filtros, agentes balsámicos, geles coagulantes y otros remedios, así como un amplio complejo de pasillos, enfermerías y salas de consulta en los que los apotecarios del Capítulo podían realizar su vital trabajo. En los niveles inferiores se encontraban los bancos genéticos donde las progenoides recuperadas de los Salamandras caídos esperaban en un estasis congelado. Las glándulas representaban el futuro del Capítulo, su legado después de que los guerreros que en su día las portaban fuesen reducidos a cenizas y devueltos a la tierra.

Aquello formaba parte de la doctrina del Códice Astartes tal y como lo estableció el Primarca Roboute Guilliman años atrás, y del folclore prometeano, tal y como lo transmitieron los reyes tribales del antiguo Nocturne. El renacimiento y la reencarnación eran un principio principal del Credo, del gran Círculo de Fuego, por el que se regían todos y cada uno de los nocturnianos, humanos o superhumanos. Una llama sagrada era un medio de proporcionar la transición, la tierra era la gran forja cosmológica a la cual sería devuelta la esencia de los muertos para que pudiesen continuar viviendo. Las interpretaciones literales y puritanas del Circulo de Fuego provenían de la antigüedad de Nocturne y quedaron obsoletas tras el nacimiento de Vulkan y la llegada del Emperador, pero, algunos todavía se aferraban a las Viejas Costumbres. La veneración y el recuerdo eran algo importante.

Emek mantenía una postura de racionalidad y sabiduría. Las profecías y las creencias antiguas eran sólo eso, arcaicas y poco relevantes hoy en día. Se preguntaba si su «amigo» al otro lado del cristal pensaría de otro modo. La cámara de aislamiento era sólo una pequeña parte del apotecarión, una celda entre muchas. Actualmente, Zartath era el único ocupante.

—¡No permaneceré enjaulado! —persistía el guerrero.

Enojado ante las interrupciones constantes, Emek le miró y su ojo funcional llameó en la penumbra.

—Fuiste prisionero en el Arrecife de Volgorrah durante seis años. ¿Quién sabe qué efecto tuvieron en tu mente las torturas de los xenos y la pérdida de tus compañeros de batalla?

Zartath mostró los dientes.

—¡Sigo siendo un prisionero!

Haciéndole caso omiso, Emek continuó:

—Y por otro lado está tu mutación…

Se sabía poco acerca de Zartath, excepto que en su día fue un Marine Espacial en el Capítulo de los Dragones Negros. El Capítulo se encontraba entre aquellas malogradas hermandades a las que se las conocía como la «Fundación Maldita», aunque tales términos variaban según el hablante. Su desviación física era obvia. Unas protuberancias óseas sobresalían de su cabeza y sus antebrazos. Cuando Zartath se enojaba, éstas se convertían en cuchillas osificadas que atravesaban la carne y la piel. Los destrozos en las paredes internas de la cámara de aislamiento eran prueba de ello.

A pesar de los sedantes que inundaban su sistema, Zartath era beligerante. Y ése era, en parte, el motivo de que siguiese encarcelado.

—Tienes la cara negra como el carbón y los ojos como ascuas, y te atreves a hablarme de mutación —rió, mostrando sus colmillos como agujas—. Suéltame, perro hipócrita.

—Y luego está la cuestión de tu herencia. —Aquí, Emek luchó contra su desdén apenas oculto. ¿No fue acaso Ushorak de los Dragones Negros quien infectó a Nihilan, quien creó a los Dragones Guerreros y quien provocó la muerte del querido capitán de los Salamandras Kadai? Aquella ira se le pasó pronto, pero Emek dejó espacio para un último mordisco—: Y no nos olvidemos de tu estado mental tampoco.

Zartath se puso de pie, aunque no debería haber sido capaz de hacerlo, y golpeó el cristal blindado.

—¡Suéltame! —gritaba con las cuchillas óseas sobresaliendo de sus antebrazos.

Pronto, la visión al interior de la celda de aislamiento se vio oculta por las marcas de arañazos y por la baba.

Poco impresionado, Emek anuló la cámara. La ira se volvió sorda y el portal de observación se tomó negro.

—Bestia.

—Lo es —respondió la oscuridad, un frío que entró en la habitación junto con la voz—. Y un auténtico salvaje también. Sostuvo una hoja en la garganta del Sargento Ba’ken y se la habría rebanado de haber pensado que pretendíamos hacerle daño. —Elysius avanzó hacia la escasa luz de las lámparas—: Pero de no ser por él todos habríamos muerto en aquel lugar.

Vestido con una armadura de batalla negra plagada de talismanes de pureza y devoción, incluida una reliquia sagrada del primarca, Elysius era un capellán hasta su gélida médula. Desde su visita al Arrecife de Volgorrah, su conducta glacial se había templado un poco. Entró en el apotecarión descapuchado, con el yelmo de batalla enganchado magnéticamente en el muslo. Hubo un tiempo en el que jamás habría hecho algo así. A diferencia de lo que se pensaba en su día, el rostro de Elysius no era horrible ni estaba plagado de cicatrices, ni quemado ni retorcido en modo alguno. Era bastante atractivo para ser un Marine Espacial; tenía la piel perfecta, y sus rasgos eran fuertes y uniformes.

Sólo su brazo izquierdo mostraba signos de una herida permanente. Su extremidad era artificial, un sustituto biónico de la que había perdido en Scoria luchando contra el orko. Durante la campaña había fijado un puño de combate en ese brazo, y su debilitante herida se transformó en una ventaja marcial aplastante.

Elysius señaló al espacio de cristal arañado.

—Imagino que no se ha tomado su reconocimiento muy bien.

—No. —Emek no se molestó en alzar la mirada—. Tengo que sedarlo mucho cada vez que necesito hacerle un bioescáner dérmico o extraerle una muestra de médula. Los dracos enjaulados son más fáciles de tratar.

—Eres tan severo como tu predecesor, hermano Emek.

El apotecario continuaba absorbido por sus placas de datos.

—Sólo estoy siendo prudente.

—¿Eso que estás investigando son sus notas? —preguntó Elysius, aunque no fisgoneó. No le hacía falta. Sabía que Fugis tenía un dosier sobre Dak’ir. Era obvio que las notas que Emek tenía delante le pertenecían.

El apotecario dejó lo que estaba haciendo y miró al capellán a la cara.

—Sí. Y junto a los exámenes regulares que debo realizarle al Dragón negro, tengo poco tiempo para distracciones.

—¿Te refieres a visitar las fosas infernales de Themis? —En el tono del capellán no había acusación ni reproches. Sólo preguntaba.

—Me refería a visitas imprevistas.

—Sé lo que quieres decir. Estás pasando demasiado tiempo en el apotecarión, necesitas volver a estar con tus hermanos de nuevo. Tu encuentro con el Sargento Ba’ken indica que tú mismo eres consciente de eso también.

La respuesta de Emek iba cargada de espinas.

—¿No forman el aislamiento y la confianza en uno mismo parte del Credo Prometeano?

—No cuando están inclinadas a la autodestrucción.

Con el ceño fruncido, Emek volvió a su trabajo, pero Elysius no había terminado con él.

—Tienes un paciente, no un prisionero. Tu manera de tratarlo sugiere un desequilibrio en tu estado de ánimo, hermano.

—Hasta que pueda ser reclamado por su Capítulo, mis análisis demuestren su estabilidad, es demasiado peligroso para andar suelto.

—Estoy de acuerdo en eso. Es tu duro juicio de nuestro lejano hermano lo que cuestiono, apotecario. —El Capellán mantenía una expresión cuidadosamente neutra—. No era Zartath el que estaba a bordo de la Proteica.

—Por fin llegamos al meollo del asunto —dijo Emek con desdén—. Soy el responsable del bienestar espiritual de esta compañía. ¿Esperas que pase por alto este cambio en tu comportamiento?

—En su día estuve entero, ahora ya no. El yunque me ha templado y portaré su juicio con el pragmatismo estoico de mi Capítulo. ¿Es eso lo que quieres oír?

—Sólo oigo tu amargura, hermano. —Ahora Elysius mostraba su ira—. En el Arrecife de Volgorrah, en el Valle Afilado, mientras mis hermanos perecían a mi alrededor, sentí que una oscuridad me invadía. Era una enfermedad del espíritu, una templanza contra la cual se me iba a medir. Presencié mucho horror y muerte allí, pero aquí sigo. Como guerreros que somos nos completan nuestros vínculos de hermandad y la llama purificadora de la guerra —dijo, señalando con la mirada su brazo biónico—. ¿No perdí en Scoria una extremidad contra la Gran Bestia?

Emek apretó los puños mientras el rencor le invadía.

—¿Pero tú todavía puedes luchar? ¿Cómo voy a volver yo a la batalla? —Emek miró a Elysius a los ojos, y en los del apotecario se reflejaban todas sus esperanzas perdidas—. Esta fiebre me mortifica, capellán. ¡Estoy tullido por su causa!

—No dejes que te consuma —dijo Elysius, bajando la voz. Al darse cuenta de que sus argumentos estaban siendo desoídos, se dio la vuelta y abandonó el apotecarión.

Emek le vio marcharse.

—Ya lo ha hecho —masculló en la oscuridad.